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martes, 3 de diciembre de 2019

Amanecí extrañando


Amanecí extrañando. ¿No te ha pasado? Abrir los ojos y mirar al lado izquierdo de la cama añorando que el sueño se haya emancipado en la realidad. ¡Y así pudieras tenerla cerca de ti!
Dicen que lo peor de soñar bonito es toparte de golpe con la verdad.
El corazón quiso estallar, pero esta vez no de un frenesí que destella brillo solar, sino en un afán angustioso y penoso que muchas veces se reserva y que otras veces, como esta, deja rienda suelta para la escritura.
Allí estaba abriendo los brazos para la imagen perpetua salida de un flash que recogen sus suaves manos, miraba un santiamén la fotografía para aseverar que estaría en redes al rato siguiente, no perdía el tiempo en mirar imágenes, solo quería seguir teniendo su piel cercana, la calidez de unas manos suaves que convergen con las mías y nos adentramos en un paraíso terrenal a unas horas de mi capital en donde gozamos y vivimos un incansable sueño virtuoso cada mañana.
Aunque este amanecer haya sido como un golpazo frío de boxeador profesional y me haya derribado a una lona profunda donde todavía siento que caigo, esos retazos de recuerdo lejano a pesar del corto tiempo en espera me han detenido y he hecho reflexionar sobre los sucesos más lindos de esta época.
Amanecí extrañando.  La suavidad de los cabellos, el despliegue de los mismos a los compas del tiempo mientras se acerca a la refrigeradora en busca de un calmante para la sed, las manos suaves que rozan mis arrugas causadas por las noches de literatura, los besos dóciles y repentinos en función de expresar amor sobre un sofá largo y estéticamente adecuado para ambos, los abrazos en todas las esquinas como ideándose para la despedida, como sabiendo que tendremos que escaparnos de nosotros mismos, pero sabiendo, tal vez a medias o no creyendo pensar, que volveremos a vernos en un futuro lejano para los sentidos pero cercano para las otras mentes que rondan o acompañan la vida. Pues decir que la vuelta es en meses a cualquiera le resulta fresca y sólida; pero para entes enamorados la vuelta en días se hace un martirio exitoso de la naturaleza y el destino.
Uno del que por suerte sabemos manejar.
Amanecí extrañando. Quise verte en las esquinas de mi habitación, escondida detrás de la cortina, usando una de mis camisas y riendo, preciosa y divina, exacta para mis abrazos, preciosa desde todos los puntos de vista, incluyendo mi favorito, por supuesto, sobre mi cuerpo y rozando mi pecho.
Tan divina y estupenda con esa naturalidad para preparar el desayuno, las facturas y el té gaucho, decir los versos y dar los besos acorde a su naturaleza maravillosa y brincar sobre mi cama tras un asedio repentino de amor hacia su novio que se acaba de levantar y abre los brazos en espera de su llegada.
Sonriente brota del suelo como una súper heroína y eleva las piernas cayendo en mi cuerpo como un golpazo de rica agua tibia de la mar o del río en donde añoramos entrar, de cualquiera manera o forma, se encuentra cerca de mí para abrazarme y llenarme de ese amor tan puro y honesto que solo ella sabe sentir en toda esa dimensión virginal, honesta, preciosa, sincera, loable y admirable que únicamente a su tiempo y entrañas sabe sentir y decir.
Hoy amanecí extrañando nuestros cuerpos sobre la cama, las palabras y los actos, los versos y los besos sin fronteras, el palabreo indicado y los sueños de cama y futuro, los besos apasionados y profundos y las caricias que no conocen de limitaciones. El hecho de converger para siempre fusionando las almas y los cuerpos, hacer el amor como fieras e inocentes, como amantes enamorados de la vida y el mundo, como agentes de un amor loable y exquisito, como dos humanos en una habitación de un lugar precioso y no tan lejano del que supe enamorarme.
Extraño las pieles y los sucesos, los besos y las palabras, el viento y el aroma de tu cabello, los hechos y los actos sobre el edredón. Extraño tu cuerpo y tu alma.
Hoy amanecí extrañando y aunque hubo un abismo de melancolía, miles de emociones disparando contra mí y una angustia terrible en el pecho, me di cuenta que el amor vence todas las adversidades y depende de dos que por siempre exista. Eso me mantiene sonriendo.

¿Y tú, amaneces extrañando? Pues, recuerda y sonríe.



Fin


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