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sábado, 11 de septiembre de 2021

El enigma en la caja

- La rutina tiene caminos que en el infierno se ausentan.

Para quien se despide de los suyos al salir de casa a veces resulta agobiante el desconocido hecho de saber si volverá a abrazarlos a pesar que las responsabilidades intenten matizar los pormenores de una vida incierta aunque las idas y vueltas sean francamente concretas.

Caso contrario ocurre para quien vive en el aire sin la espera de nadie.

Sale a la rutina dispuesto a volver dentro de su propia cápsula sin besos en pausa ni llamadas martirizantes que involucran emociones. Nadie ladra su venida; pero invoca anhelos por volver a la cama.

El mundo está infectado de personas a quienes no conocemos aunque hayamos visto sus rostros en portadas de revista.

Una vez me contaron que este planeta es el manicomio de los seres de la galaxia.

Existen más desconocidos que seres a quienes saludamos y mucha de esa gente ni siquiera conoce el sabor del viento de una calle, ¿Qué nos hace creer que intuimos lo que son en base a sus perfiles en redes? Si la llegada de un paquete puede ser un detonante, una perdición o una fortuna.

Dicen que las personas nunca han evolucionado a pesar que el mundo avance porque la raíz de quienes somos está en qué hacemos cuando estamos solos dentro de nuestros pisos o habitaciones.

La historia a continuación intenta darle un sentido a los rostros que no vemos cuando saludamos a quienes conocemos.

 Raziel era un joven cartero empleado número uno de la agencia ‘Envíos Express’ cuya leyenda ‘Cuidamos tu paquete como un tesoro’ se podía leer en el frontis del local cerca al isotipo de muñeco sonriente con caja en mano, también se podía mirar con facilidad en la fachada de la puerta principal de la furgoneta que manejaba su compañero Javier, quien, a diferencia de Raziel no vestía tan formal para la ocasión. Él, en cambio, tenía un semblante único llevando un traje negro con calzado marrón, corbata a la barbilla y peinado de raya brilloso hasta la tarde mientras que el conductor, que no solía descender, dormía el tiempo que tardaba el empleado en dirigirse a la casa, adentrarse en el jardín, recorrer la acera hasta la puerta, tocar el timbre, recibir al destinatario y mostrar una amplia sonrisa para hablarle un poco de la empresa, la calidad del paquete y esperando gustoso las gracias y la firma, episodio que a veces tardaba más de la cuenta, debido al encanto inigualable de Raziel, quien solía ser invitado a tomar una taza de café, un vaso de gaseosa helada o agua para la sed, detalles que sumaban en su cargo para un próximo ascenso dentro de una empresa monopólica en el rubro de envíos nacionales y extranjeros; situaciones que Javier tomaba inadvertidas debido a que su única condición para ingresar al trabajo fue tener el carné de conductor para buses; aunque dentro de los pasillos se murmure que las faltas cometidas manejando tráileres en sus tiempos pasados habían sido borradas por el organismo judicial de la empresa. Él, reposando con el asiento inclinado, la camisa abierta por causa de la prominente barriga, la barba desafeitada, los cabellos greñudos y con una botella de energizante de anteayer todavía llena a la espera de otro sorbo, esperaba al dócil y según opiniones de otros compañeros, chupamedias copiloto para continuar el rumbo hacia otro distrito siguiendo el esquema de envíos según las estrellas de los emisores. Poco le importaba al conductor cuanto demorara Raziel dentro de una casa hablando y ayudando a cargar o desglosar el paquete porque se adjudicaba minutos para descansar o divisar el celular. Para él no existían ascensos, oía en los mismos pabellones que la empresa se desmoronaría por razón de fuertes competidores que vendrían del extranjero, Raziel también estaba al tanto de dichos divisores; pero se hacía de la vista gorda trabajando como tanto le apasiona para recibir marcos con su fotografía en donde la frase ‘Empleado del mes’ relucía despampanantemente exagerada con caligrafía sombreada.

¿Tuviste un avance con la hija? Oyó a Javier hablarle desde su posición con una sonrisa burlesca, la barba hecha añicos con residuos de refresco naranja y el brazo velludo apoyado en la ventana.

Raziel retornaba sonriente, el paquete había sido correctamente enviado, el padre de Luciana, un empresario de videojuegos había ayudado con la carga, sugirió una cerveza; pero él prefirió el agua con hielo. Hablaron un poco de temas que Raziel desconocía; pero oía como si supiera. Se estrecharon la mano como dos viejos amigos y separaron sabiendo que volverían a toparse por otras entregas.

Cuando volvió recorriendo la acera de la enorme casa con jardín en los lados, viendo a su bufón compañero reír con una pregunta, pensó que debía continuar con los envíos para poder acabar antes que el resto de la manada y seguir asombrando al jefe, el judío que aparece en celebraciones, para que pudiera otorgarle el ansiado puesto detrás de un escritorio.

—Cuéntame, ¿Llevaba su minifalda de porrista? La he visto de lejos y está rebuena Lucianita— mencionaba Javier con aires perversos a pesar de su risa grotesca viéndolo de reojo y dándole golpes en la pierna para que se animara a contar.

—Yo voy a dejar las cajas. Les pido que firmen y a veces ayudo a cargar al segundo piso. No socializo ni veo a las hijas de quienes acogen los pedidos. Además, tengo novia, Javier, no seas irrespetuoso—.

—Ahora comprendo porque hablan tanto de ti— respondió Javier cambiando el tono de la voz a uno más sobrio y menos burlón.

—Sé que dicen de mí; pero no me importa. Estoy aquí para crecer no para hacer amigos— contestó Raziel visualizando un chat especial en su celular.

—Dicen que eres el favorito del judío avaro; pero también dicen que eres su marioneta— añadió Javier interesado en molestar.

Raziel le sonreía a la pantalla ignorando las palabras y las miradas de Javier que conducía doblando una siguiente esquina de manera intempestiva para que el celular se cayera y su copiloto lo viera con ojos de coraje ante la vista irónica de su insoportable compañero.

—Hola amor, me quedan dos entregas y termino mi día, ¿a ti cómo te va? —escribió en un chat que tenía un corazón lado del nombre.

Dentro de uno de los tantos módulos del centro comercial, una chica de cabellos castaños y lacios, delgada como una pluma, luciendo un vestido absolutamente negro a excepción del nombre de la empresa en blanco, ubicado a la altura del pecho derecho, escribía mensajes sonriente teniendo a una señora que le podía duplicar la edad mandándole a cada instante para que moviera accesorios de un lado a otro y atendiera a clientes preguntones que vienen y nunca vuelven.

—Mi amor, me alegra. Dame unos minutos, atiendo a la gente y te respondo— le respondía a velocidad.

La siguiente casa se ubicaba en una amplia esquina, Javier contaba un mito acerca de un encuentro casual con una muchacha que conoció en una web y se empataron en un hotel cercano a dicha calle. A Raziel no le importaba lo que hablaba, se enfocaba en la siguiente intervención, en descender, acomodar la corbata, el peinado y verse al espejo poco antes de asomarse a la casa para la entrega de una caja en especial cuya diferencia a la anterior era que el contenido no iba acorde al tamaño del paquete.

La cargó como si tuviera una fuerza descomunal adentrándose en una reja a paso parsimonioso por si los perros estuvieran atentos a cualquier individuo.

Una anciana de altísima edad apareció en frente, se veía tan longeva que podía haber presentado todas las guerras de la humanidad, Raziel lo reflexionó con rapidez, aceleró el ritmo de su andar para que no tuviera que caminar más, le realizó un gesto de manos para que se detenga; pero la señora seguía caminando hacia adelante intentando converger con el sujeto que traía su pedido.

Los perros corpulentos que cuidaban la casa empezaron a tomar posición y el joven cartero temió por su salud hasta que la dama de blanco por los cabellos con canas que caminaba despacio por bastón ahuyentó al par de sabuesos con un chasquido de dedos haciéndolos retornar a sus moradas como fieles súbditos. Raziel aprovechó el momento para aumentar el paso de su andar y entregarle el paquete a la damisela de larga edad, quien sonriente a pesar de la escases de dientes, le dijo: Muchas gracias, te pondré cinco estrellas.

Cuando volvió sudoroso, cansino y preocupado por lo que podría pasar si los perros no fueran tan domésticos y oyó a su compañero darle buenas noticias tras comentar burlesco sobre la ceguera de la anciana.

—Parece que es todo por hoy, estimado. Mañana continuamos, acaba de confirmar el judío— informó.

A Raziel le pareció extraño porque todavía quedaba una caja; pero se sentía tan agotado mental y físicamente que accedió sin recelos.

—Además— mencionó Javier prendiendo la furgoneta: Quiere hablar contigo cuando lleguemos a la oficina.

Asintió con la cabeza entendiendo el mensaje y revisó su celular con la calma que se le adjudicaba.

—No te ha llamado ni escrito— dijo Javier con serenidad.

Parece que fui el elegido en darte la noticia, añadió distinto en actitud.

Verificando los mensajes se percató que Soraya, su novia, le había enviado varios en diferentes espacios de tiempo, comenzó a divisarlos con lentitud para asimilar su palabreo romántico, estirar sonrisas y contestar acorde a lo que acontece en pantalla.

Amor, la clientela solo viene a preguntar. No importa. Aunque debería, porque mientras más sale mi producto, obtengo ganancias y no me grita esta vieja del lado que dice ser la jefa.

Te extraño, ¿nos vemos para la cena o tienes mucho trabajo?

¿Amor, llegas a las seis? Te cuento que me distraje viendo vuelos, tours y demás. Ojalá podamos estar en Roma. Es el sueño mío tanto como de Enrique.

La sonrisa del cartero fue más grande aun cuando descargó la imagen de su novia mostrándole su vientre encantado.

Te amo, espero verte lo más pronto posible, decía después enviándole una nueva imagen.

A primera impresión, el maquillaje barato no le favorecía ante las ojeras, la barriga todavía no crecía, el vestido aun le quedaba, hace poco habían charlado acerca de las posibilidades, de cambiar de trabajo por un inminente despido o aplazamiento por causa de su embarazo inesperado al cual le agregarían su pobre desempeño. La idea la entristecía porque había gastado los ahorros en inversiones de negocio que no tuvieron fortuna, trabajó para la empresa de cosméticos nacionales que no le entrega productos de regalo, dentro de poco se ancharia el vestido, los tacones incomodarían, la sonrisa se desquebrajaría a pesar que en la foto estuvo feliz, y las opciones se acortarían si Raziel no alcanzaba el ascenso.

Ambos sabían que el piso donde viven es rentado, que el abuelo que renta cobra cada mes más de la cuenta, que no tienen adonde ir si no pueden pagar, que los sueldos no llegan a quincena y los sueños de una velada en Roma con mesa para tres puede que acaben en un nosocomio olvidado con enfermeras parecidas al diablo.

La oficina del judío se encontraba al fin del pasillo, nadie asistía a menos que tuviera cita, generalmente solía llegar para las celebraciones; pero vino un viernes casi a la altura de las seis de la tarde, horario en que finaliza la jornada laboral y las personas como Javier y el séquito de camaradas zafa hacia su hogar, el bar que se encuentra en la otra esquina o hoteles dos estrellas con mujeres a quienes conocen en páginas dudosas.

Parece que hoy me darán el ascenso, le escribo a Soraya caminando el pasadizo rumbo a la oficina de puerta marrón.

Disculpa la demora, preciosa; estoy a punto de hablar con el jefe.

Conversamos en casa, mi amor, añadió rápidamente.

Casi enseguida, mientras se hondaba en el pasadizo con murales llenos de explicaciones de como formular los envíos, calibrar las cajas, ubicar las direcciones y demás, respondió su novia, emocionada por los emoticones usados en el chat.

Amor, felicitaciones. Me encanta la idea, entonces seremos tres y estaremos contentos. ¿Ves que todo se resolvería?

Raziel miró la oración por encima de la ventana, estiró la mano para tocar; pero escuchó a alguien por dentro decir: Pasa. No tenemos mucho tiempo.

No fue como aquellas películas que solía mirar de niño en donde el antagonista fuma un habano de espaldas sobre una silla giratoria.

El judío, tal cual le hacían mención en la empresa, era un hombre delgado, de cabello negro y escaso, sin gesto y vestido de blanco como si estuviera en una ceremonia espiritual. Le ofreció asiento y lo tomó. Se habían conocido hace dos años, Raziel era un pequeño postulante a trabajo de medio tiempo para poder alcanzar el horario de la escuela nocturna, tuvieron una conexión padre e hijo que se fue diluyendo a medida que el jefe se perdía por largos periodos y aparecía solo para celebraciones siempre vestido de blanco cambiando la chaqueta y los zapatos como si fuera una forma de hacerse sentir en un mar de trabajadores con atuendos negros.

Sus ojos jalados y el apellido en una frase lo hicieron acreedor a un primer apelativo que al paso de los años se convirtió en el que Javier denomina argumentado en el retraso de varios salarios; aunque para Raziel, frente a él, todavía era: Mr Ed White.  

¿Qué es la vida sin sus ironías? Reflexionó algunas veces recostado en un viejo mueble individual con vaso de ron en mano, con la radio en silencio para no despertar a Adriana acostada casi al filo de una cama desordenada con las bragas en alto y los cabellos desparramados como una flor de loto.

Salió de la meditación para responder mensajes de casa. Las preguntas, ¿Dónde estás?, ¿ya vienes?, ¿te apresuras? Rellenaban el chat como si estuvieran gritándole por el frente.

No olvides que acaba de salir positivo. Necesito de ti, quiero pasar tiempo contigo. Nosotros requerimos de ti, leía después con más parsimonia.

Vas a ser padre, no lo ignores, por favor, añadían luego con intenciones de querer hacerle entrar en reflexión, una que ya tenía ambientada en su cabeza al terminar la sesión amatoria de la semana.

Recogió la chaqueta distribuida por el piso, le dio una mirada gélida e indiferente a la mujer desnuda sobre la cama y salió de la habitación encendiendo un cigarrillo al sentir el aire frío de la calle y caminar unos pasos para continuar con el pensamiento el tiempo que dure el humo saliendo de su boca. Detuvo un siguiente bus, lo abordó con la cabeza recostada en la luna y no cogió el celular bombardeado de mensajes hasta su esquina. La oscuridad de una calle olvidada por el Intendente con calzada averiada, faros que no se prenden y susodichos amantes de lo ajeno ocultos por la bruma a la espera de desconocidos.

Abrió la puerta del piso que renta junto a Soraya, quien lo esperaba sentada y dormida sobre un mueble individual, vaso de leche sobre la mesa de noche, la televisión con una novela encendida, un beso en la frente la despertó y la amargura que tenía desapareció con el sueño o su presencia, intentó pararse exagerando el embarazo, le preguntó ¿Cómo estaba? Aparte del ¿Dónde estaba? Y le sugirió la cena que no quiso comer. En cambio, bebió una cerveza caliente culpa del refrigerador oxidado, le dio giros al cable encima de la tele para sintonizar otro canal y su fallido intento por acomodarse en una silla lo llevó a la inminente furia.

Desató coraje en palabras soeces, arrebatos en gestos acerca de la mala convivencia de los suyos con los objetos miserables, quiso llorar de impotencia porque el dinero no alcanzaba y aunque Soraya propuso volver al trabajo, sabía que un dilema tomaba forma en su mente, ¿ser padre sería prudente? La sola idea de pecar lo aterraba, su madre que en paz descanse lo había criado a buena voluntad; pero no pudo seguir con sus consejos porque murió en un accidente. Se cuidó prácticamente en soledad junto a un hermano que no ha vuelto a mirar, las cuentas por la renta acumuladas, los sortilegios de amores que no van a ninguna parte lo tienen a veces curado, la mujer que piensa amar embarazada y el trabajo pantanoso y complejo a pesar que se trate de recibo y envíos con un contrato bajo firma de no ofrecer seguros por mordeduras de canes o ira de clientes acabó por darle un giro la tarde del último día laboral cuando asistió a la oficina del jefe.

Raziel pensó, después de aquella charla, que de no haber consolidado un afines hubiera desistido de los sueños de su mujer y de quien alguna vez fue él mismo.

—Eres uno de los mejores empleados que he tenido, empezó a hablar Mr. White, llamado así por la inscripción en la puerta y una barra sobre el escritorio; aunque ante la respuesta de agradecimiento por parte de Raziel, el judío, amigablemente sugirió que le dijera Tom.

—Tom, dime Tom, así me llaman mis amigos— comentó estirando una sonrisa que posiblemente fue lo más brilloso que vio Raziel en el último mes.

Se frotó las manos como quien prepara un siguiente discurso, lo miró a los ojos tan directo que pudo hacerlo intimidar y le dijo: Tengo un trabajo especial para ti.

En un veloz pensamiento, el joven cartero se hizo una cuestión, ¿Qué tendría de especial dejarles cajas a la personas? Y a sabiendas de la espera, de repente, de un comentario asertivo, respondió: Para mí trabajar aquí ya es un hecho especial.

Tom esbozó una sonrisa carismática, por ahí se le salió una risa y con el mismo sentido amigable le dijo: Este siguiente envió es especial, no por el contenido, sino por la persona.

Raziel se sintió emocionado, había escuchado en los pasillos que las personas famosas suelen pedir envíos exclusivos y quienes van suelen recibir un trato distinto subiendo en ponderado. El objetivo no era solo para aquellos que logran realizar un buen trabajo, sino para la gente de pura confianza.

El señor abrió el cuello de su camisa japonesa y dejó contemplar un collar de llave el cual quitó con destreza hincando el cuerpo para abrir una caja fuerte debajo del escritorio ante la atenta mirada de su empleado estrella, de ahí elevó una caja común y corriente, marrón claro, con sello de la empresa, cerrada y destinada, la posó con solemne fuerza sobre la mesa dirigiéndose en palabras al chico en frente.

—Esta caja es especial, se la vas a entregar a mi madre—.

En primera instancia se nublaron las ilusiones de Raziel por tener como destinatario a artistas o gente importante; sin embargo, se dio cuenta de la confianza que tendría Tom para otorgarle dicha misión. Recogió la caja cargándola con sorprendente facilidad a pesar de su impresionante tamaño capaz de ocultarle parte de la cara de sola elevarla y pidió la dirección de la destinataria suponiendo que el plan por alcanzar la cima profesional estaría en las líneas de un mapa virtual que llegó al instante en mensaje al celular.

Poco antes de salir, Tom le dio una recomendación: Ten cuidado, ella suele ser una persona un tanto especial durante estos días del año.

Raziel que había visitado a una centena de personas, ancianas con perros rabiosos, señoras longevas que olvidaron la forma de su firma, tomó la sugerencia como un saludo a la bandera, recogió las llaves de la mejor camioneta, para uso exclusivo de clientes importantes y mostrando una amplia sonrisa en señal de satisfacción y ganas por realizar la última labor, salió de la oficina olvidando avisarle a Soraya sobre su tardanza, agradeciendo a Tom por la oportunidad y recibiendo de su parte un gesto de despedida con sonrisa en línea sin mostrar los dientes. Cerró la puerta y tomó rienda suelta a su trabajo.

Abordó la furgoneta tras colocar a la caja como copiloto, sintonizó una canción que lo trasladó a algún momento especial con su amada y avanzó sin preocupaciones convencido que haría un trabajo excepcional con la experiencia obtenida logrando de esa manera acelerar el ascenso.

Llegó a un barrio exclusivo de Lima, un portero le abrió la reja e invitó a pasar luego de pedirle cierta documentación y estacionó el auto próximo a aventurarse a un camino pedregoso que conectaba con una de las pocas casas ubicadas en la zona. Resolvió recoger el paquete cargándolo con una sola mano, en la otra llevaba un portafolio, el lapicero ubicado exacto en el bolsillo de su pulcra camisa, la corbata con un nudo impresionante y la chaqueta con los botones impuestos, caminando a paso sigiloso para no tropezar, oyendo el silbido de los grillos y sintiendo la brisa de la libertad lejos del tránsito y la gente; se detuvo al mirar el número de la puerta concierne al mismo que le otorgaron y se asomó para tocar el timbre una sola vez como indicaron.

Al cabo de un minuto salió un empleado, era viejo, vestía de atuendo formal, le abrió la puerta para que entrara y le pidió que dejara el paquete sobre una enorme mesa de madera ubicada cerca a la entrada.

Raziel sabía que debía de ser una entrega personal, algo que no había detallado el judío; pero beneficiaba a su meta.

Debo entregarle esta caja a la señora White, le dijo. El empleado hizo caso omiso a su petición repitiéndole que lo dejara y se fuera. Raziel insistió: Su hijo quiere que se lo entregue en la mano.

El mayordomo abrió los ojos bien amplios como sorprendido, entonces, estiró una mano mostrándole el camino que debía seguir para encontrar a la dama.

Avanzó viendo como el viejo se quedaba en su lugar, oyó un sonido de puerta cerrarse con llave que lo sorprendió por un instante, mas no le dio otra importancia que continuar con su labor. Se asomó por un sendero decorado por marcos con retratos de señores longevos a quienes no reconocía; pero veía en similar apellido armando supuestos. Cargaba el paquete con solvencia manteniendo a la vista en frente para no remover ningún artículo que podría valer una fortuna, se estableció en un umbral que conectaba con un jardín. Paró para contemplar lo extraño que era el sitio por encima de su vista, pues rejas como jaula impedían el paso inclusive de las aves y aunque las flores relucían como tulipanes y margaritas, parecía ser una cárcel a un lugar descansar. A la derecha se dio cuenta que se hallaba una anciana de cabellos blancos como la nieve ubicada sobre una silla de madera con los brazos sobre el pasamanos y manteniéndose quieta como quien contempla algo en la arboleda en frente a pesar de la caída de la tarde.

Dio la vuelta para mirar al desaparecido mayordomo y sin dudarlo se introdujo en el jardín a paso parsimonioso sosteniendo la caja con la seguridad y satisfacción que la entregaría en manos de la persona correcta. Se dio cuenta enseguida que nuevamente oyó el sonido de una puerta cerrarse, dio un giro veloz comprendiendo que el empleado había asegurado la mampara que divide la casa con el jardín y fue entonces que al voltear se percató del rostro de la anciana.

Tenía el ceño fruncido como si el odio la invadiera, los ojos llenos de coraje e ira capaces de lanzar fuego y los dientes afilados aplastando los labios al punto que salía sangre; para tener el cuerpo estático había girado la cabeza noventa grados logrando que las venas del cuello se vean rojizas, casi lilas fervientes a una piel blanca como su melena pastosa y desabrida que podía caerse como pelos en el barro. Se dio un susto de aquellos como un golpazo repentino que lo tumbó emocionalmente; pero se mantuvo de pie como laborioso y apasionado trabajador a sabiendas que en frente había una especie rara de ser humano completamente enfermo.

—Señora White, esto es para usted— le dijo timorato.

Ella soltó ladridos de can rabioso estirando el cuello venoso como si pudiera alargarlo con facilidad, Raziel vio hacia atrás con ganas de zafar, olvidando el envió y el ascenso, la doña esbozó una sonrisa con baba hirviendo que cayó al césped pulcro y se echó a reír como poseída.

Giró la cabeza para acomodarla al cuerpo, salió reptando de la silla oyéndose el crujido de los huesos desechos asomándose como gusano burlesco, horrendo y con las prendas manchadas de verde dando giros de cabeza que espantaron al muchacho, quien decidió correr hacia la puerta cerrada ofreciendo golpes y gritos que el empleado no quiso oír, ignoró haciéndose el indiferente hasta apareciendo en frente como una especie de fantasma viendo como la señora se levantaba irguiendo el cuerpo como una mutación horrorosa estallando en crujidos que se confundían con su diabólica risa.

Raziel pensó que se trataba de una pesadilla, volvió a rogarle al empleado que abriera la puerta, dejó al fin la caja sobre el piso para golpear la mampara que parecía de un vidrio como el acero, vio al mayordomo no emitir ningún gesto como exhibicionista de algo grotesco y sabiendo que estaba perdido dio un último giro para contemplar a la vieja demoniaca contemplarlo en su forma humanoide con los cabellos casi a la cara, los dientes afilados, las manos en señal de ahorcamiento con destruidas uñas y los pies descalzos que parecían mutantes más una bata ensuciada con barro y planta demasiado próximo a él, quien únicamente atinó a pegar gritos de susto y desesperación ante la continua vista indiferente del mayordomo cuya frente sudaba víctima de lo que miraba con macabra morbosidad hasta que el pie asqueroso del monstruo madre de su jefe impactó con la caja en el suelo dándole un instante de esperanza a un joven cartero perdido y atención a un extraño y horripilante ser.

Raziel vio como la señora hizo resonar la caja cerca de su rostro estirando una rara sonrisa al tiempo que se percataba de lo encontrado dentro, llevó consigo la caja hacia el asiento, se acomodó plácidamente y abrió las compuertas de par en par mirando hacia abajo. El cartero se dio cuenta como la forma de sus cabellos cambiaban a un tenue color negro, su piel a primera impresión mutaba como si las arrugas grotescas estuvieran estirándose y desapareciendo; de repente, al tiempo que se asomaba sigilosamente para curiosear el contenido, se percató de un cambio radical en su aspecto, el monstruo se volvía una señora de cincuenta y tantos vistiendo trapos asquerosos, con una sonrisa esclarecida, los ojos iluminados que pudieron verlo cuando apareció e incluso desafiándolo a sonreír por causa de su nuevo semblante. Fue entonces que la mampara se abrió, el mayordomo lo invitó a salir, Raziel corrió gritándole un conato de insultos, que no respondió, se dirigió a la puerta de salida y subió al coche a velocidad víctima de una notable confusión.

Sin embargo, en una reflexión a medida que avanzaba rumbo a la oficina para encarar molesto al jefe, pensó en el contenido de la caja con una pregunta que divagó en su mente hasta llegar a la empresa.

¿Qué rayos había adentro?

Con la camisa abierta, la corbata desajustada, absolutamente desabrido con el evento vivido, sudoroso, molesto, confuso y altamente intrigado se adentró en los confines del laberinto que lo condujo a la oficina, no tocó la puerta, la abrió de un golpazo y vio al judío hablar al teléfono.

Me alegra que te haya gustado el regalo, mamá, lo oyó decir.

Raziel estaba ofuscado, despeinado, desecho emocionalmente, buscaba respuestas y las quería de inmediato; sin embargo, White se hallaba tranquilo, de hecho, contento, colgó la llamada y le agradeció por el trabajo con absoluta parsimonia, le estiró la mano que convergió con la suya hipnotizado, lo atrapó en un abrazo dejándolo paralizado y al oí le dijo: Excelente labor, Raziel. A partir de mañana tendrás tu propia oficina. Te encargarás de la logística, no irás más a dejar las cajas, mandarás a otros para que lo que hagan y serás el jefe de muchos.

Anonadado no supo que decir. El judío recogió unos artículos de su escritorio tales como llaves y unas gomas de mascas que puso en su boca y salió del lugar despidiéndose de su empleado con un cariñoso golpe en los hombros.

—Señor White— dijo Raziel casi al momento de sentir a su jefe salir.

— ¿Qué fue lo que entregué? —

Con gesto apacible y comprensivo se acercó donde su empleado y lo tomó de los hombros con una vista que fue elevándose hasta topar con la suya.

—Vivimos en un mundo en donde las personas están infectadas de veneno rutinario que requieren de una salvación— le respondió en calma.

—Señor… no lo logro entender— le dijo confundido.

—Estoy más que agradecido contigo por darle a mi madre su salvación—.

—Pero… ¿Qué le di? — dijo Raziel exhausto y confuso.

—Ella es mujer muy trabajadora, de hecho, fundó esta empresa. Sin embargo, enfermó, dejaron de funcionarle las piernas por un tumor en la columna y tuvo que dejar el trabajo para dárselo a su mayor hijo; desde entonces se pasa la vida sentada en el jardín— relató.

—Encerrada, dirá—.

White elevó el índice como advertencia.

—Cada año— le dijo después. Recibe una caja con un objeto capaz de sacarla del mundo real otorgándole de esa manera un salvoconducto y una nueva perspectiva de vida.

Por eso la viste sonreír y yo te lo agradezco.

Volvió a irse; pero se detuvo para decir una última cosa.  

— ¿Qué es lo que más te apasiona aparte del trabajo y el ascenso que acabas de lograr? — le preguntó reflexivo.

Raziel no tuvo una respuesta.

—Debes encontrarlo, porque cuando te sumerjas en la nada, alguien irá a entregarte una caja que te salvará—.

 


Fin

 


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