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lunes, 24 de agosto de 2015

En busca de un tal Manu

- Contacté a un tipo que me puede ayudar con el tema del libro, le dije a Donna. ¿Cómo piensa hacerlo? Preguntó llena de interés. Le expliqué el método de una manera rápida, acotando que nos citamos para el viernes a las siete. El lugar sería un centro comercial llamado Molina Plaza, desconocido para mí y para ella; pero que de alguna manera trataríamos de ubicar y llegar a la hora establecida. Donna, en ese entonces, siempre me acompañó a todos lados, era habitual que accediera a la aventura. Aparte, le gusta, como dicen, hacer hora.
Acordamos encontrarnos y luego ir hacia allá. Para entonces había visto en Google la ubicación exacta y por supuesto, como llegar.
Vi a Donna en la avenida Caminos del inca con Benavides, exactamente en el Wong. Me esperaba con bolso en mano, vestida como de costumbre y fumando un cigarrillo. Nos saludamos con un abrazo y sonrisas, siempre sonreíamos, era una cuestión natural como si el hecho de vernos hiciera que repentinamente nos alegráramos.
Empecé a explicarle la situación, el hecho de encontrarme con un tipo de apellido Pérez que contacté investigando en Google y Facebook y quien dijo que tendría excelentes métodos para lograr una buena publicación de libro.
A Donna le pareció interesante; pero le gustaba más el hecho de aventurarse a una posible odisea. Como dije antes, siempre le gustó pasear.
Detuvimos un micro terminada la explicación y un par de cigarrillos que la acompañaron. Dentro del bus seguimos charlando, esta vez de otros temas, algunos graciosos, otros curiosos y muchos, pero muchos chismes cotidianos.
Al cabo de treinta minutos llegamos a La Rotonda, muy cerca a la pre de la universidad de Lima y a metros de la universidad Usil; aunque ligeramente lejos de nuestro destino.
Para entonces el reloj marcaba las seis de la tarde, entre fumar y conversar, la tardanza que tuve al llegar y demás se había pasado el tiempo. Sin embargo, no importaba, de igual modo, el tipo esperaría en como dijo, su oficina.
Resolvimos encender otro cigarrillo, hacía frío como suele suceder en las tardes – noche de invierno. Estábamos abrigados, yo llevaba un suéter oscuro y ella una casaca negra, le quedaba muy bien aunque no se lo dije.
Terminado el pucho detuvimos otro bus previa pregunta al cobrador si iba al lugar destinado. Este respondió rápidamente invitándonos a subir, lo hicimos enseguida acomodándonos en el fondo, en ese asiento largo cerca de la luna trasera. Estábamos más tranquilos, llegaríamos pronto al lugar acordado.
Pasados varios minutos el cobrador dijo que debíamos de bajar aquí porque iría de frente y nuestro destino era a la izquierda. Bajamos sin preguntar imaginando que estaríamos cerca.
Luego entendí que no nos hallábamos tan cerca como creía, el tipo del bus nos había, ligeramente, timado diciendo que nos llevaría; aunque, siendo optimistas, nos habíamos acercado algo.
Eran cuarto para las siete, decidí llamar al sujeto para avisarle acerca de una posible tardanza.
Hola Manu, le dije y Donna me vio con rostro de extrañeza; pero inmediatamente comenzó a reír tapándose la sonrisa con la palma de la mano.
¿Por qué le dices Manu? Preguntó luego de tanta risa y terminada la llamada que explicaba un posible retraso.
No lo sé, se me escapó; aunque creo que sonó a confianza o de repente, algo íntimo y a la vez vergonzoso.
Resulta que el tipo se llama Manuel y el decirle Manu era como si estuviera haciendo alusión a una entrañable amistad, cuando realmente nunca nos habíamos visto. Ese fue el motivo de la risa estruendosa de mi querida amiga.
Yo también comencé a reír al llegar a esa conclusión.
Mientras esperábamos un micro que nos llevase a Molina Plaza le conté a Donna una anécdota sobre la Usil, la universidad que habíamos pasado.
Le dije que hace mucho salí con una chica que estudiaba en ese lugar, yo tenía ganas de hacer el dos, ella se estaba matriculando, la esperaba a un lado torciéndome de ganas. En ese momento, resolví alejarme y buscar el baño, no lo encontré con facilidad, tuve que pasear por la sede y preguntarle a una estudiante. Al llegar, fue, ligeramente, tarde. Todo se vino antes de abrir la puerta.
Siempre las anécdotas con ganas de hacer el dos son graciosas, claro que se la conté haciendo ademanes y demás, es más chistoso cuando se cuenta en persona.
Después de la risa, Donna dijo que lo mejor sería parar un taxi; pero yo no tenía dinero para ello, mi presupuesto era mínimo, el de ella igual; pero resolvimos pagar a medias por el bien de tener una buena primera impresión.
El trayecto en taxi fue más relajado, abrí la ventana para que el aire llegara a mí. Después la cerré a pedido de Donna, quien suele ser muy friolenta. Lo que hice fue recostarme en el espaldar y dejar que el relajo me llene. Realmente llegué a sentirme algo fastidiado por no hallar el lugar; aunque no lo demostré. Ya estaba más tranquilo, ella también, eran las siete y media cuando recorrimos una concurrida avenida y visualizamos el centro comercial.
Estábamos lejos, le dije a Donna con una sonrisa. Qué bueno que detuvimos un taxi, añadió también sonriente.
Bajamos del auto exactamente en la entrada del centro comercial. El tipo esperaría en su supuesta oficina, imaginé ilusamente que estaría dentro o de repente a un lado o al frente.
Lo llamé y le dije que me encontraba en Molina Plaza, pregunté por su ubicación exacta y este respondió: En el Starbucks, entra, me vas a ver al fondo.
Qué raro, pensé y se lo hice saber a Donna, quien fumaba un pucho para calmar el frío. Ella pensó igual y sin embargo, entramos al lugar.
Miré al fondo y vi a un sujeto solitario, vestía casual, llevaba una notebook abierta y bebía agua.
Nos acercamos y saludamos. Se presentó e hicimos lo mismo, entonces comenzamos a charlar.
Se hizo cómico, más que extraño, que dijera: Estoy en mi oficina, haciendo alusión a la mesa de Starbucks.
Honestamente imaginé que llegaría a una oficina real, no a una cafetería. Luego le hice saber mi pensamiento a Donna, quien pensó lo mismo.
Manu era muy cortes, hablaba sobre su trabajo, el cual era fomentar la lectura y ayudar a nuevos escritores con la publicación de sus obras. Quiso ver mi Blog y le di el enlace. Le dio una ojeada y dijo que estaba bien la redacción; aunque para ser sincero, dudo mucho que en ese tiempo escribiera tan bien como lo dijo. Pero, bueno, me robó una grata sonrisa cuando lo dijo. Donna me codeó, no por el halago, sino porque le miraba el vello que yacía en su pecho, que se notaba al tener la camisa abierta. No me lo dijo en ese momento; pero si lo señaló con una sutileza admirable.
No quise reír, me mantuve serio. Obviamente lo hice después.
Luego de darle lectura a un cuento del Blog, me dijo que lo mejor sería seguir trabajando con el Blog, darle algunos enlaces para ganar dinero con publicidad, fomentar su lectura en base a distintas formas, cambiar el fondo, las letras y todo (esa parte no me gustó). Además, acotó que le diera mi clave y pudiera realizarlo. No me agradó que hiciera de mi Blog su Blog. Me gustan las cosas a mi manera, sean buenas o no, lleva mi marca.
Yo no estaba muy interesado en eso, tenía el Blog hace varios años, había logrado cientos de visitas siendo el Blog como era y lo que quería era poder publicar el libro (basado en experiencias y anécdotas con amigos, a quienes llamaba demonios) que tanto anhelaba.
Seguimos hablando acerca del Blog, me dio algunos otros detalles más acerca de su labor y llegó la parte más incómoda, el tener que saber sus beneficios económicos.
La suma fue estrepitosa y además, no dada con mis intenciones; aunque en esa charla no lo hablamos, sabía que no trabajaríamos juntos.
Saliendo del local hablamos sobre el encuentro. Donna, aparte del detalle del vello en el pecho, dijo que cobraba muy caro, también apoyó la idea de publicar el libro y le sorprendió negativamente que dijera oficina a una mesa en la cafetería. No es que solo sea una falta de seriedad, sino también solvencia, impresión, etc. También estuvimos de acuerdo en que lo mejor había sido la odisea.
El regreso fue mucho peor que la ida, se hizo rápidamente tarde, eran las nueve de la noche cuando salimos de ese lugar y solo teníamos dinero para micro.
Donna empezaba a bostezar, se sentía agotada por el hecho de tener que levantarse temprano al día siguiente para ir a estudiar obligatoriamente. Yo le dije que se relajara, que llegaríamos pronto.
Sus ganas de aventura se fueron diluyendo cuando al detener un bus nos topamos con un terrible tráfico de hora punta.
Mi buena amiga comenzó a irritarse, aparte del sueño que la vencía y por momentos la veía cerrar y abrir los ojos, se llenaba de coraje viendo como lentamente el bus avanzaba. Yo trataba de centrarme en el hecho de esperar, paciente a diferencia de mi entonces secretaria, quien trataba de controlarse para no llenar de insultos al conductor. Preferí no decirle nada, no quería irritarla todavía más. Me había acompañado a la larga y ahora tediosa aventura, lo menos que podía hacer era no molestar.
Donna tenía mucho sueño, suele dormir sus nueve a diez horas, sino, se queda dormida en la carpeta. Da risa leerlo; pero es algo muy cierto. Detesta cuando interrumpen ese sueño y ahora estaba sucediendo, llegaría a casa alrededor de las once de la noche, dormiría media hora después y se levantaría a las seis de la mañana para alistarse y salir a estudiar. Odiaba ese irremediable futuro y comenzaba a hacérmelo saber; pero su ira era, lejos de ser fulminante, muy cómica. Verla renegar me daba cierta gracia.
Cuando por fin avanzamos y lo hicimos con rapidez, logramos llegar de vuelta al inicio exactamente una hora y pico después de abordar el bus.
En ese momento, Donna estaba furiosa, insultaba a todo el mundo, se acordaba hasta del vecino que alguna vez le hizo algo y lo remataba a groserías, inclusive, en un pasaje, también añadió a Manu y debo confesar que cuando lo hizo solté una risotada.
Fumamos unos cigarrillos antes de despedirnos, ya se encontraba poco menos irritada, algo más relajada con el pasar de las piteadas.
Al final del día nos encontramos en el MSN, le pregunté, ¿Por qué no estás durmiendo? E irónicamente a todo lo antes hecho, respondió: Se me fue el sueño, la put…
La anécdota quedó para la prosperidad, en futuros encuentros que tuvimos y entrañables charlas desde cualquier medio siempre recordamos esta aventura y nos reímos como de costumbre.

Fin

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