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martes, 15 de mayo de 2018

De noche contigo

- Ella al lado izquierdo la cama, yo observando sus movimientos y pensando en cómo la confianza ha llegado a ambientar nuestro mundo, ya no somos quienes tímidamente preguntan antes de hacer algo, ahora ella se desviste, coloca la pijama de gatitos graciosos y una estrella en el centro y sonríe antes de descubrir el edredón y adentrarse en él como una niña que se cobija del frío. Es hermosa, no cabe duda y lo pienso desde siempre, desde esa vez en el Parque de las aguas donde la conocí y sentí que podría enamorarme, desde ese beso en una banca cerca a un poste romántico que se apagó cuando los labios se juntaron y prendió cuando lo miramos. Ha cambiado el peinado; pero me sigue pareciendo bella, ¿el amor así, no crees? Ver siempre a la mujer que amas como la primera vez, con ese brillo en los ojos, con esa profundidad en la mirada, con esa mordedura de labios deseándola cerca.
Su figura se amolda en su cama, aprieta fuerte sus manos a la manta de flores que huele a ella y siento al lado cuando la extraño. Yo me acuesto luego, antes debo apagar el computador, sintonizar una película o de repente la música, dar unas vueltas y desvestirme para quedarme únicamente en bóxer sabiendo que no dormiremos pronto. Nosotros sabemos que la noche, cuando nos quedamos juntos en mi habitación, no se usa para dormir.
Me recuesto a su lado, la miro ver la televisión, su perfil, sus labios, su piel morena que se confunde con la oscuridad y esos ojos negros y achinados que a veces frunce de enojada y otras veces abre a cabalidad como un búho, generalmente cuando me observa hablar de lo que siento o cuando ríe de espontánea por lo feliz que es a mi lado. A veces solo la miro, la contemplo estar contenta, yo sonrío cuando lo hace, cuando la veo reír, cada vez que los chistes le causan gracia o sus comentarios graciosos caen a pelo. He aprendido a reírme de sus bromas y carcajear de sus chistes, me he dado cuenta que si es feliz, yo también lo soy.
Vemos una comedia americana, la típica escena de los novios que se tardan en darse cuenta que son tal para cual, ella no se da cuenta que la estoy mirando reír, me pregunto si solo lo hace aquí, quisiera que no fuera así, desearía que lo derramara todo el tiempo, ella lo merece, conozco en parte su historia y quiero verla siempre con la sonrisa bien puesta en el rostro porque también me hace sonreír.
Se acomoda de lado, es su postura favorita. A veces me pide acercarme y colocarme detrás para besarle el cuello y el hombro sin que lo pida, es mi naturaleza para con ella y otras veces me asomo como felino cuando me olvido de la película y no soporto tenerla cerca y no poder devorarla a besos. Soy así, adicto a mi morena de los cabellos como Rapunzel, fiel a su piel y en especial a sus hombros descubiertos por la noche.
Ya en esa posición, olvidando el argumento del film, recalco la idea de quedarme por siempre en dicha posición, totalmente a su lado, fielmente como estoy, detrás y besándole el cuello, si me pidieran hacerlo toda la vida, yo lo haría con gusto, si pudiera pedirle un deseo a un genio, le diría que la noche fuera eterna.
Es la última noche de un grandioso fin de semana, tuvimos un asado familiar y una tertulia divertida, la pasamos bacán y nos divertimos como solo nosotros sabemos hacerlo. Yo mirándola en todo momento aunque a veces no parezca, a pesar que en algunas ocasiones no se dé cuenta, ¿Por qué la observo siempre? Porque quiero verla cómoda, porque deseo que se encuentre riendo, porque me esfuerzo porque este tranquila y en confort, porque se sienta como en casa, como en familia, como entre gente que la adora por como es y la mira con admiración y ternura, como lo hace mi madre, por ejemplo, que todo el tiempo le sonríe y expresa su cariño.
De vuelta a la cama, ya tras esa jornada espectacular en donde los cuerpos se fusionan en base al amor que nos sentimos, tras besarle hasta el alma plasmando en cada beso todo ese amor que le siento, rendidos como dos cavernícolas enamorados sobre una sábana que lleva su nombre, llegamos a sujetar nuestras manos a pesar del cansancio, es verdad que estamos agitados y los corazones avanzan a velocidad pero una sonrisa nos une y una mirada lo dice todo.
Abrazados debajo de un edredón para vencer al invierno que se avecina, ella se queda quieta en mi pecho tatuado, yo le acaricio la melena oscura como su piel que me fascina desde un comienzo y huele a jardín del Olimpo. Ella cierra los ojos por instantes, yo la siento relajada, como en un trance entre realidad y sueño, pero igual de preciosa, de hermosa, de divina, como una diosa que solo podría encarnar a otra diosa, la metáfora es válida para ella que lo entiende. Entonces, siento que debo confesar lo que toda la vida, desde hace bastante tiempo, vengo diciendo. Ella calla, silencia como grillo en la noche, y mi corazón produce las palabras para que los labios la destinen a su alma: Su nombre, se oye al inicio junto a un cándido ocasionado por la madrugada y mi argumento relata, te amo, mi cielo. Lo que siento destaca de todo lo antes vivido, lo que llevo adentro interfiere con todas las dimensiones establecidas, no puedo hallar otras palabras para decirte lo que siento y tal vez, millones de poetas ya lo dijeron en decenas de libros; pero esto, totalmente esto, es mío para ti. Te amo, le digo con los ojos cerrados para que se sienta mejor. Te amo y quiero amarte el resto de mi vida, desconozco por completo el tiempo que vaya a durar mi vida en la tierra; pero durante ese tiempo te voy a amar, mi cielo.
De repente las palabras se hayan escuchado en otras épocas, en otras facetas, en otras circunstancias, tal vez en Macedonia, Roma o Madrid, alguien ya las dijo, quizá, ya la hablaron en Marte, es posible que Bécquer haya contado muchas veces su amor con las mismas o similares frases; pero yo, exactamente yo, te las digo porque las siento y en este momento, en este preciso instante, las estoy fabricando.
Hago una pausa para meditar: Ella piensa que todas las palabras ya fueron dichas, son repetidas como figuritas, son inválidas porque han sido conjugadas; pero no se da cuenta, no comprende, no acepta, que las palabras nacen al momento de ser dichas y mueren cuando llegan al corazón del destinatario. Lo que trato de decir es que mueren cuando te las digo.
Te amo, mi prometida, le digo con una voz dulce y suave como para que pueda penetrar en sus oídos y llegue hasta el corazón, lo haga latir en mi nombre otra vez y sienta la calidez de ese amor verdadero y honesto que llevo adentro.
Ella se estremece, yo tengo ganas de darle un abrazo, llorar de emoción, sentir que quiero permanecer con ella por siempre, hacerle entender y creer que ese siempre es realmente un siempre, no es el siempre de los cuentos o novelas, no es el siempre que dijeron una vez y no duró, no es el siempre de las películas que terminan en dos horas, es el siempre original de un alma enamorada.
La abrazo y sus huesitos se retuercen, soy fuerte, los músculos se crearon para protegerla como los Espartanos y yo cuidaré de ella y lo que se avecina en su vientre hasta luchar contra el mismísimo Jerjes.
Y pienso en la noche anterior, en el momento en que supe la noticia, reflexiono para mis adentros: No puedo ser más feliz. Y entiendo que a veces, Dios, acepta un error y te recompensa. Entonces, logramos hacer las paces.
El abrazo detiene el mundo, la noche, el tiempo, lo detiene todo. Ella queda pegada a mi cuerpo y yo deseando que la noches perdure años. Ella se queda a mi lado y yo anhelo tenerla toda la vida a mi lado.
He soñado con que vivimos juntos, con que vamos a dejar a los bebes en la escuela y nos casamos frente al mar y la visto soñando lo mismo y la he visto realizando nuestros sueños en los sueños y nos hemos visto haciéndolos realidad y nuevamente nos vimos juntos y otra vez pegados a una cama y de nuevo he vuelto a creer que quiero tenerla a mi lado y me di cuenta entonces, esa noche, que el amor, después de miles y miles de años, ha llegado a mí materializado en ella.
El abrazo lo dice todo, a veces todo lo que las palabras ya dijeron, a veces todo lo que pueda decir mi literatura o mis besos; pero jamás todo lo que puedo decirle mientras le hago el amor.
Y me doy cuenta que tengo ganas de besar el Sahara nocturno de su piel, recorrer la luna de sus hombros y llegar a lo profundo de su inmensa belleza. Y lo hago al fin.
Es verdad que la noche se hace larga y eso me fascina, yo le palabreo todo lo que siento y ella me escucha a pesar que no crea en las palabras; pero le hago entender que nacen y mueren con ella. Que son únicamente para su ser, para amarla, por amarla, porque lo siento y porque necesito hacérselo saber, son palabras que nacen al momento, irrepetibles porque convergen en su delante, porque tienen su nombre y son para ella, son palabras honestas y reales y respaldadas por las cientos de acciones que tengo para amarla. Por eso, son palabras honestas.
Amanecer y verla es mejor que ver el mar Mediterráneo desde Atenas. Duerme como la diosa que es y yo la miro como el mortal enamorado que soy y le planto un beso de buenos días para hacerla feliz.
Le sigue, una risa, un abrazo, dos golpes divertidos, una carcajada, el sol resplandeciendo, vidas en su vientre y el tiempo de sobra para ser felices.

Fin

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