Mi nuevo libro

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martes, 17 de abril de 2018

Día de ir al banco

- Es el último día de pagar la maldita tarjeta de crédito luego de haber comprado un centenar de objetos y disfrutado de algunas vanidades.
Me gusta ir al banco cuando hago depósitos de cheques o dinero en efectivo que guardo debajo del colchón y traslado a mi cuenta; pero detesto esos pagos desgraciados; aunque obviamente me sentí satisfecho al momento de la compra. Es una ironía que a muchos nos ocurre.
Salgo de casa a las tres y media, luego de haber almorzado y reposado, escuchado algunas canciones y visto mis documentales, avanzando en algo mi nuevo libro y respondido las decenas de mensajes que me llegan por todas partes y alegran la vida.
Tengo la suerte de vivir cerca a centros comerciales, parques y un mercado, cerca allí se encuentra el banco más cercano, trabaja una amiga en el puesto más huevero de todos y siento gracia cada vez que la veo, pues, salimos por dos semanas, luego nos volvimos amigos y sentimos que era lo mejor, de hecho, nunca lo dijimos, solo lo sabíamos. A veces me hace las gauchadas de hacerme pasar porque me da pereza hacer cola y otras veces le da risa la forma como suelo entregarle el dinero. A veces hecho un desastre por estar, realmente, debajo del colchón.
El trayecto se hace lento, no tengo apuro, en el camino me coloco los audífonos, canta Sia, me encanta, de hecho y de repente me encuentro con mi desagradable vecino, escucha Maluma a todo volumen y aunque canta mejor que él, esas canciones me estresan, por eso suelo decirle: Hey, tigre, baja tu volumen que mis oídos sangran.
Lo saludo estrechándole la mano, es un buen tipo después de todo, no lo juzgo por sus gustos musicales; pero disfruto decir que lo odio, ¿Quién no odia a sus vecinos? Pregúntenle a Homero.
Enseguida me topo con una señora amiga de mi vieja, guapa la tía a pesar de duplicarme la edad y pienso en una canción de Arjona, la señora me saluda con amabilidad y yo respondo del mismo modo, ya alguna vez mi hermano me ha dicho: Te juro que le doy.
Pero yo no caigo en esas tentaciones, me gusta todo menos el escándalo. Aunque soy polémico, lo confieso, adoro esa cochinadita que pasa de oreja en oreja mismo teléfono malogrado; pero ya trato de mantenerme alejado de esas situaciones.
Para ser honesto, no tengo problemas con la edad, puedo incursionar en una relación sentimental o sexual con alguien y no va a importarme la edad, simplemente me interesa lo genial y chévere que sea y por supuesto, el tema de conversación que tenga.
De pronto se acerca mi primo Carlos, es un gran sujeto, aunque medio loco; pero genial, le gusta la pelota y la bebida, como a los buenos tipos, como los de mi clase, entonces nos saludamos con risas y contamos nuestra mañana en cuestión de minutos, esta apurado el sujeto, parece que va a almorzar y salir con la misma, es terrible cuando estas con las vacas flacas y te metes a tres laburos.
Yo me siento contento con escribir y las otras cuestiones que tengo, el dinero cae por todos lados; menos por escribir. De escribir tengo las mejores satisfacciones, algo que la plata nunca me dará.
Me adentro en el mercado, saludo a la señora que vende jugo de naranja, al zapatero que arregla mis Adidas de 1999, al tipo de los periódicos que me guarda las figuritas, a la chica que prepara maca (lugar donde últimamente veo a algunos de mis contemporáneos) y recibo el caluroso saludo de una venezolana que vende en una esquina, tiene su pinta la flaca y cuerpo de pera, rodeada de cuanto galán monce te imagines y sonriéndome. Le hago un queco de esos que señalan ‘vuelvo por mi tizana’ porque si hay algo que me desagrada son los galanes atrofiados que intentan gilear a cualquier damisela que vean.
Ya cruzando en la esquina veo a la empleada de mi casa, se ríe al verme, siempre lo hace, tal vez le parezca un tipo gracioso, le pregunto por mi vieja, dice que salió al dentista, le digo que me prepare un jugo porque vuelvo en diez minutos, sonríe y añade, ¿con o sin azúcar? Es viernes, ponle dos cucharadas nomas.
Se vuelve a reír y se marcha con rapidez.
Durante mi pubertad muchos de mis amigos me contaban historias sobre las empleadas, todas, de hecho, demasiado extrañas y algunas sacadas de la fantasía, yo veo a esa muchacha como una trabajadora, jamás podría verla como veían a sus empleadas mis amigos del colegio, quienes, gastaban su dinero en revistas gráficas y se iban a lugares llenos de puertas. Algunas veces los acompañé; pero son otras historias.
El tramo se vuelve tedioso, la acera se encuentra llena de ambulantes que venden hasta su alma; pero me agrada que el comercio se encuentre presente. Además, las venezolanas le dan un plus al asunto.
No tengo derecho a decir algo más. Teniendo como novia a la mujer maravilla uno le teme a todo. ¿Ya vieron cómo cogió del cuello a Batman?
Ya logro visualizar el banco y la impresionante cola; pero trato de estar calmado, se a lo que me enfrento, al hecho de haber pagado ayer, a hacer todo a última hora, a esperar que sea la hora punta para ir a pagar, a ese momento en que dices, me da flojera, mejor pago mañana; pero en ese momento, cuando mis pensamientos se encontraban entre el banco y yo, entre las guapas muchachas vestidas de falda y tacones y yo, entre ese aire acondicionado que me calmará el calor del carajo y yo, noto la presencia de mi bendita y maldita ex novia; aunque confieso que toda esa locura y demencia que se maneja, la hizo, hace quinientos años atrás, súper sexy y ese conjunto de alucinaciones mentales que tiene sobre mi porvenir y mis actitudes, incluyendo, el hecho de creer, realmente creer, o sea aferrarse al hecho de estar segura que yo la busco en su trabajo haciéndome el desentendido, la hizo, de repente, llenarme de coraje; pero en la actualidad, hacerme matar de la risa, la hace, en sí, en toda su totalidad, una chica rara y loca y como diría mi queridísima amiga Anna: Así te gustan pues, huevón.
Trato, realmente lo intento, de conseguirme una novia con estabilidad mental; pero parece como si las sacara del manicomio.
Es broma, no todas fueron así. Anna exagera.
Todo es tan rápido que se presta para interpretaciones de toda índole. Ella está con mis ex suegros, unos tipos increíbles y geniales, su novio actual, un gil de goma, que me agrada, su cuñado, un puertorriqueño sin sabor (extraño, eh) y su novia, una cubana color serio y con trenzas. Entre el grupo se halla su mejor amiga y aquí meto una bonita y simpática particularidad, ‘tiene rasgos realmente similares a otra ex que tuve’ y en algún pasaje de mi divertida, grotesca y extraña vida amorosa con esa mujer, la oí decir: Oye, Fabi (mi mejor amiga) se parece mucho a Alejandra (tu ex novia) ¿No crees? Yo lo sabia; pero oírla decir eso fue saber que se metió al entonces Hi5 y revisó todo su historial de Ale. ¡Diablos! Qué locura. Y yo, de idiota, le dije: Sí, tienen un parecido.
Es llamativo decir que algo muy bizarro ocurrió en esa penumbra. Algo que es complicado digerir, algo que no puedo contar así nomas, algo que es difícil de entender y quizá nunca pueda decir; pero si algo puedo afirmar es que la mejor amiga realmente se parecía a Alejandra y la ex, Camila, lo sabía y yo, vivía una situación curiosa. Bueno, todos cometemos locuras y eso ocurrió en los primeros tres meses porque después, sorpresivamente, ambas se pelaron, hasta ese hoy, me imagino.
Ademán por aquí, sonrisita por allá, gestos simpáticos y demás, paso de frente y me libero del saludo físico.
Poco antes de llegar al banco se acerca una muchacha que regresa de un instituto, guapa la tipa, la conozco de vista, se ha mudado hace poco a los departamentos cercanos, se hace la que no quiere conocer a nadie o todos les valen madre; pero a algunos amigos les gusta perder la dignidad estando detrás de alguien, eso es irritante.
Ella me sonríe, no sé porque, de repente porque hemos coincidido en la tienda adónde voy para comprar mi canchita y mi gaseosa Zero y ver una película romántica y acordarme de la chica que me dejó en el tren nocturno poco antes de la boda. Tema pasado.
Le devuelvo la sonrisa, se detiene y en confianza comenta: Oye, ¿eres el chico de los libros? Hace muchísimos años que nadie me llama de ese modo, a veces me dicen, ‘eres escritor’ pero no ‘el chico de los libros’ es como si vendiera libros de puerta en puerta, suena muy gracioso, por eso sonrío de nuevo, ella lo hace también pero algo me llama la atención, una singularidad, algo simple; pero a la vez efervescente, algo que puede pasar completamente desapercibido por sus muslos con pantis; pero a mí, en lo personal, me atrae. No dejo de verlo, a veces pienso que debo verle a los ojos, marrones, de hecho; pero veo ese aparato como imán y ella no se da cuenta, de repente porque es ingenua o porque solo conoce una faceta, esa misma, la del chico de los libros y no toda esa gama de situaciones totalmente apuestas a la persona que soy en la primera impresión.
Entre tanto palabreo de chica fresa que hace miles de gestos mientras conversa, la oigo decir: ¿Y a cuanto vendes tu libro? Quiero tres.
Te dejo tres por cincuenta, le digo. Ella sonríe, ¿Cómo te contacto? Saco una de mis tarjetas y se la entrego. Me da su nombre y acordamos charlar por whatsApp.
No pienso en otro sentido que no sea el profesional, es algo que algunos amigos me comentan de modo nefasto, piensan que porque tengo contactos de chicas voy a estar gileando, yo no soy así, para mí es un asunto profesional.
Al rato, me escribe: A las siete vienes a mi casa con los libros, por favor, que me muero por leerlos.
Ya pues chévere, respondo con sobriedad y sin emoticonos.
Es fácil que la gente se confunda, yo lo veo todo trabajo, si quiero afanar, lo hago, pero no soy rápido.
Llego al banco, espero en la mega cola, me topo con unas chicas que conozco y charlamos de temas banales, luego ingreso, saludo al wachi y me adentro a ventanilla, me atiende otra chica, dejo el dinero y me largo con rapidez. Salgo y me compro una raspadilla, en ese momento pienso en todo lo que uno atraviesa para solo ir al banco, ha pasado menos de una hora y he hecho de todo un poco. Es curioso, debería escribir sobre esto, pienso y al llegar a casa es lo primero que hago.


Fin

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