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lunes, 1 de mayo de 2017

La loca del casamiento

- Hace años tenía una ex novia obsesionada con el asunto del matrimonio, de hecho, y dada una coincidencia muy particular, cuando el novio de su mejor amiga le pidió casamiento a la susodicha, recibí, quizá, la llamada más hilarante de toda mi existencia: ¡Amor! ¿Cuándo comprarás el anillo de compromiso? Confieso que durante la tarde me había hecho el idiota luego de ver las fotos de ellos en Facebook (el tipo arrodillado y ella feliz, si, lindo, no hay dudas de ello) para evitar algo semejante; pero la viva, me llamó desde otro celular. Me asusté, lo admito. Aunque haya sido algo apropósito lo hizo parecer natural, como si fuera algo que debía de darse.
Este, ¿anillo? ¿Para qué?
¡Para que te cases conmigo!
Aquí realizo una reflexión muy personal, vengo de una familia estable, mis amigos ya se han casado y les va bien, de hecho, no tengo un concepto negativo sobre el casamiento; lo que me revienta y me jode al punto de sacarme de las casillas es el asunto burocrático. Yo siempre he pensado, ¿para qué firmar algo? Si te amo y me amas y somos así felices.
Es una total ironía, si tanto la amas, ¿Por qué no te casas?
Con respecto a ese punto, yo no la amaba.
Ya estábamos en el segundo año de relación y siendo claro, sucesos como celos enfermizos y posesión desquiciada como por ejemplo llamar desde otros celulares para saber mi locación y decirme muchas veces, ¿no te estás involucrando con tus seguidoras eh? Fueron el detonante para herir mis sentimientos.
Todo era un asunto mecánico, ir a la cama luego de la cena, ver tele hasta que nos pongamos cachondos y pues, tener relaciones para enseguida dormir.
Iba a decirle para terminar, lo había pensado varias veces, sobre todo cuando me molestaba con su fascinación por saber de mí a cada segundo.
Aquí viene el argumento por el cual digo “estar con un escritor no es fácil”, pues, me encanta y adoro estar solo.
A veces simplemente me voy a caminar sin responder o decirle a alguien donde estoy.
La soledad es deliciosa para la inspiración.
Bueno, de vuelta a ese asunto, la vi por la noche, vivíamos juntos, vale decirlo, y tras todo lo rutinario, me dijo: Bryan, voy a cumplir 33 años, ¿Cuándo nos casamos? Ya tenemos dos años de relación, vivimos bien y nos llevamos genial.
¿Genial? Si me paras reventando las pelotas todos los días y a todas las horas llamándome.
Si, ni siquiera entiendes el concepto de “debo estar solo para escribir”.
Lo pensé, no lo dije, soy un tipo que controla sus emociones; pero, en ese instante, me irritó cuando dijo: Luciana (su amiga) se va a casar con Edgardo, y yo, ¿Cuándo? No me estoy haciendo más joven ni más linda.
Olvidé mencionarlo, odio, repito, odio, cuando la gente hace cosas porque otros lo hacen.
Oye, sabes, no puedo seguir con esto. Demasiada presión. Quisiste vivir juntos, bien. Me llamas a cada momento y lo soporto, me celas hasta porque mi abuela me abraza y no tengo cabeza para lidiar con “ay porque ella se casa, yo también quiero”.
¿Qué sucedió? Se puso a llorar.
Terminé consolándola, hicimos el amor y le dije, ya satisfecho (me manipularon con un buen movimiento de cintura): Esta semana voy a ver joyerías.
Se emocionó y me abrazó con efusividad. Enseguida, pensé, estoy realmente jodido.
Recodé esta anécdota porque mi vieja me llamó reclamándome: ¿Dónde mermelada estas? Son las ocho de la mañana.
Y yo regresaba por la esquina con el tumbao que tienen los guapos al caminar en un estado de completa ebriedad.

Fin

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