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lunes, 24 de septiembre de 2018

Un trabajo digno

- El verano del 2001 fue de los más difíciles en el sentido financiero; pues, debía de pagar algunas cuentas en el banco por el recién surgimiento de las tarjetas de crédito en la billetera y mi delirio inminente por desatar el caos sin pensar en las consecuencias. Recuerdo que iba a esas grandes tiendas por departamento y cogía lo que deseaba, a veces sin razonar, sin cuestiones y sin lógica, solo por tener, por acumular el closet de prendas que no iba a usar diariamente y algún que otro detalle para la muñeca, como aquellos relojes de vitrina que tanto me fascinaban y recién podía obtener.
Llegaba a casa como si cada fin de semana fuese Navidad, la gente miraba asombraba, yo reía y disfrutaba de los lujos banales sin darme cuenta que a fin de mes llegaría la cifra astronómica que debía de pagar.
Para entonces los libros se vendían 10 o 20 al mes, no había público para acaparar un margen de ganancias, andaba feliz por haber lanzado mi obra al mundo; pero por otro lado, el asunto de la vida terrenal me atacaba en señal de dólar.
Cuando recibí las cuentas por correo todo empezó a cobrar un sentido escalofriante, temía por mi salud y el tiempo de paga se hacía corto para dicha poderosa suma.
Tuve que romper el chanchito para pagar las primeras cuentas y decirle a mi novia que tendríamos que esperar que la película salga en DVD en lugar de ir al cine, tuve que dejar de asistir a habitaciones con jacuzzi para instaurarnos en mi habitación que recién comenzaba a crecer y dejé de comer en restaurantes para aprender a cocinar; pero ella lo entendía, hasta le parecía lindo y tierno, entonces el plan funcionaba a la perfección y eso me daba un goce exquisito y único. Sin embargo, los meses pasaron rápido y las cuentas volvieron como huracanes desgraciados; debía de conseguir un empleo estable y solvente, así que envié mi CV a algunos lugares.
Los salarios me decepcionaron, para las dichosas cuentas debía de ganar mucho más y de forma más veloz.
Vi un anuncio en el periódico, uno pequeño y curioso, resolví llamar y ante mi asombro dijeron que enviara una foto de cuerpo entero. Para ese momento llevaba meses en un gimnasio local de esos donde no hay entrenadores y uno solo se hace la rutina, iba gratis porque el dueño era un tío y quería que fuera para hacer como si hubiera gente. Iba porque siempre me gustó el asunto de tener fuerza y demás.
Envié mi fotografía.
Luciana, mi entonces cuñada, decidió asistir a una de esas fiestas de despedida porque una de sus amigas se iba a casar con un tipo que conoció en Internet, se enamoraron tras una computadora, viajaron para encontrarse y se cautivaron más con el paso del tiempo, un tema romántico que realmente fue atrayente y bonito.
Como idea divertida decidieron asistir a un evento de tipos que salen en disfraces, realizan bailes sensuales y se van sacando las prendas hasta quedarse únicamente en ropa interior. A esos mismos lugares donde va tu flaca con sus amigas cuando te dice que se irá a tomar un café (te lo digo a ti que estás leyendo esto).
Cuando el presentador dijo: Y aquí viene el show especial de la noche. Todas las féminas incluyendo abuelitas y tías cuarentonas aplaudieron y festejaron la salida del autor de este relato, que hizo su trabajo para ganarse las monedas necesarias y así poder pagar sus cuentas.
Lo que no imaginé es que al rato me llegaría un mensaje y un vídeo vía Messenger en el que mi novia mostraba mis frenéticos y locuaces bailes al tiempo que me desligaba de las prendas.
Terminamos por la mentira. Me pareció correcto; pero en mi defensa, ofrecí disculpas y le dije que andaba con escaso recurso económico y que por eso hice lo que hice. Ella no comprendió porque su religión impide el despoje de ropa por trabajo como tampoco el beber café y alguna que otra calamidad más.
Durante los siguientes meses pude recuperarme, no saben lo bien que se gana haciendo eso y luego volví a lo literario.
Como referencia, todavía me quedan esos buenos movimientos; pero ahora solo los uso tras cuatro paredes.

Fin.

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