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domingo, 9 de octubre de 2016

El genio

- Regresaba a mi casa bajoneado por un tema íntimo, es como si mis esfuerzos no valieran la pena. En medio del parque encontré una lámpara, al agitarla, sorprendentemente apareció un genio.
—Hola Bryan, gracias por invocarme. Te puedo cumplir un deseo, el que gustes. Asombrado, le dije, ¿En serio? ¿El deseo que quiera?
—Claro, el que gustes.
Solo tengo un deseo, a veces intento apagarlo, no sentirlo, no quererlo, no anhelarlo; pero en momentos como estos lo requiero, lo necesito desesperadamente y me hace falta.
—Sé que es lo que quieres, puedo leer tu corazón, dijo el genio. Te lo voy a cumplir.
Desapareció tan asombrosamente como llegó.
Llegué a mi casa pensando en que todo se hubiera tratado de mi imaginación, de repente mi estado de melancolía hizo que alucinara. Pero; todo era distinto. El tiempo, el ambiente y yo éramos otros.
Qué extraño, mi casa no tiene un cuarto piso. De repente estoy alucinando, mucho tiempo en el sauna me ha afectado los sentidos, pensé; ingresé preguntando por mi mascota, subí a mi habitación y la vi distinta, con más afiches de Goku, sin certificados ni diplomas de mis logros pegados en la pared. Mi computadora era prehistórica, mi celular sin WhatsApp ni Facebook. Una cama tirada en el suelo, el desorden absoluto de un irresponsable que sueña con ser escritor, puchos regados por todo el escritorio color marrón y apolillado, una botella de ron medio llena en el closet y preservativos en los cajones. ¿Qué está sucediendo? Quise saber. Pero no era preocupación, no era miedo, no era angustia, era una sensación positiva. Entonces, me vi en el espejo, no llevaba el cabello largo, ni ropa de marca, mucho menos relojes. Despeinado, con pelos haciendo de barba y terriblemente ojeroso por las noches en vela intentando escribir. Bloqueado como todas mis madrugadas. Pero, pude identificar a lo lejos, exactamente al lado de la almohada sin forro, una cartera.
— ¿Me acompañas a tomar mi taxi? , —Oye, ¿Me estas escuchando? — ¡Carajo, reacciona! No te puedes pasar la vida en este muladar, ya sé que quieres escribir y que andas bloqueado; pero soy tu novia, ¡hazme caso! Ya me voy, luego puedes volar y escribir toda la noche. Sonreí porque escuché su voz tras muchos años.
—Lo siento, le dije. —Disculpa, ¿Qué dijiste? —Dije que lo siento. Sí, tienes razón, este lugar es una completa mierda. ¿Me das un par de minutos? Voy a limpiar y ordenar las cosas. Podemos ordenar pizza y cenar juntos si te parece bien. Ella se quedó muda, hizo una mueca de asombro y se detuvo a un lado.
Fui acomodando las cosas, arrojé a la basura las decenas de cigarrillos, boté las hojas con textos regadas por el piso y limpié gran parte de la habitación.
— ¿Ahora te has vuelto un escritor limpio? Dijo con dosis de ironía.
Volví a sonreír y respondí: No voy a escribir. Voy a dedicarme a vivir, si te parece bien, a tu lado. Luego escribiré nuestras vivencias y jamás tendré que enviarte una carta que nunca llegará porque el cartero la habrá perdido.
—Espera, estoy confundida, dijo y se acomodó el cabello. —Lo que escuchaste, no voy a escribir. Si estoy bloqueado lo más saludable es que me aleje de la computadora. Voy a dejar de beber tanto y fumar. ¿Ordenas tú o me esperas un rato para hacerlo yo? Te gusta la pizza americana sin aceitunas, ¿Cierto?
Ella asiente con la cabeza, todavía se halla sorprendida. Enseguida, contesta: Sí, me parece bien.
—Espera que me bañe, vista bien y cenamos, le dije y me acerqué para darle un beso.
—Bryan, dime algo, ¿No estarás consumiendo esa basura, no? Porque si estas nuevamente con esos vicios, sabes bien que yo me largo.
—Tranquila, no necesito de ello para inspirarme, tú eres mi musa, mi teclado y mi noche. —Oye, ese no era el título del libro que pensabas escribir. —Sí; pero ya no. Ya no pienso escribir ese libro. No tengo porque escribirlo, porque no voy a sentirlo. No escribiré ese libro porque no tengo la necesidad de hacerlo.
Voy a dedicarme a ti y escribiré nuestras experiencias, nuestros mejores momentos.
—Qué lindo. Hace mucho que no me dices algo así.
Al regresar de la ducha, la vi echada sobre la cama viendo la televisión, se había quitado el saco y sacado los tacones, una enorme sonrisa se encontraba en su rostro.
—Ya estoy, le dije al vestirme. — ¿Cuánto fue la última vez que te vi peinado y arreglado? Ah, cuando me conociste, dijo con humor.
—Oye, disculpa mi desconfianza; pero no se trata de un cambio repentino y efímero, ¿Verdad? Yo estoy enamorada de ti y si nos dimos otra oportunidad fue porque lo deseo todo contigo, no quiero equivocarme y salir lastimada.
—Tranquila, a partir de ahora voy a dedicarme a hacerte feliz. ¿Sabes que adoro cuando sonríes? Disculpa si te hice llorar, si falté a tu graduación por andar metido en la computadora, si me dediqué a escribir sin saber que te perdía, lamento los fines de semana en que iba a beber y no te veía. En algún momento tuve una visión, me vi deseando esto. A ti sobre mi cama, con esa sonrisa y acordando una cena romántica que pensé en todos los errores que he cometido hasta hoy por mi egoísmo, por encerrarme en mis ideas y por mi testaruda manera de querer escribir todo el tiempo. De ahora en adelante voy a organizar mis tiempos.
—Si esto es cierto, si lo que dices es real, quiero que sigamos juntos. Es como te dije la última vez: Yo no quiero alejarme de ti; eres tú quien me aleja.
—No más distancias.
Nos abrazamos en ese momento y vi el calendario al fondo de la habitación, la fecha me hizo soltar un suspiro.
El genio había cumplido.

Fin

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