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jueves, 18 de abril de 2019

Un agente extraño

- Saludar a mi mascota es un ritual inevitable. Abro la puerta y la encuentro descendiendo por las escaleras a una abominable velocidad al tiempo que mueve la cola y saca la lengua expresando emoción; se echa sobre el piso mostrando la panza y las tetillas para que pueda acariciarlas mientras voy relatando con voz de idiota sentimientos hechos palabras y sucesos que han ido y venido durante el día.
Dejo la maleta, el celular y los lentes a un lado para seguir con el proceso de saludo como si no me hubiera visto en décadas y continúo vertiendo palabras amorosas como si las entendiera.
Una vez satisfecha vuelve a su lugar de origen.
Me adentro en la cocina para comprobar si el aperitivo propuesto por la mañana ha sido preparado. Huelo con exquisitez lo que será mi almuerzo y subo rumbo a la habitación para dejar la maleta y cargar el celular.
Enseguida, me acerco al cuarto de mis viejos y noto la presencia de mi madre sin distracciones frente al televisor. Es una novela mexicana la que contempla sin parpadear. Parece ser el capítulo final porque no se percata de mi presencia y mucho menos pregunta por mi estado de ánimo. Sigue quieta mirando como una pareja se besa apasionadamente vociferando su amor sin fronteras y yo resuelvo descender a la cocina para servirme el apuesto aperitivo.
Coloco una buena cantidad en un plato enorme que meto en el microondas para calentar medio minuto mientras que voy vertiendo agua en un vaso largo; le doy un seco y volteado para refrescar la garganta y el alma y acerco al aparato para sacar el plato.
De vuelta en la habitación escucho los ladridos de mi mascota en referencia a mi madre, que sigue quieta contemplando la tele y esta vez, tan solo mueve la mano dirigiéndose hacia la perrita, que se calma repentinamente. Pienso que estaría ansiosa por salir a pasear y el ademán resulta un calmante para el can.
Gira el cuello y me mira desde su posición. Sonríe y de vuelve su vista al televisor.
No me parece extraña su actitud. He visto a mi madre enganchada por completo con programas que mi viejo ha tenido que apagar la tele para que pueda prestarle la atención requerida.
Termino de comer, me siento lleno y satisfecho, desciendo y empiezo a lavar los platos. De repente, alguien toca la puerta.
Ignoro la primera vez pensando que se trata de algún vendedor de seguros; pero me asalta el temor cuando escucho a una vez familiar decir: Hijo, abre, por favor, olvidé la llave adentro.
Abrí la puerta entre asombro, miedo y apremio; al verla tan resoluta y sobria, no dudé en preguntarle: ¿No estabas arriba viendo televisión?
Lo negó asegurando que andaba afuera desde las nueve de la mañana porque tuvo un desayuno con sus amigas.
Le dije que la acababa de ver arriba hace una hora y un momento antes de tocar la puerta.
Me vio extrañado, pensó que había consumido alguna sustancia extraña y tras negarlo y recibir su mano sobre la frente, subimos juntos al segundo piso.
No hallamos presencia alguna, tan solo a la mascota que con emoción brincó sobre su regazo.
Se olvidó de todo lo sucedido con el ritual de saludo. Luego preguntó si había almorzado, no respondí porque me hallaba pensando en lo ocurrido. Pensé, la perrita siempre baja cuando mi vieja entra, esta vez no bajó porque ella siempre estuvo aquí.
La tele se hallaba distorsionada. Rayas negras y blancas flameaban como si estuviera averiada.
De inmediato me sentí abrumado; pues, una presencia sumamente extraña había estado con nosotros hasta no menos de diez minutos.
En ese momento sentimos un temblor. Ella fiel a su naturaleza descendió con la mascota en brazos gritando que hiciera lo mismo; no lo hice, subí al tercer piso y luego al cuarto en busca del motivo por el cual se mueve la casa.
Y lo hallé.
Un ente oscuro con forma de bumerán en cuyas esquinas parpadeaba una luz naranja, que dejó de hacerlo cuando arribó y en cuestión de segundos se volvió invisible. Todo volvió a la normalidad.
No tuve reacción. Tampoco tiempo para pensar. Todo fue tan rápido que esta podrían hacerme dudar; pero sucedió una tarde de viernes cuando volvía de la universidad y temo que vuelva a pasar porque últimamente los perros vecinos ladran ferozmente por la noche y dicen que me han visto en lugares que jamás he frecuentado. Es posible que estén robando mi identidad; pero, ¿para qué?
Es extraño todo esto.


Fin

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