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sábado, 11 de enero de 2020

La gran estafa


- Piura, verano 2010

Rockstar junto a su hermano Chuni después de veranear con la familia Guevara en una playa del norte notaron a la salida del mar el nuevo panel publicitario sobre una torre de salvavidas, allí decía con enormes letras Guns N’ Roses en Lima el próximo 06 de Marzo.
La emoción invadió a los hermanos quienes desde entonces planearon la estrategia ideal para conseguir el dinero justo y necesario que los deposite en la primera grada.
Nada ni nadie impedirían que los Guevarita estuvieran cerca de su ídolo Axl Rose, ni siquiera la chamba del tío Nicolás Lucar, quien debía de estar en Piura como sheriff por un periodo mínimo de dos años.
Sin embargo, Rock y Chuni harían lo posible por convencer al tío bigote para dejarlos a flote durante un par de semanas, tiempo que aprovecharían para ir al concierto, visitar a sus respectivos culitos dándoles por agua y desagüe y retornar al norte.
Acordaron todo la noche que vieron el letrero poco antes de dormir juntitos y abrazados.

Lima, verano 2010.

Pirri acababa de ingresar a Alas Peruanas, su único presupuesto eran 3 pelucas diarias sin contar la gaseosa gordita y los turrones que suele comer en los recesos, descontando aquello tan solo le quedaban 0.10 centavos como ahorro líquido.
La tarde que vio la valla con el logo de la banda y la fecha del concierto ocurrió cuando salió de la universidad en dirección a la casa de su primito Diego Espinoza (un tipo totalmente diferente a Diego Vildoso, no quiero confundirlos). Él estaba escuchando música desde su Walkman con un audífono averiado y la cuerda mordida cuando sucumbió ante la emoción y efervescencia que produjo el encuentro con la inevitable oportunidad de presenciar a una de sus bandas favoritas en concierto y por qué no, si deja de tragar, adquirir boletos en primera fila.
Al momento de llegar a la Cruceta y verse envuelto en una pedida de mano que comenzó como chiste pero terminó haciéndose real y con esto no quiero decir que culminó en matrimonio, pero todos gozamos de esa particularidad, pues, el chef Lucho (todavía no fucking) Castro se vio en la encrucijada de querer formar parte de los Vildoso (Qué miedo).
Este humilde narrador estaba en la reunión con un culito de alta gama sobre los muslos sabiendo que luego de la tragadera (esperaba un plato sacado de un banquete de dioses) iría a mojar el payaso al Marriot.
Fui testigo clave del momento en que Pirri ingresó lleno de emoción esperando que Lucho Castro terminara su sermón romántico estrafalario para abarcar en comentarios al público presente: El tío Cesarín, Miguel P, Sagat, Shebitas, Bruno, Rosita, Diego, entre otros, incluyendo a Luchito y su ñorsa.
Culminado el acto nupcial, Pirri no pudo contener la rabieta emocional y reventó en argumentos: ¡Viene Guns! ¡Viene Guns! ¡Viene Guns! Y creo que voy a tener que chambear en el internet Us Computer para pagar la entrada. Da igual, pues todo valdrá la pena.
Los primazos asintieron con la cabeza con cordialidad y simpleza; pero el terrible Lucho (ya casi fucking) hizo una mención abominable: Jefferson (le gustaba hablarle a la gente por sus nombres) yo he ido a un concierto de los Guns.
Es de conocimiento general que nunca han venido a Perú, por eso todo nos burlamos en señal de sorpresa graciosa; sin embargo, Lucho Fucking Castro añadió con sobriedad absoluta: ¡Fui a su último concierto en Berlín, Alemania!
El silencio se hizo presente en todos como si fuera la misma muerte.
Lucho Fucking Castro siguió: E incluso, tengo una foto con Axl. Pero, bueno, (siguió contando para que nadie pregunte) la tengo en mi laptop. Claro, una laptop que nunca en nuestra puta vida íbamos a ver y si fuéramos a su casa y preguntáramos por la laptop seguramente nos diría un mega floro como: Ups, se me quemó la habitación con todo y laptop.
Aun así, Dios me perdone, siempre me cayó bien.
Peluca de muerto, empezó un aborigen de sucesos nunca antes suscitados, parloteaba con tanta seguridad que en algún pasaje de esos cuentos sacados de la ciencia ficción, creí ingenuamente o tal vez por presión, que podría ser real; incluso, cuando cambiaron el tema a comidas, este, en su campo, dijo mil y un mentiras, una de mis favoritas fue: Yo he formado una alianza culinaria con Gastón Acurio, mi empate, tengo su celular por si lo dudan.  Enseguida, añadió: Vamos a abrir un restaurante en el Principado de Mónaco, claro que todo después de casarme.
A la tía Juanita le brillaron los ojos como dos esmeraldas, el buen chef millonario los llevaría a la fama, incluyendo a Bochini y Petroleo.
Para no salir del foco, dejemos el rollo de las mentiras de LFC para continuar con los sucesos acerca del concierto.
Pirri, Rock y Chuni coincidieron en un chat de Messenger esa misma noche en la madrugada, la ansiedad no los dejaba dormir, acordaron con lujo de detalles todo acerca de cómo llegar al concierto e instalarse en la primera fila tan preciada por todos los fanáticos.
No pudieron dormir, se amanecieron en la computadora y cuando el manto apareció fueron a la cama para seguir imaginando los hechos de marzo.
Dicen que el tiempo anda rápido cuando piensas mucho en un evento, aquello ocurrió y los meses corrieron como motociclista hasta la llegada del inevitable fin de verano pero justo día del concierto.

Esa mañana, Pirri se metió dos panes con tamal y una jarra de jugo de fresa, se puso su remera del grupo y salió de casa a las nueve con diez con una gaseosa KR porque iban a beber un ron Pomalca poco antes de entrar. Ya lo tenían todo absolutamente planeado, ningún alfiler logístico podría salir del armazón.
En la Molina City, Rockstar y Chuni acababan de llegar desde el norte en Maleño, las rayas de sus culos habían desaparecido pero las 24 horas en bus estaban valiendo la pena debido a que llegaron a tiempo para enlistar todo para su ansiado suceso. La emoción y la felicidad los invadía en todo instante como choques eléctricos.
Se adentraron con tanta vehemencia en la casa que encontraron al tercer hermano de ellos, el terrible Drack, ahogándose en el desagüe de su culito, en una posición particular y exquisita poniendo a prueba su lengua de piedra.
No he llegado a imaginar el trauma de estos dos (en esa época) cero kilómetros.
Drack los mandó a rodar porque a nadie le gusta que lo molesten cuando estas en plena sesión black kiss. Se adentraron en sus respectivos cuartos, cogieron lo necesario, ni siquiera se dieron una ducha y salieron en busca de Pirri, quien ya los esperaba en el pequeño Banco de Crédito ubicado a unas cuadras.
Cuando se encontraron se dieron un abrazo memorable, estaban felices y esa euforia conlleva y genera fuertes descargas de adrenalina lo que conduce a que los saludos también obtengan besos.
Bebieron un trago. Eran las dos de la tarde, el concierto empezaba a las ocho de la noche, había mucho tiempo para conversar, beber, planear la estrategia  final y -en un acto altamente irresponsable y frenético- comprar las entradas en reventa.

El tiempo fue andando mientras el Pomalca se iba secando, el trío los cuatro
iba caminando hacia la congeladora Monumental donde se realizaría el recital y la euforia saliendo hasta por los poros.
Es difícil contener tanto impacto, tantas ganas interiores por estar allí, tanto delirio por ver a sus cantantes favoritos soltar las rolas predilectas de antaño, por eso las cuadras se volvieron largas y las ideas imaginarias convulsionaron cada vez con mayor proyección.
A las 6.36pm según el reloj del Nextel de Rock llegaron al recinto. Enseguida, solicitaron la presencia urgente de un revendedor para que los habilitara con tres entradas en primera fila.
La última misión, el escalón final del plan perfecto, la máxima determinación, la puerta al sueño, estaba en manos del mayor, es decir; Pirri. Él era el encargado de seleccionar a un ente honesto que les vendiera entradas.
Con el tumbao que tienen los guapos al caminar apareció un sujeto de elegante traje a rayas sacado de Smooth Criminal, quien se asomó a la banda de ingenuos con cara de pavos, para ofrecer tres entradas por debajo de la butaca. Su accionar se manifestó con un movimiento tembloroso de manos al tiempo que mostraba las entradas y giraba el cuello mismo drogo paranoico para que la tomberia no lo viera.
—Loco, te dejo las tres entradas en primera fila a 1,000 soles. ¿Habla, que dices?
Pirri cogió los boletos, examinó como experimentado reconocedor de estampitas originales y resolvió preguntar al resto de los muchachos, quienes, por el aspecto macabro del sujeto, que de nuevo miraba hacia todos lados altamente noico, decidieron desistir con un seguro ademán de izquierda a derecha.
—Lo siento, compañero, pero creo que no llegamos a la cifra, respondió Pirri como partidario del grupo.
Y sin embargo, en ese instante, en un acto de rebeldía, Chuni, gritó: ¡Pagamos las mil lucas y nos quedamos misios! No hay problema. Pero hay que entrar de una vez.
El fulano abrió los brazos en señal de solidaridad y fue un gesto leal que los muchachos no supieron descifrar.
—Chuni, tú no sabes de entradas; este tipo es raro, me resulta extraño su proceder, dijo Rock totalmente seguro.
Terminaron por desistir y el sujeto se fue semi enojado.
Enseguida, apareció un hombre con un tatuaje de lágrima a la altura de la mejilla, pantalones anchos y camiseta gigante color negro con la imagen
de un reggaetonero del momento. Llevaba un collar de material rompible que llegaba hasta la mitad de su cuerpo, unas zapatillas tal cual astronauta de marca Adibas y lentes a pesar de la noche.  
—Hola muchachos, me llamo Yandol y tengo tres entradas para ustedes cuatro, dijo y se empezó a reír expulsando un desagradable aroma a marihuana pateada.
Ni siquiera tuvieron que ver las entradas. Desistieron de inmediato.
El tipo se fue arrastrando el pie, seguro era cojinova, pensaron los tres.
Estaban preocupados, ya no habían más revendedores, pues la policía implantó un nuevo proyecto para evitar ese asunto de las reventas lo que ocasionaba la escases de tigres que vendan entradas. Tal fue el motivo por el cual, el primer sujeto andaba recontra paranoico.
El señor tiempo fue pasando rapidísimo al punto que la hora del concierto estaba a punto de estallar y el trío todavía no lograba hallar a alguien suficientemente honrado como para venderles una entrada legal.
Y en ese momento, como en las películas románticas, como en los capítulos de la Rosa de Guadalupe, ocurrió un milagro. Una señora de avanzada edad físicamente parecida a la abuelita Nelly Guevara Espinoza, se fue acercando al grupo luciendo un pulcro hábito de monja de la secta de los testigos de Jehová, quien al tenerlos cerca, comentó con tenue y dulce voz: Señoritos, ¿buscan entradas? Yo tengo tres y debo venderlas para poder alimentar a mis cinco nietos pequeños cuyas madres luchonas se fueron a la discoteca.
Pirri, Rockstar, Chuni se derritieron en amor y ternura, incluso, Pirri, el comandante del grupo, se puso modo Eduardo y respondió: Abuelita, nosotros te compramos las entradas, confiamos ciegamente en ti porque con tu atuendo y el rosario colgando nos entregas franqueza. Le dio un abrazo en señal de saludo como si la vieja necesitara cariño.
En un cosquilleo de pesada armonía, hicieron el pacto macabro.
Pirri preguntó por el precio, la abuelita respondió con una pregunta, ¿Cuánto tienes? Los tigrillos vieron la hora y contestaron: Exactamente mil soles. La abuelita sonrió sin mostrar los dientes y aseguró: Uy, justo el precio por las tres.
En ese instante, el sujeto del traje oyendo y viendo lo acontecido dio un pequeño giro de cuello para ver al grupo realizar el contrato con una mirada perpleja en señal de confusión y asombro, podría decirse que hasta sintió un toque de lastima y ciertamente vergüenza; pero al verse rechazado optó por evitar dar comentarios. Solo se hizo el loco.
La abuelita sacó las entradas del sostén, Pirri las cogió y repartió al grupo sin sentir el papel, sin ni siquiera observar con lupa el material, el holograma o el código de barra, tanta fue confianza por la abuelita que no dudó un instante y pagó los mil soles uno sobre otro ante la lengua recorriendo los labios de una vieja mañosa con mil y un trucos detrás de ese hábito maldito. Pues, cogió el dinero, guardó en el sostén, les dijo: Dios los bendiga, hijos. Ahora podré comprarles un pollo a la brasa a mis cuatro nietos.
¿No eran cinco? Fue la pregunta que podría haber cambiado el curso de la historia, pero estos muchachos confiados, ingenuos, enamorados de la cándida voz de la vieja salida del mismísimo infierno, sucumbieron ante el vil encanto de esta dulce abuelita con sonrisa sin dentadura.
Se dieron la vuelta para darse un abrazo de grupo en señal de satisfacción, una victoria perfecta para el plantel comandado por Pirri, un sueño próximo para Chuni, un anhelo para Rockstar, el ver a su banda predilecta estaba cerca, tan cerca que solo bastaban metros de cola para aventurarse en una música grandiosa que solo ellos sabrán gozar mejor.
Cuando se dieron la vuelta la abuelita ya no estaba. Desapareció como haz de luz, como esos demonios nocturnos que se marchan con el alba y los muchachos corrieron como Naruto rumbo a la cola con una sonrisa intacta y sin dudas en la mente hasta que lo inevitable ocurrió.
Trágicas son las líneas que estoy a punto de contar, pues esto no se lo deseo ni a mi peor enemigo.
Como niños emocionados se enlistaron en la cola y cuando poco a poco iba llegando el ansiado momento de la revisión de tickets por parte de un gorila con polo VIP tuvieron los tres una horrorosa premonición; aunque dicen que la realidad resulta muchas veces ser peor.
El primer infortunio fue Pirri, pues el capital se hunde con el barco, mostró su boleto con la alegría de Eduardo y fue rechazado como si un martillazo le cayera encima, como balde de fría con hielos e incluso, con toda la necedad y jolgorio de seriedad, le dijeron: Ponte a un lado, gordito. Que la cola tiene que avanzar, gil de goma.
El siguiente fue Rockstar, quien en su mente fue maquinando el propósito de haber tenido un boleto afortunado, pues pensó que sería el único en entrar, no quedaría de otra. No se iba a perder el concierto por nada del mundo, por las huevas no se vino en bus 24 horas y perdió la raya del ano.
Ticket bamba, ponte a un lado, le dijeron con un lapo incluido.
Lágrimas cayeron de sus ojos, Pirri quiso consolarlo pero no pudo. El dolor fue más.
Chuni, conociendo el destino inevitable de sus compañeros, sabía que todo se estaba viniendo abajo como avalancha, no tuvo tiempo de pensar un suceso positivo, tampoco la actitud ayudó, pues comenzó a llorar en plena cola, lágrimas honestas mojaron el suelo y con cara de chicle fue donde el VIP quien con rudeza y crueldad, le dijo: Chibolo, te estafaron. A ti y a ese par de huevones.
Se dieron un abrazo al encontrarse a un lado viendo como todos pasaban con sonrisas de emoción entusiastas por ver el concierto y entre ellos, con culito de la mano, el bigote perfecto y la camisa roja, se hallaba el terrible tío Raúl, ingresando al concierto como Pedro en su casa.
Sin embargo, solo se trató de una fantasía. A veces la mente es brava.
Lloraron abrazados, tristes y desconsolados hasta que el VIP se llenó de ternura al ver a un trío de sanos llorar como bebés cuando no tiene teta, que se le ocurrió darles un consejo: Chicos, basta de llorar, deben aprender a no comprar entradas de reventa, pues la gran mayoría, salvo ese señor de allí, señaló al tipo de traje, te ofrecen boletos falsos.
— ¡Les dije! ¡Les dije que el tipo era leal! Gritó Chuni y se le ocurrió la brillante y atrevida idea de ir al restaurante de Lucho Castro para pedirle un préstamo de otros mil soles y pagarle las entradas al revendedor.
La odisea los condujo al Restaurante Niyagui, entraron con toda la confianza y soberbia del mundo, pues Lucho, el chef, siempre se había portado con carisma y cariño con la familia, creían que los recibiría con amor y los impresionaría con un saldo.
Sin embargo, la sorpresa fue mayor cuando al entrar preguntaron por el dueño y el empleado les indicó que andaba en Miami. Confundidos recordaron ver a Lucho devorar un sabroso caldo de gallina en una carpa cercana, no había sido una visión, por ello, todavía en el esplendor de su ingenuidad que roza la estupidez, preguntaron otra vez: Amigo, el dueño, Lucho Castro es nuestro familiar, queremos saber dónde está.
La carcajada que se metió el hombre gordo que limpiaba la mesa fue abominable, un estruendo grotesco que podría remecer la Tierra con facilidad, a esto le incluyo, un dedo señalando al trío de sanos en señal de completa burla y una sobada de panza para intentar calmar tanta risa.
Sarta de sanos, quiso decir, pero dijo: Amigos, Lucho Castro es quien le limpia las bolas al dueño. Es el empleado del mes, es quien lava los platos.
Derrotados volvieron a casa. Abrieron la puerta sigilosamente y al no ver moros en la costa se lanzaron al mueble; pero Chuni resolvió ir de frente a su habitación para continuar con el lloriqueo.
En ese momento salió Drack totalmente desnudo y con el muñeco al aire (3cm para ser exactos) comiendo chifles de Piura (los mejores del mundo). No se le ocurrió que decir, los vio y les invitó. Inclusive, dejó la bolsa porque debía de seguir con el tratamiento sexual, algo que para entonces, el trío todavía no conocía.
Camino a su cuarto escuchó las lágrimas de un desconsolado Chuni y aunque pudo y debió consolar a su hermanito, prefiero al culito en la habitación. Cualquiera lo haría.
Chuni salió de la habitación para empatarse con los vencidos y comer chifles para apaciguar en algo el dolor y la acidez. Hablaron de Lucho y sus mentiras para entrar en alguna que otra risa, tal vez, girar un poco el tema a otro sentido; pero en ese preciso instante volvieron a abrir la puerta. Carlitos Guevarita y la tía Carmela ingresaron con besos desaforados pensando que nadie estaría en casa; pero hallaron a unos nenes con los ojos rojazos y la cara larga como una haba.
No fueron necesarias las preguntas ni los argumentos porque cuando empezaron los sonidos metálicos del concierto a pocas cuadras se echaron a llorar como maricas.
— ¡Mariconas carajo! Dijo Nicolás Lucas y se dirigió a su cuarto, mientras que la tía Carmela con ternura fue consolando a los muchachos que con chifles y algo de cariño se fueron sintiendo algo mejor.
Al rato apareció Drack, quien al enterarse de todo fue mofándose de sus camaradas y sugirió ir a buscar a la abuelita; pero todos sabemos que ese acto sería en vano.
Cenaron olluquito y bebieron chicha hasta que tuvieron que despedirse.
Al otro lado del sitio, en una cantina de mal beber, una vieja se hallaba rodeada de sujetos cuyos abdómenes podrían rayar quesos, colocaba billetes en sus calzones y la agasajaban como una reina, se cagaba de la risa de su suerte y contaba a los ebrios del local que estafó a unos huevones con unos boletos impresos en casa llevándose mil soles en un par de minutos.
Se sacó el rosario, el hábito de monja y siendo cargada por strippers se adentró en una habitación oscura en donde disfrutó del sexo el tiempo que duró el concierto de los Guns N’ Roses.


Fin

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