Mi nuevo libro

Mi nuevo libro
Puedes pedirlo al WhatsApp +51 987774365

domingo, 14 de agosto de 2016

Que lo decía todo

- Le dijo: Vámonos. Podemos vivir juntos; tu dedicada a los quehaceres y yo dispuesto a traer el dinero. No quiero seguir lejos de ti, separados por kilómetros que parecen universos, por tiempo que se vuelve eterno y estoy cansado de anhelar tus besos y tus abrazos. ¡Vamos a vivir juntos! ¿Qué te parece, mi vida?
Ella lo amaba más que a su vida, su vida llevaba su nombre. Era su hombre ideal, era el amor de su vida y por él estaría dispuesto a la locura que le estaba proponiendo. Entonces, aceptó con una sonrisa perplejamente enamorada.
Quedaron en encontrarse en el aeropuerto. Él alistaba sus cosas en la habitación del hotel donde se hospedó, emocionado, entusiasmado por la idea de poder gozar de su presencia diariamente, imaginando que sus padres le darían el apoyo necesario, creyendo que serian muy felices hasta el fin de los tiempos y aferrado a su amor, tan sincero como fuerte, tan grande como honesto, y tan real como lo que andaba viviendo.
Se despidió de todos los empleados del hotel en donde estuvo durante cinco semanas, durante un año y medio que anduvo visitando su localidad y prometió volver algún día.
Por su parte, ella alistaba su maleta, pensativa. Demoraba en acomodar las prendas, miraba su habitación y sentía que no volvería a verla, era una nostalgia confusa, entre pena y alegría, que ironía.
Miraba a su hermanito jugando, distraído de las responsabilidades de la vida y no sabía cómo decirle que no iba a volver a verlo.
Su madre llegaba del mercado, siempre estresada, renegando y en busca de alguien que la ayude a cargar las bolsas. Pensó en ella, ¿en quién iba a ayudarla?, si su padre estaba en el cielo y era ella la mayor de sus tres hermanos. No podía ser egoísta, reflexionaba. Pero su felicidad estaba en juego, meditaba.
Él se encontraba en el aeropuerto, con boletos en mano y maletas esperando. Ella todavía no salía de casa; tenía la maleta hecha pero no sabía cómo despedirse, tal vez, debía no hacerlo porque podrían impedirle la huida, que era lo más probable.
En el aeropuerto hicieron el último llamado al viaje rumbo a Lima desde el D.F. y él la vio venir -nunca perdió la fe, siempre supo que vendría- pero no llevaba equipaje.
Convergieron en un abrazo y antes de que le susurrara algo al oído, vio caer de sus ojos una lágrima que lo decía todo.

Fin

No hay comentarios:

Publicar un comentario