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martes, 25 de octubre de 2016

El asiento

- Subí al bus de siempre como todas las mañanas, llevaba los audífonos puestos escuchando The Killers y el morral lleno de apuntes junto a un cuaderno y lapiceros. Vi un asiento individual al lado de la ventana y me acerqué para acomodarme. Una vez sentado el bus siguió su trayecto; pasados dos minutos el cobrador empezó a andar por el pasillo haciendo un chasquido con las monedas. Resolví sacar unas monedas y pagar la cantidad justa. Este aseguró que aún faltaban otros 20 centavos y sin reclamo ni amargura se los di. Rápidamente siguió su rumbo y yo continué observando por la ventana a las distintas personas que andaban presurosas. 
Pasadas cuatro canciones de The Killers, grupo que he comenzado a escuchar con bastante apego, vi que subió una chica bastante simpática con una serie de maletines, entre ellos, uno enorme en forma de rectángulo en donde imaginé que guardaba dibujos o diseños de arquitectura. Yo antes llevaba uno similar, allá por el 2007 cuando me aventuré en el Diseño de moda por mera curiosidad. 
La chica se hallaba evidentemente fastidiada, su rostro así lo reflejaba, era codeada por los tripulantes que no querían moverse y llevaba consigo otro bolso, uno personal en donde seguramente estarían sus accesorios de belleza y demás. 
Ella profundizaba en el bus mientras que yo pensaba, ¿Por qué nadie le da asiento? ¿Dónde andan esos disque caballeros? Entonces, cuando ella se encontró cerca a mí, automáticamente me paré del asiento diciendo con voz dócil: Señorita, puede sentarse aquí.
— ¿Crees que me haces un favor? — dijo la muchacha con voz agresiva. No esperaba esa respuesta, tampoco que dijera algo, imaginé que únicamente me haría a un lado y ella se sentaría haciendo un ademán de agradecimiento, como suele pasar.
—Disculpa; pero no le entiendo— le dije, de repente sin pensar tanto. Fue una respuesta honesta y natural.
Yo todavía seguía en el dilema de pararme o sentarme, estaba, de hecho, con las rodillas flexionadas y el cuerpo hincado.
— ¿Crees que por qué soy mujer no puedo cargar con mis cosas? — Dijo con la misma intensidad en la voz.
Volví a mi asiento. El resto de pasajeros giró para ver la situación; pero resolvieron no opinar. Quizá lo habrán hecho en sus mentes.
—Esto es lo que me jode de los hombres, que creen que pueden hacernos favores porque somos mujeres— dijo en voz alta, obviamente mandándome una indirecta bien directa.
—Señorita, disculpe; pero yo no quise hacerle ningún favor. Solo intenté ser amable. De repente no está acostumbrada a ello— le dije con calma, ya sentado y con los audífonos puestos; aunque en silencio.
—Eso dices. Luego están pidiéndote el número del celular e invitándote a salir decenas de veces. Te mienten, te dicen lo que quieres oír y actúan bien para que una caiga— dijo y esta vez, entre tanta amargura en sus palabras, noté un conato de rencor y decepción por el sexo opuesto.
—Bueno, eso no lo sé. Yo no tengo intenciones de pedirle el celular, solo fui cortes. Ahora, si me disculpa, voy a seguir escuchando música—.
Seguí en lo mío, ella se mantuvo al lado cargando sus maletas, incómoda y con el rostro cada vez mas fastidiado por el movimiento que realizaba el bus al girar, acelerar y avanzar.
Pasados unos minutos y al no soportar seguir viéndola tan mal posicionada, le dije: Al menos, ¿puedo llevarte las maletas? Estas incómoda y no me parece que yo esté sentado y tú con tantas cosas, andes de ese modo. 
Ella me vio, no tan enojada como antes y accedió a darme sus cosas.
Las cogí colocándolas en mis piernas; pero, en ese momento, la oí decir de diferente manera: Oye, ¿normal si me cedes tu asiento? La vi y le dije, claro, no hay problema. Me levanté de inmediato y se acomodó con sus maletas.
Enseguida, me fui hacia el fondo, no quería estar frente a ella porque podría pensar que intento algo con mi amabilidad. Sin embargo, al estar lejos noté que por momentos volteaba para verme, yo me hacia el desentendido, me concentraba en el exterior desde la ventana y tararea la canción.
No sé donde descendió la chica, yo lo hice en el Trigal y ni siquiera vi si aún estaba en el bus. 
En ese momento, mientras caminaba y antes de plantear la posibilidad de escribir sobre dicha anécdota, se me ocurrió una reflexión con dosis de humor: No confundas mi amabilidad con querer sacarte el número de celular.


Fin

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