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jueves, 27 de agosto de 2015

Anécdotas jugando Super Nintendo (Primera parte)

Jeremy y yo siempre solíamos ir al mercado a jugar Super Nintendo en el puesto de un señor muy amable, de lentes y bigote, al frente de una fuente de soda, casualmente, de su esposa.
El lugar paraba repleto, una gran cantidad de personas se aglomeraba en sus instalaciones. 
El señor de bigote como siempre le decíamos alquilaba siete consolas. Todas estábamos llenas.
Un par de chicos que acababan de salir del colegio disputaban un encuentro en Super Star Soccer de Luxe, jugaban la Argentina de Capitale y Redonda contra la Colombia de Murillo y Álvarez. Al otro lado, un tipo de unos siete años, a quien veíamos seguido, peleaba contra Bison e imaginábamos que al derrotarlo se iría. Por otro lado, una muchacha y un chico se aventuraban en la selva junto a dos monos en Donkey Kong y el último televisor que vimos fue el inicio del mundo 5 de Mario Bross, uno de los más difíciles. El resto no tuvo importancia, los juegos eran aburridos.
No solo estaban ocupadas las consolas, también la vitrina que divide al señor con los muchachos, quienes esperan ser anotados en espera de su turno.
Jeremy y yo teníamos la fortuna de ser, por decirlo de un modo técnico, asiduos consumidores. El bigote lo sabía, por eso nos daba preferencia. 
Acordamos que seriamos los siguientes después del tipo que jugaba Street Fighter. Nos alegremos porque al llegar lo primero que pensamos fue que tendríamos mucho tiempo para esperar; aunque, como algunas veces, el bigote nos hizo el favor.
Bison fue derrotado, la mayoría de personas que esperaban se juntaron a las espaldas del ganador para ver la historia de Ken. La había visto cientos de veces e igual disfrutaba observarla. 
Ken se volvía a juntar con su esposa y se la llevaba cargando mientras se veía la imagen de un lindo atardecer.
Las letras eran en ingles, a veces en japonés, de igual modo nadie entendía y todos daban distintas hipótesis de lo que pudiera decir.
En ese momento, se escuchó el sonido del cassette salir de la consola, es un sonido inconfundible. De inmediato, la pantalla se puso borrosa y aprovechamos para sentarnos sobre una especie de banca.
¿Qué van a jugar? Preguntó el bigote ubicado detrás del televisor de 14 pulgadas. 
Nos miramos y dijimos a la misma vez: Super Star Soccer de Luxe. 
Tienen suerte que tenga otro, dijo y se echó a reír. Hicimos lo mismo por condescendencia.
De repente, salió el logotipo de Konami y se iluminó con sombra. Nos emocionamos y comenzamos a apretar los botones del mando por mero nerviosismo. Letra por letra iban apareciendo y brillando a la misma vez hasta finalizar el intro con una voz particular que dice, De Luxe. Jeremy lo repetía muy similar, lo hacía exactamente en el momento que se escuchaba. Tantas veces jugando el mismo juego se te hace costumbre saberlo todo.
Salió el cuadro de equipos. Jeremy escogió a su eterna Argentina, por mi parte, escogí a Suecia. 
El negro Magnus, como solía decirle a un jugador, era un delantero letal, tal cual era el terrible Capitale.
El árbitro perrito, a quien saqué al inicio del juego, sonó el silbado e iniciamos el partido de cinco minutos por tiempo.
Magnus juega bien, le pega bien a la pelota, más que todo desde la esquina, colgando al portero; pero no patea de afuera del área como lo hace el Capitale, ese le pega un zapatazo y la clava en el ángulo. 
Fue entonces que Jeremy anotó el primero, de esa misma manera. En la repetición parecía que el arquero la tendría embolsada; pero entró de una manera asombrosa. Sin embargo, antes de culminar el primer tiempo anoté el empate por obra del goleador Magnus que aunque suele ser muy complicado, la hizo de tiro libre. Hay que tener cierta calidad (apretar el botón suavecito).
El segundo tiempo fue una copia del primer tiempo sin anotar goles. Culminado el partido nos fuimos a los penales.
Nos creíamos tan buenos jugando que el hecho de llegar a penales en el primer partido incrementaba ese supuesto.
Durante la definición nos cayó de sorpresa un sujeto, se colocó detrás de nosotros a observar los penales. Era normal que muchos se quedasen a mirar mientras otros juegan, especialmente en circunstancias decisivas. 
La tanda la gané atajando el último penal. Era chistosa la manera como ocultábamos el mando para que no viéramos adonde dirigir la pelota o lanzar al portero. A veces hemos llegado al extremo de esconderlo debajo del polo, el levantarse de la silla es habitual.
Este sujeto que nos miraba parecía ser mayor, de unos veinte o más años. Nos habló luego de terminar los penales.
¿Siempre vienen a jugar? Preguntó animado, parecía agradable. Jeremy respondió: Casi todos los días. Yo creí que diría la verdad omitiendo el casi. El tipo asintió con la cabeza y luego de un gesto propuso: Les juego un partido a cada uno. Si uno de ustedes me derrota, les pago otra hora.
Era una oferta tentadora, por un par de partidos podríamos jugar otra hora. Aceptamos enseguida, aparte porque el sujeto resultó ser simpático, más cuando al sentarse empezó a contar una historia.
Desde hace años he participado en distintos campeonatos de este juego, dijo muy serio. ¿Han escuchado de El Lobo? Dijo con aires de misterio. Contestamos en negativo moviendo la cabeza. El Lobo ha ganado todos los campeonatos, es el mejor jugador.
¿Qué si?, ¿Lo conoces? Quisimos saber, intrigados por su reseña.
¡Yo soy El Lobo! Dijo con una repentina y estruendosa voz. Inmediatamente se sacó la casaca y nos mostró la parte del espaldar de su camiseta, en donde se veía dibujada la imagen de un lobo. ¡Fue emocionante!
Ambos, aún más emocionados, jugamos piedra, papel o tijera para saber quién sería el primero en enfrentarlo. Él ganó.
El Lobo nos sorprendió eligiendo a Brasil, ninguno de los dos lo escogió antes, mientras que Jeremy eligió a Argentina, obviamente.
No quise perderme ningún segundo del encuentro, estuve atento a cada movimiento. El Lobo jugaba parado, según dijo, se sentía más 
libre.
Jeremy se puso en ventaja rápidamente. No se había cumplido ni un minuto y ya ganaba 1 – 0. Vi al tipo con cierta desconfianza, creyendo que todo lo que dijo serian puras patrañas. Sin embargo, este se hallaba fresco, moviendo los hombros y sonriendo, me dio cierta intriga su actitud. Jeremy no se dio cuenta de ello, estaba concentrado en golear.
Ante mi sorpresa el primer tiempo terminó 1 – 0 a favor de mi primo, quien se encontraba seguro de su triunfo, incluso, me llego a decir en modo soberbio: Por mi vamos a jugar una hora más. Ande ve pensando que otro juego quieres jugar. 
El segundo tiempo podría definirse como una masacre. 
El Lobo le metió 4 goles en los cinco minutos. El primero lo hizo al instante, después estuvieron algo parejos hasta que volvió a anotar y enseguida dio el golpe para el tercero. Jeremy estaba confundido, yo perplejo por su forma de jugar, nunca antes pude hacerle 3 goles a Jeremy, menos en un tiempo. 
El partido llegó a detenerse al pulsar STAR porque Jeremy quería comprobar si había alguna falla en el mando; pero El Lobo prefirió guardar silencio y cuando se reanudó el encuentro volvió a anotar sentenciando un favorable y humillante 4 – 1.
Puedo aseverar que El Lobo jugaba de la putamadre como dirían de modo criollo.
Terminado el encuentro estiró los hombros, movió el cuello y le dijo de un modo muy fresco: Buen partido, eh. Aunque luego deduje que se trataba de sarcasmo.
Jeremy no supo que decir, me dio el mando sin pronunciar palabras. El Lobo, estaba seguro, se reía por dentro.
Es mi turno, dije sonriendo para no demostrar mi miedo. El Lobo era un contrincante formidable.
De nuevo escogió a Brasil y yo hice lo propio; pero con Argentina en honor a mi compañero caído. Empezamos el encuentro. 
Sabía que El Lobo jugaba lento y dócil los primeros minutos, debía de hacerle algunos goles en ese transcurso de tiempo y no confiarme demasiado. Tal vez era su manera de jugar o quizá, una estrategia desarrollada con el paso del tiempo y los encuentros de 
Super Nintendo.
Efectivamente, Capitale anotó el primer gol desde la media cancha. El Lobo se hizo el sorprendido llevándose la mano a la boca.
Intercambiábamos ataques. El tiempo iba pasando, nosotros jugando cada vez con mayor intensidad, el partido era de ida y vuelta, hasta que de pronto, poco antes de culminar el primer tiempo logré meter el segundo gol. Esta vez El Lobo fue menos expresivo, solo tenía el rostro serio. Sabía que le había incomodado la anotación y que saldría a matar durante el segundo tiempo.
Así fue, Brasil salió con todo, arremetió con todo su poder ofensivo y logró descontar el marcador. Jeremy se llevó las manos a la cabeza, el tipo esbozó una sonrisa, yo me mantuve sereno.
Pasó un buen tiempo para que anotara el segundo y empatara el encuentro, justo cuando faltaba poco para terminar. Me lamenté porque estaba defendiendo bien; aunque no lo demostré. 
El Lobo sonrió, mientras que Jeremy de nuevo se puso las manos sobre la cabeza.
Acabó el partido 2 – 2 y nos fuimos a tiempo extra, donde la igualdad se mantuvo hasta los tiros desde el punto penal.
Se sentía confiado, lo supe al ver su rostro lleno de frescura, yo también, sorprendentemente, estaba seguro que ganaría. Soy bueno en los penales, generalmente no mis pateadores; pero si el arquero.
El Lobo empezó la tanda y anotó. Le seguí y también anoté.
Volvió a meter gol y yo también. Enseguida, de nuevo fue gol y el mío de igual manera. Estuvimos así hasta llegar a los primeros cinco penales.
Le siguieron los dos últimos. El Lobo le pegó y el arquero la atajó. Hizo puño en ambas manos dejando caer el mando al piso, Jeremy sonrió y rió, El Lobo se mantuvo serio.
Me tocó patear, le pegué y anoté el gol del triunfo. Gané 6 – 5 por penales al terrible Lobo, quien para hacer cómico el momento hizo como si estuviera muriendo, fue algo inesperado y gracioso. Se le fue el rostro serio y sus ánimos de ganador volviendo a ser el tipo agradable. 
Antes de irse cumplió su palabra y me dijo lo siguiente: Ahora tú eres un lobo. Es una frase que nunca voy a olvidar.

Curiosamente nunca volvimos a verlo.

Fin

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