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lunes, 11 de noviembre de 2019

Un lugar llamado Gualeguay.


- Una vez tuve un sueño: me vi sentado en la banca donde sacó la fotografía que muestra el nombre de la ciudad que habita.
Pasaba tiempo, a veces en silencio y otras veces expresando, deleitándome con historias imaginarias y supuestas; aunque muy arraigadas a la realidad, en donde iba y me encontraba con ella en un abrazo imposible de separar y tras sonrisas con risas nerviosas y de alegría fácil íbamos a deambular por los confines de una ciudad, lejana para mis pies, pero muy cercana para la mente, terminando o pausando el recorrido en un jardín enorme y tal vez infinito si la ficción se suma en donde compartíamos el mate, la sonrisa, la alegría, el amor y también el atardecer.

Un lugar llamado Gualeguay.

Allí estaba, abriendo los ojos en un departamento rentado de la calle San Lorenzo 431, cerca de una plaza, la principal, la plaza Constitución según me dijo una vecina y aseguró con voz melódica en un audio de WhatsApp, la chica que todavía no se asoma a mi historia, pero deambula en cada instante mientras escribo.
Recuerdo con claridad su frase final poco antes de ese encuentro de ensueño, uno que no iba a desaparecer a pesar de las constantes idas y venidas de un romance virtual que dejó de ser llamado así desde que empezamos a sentir.  
¿Cómo son capaces de sentir dos personas si nunca han cruzado una mirada? Pues, yo diría que se trata de una virtud, una dualidad única, específica y sobre todo mágica, dos entes de ciudades distintas que se enamoran hablando y tan solo viéndose en fotografías, es así como nace el amor real, puesto que solo muestran poco de lo que son y aún así enamoran. Hay casos donde la gente muestra demasiado y solo desencanta. Es que hay quienes enamoran con facilidad como destinados a estar juntos, valga una redundancia muy romántica y cercana a la cursilería, que dicta que el destino no une lo que ya está unido, solo se encarga de revelarlo.
Una ducha de agua tibia que caía como manantial, la tele encendida en el canal deportes para no perder la costumbre, el atuendo de siempre, sobrio y ciertamente oscuro, gafas de sol y un peinado tal cual en las fotos para que me reconozca. Salí de casa, porque me gusta llamar así a los lugares adónde voy y el camino a la plaza, en donde ella ya estaba sentada, -esto lo supe porque envió un mensaje al momento en que iba acomodando la correa al pantalón- y después llegó otro: Ya estoy aquí. Y en ese momento, fiel a mi estilo de llegar tarde como todo buen peruano, recién iba saliendo de casa.
Y el camino a la plaza… Fue una especie de fantasía, pues, yo andaba nervioso y emocionado, feliz y brincando por dentro, aunque podía haberlo hecho en las calles desoladas porque las almas estaban guardadas debido a que el lunes a esa hora de la mañana los agentes que yacen en las casas aledañas se hallan escondidos en sus trabajos u ocultos en casas, pero no en calles, nadie en las intersecciones, nadie, solo yo, mi mente, mi fantasía de sentirme andando en nubes y mi emoción por estar cerca éramos errantes y cada vez cercanos.
Pero no tan lejos de ese sentir personal, yo pensaba, ya casi antes de llegar, en ¿Cómo se puede sentir ella? Fue demasiado tarde cuando empecé a maquinar esas emociones y sentimientos, ya estaba cruzando la última esquina y viendo la plaza totalmente desolada pero sin sentir ningún tipo de preocupación o ausencia voluntaria, puesto que sabía consciente y muy seguro que ella estaría sentada en alguna parte.
Un lugar en el que podía observarlo todo, incluso, mi caminar perdido o en búsqueda, mi silueta a lo lejos, mi forma de moverme, el cabello sujeto en moño, el atuendo oscuro, las gafas y todo… Ella podía verlo desde su posición y según dijo, alzaba las manos para contemplarla como si estuviéramos lejanos, como una embarcación que encuentra náufragos, pero quienes eran quienes, tal vez ambos éramos embarcaciones que nos encontramos en altamar o tal vez dos náufragos que hallan juntos una isla de paz. De cualquier manera o analogía, nos vimos pero no supimos que lo hicimos, es decir; yo la vi, ella me vio y nos acercamos mutuamente, claro que ella únicamente se levantó sabiendo que venía y yo contuve los latidos sabiendo que me acercaba.
La vi y pensé con rapidez: Es más hermosa que en fotos. Los ojos grandes y marrones como dos lunas a lo lejos, la nariz exacta y unos labios tentadores que sonrieron por nerviosismo y también por alegría, un aroma cálido y el cabello castaño y suelto cayendo detrás a la altura de su media espalda, vestida de negro con un jeans clásico y unos zapatos grandes que la hacían ver como una muñeca bien estructurada y vestida de tal modo para una cita con el hombre que dicta amar en mensajes instantáneos y alguna que otra video llamada en diferentes sitios de su casa.
El amor surgió, no de forma repentina, sino como un acorde mutuo, como si ambos fuésemos pianistas y tocáramos las partituras correctas de una historia grandiosa y con sentidos divinos.
Lamento si presumo, puesto que este romance resulta estupendo, yo no voy a decir que hubo desgaste o rutina, quiero contar una vivencia real y pienso que la realidad también puede ser bella.
Nuestro amor nació de una forma linda, fuimos constructores de este romance, de la historia que vivimos y de lo que sentimos porque nos llenamos de nosotros con acciones loables y sublimes, palabras sacadas de contextos que creímos e imaginamos, cuentos sobre encuentros y gustos simples que ocurren durante el día a día y que se vuelven mágicos porque el encanto se halla en lo de siempre.
Y allí estaba ella, Alicia con el mismo apellido, preciosa desde que cada lado que fui observándola, divina como sacada de una realidad celestial, con una melena brillosa y sedosa, una sonrisa honesta y los ojos más grandes y bellos que un humano haya visto alguna vez.
Nos abrazamos en un saludo y sentimos como el mundo paraba, como los acordes de la historia que escribimos y compusimos sonaran con más vigorosidad ante un público expectante. Afirmo que en ese momento sentimos que el amor que nos tenemos se expandió como el universo tras su inicio.
Glorioso y sublime, podrían ser los adjetivos puntuales. Yo quiero agregar más y me atrevo a decir que fue maravilloso y mágico, aunque sí quiero terminar esta descripción, voy a encerrarlo todo con un: Fue perfecto.
¿Sabes por qué?
Porque enseguida nos acercamos y le dije: Ven aquí, preciosa -cogí su mano en ese instante- y añadí: Y bésame.
Cuando nos besamos con delicadeza, una pasión que nos unió con frenesí silencioso y la atmósfera llamada amor nos encerró, el adjetivo perfecto podría quedar corto, pero ante los humanos y las letras, lo define bien.
Y al rato ya andábamos por los confines de la plaza, cerca al lugar donde estaba escrito Gualeguay y sujetos de la mano como dos enamorados.


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