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miércoles, 28 de febrero de 2018

La muerte tiene mi sonrisa

¿Alguna vez has odiado? Me refiero a la misma intensidad como haz amado. Con ese desborde de adrenalina que te lleva a realizar actos indescriptibles, con ese frenesí que no te deja pensar y con las ansias por querer nunca acabar.
Yo una vez odié a alguien.
Era un viernes por la noche y como de costumbre iba a casa de Anita, mi novia e imaginando que comeríamos pizza y veríamos películas para luego adentrarnos en su cama y hacer el amor, caminaba tarareando nuestra canción. Faltaba poco para cumplir quince meses de relación, andaba muy enamorado, quizá, de esa forma que solo ocurre una vez y maquinaba mentalmente la sorpresa que le daría mientras cruzaba la avenida y llegaba a la acera que dirige a su hogar.
Ella solía mantener las persianas abiertas, decía que así el sol de la mañana purificaba su sala; el único instante en que las cerraba, era cuando yo llegaba y debíamos estar a oscuras para disfrutar del films.
Se hizo costumbre las noches de viernes con películas y pizza desde que sus padres se marcharon al extranjero de vacaciones y la dejaran con la casa sola.
Toqué la puerta luego de percatarme del detalle de las cortinas cerradas, extrañado pensé que se trataría de alguna sorpresa, pues, Anita solía ser muy detallista, tal vez haya sido ello lo que tanto me gustaba de su personalidad.
Nadie salió. Enseguida, le envié un mensaje al WhatsApp y tampoco respondió. Llamé y no entró la llamada. Algo raro sucedía, pues, hace no menos de media hora habíamos acordado en cenar juntos.
Comencé a preocuparme, toqué de nuevo la puerta y volví a intentar con los mensajes.
Cogí el pomo y se abrió con facilidad como si alguien ya hubiera ingresado, entonces me adentré con rapidez, todo estaba a oscuras, salvo por una lámpara en el rincón de la sala. Caminé hacia su cuarto a paso ligero y noté un goteo en el suelo, no pude reconocer el color por la oscuridad del pasillo; pero al llegar al umbral de la puerta de su habitación la vi regada en el suelo.
— ¡Anita! ¿Qué ha sucedido? — grité preocupado.
Tenía el ojo morado, los pómulos hinchados y la ropa destrozada, sus prendas se encontraban por todos lados, uno de sus senos sangraba como si lo hubieran mordido con fiereza y noté un hilo rojo recorrer sus muslos.
Ella no podía levantarse, se hallaba desequilibrada, balbuceaba mi nombre con oraciones inconcretas y señalaba la entrada como si alguien estuviera allí. Volteé; pero no vi a nadie, le dije que se quedara quieta, llamé a emergencias y pedí una ambulancia para un supuesto robo, llegarían de inmediato, respondieron y fui a recorrer el resto de la casa por si los malhechores se encontraban por ahí.
No había nadie; pero las ventanas traseras estaban abiertas, maldije una, dos, tres y hasta cuatro veces, luego volví donde Anita y se encontraba con los ojos semiabiertos, en eso oí la sirena y enseguida el paso de los paramédicos adentrándose en la casa junto a los oficiales armados. Todo pasó tan rápido, me pidieron que me alejara; pero ella tenía su brazo en mi cuello, la inspeccionaron y colocaron en una camilla, después se la llevaron y los policías iniciaron la investigación, hicieron preguntas y exigieron que fuera con ellos a la comisaria; pero yo quería ir con ella a la clínica. Dijeron que podría ir después, que con gusto me llevarían, entonces fui con un agente de traje a su despacho, hablamos durante media hora, enseguida me llevó a la clínica; pero no pude ingresar a verla. El doctor me informó que la estaban tratando, que llevaba heridas de cuchillo en el vientre y que habían abusado de ella.
Yo soy de las personas que se guardan sus emociones; pero hice puño tan fuerte que hasta podría haber destruido una roca.
No es de gravedad; pero deberá quedarse la noche, dijo el doctor, el oficial me vio y dijo si podríamos seguir hablando, le dije que no, que no tenía cabeza para nada, entendió asintiendo con la cabeza y pidió llevarme a casa, me negué. Dio una tarjeta por si algo sabía y recibí sin mirarlo
Pasé la noche en vela pensando en lo ocurrido. En, ¿Qué hubiera pasado si hubiera llegado antes? ¿Qué podría haber sucedido si me daba cuenta de la puerta abierta? En todas las posibilidades que podrían haberlo evitado y maldije mil veces al tiempo, a Dios y a los cretinos que por robar las joyas de sus padres también la ultrajaron sin piedad.
A la mañana siguiente me dejaron ingresar, se veía desecha, su rostro angelical no era el mismo, las huellas de los golpes todavía se notaban, no quiso verme a los ojos porque se hallaba avergonzada, solo pude tocar su mano y decirle que todo estaría bien. Tal vez, mentirle.
—Lo vi— me dijo con su voz entrecortada.
— ¿Quién fue? —.
—Julián— dijo y empezó a llorar.
En eso entraron los doctores, su ritmo cardiaco empezó a perder fuerza, me arrimaron a un lado y la vi llorar mientras la socorraban.
Julián, la oveja negra de la familia, uno de esos familiares que no suman, drogadicto y ladronzuelo, solía verlo en algunas reuniones, siempre apestando a hierba barata y luciendo despojos de ropa, sus padres lo aceptan a veces por ser el hermano menor y a la vez perdido por la sociedad, a veces la familia acepta a la mierda por pena o por llevar el apellido. El cretino había entrado a robar, ello lo vio y la quiso matar; pero antes la violó. Ahora entendía la razón de la marca de cuchillo en el vientre.
La policía todavía se hallaba lejos del sujeto, antes tendría que esperar a que ella se recuperara para interrogarla, yo tenía el nombre; pero no iba a llevarlo a justicia, debía de enfrentarlo y sabia donde encontrarlo.
Siempre he sido una persona calmada, a veces con el perfil bajo, trabajo en lo mío y no jodo a nadie, voy donde mi chica y luego a mi casa, paseo a mi perro y estudio una maestría por Internet.
Llegué a un barrio peligroso, Julián solía parar en una esquina como una vez contó mi suegro cuando nos emborrachamos en una fiesta, incluso, el buen hombre lloró tras mostrar el porvenir de su hermano; pero a veces es así, uno no puede salvar a todos.
Mi primo practicaba beisbol, pues, se había enamorado de una venezolana que le enseñaba ese deporte. Cogí su bate, cigarrillos y me metí un trago del whisky que guardé para los quince meses.
El tipo estaba parado como si nada le importara, con el cabello hecho mierda, el cuerpo delgado y los efectos de la pasta haciendo estragos en su ser. De seguro habría adquirido toda esa basura con el botín del robo.
Le dije si podía venderme un poco, yo estaba con capucha y vestido de negro, el cabello amarrado y fumaba cigarrillos para parecer de la zona. Julián se negó; pero le mostré un billete grueso, accedió enseguida y nos fuimos a un callejón, la calle estaba oscura, solo un poste de luz alumbraba en una esquina, perros comiendo huesos y pasaba una carretilla con artefactos desechos. Era un lugar del carajo y solo estábamos los dos.
Lo empujé contra la pared con rudeza.
— ¿Qué chucha tienes? Si me vas a robar, solo vas a tener mi pasta, loco huevón— dijo entre cólera y risa el malandro drogadicto.
Saqué el bate que llevaba oculto detrás y le pegué uno tan fuerte como pude en la parte posterior de las rodillas haciendo que cayera al pavimento húmedo por la lluvia pasada.
— ¿Qué tienes? — dijo enojado.
—Anita—.
—Yo solo quise robar; pero ella se apareció— dijo en su defensa y como es que algunos cretinos se echan a llorar luego de cometer una desgracia.
Le golpeé la mano destrozando sus dedos, le partí la muñeca de otro golpe, pisé su cabeza haciendo que bebiera el agua del charco y empezó a golpearle la espalda, lo disfrutaba, ¿sabes? Era como si me excitara masacrarlo, era como si estuviera haciendo algo correcto, digamos, natural. Era como si realmente él necesitara eso de mí.
La sangre del bate parecía el resultado que buscaba, le metí un golpe directo en la cabeza, no pude partirla, es muy fuerte, pero el siguiente le hizo un profundo orificio y la sangre salió como chisguete confundiéndose con el agua de lluvia. De otro golpe le partí el cráneo y el tipo agonizaba, ya no lo entendía, eso me daba cólera, yo quería entenderlo, yo quería comprender sus palabras, todavía no deseaba que muriera, quería que siguiera con vida y eso me enfurecía, me hervía la sangre verlo con los ojos abiertos y balbuceando, con la sangre saliendo de sus oídos y boca, yo quería oírlo hablar y el tremendo hijo de puta solo se moría.
Supe que debía darle el golpe final y de repente me sorprendieron los patrulleros llenos de luces rojas y naranjas. De allí salió Anita y corrió hacia mí, al ver la situación, se detuvo, arrodilló y se llevó las manos a la boca mientras lloraba.
Sus ojos no eran los mismos que vi cuando lo conocí, parecía como si el diablo lo hubiera poseído, su mano ensangrentada, su risa se mantenía intacta como disfrutando del momento de aniquilar a Julián y ver como su cabeza se hace añicos, no era el chico tímido que saluda con un gesto timorato y luego trabaja en lo suyo con pasión, era como si un demonio hubiera entrado a su ser, era tan distinto; pero a la vez tan él.
— ¡Deténgase! — Gritaron los policías.
— ¿Tú qué dices, Anita? —
—Vámonos, amor, por favor, te lo suplico—.
—Que me lo pida, Julián— dije con una sonrisa.
Lo último que recuerdo es que elevé el bate lo más alto que pude y destrocé hasta el piso. La siguiente que apareció fue mi imagen tras un vidrio, yo con un teléfono y Anita en frente.
—Sales mañana, mi pa’ lo arregló—.
El viejo era abogado, he olvidado mencionarlo. Solo estuve una noche.
Yo ya no soy el mismo, ella, de alguna manera, sigue siendo la misma.
Es curioso, ¿no? Hoy por hoy, mi vida es más feliz. Digamos que sonrío cada vez que recuerdo como le partí la mitra a ese cretino.

Fin.

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