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miércoles, 25 de agosto de 2021

El regalo de los 20

Había juntado dinero de las propinas y pasajes para comprarle su obsequio de cumpleaños; había ahuyentado el hambre en los recesos de la Pre de la universidad de Lima para conservar monedas con fines amatorios y había hurtado un par de pesos del chanchito de mi hermano para completar el saldo con el que podía obtener su regalo.

Pero había olvidado que ella… había olvidado el día de su cumpleaños.

Nos encontramos en un parque a la espalda del supermercado Plaza Vea que tantas veces nos divisó venir; ella salía del trabajo reluciente, en un traje que incluía falda y tacones altos, realmente conservadora como sensual; sonriente, con los cabellos lacios obligados para verse ordenada y el carisma de lunes a viernes implantado como un suceso habitual cuando me observa. Yo tenía el obsequio detrás como queriendo sorprender, ella caminaba a paso lento con las caderas prominentes, el bolso en la mano y quitándose los audífonos a medida que se asomaba.

Abrió los brazos como alas para que pudiéramos caber en un abrazo afectuoso tras habernos ausentado el fin de semana, días en los que solía emancipar mis gustos por la bebida y los amigos dejando a la novia en casa viendo la televisión, leyendo o acostándose tras la cena, aficiones que intentaba compartir con alguien cuyos decibeles de fiesta eran tan altos que no podían estar en parsimonia, distintos pasatiempos los de ella, quien calmada sobre el colchón con un tazón de canchita y una gaseosa de a litro más chocolates con maní, se sentía completa.

Tras el abrazo, viéndola sonreír emocionada, enamorada con un brillo estelas en los ojos, el blazer intacto a pesar del abrazo, la blusa cerrada por causa del invierno y una boina de tiempos de antaño que le añadió a un atuendo sencillo que lo lucia glamuroso sin darse cuenta, siendo completamente natural y a la vez bella, recibiéndome en esa entrada al parque para que nadie nos viera, o me viera, con el regalo detrás como un hombre que intenta ser detallista tras las calamidades que no iba a contar y fueron realizadas durante el viernes y sábado; aunque, por suerte, ajustando el presupuesto pudo comprarle un regalo inesperado, ansiado y asombrosamente particular por el apelativo recién instaurado que habíamos untado por el favor de sus pieles blancas con lunares entre los hombros y uno en la mejilla, haciéndola parecer, realmente, a un personaje emblemático de uno de esos portales antiguos en donde tiempo atrás, muchos de nosotros enviábamos mensajes.

Vaquita, le dije con el cariño que le ofrecía a pesar de ser paupérrimo para tanto amor que me daba. Te traje algo por tu cumpleaños, añadí contento por verla emocionada, recordándose a sí misma que hoy cumplía 20 y laburaba, con tanta pasión, en un estudio contable que tanto trabajo le había costado ingresar, por eso lo disfrutaba, ver numerales, cuentas y estados, hablar con viejos gordos y verdes que a veces querían seducirla y siempre reía con bromas afirmando que podrían ser sus abuelos o antepasados, y avanzaba a pasos gigantes soñando con un estudio propio, con surgir en un mundo de cuentas, números y afines, olvidándose, como lo hicieron en su casa, que era su cumpleaños, debido al estudio de cada letra, de cada método y las idas y venidas hacia su casa y trabajo en un bus incómodo; aunque, sonriente y emocionada, enfática y locuaz, de tener al novio, según llamaba a cada momento, perfecto, para entender su vida, su rutina, su casa y su trabajo, abrazándola cada miércoles, lunes, jueves o martes, y dándole besos de fines de semana en hoteles donde duraban hasta la hora del fútbol y hacían el amor como dos forajidos intensos y apasionados con las intenciones fulgurosas y románticas por quedarse por siempre juntos; aunque esa idea, esa noción, esa amalgama entre verdad y deseo, fuese meramente lo que tantas veces logra ser… 

Una ilusión.

 Y, sin embargo, para el cumpleaños número 20, le entregué el regalo envuelto de forma sutil y elegante por la empleada de una tienda miraflorina que me había vendido un peluche del personaje Cowco a un precio exorbitante diciendo que era original y que no había más de ese tamaño, pagué sin titubear, lo envolvió con una caja bonita con un moño parecido al que llevaba en el cuello de su blusa, el cual desataría más tarde, y lo conduje hasta el encuentro saliendo de la aburrida y tediosa Pre de una universidad donde entran hasta ciegos; pero donde yo quería y anhelaba estar para disfrutar de un rato de los matices diarios de la rutina con los jóvenes que iban y venían en mismas aficiones; causa de ello, los terremotos en mis relaciones. No obstante, María Gracia, me dio un abrazo fuertísimo, agradeció que fuera el único en su planeta que la felicitara por el cumpleaños, olía tan rico que quería desnudarla y hacerle el amor en ese momento; pero caminamos lentamente a un hotel cercano, ella abrazando al peluche muy bien parecido a su rostro; aunque no tanto a su cuerpo, con esa blancura y esas manchas, esas pecas y esos labios, esa carita con tez blanca y esos lunares en las espaldas.

 Me gustaba que usara trajes, que fuera tan elegante y sofisticada; pero también que tuviera ternura, pasiones y sueños.

Que me amara más de lo que siempre he merecido y aunque en aquella ocasión tuvo una euforia y una alegría descomunal, yo sabía que alguna vez los huracanes de mi vida podrían afectar el subsuelo de quienes somos.

 Y, sin embargo, que poco sabemos del futuro que vivimos del presente. Razón de ello, nuestro entrada al hotel dos estrellas, donde le daría el siguiente regalo.

 

 Fin

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