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domingo, 14 de agosto de 2016

El casamiento

- Sus padres sentados en el mueble de al frente, bien vestidos, extrañamente sonrientes y viéndonos con peculiar ternura. Ella cogiendo mi mano con dulzura, sus dedos se entrelazas con los míos, yo veo al frente; pero no a sus viejos, sino a un cuadro con un navío dibujado. Dicen que te enfocas en algo específico para olvidar el alrededor. Ella habla con el resto de los familiares, su voz es cándida y hasta diría que por momentos desata una gran algarabía, más que todo, cuando sus amigas sueltan datos sobre los futuros planes. Una boda se aproxima, yo estoy en el mueble central de una vivienda lejana, tan lejana como lo es esta ciudad ante la mía, tengo 19 años, ¿estoy enamorado? No estoy seguro, he conocido a alguien en mi ciudad en el trascurso de las idas y venidas, de esos viajes largos para ir a verla y de ese tiempo importante en el que nos ausentamos. No se lo he dicho, ni siquiera me lo dije a mí mismo; pero ese alguien ya aparece desde días en mi cabeza. No obstante, me voy a casar, se termina la fiesta, como dictan vulgarmente los amigos, y aunque todo pinte realmente precioso y nuestra foto comprometidos reemplace al cuadro de navío, estoy dubitativo, contradictoriamente a lo que sienten todos esta noche, en especial, Mariana, que lleva una sonrisa deslumbrante, el vestido confeccionado exclusivamente para esta noche, esperando, quizá ansiosa, de repente, nerviosa; pero muy contenta y emocionada, mi argumento, el que creen que se basa en lo que siento y el anillo, el mismo que imaginan todos, voy a tener que entregar…
Su padre se levanta de la silla, su madre lo mira admirada, llevan veinticinco años de casados, los mismos que tiene Mariana, quien tiene una mentalidad altísima. Acaba de terminar Derecho el mes pasado, hice maravillas para llegar a la graduación. No recordaba la promesa que me hizo aceptar, esa de casarnos cuando termine la carrera. De hecho, nos conocemos desde que estuvo en tercer ciclo. Pero, tantas cosas han pasado, ella vive lejos, a un día de distancia en bus, dos horas en avión y su casa es lejana, incluso, cuando llego a la ciudad. Es enorme y grandiosa; pero lejana.
Es el brindis, ahora todos están de pie, incluyéndome. Tíos, sobrinos y amigas, todos están reunidos esta noche. ¿Mis padres? Ellos no tienen idea de lo que estoy haciendo, saben que viajo constantemente para ver a mi novia en la tierra lejana; pero desconocen lo que hago en este momento, la forma como visto, con este traje ficho, la copa de champagne en mi mano, los cigarrillos en el bolsillo del saco, muero por fumar; pero su madre asmática no lo permite. Es querer fumar o querer zafar, a veces pienso que lo segundo. Pues, mis padres desconocen que están próximos a ser suegros de esta gran chica, a quien, no estoy seguro si amo, entonces, ¿Por qué he dicho que es gran chica? De repente porque intento ser el típico muchacho confundido que desprecia a una gran mujer por andar enamorado de otra, sí, otra gran mujer. La vida y sus ironías.
Me alegra que al fin puedan comprometerse, siempre es bueno hacer las cosas como Dios las manda, dicta su padre, no es pastor ni miembro de ninguna iglesia, es un tipo muy conservador, por eso me agrada. Me señala, ¿debo hablar? Pero, no hablo en público desde la última exposición en la universidad -a la cual fui solo dos ciclos-. ¿Qué voy a decir? Quizá, la verdad.
Cuando veo a Mariana me doy cuenta que no puedo hacerle eso. Puede que sea muy estúpido al hacer algo que no quiero, que de repente, quise; pero ya no. Sin embargo, destrozarle las ilusiones resultaría peor que vivir algo que ya no anhelo. Medito tan rápido como puedo sin darme cuenta que todos observan al chico mudo, pálido, con gotas de sudor cayendo de ambas sienes. Parece que el ratón le comió la lengua, dice alguien y todos ríen. Bebo el trago por completo y argumento palabrería pura. No sé cómo pude ser tan falso. Tan hipócrita, tan indigno de ese lugar. Enseguida, ella se levanta haciendo lucir el vestido, me observa y añade ante mi asombro: Parece que habrá alguien que el día de la boda alzará la voz de protesta. He olvidado que me conoce de pies a cabeza, que no siempre me quedo sin palabras porque siempre, más cuando estoy enamorado, tengo mucho que decir. La gente murmura, yo me siento, ella también, el músico sintoniza una canción, el resto baila y ella se acerca a mi oído para decir, ¿Salimos a conversar? De pasada que te fumas unos puchos. 
Afuera, en el campo trasero de su vivienda, me siento en una banca, enciendo un pucho de inmediato y tras la primera piteada recibo una bofetada que me arrebata el cigarrillo de la boca.
¿Qué sucede contigo? Dime, ¿Qué mierda sucede contigo? Su voz de autoridad me asusta en lugar de excitarme como antes. Pienso que lo sabe; pero es difícil que yo se lo diga. Ella asiste: Dime, ¿Qué tienes? Pues, ante ello, solo queda ser honesto.
Mariana, lo siento; pero no puedo casarme contigo. Sé que hicimos una promesa; pero ha pasado tiempo, nos vemos poco o nada, en el MSN hablamos y no es lo mismo. Nosotros tuvimos algo especial; aunque ahora ya no se que sienta.
Ella enmudece. Sujeta el vestido para acomodarse en el césped. Entonces, tras una mueca, dice: ¿Por qué me lo dices ahora?
Por eso te pido perdón, no sabía cómo explicarlo, era algo que sentía hace semanas; pero no hallaba la forma de seguir enamorándome de ti. No te veo seguido, Mariana. Yo viajo siempre a Arica y tú nunca a Lima. Si, los estudios y toda la vaina; pero, eso ha hecho que se desgaste la relación. Ella piensa, observa mis ojos y pregunta, ¿Ya no me amas? Es una pregunta cursi; pero muy real, entonces, me doy cuenta que es momento de ser completamente franco y le digo: La verdad es que no lo sé. Esto es presuroso, no es lo que quiero, yo quiero tener tranquilidad, pues, pensar bien, de repente podemos casarnos más adelante.
Claro, que fácil, ¿No? Decirme todo esto a días de la boda, cuando todo se ha organizado. No solo eres un cobarde, eres también un imbécil. No sé qué carajos ando contigo, que ni siquiera sabes lo que sientes. Te estoy siendo sincero, Mariana. Entiende, podemos empezar de nuevo sin tener que lidiar con casamientos. Ella me mira, furiosa y decepcionada, para decir enseguida: Este es mí sueño, tú lo sabías bien. Pero, comprende, tengo 19 años, quiero seguir viviendo, a tu lado si se puede y de repente más adelante realizarlo. Casarme a esta edad no es lo que quiero.
Su madre aparece en escena para complicarlo todo. Mariana le cuenta lo ocurrido con lujo de detalles y naturalmente se va contra mí. El conato de insultos que recibo no voy a relatarlo.
Lo que recuerdo es que salgo de la casa y todos me miran desde el umbral de la puerta, enojados, señalándome, murmurando, protestando, entre tantas otras acciones.
No me arrepentí de la determinación. Andaba jodidamente confundido, no era que no la amase, era que no deseaba hacerlo, no en ese momento; pero pues, a veces la vida te muestra esta clase de situaciones.
Ni siquiera recogí mis cosas, compré un vuelo y me vine esa misma noche.
Once años después lo recuerdo, ¿Qué hubiera sucedido si aceptaba? Tal vez viviría una vida distinta, errada, quizá.
Tras esa noche, tiempo después, no pude entrar en ningún tipo de relación amorosa con la chica que andaba en mi cabeza. Sencillamente no quería nada. Es mejor darle descanso al corazón antes de iniciar algo. De ella no se mucho, tal vez, realizó su sueño. Quizá, no. Pero si algo nunca voy a olvidar es lo vivido en esa espectacular locación.

Fin

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