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domingo, 20 de agosto de 2017

Tres días

- Era un viernes cualquiera, regresaba de clases con un importante deseo por ingerir ron junto a mis buenos camaradas, quienes, no dejaban de enviarme mensajes de texto preguntando, ¿Dónde demonios estas? ¿Tanto te demoras? Y yo resolvía responder con los típicos ‘mensajes misio’.
Cuando el bus se detuvo en el paradero a unas cuadras de mi casa vi a una muchacha de cabello corto, esbelta y sujetando un can de impresionante tamaño con bastante facilidad, aquello atrajo mi atención y el chiste de un cobrador ocasionó mi risa.
‘Ricura, ¿Por qué tienes como novio a ese pitbull?’ Gritó un malcriado sujeto de bigote y media dentadura.
Aunque dicho comentario me haya parecido chistoso, a la chica le resultó ofensivo -no era para menos- entonces su reacción fue mostrarle el dedo del centro y decir: Al menos tengo a alguien que me ladre, no como tú, monstruo.
Ella escuchó mi risa por más que quise ocultarla, giró y me vio con una mirada tenebrosa, la cual, lejos de ahuyentarme, hizo que me interesara.
Hola, lamento haber sido partícipe de ese duelo de adjetivos; aunque, déjame decirte que se la devolviste bien.
Sonrió y respondió: Se lo merecía, ¿no crees?
Indudablemente, dije sacando una palabra de mi diccionario mental.
Siempre he pensado que las palabras largas suenan bien, te hacen sentir intelectual y atractivo por el tono que utilizas al decirlo. Súmale a ello, una buena sonrisa y una mirada fija (nunca en sus pechos).
¿Cómo es que te llamas? Le pregunté enseguida.
Él es Carlitos, yo soy Caroline.
No voy a estrecharle la mano al buen Carlitos; pero a ti, sí.
Un momento, dijo y le quitó la cuerda al perro, en ese momento pensé, ¿Qué carajos hice mal para que me trague un can? Pero, sorprendentemente, Carlitos se acercó para lamerme el rostro.
Fue lindo, hasta entonces tenía un mal conceptos de los de su raza; pero entendí que no son ellos, sino el amo.
Ella lo explicó de mejor manera: ¿Te das cuenta? Es dócil, solo debes mantenerlo relajado y darle mucho cariño.
Tras saludar al buen muchacho, le di un beso a Caroline y aproveché en preguntar, ¿te conozco de algún lado? Es que al verla de cerca había notado familiaridad en su rostro, resulta que, recordaba haberla visto antes en alguna parte y fue entonces que terminó con mis dudas diciendo lo siguiente: Si, claro, vivo a unas cuadras de tu casa, Bryan.
Cuando alguien sabe mi nombre y yo me estoy presentando intentando un leve filtreo, me llego a sentir en desconfianza, suelo pensar, ¿Qué demonios sabe de mí? Pero llego a aprovechar esa oportunidad para demostrar lo bueno y borrar lo malo.
No me parece justo que sepas de mí y yo no de ti, le dije sonriendo y acariciándole la cabeza al perro.
Le gusta que hagas eso, ya te ganaste su confianza. Y bueno, acabo de mudarme hace un par de meses, suelo pasear a Carlitos en el parque al frente de tu casa.
Quise hacer memoria y al menos recordar la ubicación de su casa o algo que pudiera usar para asombrarla; pero era como si recién la hubiera conocido.
Te has adelantado. Me debes una salida para conocerte mejor y así estar empatados.
¿Podemos salir los tres? Dijo con seriedad.
Salgamos los tres si gustas, respondí de la misma manera.
Solo bromeo, añadió y sonrió.
¿Tienes planes para hoy? Quiso saber.
En ese preciso momento recibí la llamada de un amigo, que, curiosamente, también se llama Carlos e hice lo que debí hacer: Desviar la llamada.
No. ¿Salimos hoy?
Ya pues, genial. Dejo a Carlitos y nos encontramos aquí en veinte minutos.
En quince estoy aquí, le dije y la vi sonreír.
Froté las manos cuando se fue y caminé hacia mi casa con rapidez.
A la hora pactada estuve esperándola y ella, fiel a su palabra, apareció por la esquina luciendo un pantalón distinto y una cartera. Yo estaba con el mismo atuendo; pero con gotas de perfume en el cuello.
Hola de nuevo, le dije. Sonrió y respondió, ¿adónde vamos, vecino?
Sabía que no podía estar en lugares aledaños a mi casa, la gente me conoce por más que yo no tenga el honor de saludar a todos. Además, mis amigos andan en todos lados, no puedo prevenir sus movimientos, están donde hay licorerías.
Fuimos a un lugar llamado ‘El parque de la amistad’ que lo acababan de abrir hace algunos meses.
Cuando tengo una cita suelo ir lento, no planeo mucho, es decir; si se da el beso, fabuloso, de lo contrario, no tengo apremio. Esa noche, Caroline, me besó -y lo resumo de ese modo- porque literalmente, lo primero que hicimos fue sentarnos en una banca y darnos un beso. No hubo una charla amena entre risas y sonrisas, miradas fijas, conversaciones intimas, simplemente, giró el cuello, cerró los ojos y la oí decir, ‘ven para acá’ para luego sentir el sabor de sus labios.
Curiosamente, yo llevaba el cabello largo y suelto y ella lo tenía corto, cualquiera que nos hubiera visto tendría un simpático morbo al ver a dos chicas besándose; pero luego se llevaría una linda sorpresa.
No cometí la estupidez de preguntar, ¿Qué fue eso? Volví a besarla, esta vez, diciendo, ‘ven a mí, preciosa’.
Me gusta tener el control de la situación; pero me puse nervioso cuando al momento de levantarnos para ir a caminar cogió mi mano sin dejarme escapatoria.
¿Adónde vamos? Pregunté. Su respuesta me condujo a un evento de hace muchos años, cuando una dama cogió mi mano y me condujo a una habitación detrás de una cortina en donde hizo realidad mis deseos más impuros según mi religiosa vecina.
A un lugar donde estaremos a solas.
Fuimos a un hotel cerca a la Avenida Tinoco, entramos y pagué los respectivos dejando mi documento. Ella se adelantó, parecía conocer bien sus intenciones, al seguirla la vi recostada en el umbral de la puerta y nos besamos con deseos de que tuviera una consecuencia carnal lo más pronto posible.
Abrí la puerta con velocidad al punto que por poco arruino la noche si rompía la llave; pero entramos -como en las películas- besándonos y cayéndonos en la cama. Yo estaba como en el infierno, debo confesarlo, llevaba tres semana sin tener relaciones sexuales, el desviste fue tremendo, como si nuestras prendas fueran cadenas.
Le besé hasta la sombra como dicta Arjona y ella hizo en mí todo lo que le indiqué.
No voy a dar detalle explícito sobre lo acontecido, pues, no soy un escritor erótico, no gusto de provocar excitación en mis lectores.
Solo voy a decir que había un mueble, de esos particulares, buena silueta dispuesta para el kamasutra y dos personas muy creativas.
A la mañana siguiente abrí los ojos y vi a la vecina Caroline desnuda a mi lado, le di una nalgada de buenos días, sonrió y me dio un beso en la barquilla para seguir durmiendo. Hice lo mismo al cubrirnos con el edredón, toda una escena romántica sacada de una película para San Valentín.
Pasamos toda la tarde en la habitación, entre durmiendo y repitiendo el acto de la noche, hablamos poco, casi nada, no hubo negativa para los actos ni reclamos con las exageraciones, todo fue muy divertido y sí, muy extraño.
Por la noche salimos y tuve que pagar otra tarifa, pagaría millones si pudiera. Fuimos a tomar un jugo de fresa en un lugar llamado ‘Alejandros’ y uno de mis amigos me vio, se encontraba en otra mesa, intercambiamos mirada y risas y nos hicimos los tontos.
Salimos del lugar, caminamos un rato -sí, cogidos de la mano- y luego la acompañé a su casa, que, de hecho, quedaba cerca a la mía, tan cerca que me sentí un idiota al no darme cuenta de su existencia.
Nos dimos un beso de despedida y me fui para mi casa.
Esa noche bebí con mis amigos, quienes quisieron saber acerca de mi faena nocturna porque Fernando les había contado sobre el encuentro que tuvo conmigo y una linda mujer. Entonces, imaginaron el resto; pero yo no soy un hombre que anda divulgando sus peripecias, por eso no les dije nada.
Por la mañana desperté con resaca, recogí el celular y vi un mensaje de Caroline.
‘Bryan, nos divertimos mucho el fin de semana; pero lo mejor será dejarlo aquí. No quiero involucrarme en una relación. Kisses’.
No volví a saber de ella.
Me contaron que se mudó.
No le escribí. Me pareció chistoso el modo de darle fin a tres días de libertinaje y entendí que a veces es así, algunas situaciones duran poco y resultan gratificantes.

Fin

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