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lunes, 29 de mayo de 2017

Otro tatuaje

- Y pensar que dije que solo tendría uno; pero me hice un segundo tatuaje porque ocurrió lo siguiente: ‘Volverme adicto a los mismos’.
Al salir de la academia, porque ya había dejado el diseño de moda y vuelto de un viaje romántico resolví ir a la nueva tienda de tatuajes, ubicada cerca a mi casa -vaya usted a entender con claridad a lo que se refieren como el destino-.
Junto a mi ex buen amigo Kersy, que en la actualidad se hace llamar Kendall -y vaya usted a entender la razón de su alejamiento-fuimos a María Tattoos y entramos con timidez siendo recibidos por una guapa joven repleta de tatuajes, la cual me causó una agradable impresión, por lo que de inmediato quise que fuera ella quien me pintara la piel. Kersy no tuvo las mismas impresiones, se sentó a un lado, encendió un cigarrillo y añadió, ¿Qué te vas a hacer? Le dije, a Goku en super saiya tres y se empezó a reír.
Idolatras Dragon Ball, dijo con cierto asombro; la chica, al oírnos, sugirió algunos diseños en su celular; pero le dije que tenía la imagen de uno en mi bolsillo.
Tras calcar y hacer su respectiva chamba me dio un precio, el mismo que acepté con naturalidad, no quería negociar, el precio resultaba justo para el tremendo diseño. Además, esa linda mujer iba a tatuarme.
Aquí viene una extraña sensación que con el tiempo fui entendiendo, mi amigo, el entonces Kersy, dijo con cierta molestia: ¿Va a tatuarte la chica? Yo pensaba que un tipo.
Ella respondió: El local es María Tattoos, yo soy María. Me sonrió tras responder con ironía y esa sonrisa, les juro, me encantó.
Creo que tu amigo se pone celoso, añadió al instante y sonreí sin entender que realmente hablaba en serio.
¿Empezamos? Por supuesto, le dije. Se oyó el sonido de la maquina y empezó a pintar mi pierna.
Claro que Kersy se asomó para observar emulando al chavo del 8 cuando Don Ramón martilla. María, lo veía de rojo como quien dice con la mirada ‘Ya pues, déjame trabajar’ pero mi amigo se mantenía
en su obstinada posición y ella en un giro completamente gracioso le daba la espalda; aunque nuevamente él encontraba la forma de mirar. Así estuvimos por varios minutos, hasta que, cansada del mirón, le dijo con sutileza: Puedes, por favor, no desconcentrarme.
La chica tenía su carácter -y usted entenderá que a este hombre le fascinan las mujeres con autoridad-.
Me reservé la sonrisa, no quería que me dijera algo como, ¿te causa gracia algo? Vi a Kersy y le hice una seña para que me diera un cigarrillo, lo hizo al instante y comencé a fumar para calmar el dolor, que, de hecho, algunas veces resulta estimulante.
Fueron pasando las horas, el buen Kersy se hallaba regado en el sillón, ya dormido por haberse levantado temprano para ir a sus clases de teatro, babeando como un bebe y soñando que es Kendall -de hecho, esto lo agrego porque suena gracioso, yo nunca supe que quería ser ella-.
Teniendo a mi amigo dormido y cansado de escuchar las noticias en la televisión, quise conversar con la chica. No lo había hecho porque me sentí intimidado, conozco a personas que se meten en su trabajo y no les gusta que nadie los moleste -usted lector entenderá que yo soy uno de ellos, reniego cuando estoy escribiendo y tocan mi puerta-.
Y dime, ¿desde cuándo tatúas? Fue una pregunta ligera.
Tardó un minuto en responder y lo hizo de la siguiente manera: Detuvo la máquina, me vio con sus ojos negros como un laberinto infinito, noté el piercing en su ceja izquierda y respondió: Hace como ocho años.
No hubo dudas. ¡Me había enganchado con esa mujer!
Y, ¿es tu local propio?
¡Mermelada! Que pregunta tan estúpida.
Sí. Antes trabajé con unos amigos; pero ahora estoy sola, es mejor. Tú sabes, uno debe independizarse. Como los cantantes, pasan tiempo en bandas y luego son solistas.
Interesante ejemplo el de los cantantes, pensé.
Antes que dijera algo, preguntó, ¿a qué te dedicas?
María, al parecer, tendría sus treinta y pico, yo a la justa llegaba a los veintidós y mi modo de vestir, además del peinado y el morral lleno de cuadernos, evidenciaban que era un irresponsable académico; por esa razón, no había forma de mentir. De decir, ‘trabajo en tal lugar’ podría llegar a ser dubitativo, entonces, no quedó otra que ser franco; pero ambiguo.
Estudio. Y Cuéntame, ¿tienes tatuajes?
La pregunta no fue obvia, -aunque tal vez- pero, pues, ella respondió: Sí, solo dos.
Ya te alcancé, le dije con humor.
Volvió a sonreír; pero lo hizo mientras tatuaba, yo vi las marcas de sus mejillas, sonrió porque le causó gracia mi cojudo comentario.
¿Cómo es que te llamas? Dijo de pronto.
Bryan.
¿Ryan?
No, Bryan.
Entonces, eres Ryan.
Ya, sí, soy Ryan.
El sonido de la maquina no la dejó escuchar bien.
No sé si era mala o buena suerte, pero el tatuaje iba culminando. Entonces, debía de preguntarle por su celular antes de que me cubriera el arte para su protección, en ese trámite iba a pedirle el teléfono y anotarlo al instante; pero entonces ocurrió lo impensado.
Kersy despertó y dijo: ¿Ya terminaron?
No sé porque; pero no me sentía en confianza para hablar con María teniendo a Kersy prendido en la charla. Era como si alguien me estuviera espiando.
Era una sensación extraña, no quería sentirla; pero cuando quise volver a entablar conversación y de una vez sacarle el celular, vi como ese tipo me miraba, tal vez, pensando que soy su propiedad o algo así, debo confesar que hasta entonces no sabía acerca de orientación sexual -usted lector, sabrá que a veces uno suele ser algo ingenuo- pero no lo era para entablar charlas con chicas, por eso, ya sabiendo que se terminaba el trabajo, dije con total seguridad.
¿Me das tu cel? Tal vez podamos charlar con otro tatuaje.
¿Qué? ¿Piensas hacerte otro? ¡Bryan Orlando! Por favor, eh. No hagas que me enoje.
Era Kersy cuya actitud incentivó mis sospechas. María, tras una sonrisa de asombro, dijo: Ve Bryan, tu marido esta celoso.
Pagas en caja, por favor.
No soy Bryan, soy Ryan. Ah, no, si, Bryan.
Como sea, ve con tu chico.
Al menos me quedó un precioso tatuaje de Goku en super saiya tres y no volví a María Tattoos, no porque me haya dado vergüenza, sino porque cerró.
La razón me la dio un amigo cercano que le gusta andar por la calle de ocho de la mañana a ocho de la noche, este, en su caminar vio como un escuadrón de oficiales sacaba a la chica esposada y detrás a unos tipos con rostro complicado. Escuchó que todos decían, ‘no solo era una tienda de tatuajes, también vendían drogas’.
Al contarme, lejos de impresionarme por todo, le dije: Si hubiera salido con ella, me hubiera vuelto narco.
Ya era demasiado tarde para agradecerle a Kersy su extraña actitud de esa tarde, pues, ahora, era Kendall.

Fin

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