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lunes, 24 de agosto de 2015

¡Hala Madrid!

- Se jugaba la final, Real Madrid versus Atlético de Madrid, dos equipos de la misma ciudad. Quedé con mis amigos en encontrarnos en el bar de siempre a la hora acordada. 
Bruno, me dijo que llegaría quince minutos antes, Raúl afirmó hacerlo treinta minutos antes, mientras que Ezequiel y Armando aseveraron encontrarse ahí al inicio del partido. Por mi parte, salgo de trabajar temprano, estaba seguro de llegar a la hora pactada. 
Tenemos un ritual, ver el partido juntos, somos madridistas y deseamos alentar a nuestro equipo a la misma vez.
Salí de la oficina y fui directo al lugar de encuentro. Al llegar me senté y pedí una cerveza. Vi el reloj mientras bebía; pero nadie llegaba. No tenia señal en mi celular por eso no podía comunicarme con nadie; pero confiaba en que llegarían a tiempo.
El bar fue llenándose, tuve que decirle a muchos que las sillas alrededor estaban ocupadas. Pedí otra cerveza y seguí esperando; aunque el partido esté a punto de iniciar.
Escuchaba que en la mesa contigua un grupo de personas hinchaba en contra del Real Madrid al tener camisetas del Barcelona y otro grupo, los de atrás, alentaba al Atlético de Madrid. Era una situación preciosa del folclore futbolero; pero que seguramente junto a mis amigos podríamos cantar y alentar mucho más fuerte que ellos. 
Empezó el partido y aún no llegaban. Comencé a verlo solo como nunca antes lo había hecho. E igual alentaba y agitaba mi bufanda; pero el equipo contrario anotó y sentí que todos me gritaban el gol. Me sentí timorato y solitario; pero no abandonado, porque sabía que vendrían. 
Mi equipo seguía perdiendo al acabar el primer tiempo. Inició la segunda etapa y miré la puerta; pero nadie ingresaba.
Minutos después, entró Bruno desesperado y apresurado, dejó su maleta a un lado y luego de un abrazo me dijo: ¡Que tal tráfico! Se sentó y se enfocó en el partido. Enseguida, apareció Ezequiel quien padeció la misma situación. El bendito tráfico, gritó al entrar y besó la camiseta después de saludarlos para detener su mirada en el partido. Armando llegó diez minutos después afirmando que su jefa lo dejó partir luego de hacerle revisar unos documentos. Miró la televisión al tiempo que pedía una cerveza.
Raúl fue el último en ingresar. Estaba ansioso y desesperado, su celular se quedó sin batería y no sabía cómo iba el partido. Sin embargo, ya estaba en el bar, sentado junto a nosotros y tomando una cerveza al tiempo que miraba el partido.
Todos nos comíamos las uñas, estábamos nerviosos y preocupados; pero juntos, viendo, después de años, a nuestro Real Madrid disputar una final y no íbamos a dejar de verlo unidos.
De repente, cuando se consumían nuestras esperanzas, en esa bendita última jugada, en ese magistral tiro de esquina y en ese cabezazo potente de Ramos, estallamos en un monumental y solemne grito de alegría. Nos abrazamos y gritamos como lo hacemos en cada partido madridista. Lo siguiente que sucedió fue sensacional. 
Al terminar el partido, charlamos sobre lo acontecido antes de encontrarnos, en lo desafortunado que fueron y al iniciar el tiempo extra ocurrió lo mágico y lo que nos llevó a sentirnos extasiados, repletos de pasión y delirio sabor a fútbol.



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