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jueves, 19 de diciembre de 2019

Usted, me usa y me gusta 1/3

- Me eligió de venganza y celebro su idea.
Desnuda y atada, oyendo mi acento alemán sacudiendo el látigo, en pieles con un tatuaje de avispa recién pintada a la altura de una cadera, con los pezones a puntapié y relucientes, el santo grial palpitando y los pies torciéndose por esa causa. La mirada fija aunque antes anduvo oculta por una corbata de seda de esas que uso en la oficina para impresionar, las manos inertes y una lengua redondeando los labios en señal de apremio y deseo, así se hallaba ella, Mary Ann, mi ex novia.
Como gacela fui acercándome tras darle un golpe de látigo al viento para excitar, luego de besar sus pies y morder los dedos con suavidad. Me coloqué de rodillas para plantar besos en los pezones punzantes y moldear los senos con manos de artesano haciendo que la calentura se eleve y se oigan esos gemidos tan exquisitos que remueven sus extremidades atadas con nudos complejos.
Descendí parando la marcha en el sitio que alguna vez fue llamado favorito y tras una mirada pervertida me sumergí en su intimidad provocando un estallido similar al que dio inicio al universo.
Paré tras el grito deseoso por ser incrustada por el obelisco yaciente y creciente como nunca antes lo había pedido, pues los gritos parecían de desespero, de ganas llenas de ira, de anhelos compuestos por melancolía; y a la vez deseos ahogados en amor, ganas repletas de ausencia y aunque todo lo antes mencionado fue a caer en el olvido al momento de desanudar las piernas y penetrar el cuerpo, me sentí verdugo de una macabra venganza hacia el hombre que la espera en casa echado boca arriba después de cenar y viendo las noticias al tiempo que espera a su prometida. Aquello me llevó a los confines de la lujuria.
— ¡Dime que soy tu rey! ¡Di que soy tu dueño! — le decía con voz feroz al tiempo que penetraba su cuerpo.
—Eres mi rey y mi dueño— decía intercambiando palabras con gemidos.
Me excitaba todavía más.
—Así que Juanito no te tiene al día, eh. Así que ese inepto pija muerta no te satisface— le decía porque por razones extrañas eso me calentaba.
Después aparecía la imagen del tipo en mi cabeza. Alto, gordo, cachetón, con piernas gruesas y ojos pequeños; vestido con una camiseta amarilla y bermuda azul.
Sentía gracia cuando lo pensaba, sonreía y ella me miraba, también sonreía pero seguro que no por lo mismo.
Disfrutaba, gemía y envolvía sus manos en mi cuello para jalarme en dirección a su cuello ya cuando las vigas se habían salido.
—Así que extrañabas estar atada, eh. ¡Solo yo te ato, pendeja! Solo yo tengo esta clase de gustos— le decía con ferocidad y aumentaba la intensidad de la penetración volviéndola rápida y brusca, pues también le daba nalgadas y veía como mi miembro entraba. Me sentía el dueño de su cuerpo, el rey de la situación y el Dios de la atmósfera.
¡Sentía que cada cosa que haría sería como una orden sin restricción!
Tener el poder calienta en demasía.
—Di que eres mi sumisa, ¡Dilo! — le dije finalmente.
Abrió los ojos y con la mirada en mí respondió: Sabes que siempre lo he sido.
Nuestros momentos de antaño cuando éramos una pareja estable y feliz y gozábamos del sexo diario aparecieron en escena, los sucesos grandiosos sobre cuartos de hotel, la cama de mi habitación y la suya, el parque a oscuras, la playa de madrugada y la calle sin cámaras, aglomeraron mi cabeza haciendo que los decibeles de la excitación subieran con frenesí. Entonces le pedí que se ponga de rodillas y abriera la boca tan grande como puede. Realmente no lo dije, solo lo señalé.
Y sintiendo como todo caía en la profundidad con un placer únicamente terrenal me fui desvaneciendo con los ojos cada vez más cerrados para terminar cayendo a su lado.
Una mano convergió con la mía con poca fuerza pero seguí mirando el techo con los ojos achinados sin suponer algo.
—Hace mucho que no me sentía así— la oí decir.
Esbocé una sonrisa todavía viendo el blanco de arriba.
—Gracias. Sabía que contaba contigo—.
Apretó la mano.
Se acercó y dio un beso en la mejilla. Enseguida cogió una toalla y dirigió hacia la ducha cubierta como si no quisiera que la viera desnuda.
—Espero que podamos repetirlo alguna vez, ya sabes, dentro de un par de semanas— dijo sacando la cabeza y cubriendo los senos con la toalla.
—Seguro, me avisas— le dije con una sonrisa.
—Realmente estuvo muy bueno— añadió y dejé de escucharla cuando abrió el grifo.
—Yo soy muy bueno— dije con dosis de soberbia.
Desde adentro gritó: Espero que entiendas que solo se trató de sexo. No quiero dejar a Juancho.
—Claro, preciosa, solo fue sexo— dije con voz baja.
Luego sentí que debía de contribuir con una respuesta, entonces elevé la voz: Dejé los sentimientos en el tintero y vine aquí con pieles.
—Como si no lo hubiera hecho otras miles veces— añadí en voz baja y reí.
Puse mi cabeza sobre las manos y volví a mirar el techo.
— ¿Cómo llegó a ocurrir todo esto? — Pensé.
Eran las tres de la madrugada, yo andaba viendo Vikingos en Netflix, había terminado de fumar un cigarrillo y apagar la laptop para concentrarme de lleno en la serie cuando recibí un mensaje de WhatsApp y enseguida una llamada.
—Hola, ¿Qué haces? —
¿Quién te pregunta eso a las tres de la mañana si no es para ofrecer algo extraño?
—Bien, tranquilo, viendo una serie chévere, ¿y tú, a qué se debe tu llamada a esta hora de la noche? —
—Acabo de pelear con Juan, es un imbécil, otra vez se quedó sin batería y municiones—.
— ¿Municiones? —
—Ya sabes, pastillas—.
— ¿De qué, ah? —
Sabía exactamente a lo que hacía referencia pero quería escucharlo de sus labios, no tengo nada en contra de Juan pero me resulta divertido que eso les ocurra a los novios de mis ex.
—Las llamadas pitufos— dijo con una risita.
—La pastilla azul, el viagra. Bueno, no sabía que mi amigo Juanito fuera de esa comunidad. A mí todavía no me toca y eso que le llevo como cinco años— dije con otra risa.
Mi amigo Ragnar destrozaba a un rey cuando me dijo: ¿No quieres salir a caminar? Necesito distraerme.
¿Caminar? ¿A las tres de la madrugada? Pensé confundido, pero a la vez, pensé incitado: Nadie camina a esa hora. Salvo los fantasmas.
Confieso (y espero que no resulte raro; aunque todo este relato ya es extraño) que me puse muy caliente cuando vi a Lagertha. Esa mujer me pone en fa.
A veces le hago pausa a la serie solo para contemplarla.
Soy un pervertido, ya lo saben todos.
Volviendo a la llamada: Accedí a salir a caminar.
Conozco a Mary Ann, estuvimos juntos seis u ocho meses, un tiempo relativamente corto cuando tienes más de treinta pero lindo y sublime cuando eres adolescente.
Nosotros estuvimos hace algunos años, fuimos los amigos que se volvieron novios y entonces no hubo tanto rollo en conocernos, solo había que conocernos sobre la cama y eso fue delicioso porque a pesar que al inicio se rehusaba a ser atada luego terminé convenciéndola y a ella gustándole.
Soy así, manipulo a todos.
Salí con cigarrillos, la encontré en medio del parque, caminamos juntos mientras fumábamos y contestando a preguntas banales, tales como, ¿Qué andabas haciendo? Y demás. La dirección del andar nos condujo a un hotel cercano, pero previo a esa inminente llegada -o casualidad del camino- nos detuvimos en una esquina para besarnos.
Siempre pasa que cada vez que alguien ve a una ex dan ganas de comerla a besos, de repente porque se vuelven guapas con el tiempo o quizá, y es la teoría de un tercero, porque sientes que todavía puedes tenerla.
Nos besamos porque ella estaba caliente ya que el buen Juanito la llevaba muerta y yo andaba muy lujurioso por ver a la vikinga.
Ambos coincidimos y fuimos al hotel.
Así fácil, sin cortejos ni habladuría, ambos sabíamos lo que queríamos. Ella me había llamado especialmente a mí porque sabía que andaba despierto y porque mi obelisco es inagotable (iba a decir infinito, pero no sonaba divertido).
De ahí en adelante todo la aventura sexual que ya he intentado contar, pues acabo de llegar a casa y he querido contar la anécdota.
Sí que ha sido una noche intensa. Recuerdo que salió del baño y lo volvimos a hacer, una y otras tres veces, creo que cuatro, terminé agotado, el señor del hotel tocaba la puerta exigiendo tiempo, le dije que lo rentaríamos medio tiempo más y se fue, volvimos a fundir las pieles, ya sin ataduras, solo pieles y sudor, luz de día y lluvia del grifo de la ducha, todo en un sentido magno y rico hasta terminar extasiados.
Recuerdo que salimos separados, ella por un lado y yo por otro lado, antes de irnos, nuevamente me dijo: Hay que hacerlo de nuevo en un tiempo.
Asentí con la cabeza y me vine para la casa.
Ya he desayunado y me siento realmente satisfecho. Comí huevos revueltos con café bien cargado.
Estamos todos locos y a veces el mundo gira de cabeza; pero lo disfrutamos, ¿verdad? Pienso al tiempo que me recuesto sobre la cama para dormir todo lo que no pude durante la noche.

Y de repente, un mensaje al whatsApp: ¿Y si nos vemos en unos días?



Continuará…

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