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jueves, 7 de enero de 2016

Anécdota en Marina Park

2005
Te cuento una anécdota, le dije mientras pasábamos por el local de entretenimiento “Marina Park”.
Te escucho, respondió con una sonrisa. Y entonces, empecé a relatar la experiencia.
Hace un par de años vine junto a un amigo, no te voy a decir el nombre; pero resulta que nos subimos al Vikingo mientras esperábamos a un par de amigas.
Este sujeto no quiso aguantar el hambre y a pesar que le sugerí que no comiera, se empujó una hamburguesa con todas las cremas.
En ese momento, ella empezó a alucinar lo siguiente que ocurrió llevándose las manos a la boca en señal de asombro.
Solté una breve risa y continué luego de acomodarme la enorme melena que llevaba: Pues, al momento de dar la vuelta completa, él no pudo contener la comida que se venía -hice un gesto que describió el hecho- ella me vio asqueada; pero quiso que siguiera.
Yo estaba a su lado cuando comenzó a vomitar como un desquiciado y toda esa ola de alimento fue a caer en la mitra de las otras personas haciendo que riera con locura.
Incluso, el empleado que manipula el juego, tuvo que detenerlo para que pudieran rescatar al gordo que estaba vomitando y el resto de personas tener que limpiarse. Fue gracioso y asqueroso a la vez, terminé riendo a carcajadas.
Luego de hacer algunos gestos de asco empezó a reír de la misma manera. De repente, detuvo la pregunta y dio un nombre intentando acertar con el protagonista y yo hice moví la cabeza hacia abajo haciendo que aumentara la risa.
Enseguida, después de tanta risa y valga la ironía, fuimos a comer a uno de esos restaurantes dentro del local. Además, no dudamos en comprar unas cervezas (generalmente las vendían de 1 litro).
Ella pidió detalles acerca de la anécdota y yo gustoso le fui dando algunos.
Más tarde, retomamos el camino a su casa, en dicho tiempo no era tan peligroso andar por allí.
Al llegar nos despedimos con un beso y un abrazo quedando en encontrarnos en el MSN para continuar charlando.
2007
Salíamos del cine, ella comía la canchita que quedaba mientras que yo hacía lo propio con la gaseosa. La película nos había decepcionado y no dejábamos de criticarla al tiempo que andábamos, aparentemente, sin rumbo alguno.
De repente, para no amargarnos, resolvimos dirigirnos a Marina Park y tomar unas cervezas bien heladas con la consigna que solo serían un par.
Para cuando llegamos se hizo de noche; pero todavía seguía el bochorno y ese sudor incómodo que caía de la sien. Por ello, le dije para entrar al establecimiento e ir al baño. Hizo un ademán en señal de seguir y entramos. Recordaba claramente donde se hallaba el baño, así que se me hizo sencillo llegar y remojarme el rostro una y otra vez. Ella quiso quedarse afuera, de repente, visualizando las tiendas.
Salí renovado, secándome el rostro con papel higiénico y al verla curioseando por los alrededores le pasé la voz pronunciando el apelativo que le había puesto meses atrás (resultaría gracioso repetirlo; pero no voy a escribirlo).
Sonriendo se acercó y cogió mi mano al tiempo que dijo, vamos por esas cervezas que hace calor. Eso te iba a decir, le dije al instante y salimos del local para dirigirnos a los exteriores, en donde se hallaban esas, voy a decir tiendas por no mencionar cantinas.
Al frente estaba el terrible Vikingo, ya se encontraba con las luces encendidas y la gente haciendo cola, de hecho, me sorprendió que fueran tan pocos; sin embargo, me quedé viendo a los participantes mientras esperábamos las cervezas. Al llegar, como todo buen caballero, le serví y me serví, bebimos tan rápido como pudimos, más que todo para calmar la sed y luego volvimos a servirnos; aunque esta vez, tardamos en beber. Para entonces, estaba concentrado en el juego y exactamente cuándo giró, vi a mi pareja y le dije: Te cuento una anécdota.
Hace años junto a mi primo, ¿Lo conoces, no? El gordito que te presenté ayer.
Claro, lo recuerdo, dijo y seguí: Estábamos ansiosos esperando a dos chicas con quienes íbamos a salir. Ellas tardaban en llegar y nosotros nos aburríamos porque habíamos llegado anticipadamente.
Para combatir el aburrimiento propuso subir al Vikingo; pero como estaba lleno, a diferencia de ahora, lanzó la no tan brillante idea de comer hamburguesas. Admito que al inicio quise; pero luego desistí.
Él devoró una enorme hamburguesa con todo y cremas para luego abordar el juego.
¿En serio? Ese gordo de tu primo está totalmente loco, dijo y empecé a reír por la forma como lo dijo (tan eufórica).
Calmada la risa, seguí contando: El maquinista, un sujeto con el trabajo más aburrido del mundo, ni siquiera se percató que había tragado porque todavía tenía residuos de hamburguesa en las manos.
¡Qué asco! Dijo ella arrugando el rostro. Al salir todo empezó a empeorar, el gordo se sintió mal a la primera vuelta y yo no quise hacerle caso, entonces, comenzó a vomitar desenfrenadamente y todos los participantes fueron bañados con vomito.
¡Qué asco, por Dios! ¿En serio sucedió eso?
Alucina que sí, fue una locura.
Obvio pues, si hubiera visto eso, hubiera vomitado.
Comencé a reír cuando dijo eso.
Rápidamente pararon el juego y se bajaron todos, yo no dejaba de reír y el gordo se fue al baño para lavarse o de repente, continuar vomitando.
¿Y las chicas? ¿Qué dijeron las chicas cuando llegaron?
Ah no, eso no te puedo contar.
Ya pues, dime, quiero saberlo.
Pues, tuve que enviar un mensaje y decir que nos íbamos porque mucho habíamos esperado.
¿Y qué te respondieron?
Que lo sentían y que en otra ocasión nos veríamos.
Siempre que vengo aquí y observo el Vikingo recuerdo esa graciosa y desagradable anécdota.
Más tarde, caminamos medio ebrios hasta su casa, bebí algunos vasos con agua y llamé a un taxi luego de despedirme.
2009
Dada la casualidad, mi entonces novia vivía cerca a Plaza San Miguel y por ello, andaba en dicho lugar más veces que en mi casa.
Llegué a enamorarme de cada rincón de Plaza San Miguel, inclusive, volví después de tiempo, únicamente, para recordar y seguir trabajando en cuentos referentes a dicha mujer.
En su momento, cada vez que salíamos del centro comercial y caminábamos hasta su casa, lógicamente, atravesábamos el memorable Marina Park que cada vez se hallaba menos concurrido, al punto que, ya ni siquiera solían encender el Vikingo.
Me daba cierta pena pasar y no ver a los típicos ambulantes, a los bares abiertos y al Vikingo, obviamente, reluciente y con las personas haciendo cola. Parecía que su final se acercaba, casualmente, mientras que Plaza San Miguel iba aumentando su amplitud.
Pues, mientras existió y aunque nunca llegamos a entrar al cine de Marina Park, tampoco beber unas cervezas en alguno de esos bares (que ya quedaban dos) y mucho menos asistir al baño porque cuando quise hacerlo noté las puertas estancadas, debía de contar la entrañable anécdota.
Ella sabía que me gustaba relatar experiencias al tiempo que andábamos, solía andar callada escuchando mis descabellados, graciosos e intensos relatos.
De hecho, seguramente habré repetido alguno; pero nunca me lo hizo saber. De repente porque amaba mis historias.
Al momento de cruzar Marina Park y sentir ese feeling en el corazón al verlo desolado y triste, prácticamente en ruinas (cosa que sucedería después) me dio ganas de lanzar la anécdota.
Empecé diciendo, este lugar es entrañable. Hace bastante tiempo vine con un primo, seguro lo conoces, es Ezequiel. Claro, el flaco.
En ese entonces no era flaco, era un tremendo gordo, le dije con bastante humor y ella asombrosa preguntó, ¿En serio era gordo?
Sí; pero luego tuvo un largo tratamiento que lo ayudó a bajar de peso.
¿Qué clase de tratamiento? ¿Pastillas?
Pues, no lo sé, amor. Nos estamos desviando de la historia, le dije y rápidamente seguí con el relato.
Ya, ya, luego me cuentas acerca del tratamiento para comentarle a mi prima.
Resulta que el entonces gordo se subió al Vikingo luego de haber comido una enorme y repleta de cremas hamburguesa de carne con chorizo.
¡Dios mío! ¿Tanto así? Dijo llevándose las manos al cabello y mostrando su linda sonrisa.
Le devolví la sonrisa y continué con el relato.
Fue por ello que comenzó a vomitar al momento de subirnos, exactamente cuando el Vikingo daba la vuelta de 360º (repetí esa frase) y añadí, el maquinista se dio cuenta de lo que salía del hocico del participante, el mismo néctar que caía en el rostro y cuerpo de los otros, que tuvo que detener el juego.
¿Y a ti también te cayó? No me digas que no, porque yo sé que sí.
Empecé a reírme en ese momento, justo después de recrear la escena del vomito.
Nunca pensé decir esto; pero, sí, lo admito. ¡A mí también me cayó parte de esa inmundicia!
Ella comenzó a reír con desenfreno, más que cuando le conté la parte del vomito.
Me imagino tu cara al momento de bajar, decía al tiempo que seguía riendo.
De hecho, me contagió la risa y no paramos de carcajear mientras avanzábamos.
Cuando vuelva a ver a Ezequiel voy a recordarle la experiencia que me acabas de contar, de seguro que tiene otro punto de vista.
Seguro que sí, mi amor, le dije y doblamos en la esquina llegando a su casa.
Naturalmente la dejé en el pórtico, nos dimos un abrazo de despedida y luego del beso, añadió, voy a imaginar tu rostro al tener el vomito en el polo y no dejaré de reír.
2012
Caminaba solitario por las instalaciones de Plaza San Miguel debido a que me encanta deambular por esos lares cada vez que se puede.
Me gusta porque tengo grandes recuerdos por allí, además, resulta inspirador su ambiente.
Efectivamente, volví a Marina Park y me deprimió en un instante el hecho de verlo desierto, desaparecido por completo, las instalaciones cerradas y el Vikingo desecho.
Ya no era el mismo centro de atracciones al que solía asistir; pero, entre nostalgia y recuerdos, reviví la anécdota para mis adentros. Esta vez con la legítima historia.
El entonces gordo Ezequiel no era quien quería comer, yo le dije para degustar algo mientras esperábamos la película, las chicas nos habían plantado y teníamos dos entradas demás, las habíamos vendido y con ello comprado hamburguesas. Nos animamos a subir al Vikingo minutos después de comer, fue karma que me cayera parte del vomito porque le insistí en subir. El resto ya lo saben.
Es curiosa la forma como una simple anécdota pueda ser contada en distintas etapas. Siempre que paso por ese lugar vuelvo a recordar dicho momento y por ende, lo vuelvo a contar. Si alguna vez caminamos por aquí oirás esta anécdota.

Fin

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