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jueves, 19 de diciembre de 2019

Calles de la CDMX

- En CDMX andaba siempre en metro, me decían: Bryan, ten cuidado con el metro, cuida tus bolsillos, guarda bien tu celular y billetera y yo respondía: Cariño, no vivo en Finlandia o Luxemburgo. ¡Soy de Lima! Allá te roban hasta con un peine.
Recuerdo que la maestra Lau era más efectiva que el Google Maps, ella guiaba cada uno de mis movimientos porque muchas veces -siempre avisándole- salía en busca de nuevos rumbos. Es allí donde nacen las historias, entonces fui envuelto en situaciones intensas, interesantes, divertidas y sobre todo, inolvidables. Tal como la vez que fui a una estación de trenes, ¿vale decirlo así, no? Y me vi con una lectora que no pudo asistir a la charla en el Rule. Hablamos de todo un poco y también no hablamos nada, me llevó por muchos lugares y fui conociendo otros extremos de la gran ciudad. Debo confesar y no se debió netamente a la suerte, que en ningún momento me sentí desprotegido, pues siempre anduve libre, contento y lleno de buena onda.
Caminaba por las calles como si estuviera a la vuelta de mi casa y saludaba a la gente pasar con un buenos días o buenas tardes, ellos respondían de igual modo y sonreían, todo siempre estuvo chido.
Esa vez fuimos por unos tacos a un mercado, yo estaba con el cabello mojado, hambriento y con los pies cansados, quería sentarme y comer, por eso solo me dedicaba a escuchar cada una de las vivencias que esta persona me iba contando, aquello me resultaba increíble porque creo que las personas tienen algo que contar y otras muchas vivencias y emociones que no son capaces de soltar; pero conmigo las liberan con facilidad. Tal vez sea una especie de don, yo creo que se trata únicamente de empatía.
Me pedí unos tacos de longaniza, se volvieron mis favoritos, luego me gustaron otros y así sucesivamente. Le añadimos una Pepsi y también un líquido raro (no me acuerdo el nombre, si lo saben lo escriben) pero era un agua de algo rojizo que no me gustaba para nada y no puedo ser políticamente correcto, entonces dije que prefería mil veces la Pepsi bien helada; no obstante, también admito que hubo otras aguas extremadamente deliciosas tales como el agua de piña que compraba en las estaciones.
Entre tacos y bebidas se fue pasando el tiempo, ella, tan amable y cálida, me dejó en la misma estación donde nos encontramos, quedamos en vernos pronto, pero no sucedió. A veces es así, a veces yo soy así, a veces ando muy deprisa o simplemente estoy en otro carril; pero jamás olvido y nunca me marcho, por eso estoy para todos. Siempre estoy para todos.
Además, tienen lo mejor de mí: Los libros.
Cuando volvía la maestra me esperaba con los brazos abiertos, como una superiora, como una protectora, con una botella enorme de tequila, unos tacos de longaniza hechos en casa y la música de Luis Miguel en la radio. Entonces comenzábamos a charlar de todo un poco, de lo que hice, de lo que pensábamos hacer mañana, el tour que íbamos a disfrutar, los momentos siguientes y los pasados, acerca de todo lo que podría realizar; pero a veces, porque soy sumamente inesperado, hacia otro tipo de cosas sin razón ni motivo, como aquella vez que repentinamente dije: Hoy me voy a Puebla.
Así, sin pensar, sin meditar, de golpe.
Durante esas conversaciones nocturnas el tiempo pasaba rápido y yo no quería irme (y eso que acababa de llegar) y a su vez sentía que mi viaje sería un racimo gigantesco de historias.
Extraño México, esos momentos locos cuando resolvía simplemente salir de casa e ir a recorrer la ciudad en busca de algo para contar, para escribir, para recordar y reírme mirando el techo en la soledad de un domingo por la tarde o al momento en que el avión subió por los aires y yo ya quería volver a la cabeza de Juárez.


Cosas bonitas y divertidas que uno vive. Y que volverán.


Fin

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