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jueves, 21 de mayo de 2015

La rubia del bus

- Caminaba por la avenida Caminos del inca alrededor de las diez de la noche, fumaba un cigarrillo para apaciguar el insoportable frío de invierno.
Terminado el pucho lo arrojé en uno de los tachos de basura que se encuentran en las esquinas.
Enseguida, al sentir que había caminado lo suficiente, resolví detener un bus y arribar a casa.
Desde mi posición comencé a visualizar el horizonte esperando que algún ómnibus se asomara antes que terminara congelándome porque salí de casa sin casaca y con bermuda siendo engañado por un caluroso; pero efímero rayo de sol.
Por suerte, no pasó mucho tiempo para que un bus se acercara y se detuviera al instante en el que me vio agitar el brazo.
Subí a pesar de encontrarse repleto. Me acomodé a un lado y empecé a mirar por la ventana mientras avanzaba.
De repente, en el siguiente paradero, descendieron varias personas y pude hallar un asiento desocupado. Me sentí afortunado.
El bus se detuvo en el semáforo y abrió sus puertas para que otro montón de personas subieran, desesperados y ansiosos por hallar asientos vacíos.
Una vez acomodados los que encontraron asientos y sujetados del pasamano los que no, el conductor aceleró e imaginé que llegaría pronto a casa y lograría echarme sobre mi cama, cobijarme bajo el edredón y ver alguna película nocturna hasta quedarme dormido.
—Permiso, permiso, por favor, escuché que decía una mujer, quien se colocó cerca a mi asiento.
Alcé la mirada y contemplé su rubia cabellera rizada que levemente rosaba mi hombro. Llevaba las mejillas rosadas como si hubiese transpirado, efectivamente, regresaba del gimnasio por el atuendo que llevaba y me sorprendí de los guantes de box que colgaban de su cuello; aunque al instante me pareció fantástico.
Liberó un suspiro que señalaba cansancio, con una mano agarraba el pasamano y con la otra se acomodaba el cabello.
No me percaté del maletín deportivo que tenia entre las piernas; pero deduje que debió haber tenido un fuerte entrenamiento.
El cabello rubio y rizado, las mejillas rojizas y la actitud para boxear, me llamaron mucho la atención. Era una chica preciosa y se hizo imposible no verla de reojo.
No puedo dejarla ahí, pensé y rápidamente le sugerí: Señorita, ¿Gusta sentarse?. Me miró y sonrió, pude ver el verde de sus ojos y me hice a un lado para que se acomodara. Fue ahí cuando vi el maletín deportivo caer encima de sus rodillas y antes de alejarme, oí otro suspiro, esta vez de alivio.
La rubia del bus me cautivó en un instante; pero no tenía intenciones de comportarme como un galán y quedarme a su lado para proceder a un coqueteo que posiblemente iniciaría con una sonrisa y luego con un palabreo que no tengo en mente; pero se me ocurriría en el momento. Correría el riesgo de quedar en ridículo y que ella pensara que solo le ofrecí asiento para eso o tal vez, si tuviera algo de suerte, podría quedarme con su número de celular.
Sin embargo, resolví quedarme con lo bonita que es e ir a un lado a seguir mirando el exterior desde la ventana mientras que sujeto el pasamano y el bus va avanzando. Pero, no pude dejar de pensar en la rubia que se hallaba a un par de cuerpos de distancia y tampoco quería voltear y que pensara que la estoy viendo. Trataba de enfocarme en otros temas, en la cama y la manta, en la película que vería, en lo que gané en el casino hace poco, entre otras trivialidades; pero ella seguía en mi mente. El cabello rizado, las mejillas rosadas, no dejaban de aparecer.
No puedo más, pensé y giré levemente el cuello para observarla, casualmente, me estaba mirando. Nuestros ojos convergieron y de inmediato nos hicimos los distraídos.
Estaba muy nervioso y me empecé a reír para calmarme. De hecho, tuve que ocultar la sonrisa con la palma de la mano, no sé que estaría haciendo ella.
Rato después, descendieron varios en un paradero. Sabía que se aproximaba mi destino y por eso volví a girar el cuello; pero esta vez, no se encontraba en el asiento que le ofrecí, sino en uno al lado teniendo su maletín a un costado.
Lo gracioso fue que se dio cuenta que la estaba buscando con la mirada y cuando volvieron a encontrarse nuestros ojos sentí como si me estuviera esperando, como si pensara, ¿en qué momento me encuentras? y se estuviera riendo para sus adentros.
¡Qué vergüenza!, pensé; pero ya no pude quitarle la vista. Me encantaba el cabello rizado, el verde de sus ojos, las mejillas rosadas y hasta el atuendo de gimnasio.
Sonrió al sentirme intimidado y ante mi sorpresa me hizo un ademan.
—¿Qué intenta decir?, pensé. Todo era tan rápido y a la vez tan extraño, el bus ya no estaba repleto; por eso pude ver con claridad el acto gestual que realizó. Quería que me acercara.
Tímidamente me fui acercando y al llegar al asiento vi que sujetó el maletín y lo colocó sobre sus piernas. Me senté a su lado y no dije nada.
—Gracias por ofrecerme el asiento, dijo con una sonrisa.
—Descuida, es lo menos que podía hacer, respondí y también sonreí.
Olía exquisito a pesar de haber salido de una práctica de box. Sus mejillas seguían rojas y anhelaba poder rozarlas o tal vez y mejor aun, besarlas.
Solo atinaba a sonreír, estaba nervioso y algo confundido; aunque me encantaba y era inevitable no observarla.
—¿Cómo te llamas?, quiso saber. Le respondí y le pregunté por su nombre.
—Ana María, respondió y el eco de su voz llegó hasta mis entrañas.
El cabello rubio y rizado, las mejillas rojizas, el atuendo de gimnasio, su aroma exquisito y ahora su magnífica voz, me encantaban; pero el bus estaba cerca de pasar por mi paradero y un dilema yacía en mi cabeza.
—¿Qué te gusta hacer?, preguntó y empecé a soltarme, era una pregunta abierta, podría expresarme y hablar un rato de mí, para luego realizarle la misma pregunta y conocerla más. Tal vez y podríamos tener muchas cosas en común, lo pensé en un minuto.
Comencé a hablar acerca de mis gustos y aficiones y lo hacía mirándola a los ojos, a esos verdes claros que me fascinaban y notaba que el rubio rizado le caía por la cara y lo expulsaba de un soplido, me encantaba.
—¿A ti que te gusta hacer?, pregunté y el bus pasó por el paradero donde debía bajarme y ni siquiera pensé en eso, tal vez, ni siquiera recordé que bajaba ahí y es posible que haya estado hipnotizado desde que empezó a hablarme.
El bus siguió su camino y la rubia del cabello rizado, los verdes claros, las rojizas mejillas y salida de una clase de box, y yo, nos íbamos conociendo.


Fin









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