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domingo, 3 de mayo de 2020

Anécdotas de cuarentena (Parte 18)


- Te amo y espero que nos tengamos el resto del tiempo, le dije con la mirada fija en el esmeralda de su ojos; pero antes de que pudiera emancipar mi amor en un beso que nos lleve a la luna… ¡Desperté!
Que astucia la de los sueños para joderte el momento devolviéndote a la madrugada fría y sola, desalmada y nostálgica. Quise atravesar esa dimensión y retornar a su mirada y sus facciones preciosas, el cabello ondulado, los ojos amplios y una sonrisa bella. Cerré los ojos otra vez añorando encontrarla y lo hice. Existe un truco mágico para volver al sueño, se trata de enfocar el momento y materializarlo en la mente, ¿curioso, no? Materializarlo en la mente, es decir; hacerlo real como un recuerdo que vaga en tu cabeza y puedes usarlo cientos de veces, así se vuelven los sueños, recuerdos que son parte de una vida que no tienes o tuviste; enseguida estuve de vuelta, ella ya no estaba en frente, yo había desaparecido y seguramente se percató que debía seguir el rumbo de su camino o realidad. Devuelta al sueño, esa realidad, me di cuenta que debía buscarla, pero ¿en dónde? Abrí el mapa en el celular y no lo encontré, es obvio, los sueños te juegan malas pasadas, quieres lograr algo y no ocurre, quieres volar y no puedes, quieres ser veloz y eres lento; pero también puedes convertirte en un intrépido sujeto que logra todo con su mente, es decir; tener una capacidad superior, la mía, era la creación de realidades, entonces hice su pueblo y su casa, la estuve creando en el sueño y llegando a su localidad para encontrarla en la cama o la silla, el mueble de su sala o donde quiere que se encuentre. Nos vimos otra vez, yo la reconocí, ella no, me había olvidado porque el tramo de tiempo entre sueños a veces es infinito. Me pareció romántica la idea de recordarle quien era a base de argumentos extraordinarios y raros, fusiones entre la realidad de los ojos abiertos y los hechos imaginarios del sueño que también son realidades en ese entorno, es raro pero muy cierto lo que hablo.
Nos besamos inevitablemente y compartimos los mates. Me di cuenta que estaba en Argentina, desconozco la ciudad, pero el pueblo era uno lejano y olvidado frente a un riachuelo; aunque se veía precioso y mágico como esos sitios de los libros que tanto leemos y nos transportamos. Cogidos de la mano caminamos haciendo de cada andar un nuevo episodio que ahora no recuerdo porque los sueños se pierden al abrir los ojos no porque se esfumen sino porque la mente los reemplaza con la realidad. Y aquí, al abrir los ojos un domingo de cuarentena, ella no estaba, no la hallaba en la cama y no existía en mi rutina; pero tenía las fotografías exactas de quien era. Entonces, habita en esta realidad. Es una paradoja muy romántica.


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