- Los hombres también lloran, a veces les llega a resultar injustas algunas actitudes, muchas veces los culpan y no son mártires, que sea hombre no significa que sea duro y que sea duro no quiere decir que no sienta. Es verdad, a veces cedemos, estamos ahí sin que nos digan nada, nos portamos bien sin esperar nada, solemos ser pacientes en los distintos estados y ámbitos, no me hago el precursor de una idea; pero a veces lo único que necesitamos es que nos digan: ¿Sabes? Eres un buen novio. Listo, eso basta para seguir haciendo bien el trabajo, que resulta una completa devoción por quien se ama.
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lunes, 31 de octubre de 2016
No comas todo lo que ves
- Andaba irritado por un tema íntimo, estresado porque el técnico no repara a tiempo mi celular, bloqueado porque no escribo, salí a caminar para despejar la mente y los sentidos, vi a un amigo, quien al verme dijo: Te veo con rostro de pocos amigos. De inmediato, ironicé mi respuesta, me parezco a ti el 14 de febrero pasado. Soltó una carcajada, dio un abrazo y susurró al oído, estoy feliz, hoy tuve tres round seguidos. Enseguida, añadió, te invito unas chelas y te cuento algo para que te rías. Hice ademán de seguir y llegamos a un bar.
Yo pedí un cuba libre con dos peces de hielo, él raro este, un vodka con naranja con un sorbete en forma de sombrilla.
¿Qué vas a contarme? Le dije porque necesito de la risa. La otra vez, empezó a contar, bebió el trago y siguió: Fui a la casa de mi novia, ¿Te acuerdas de ella, no? Asentí con la cabeza. Él siguió: Terminamos de hacer el amor, andábamos, tú sabes, desnudos y abrazados. No me des detalles, sugerí. No voy a hacerlo, añadió. Entonces, dijo y prosiguió: Le dije para cenar, sabes bien que cuando uno hace el amor se siente vivo, lleno de energía y demás. Volví a asentir con la cabeza. Le dije que prepararía la cena, estoy en un curso intensivo de gastronomía vía Youtube. La mandé a Vivanda a comprar un buen vino argentino diciéndole que sería el chef para la ocasión. Fue gustosa. Claro que previo a ello le di su respectiva nalgadita. ¡Carajo! No quiero detalles, le dije y bebí.
Hice una exquisita ensalada y cuando volvió empezamos a comer como comen los árabes. Al cabo de unos minutos, comencé a sentir una importante aglomeración en el estómago, resolví ir al baño; pero no le dije lo que haría para no arruinar la cena. Al volver, casi de inmediato, me sucedió lo mismo y tuve que regresar.
Al retornar a la mesa pensé en, ¿Qué diablos he hecho mal? Ella comía y bebía con naturalidad, como si la comida le hubiera encantado y yo seguía sintiendo cólicos desagradables.
Terminamos de comer y volvimos a la cama, ella quiso que le hiciera ese baile egipcio que he aprendido. ¡Mierda! Ya te dije que no quiero detalles. Bueno, bueno, entonces, antes de iniciar nuestra travesía sexual, volví a sentirme jodido. La barriga era como una trituradora y lo raro es que ella estaba de maravilla.
En ese momento, tuve que retornar al Walter, digo, al wáter. Ya pues carajo, tampoco te burles de mi nombre, le dije, este sonrió y añadió, no salí durante horas.
Yo empecé a reír en ese momento y enseguida le pregunté, ¿Qué fue lo que comiste que te hizo pegarte al baño?
¿Recuerdas esa vez que fui a tu casa? Me dijo al tiempo que se llevaba las manos a la barriga. Si creo, le dije intentando recordar. Pues, tu tía trajo un pastel. Y yo me moría de hambre. Ah sí, sí, no lo comí porque prepara horrible, le dije y me llevé las manos a la boca para luego comenzar a reír de una manera desenfrenada.
¡Te comiste ese pastel del infierno! Le dije entre risas y lo vi dirigiéndose al baño para continuar con su peculiar encuentro cercano con el inodoro.
Se me fue el estrés, el mal humor y demás, todo fue demasiado gracioso. Claro que luego lo acompañé a la farmacia a que compre una pastilla y se le pase el asunto de una vez.
Yo pedí un cuba libre con dos peces de hielo, él raro este, un vodka con naranja con un sorbete en forma de sombrilla.
¿Qué vas a contarme? Le dije porque necesito de la risa. La otra vez, empezó a contar, bebió el trago y siguió: Fui a la casa de mi novia, ¿Te acuerdas de ella, no? Asentí con la cabeza. Él siguió: Terminamos de hacer el amor, andábamos, tú sabes, desnudos y abrazados. No me des detalles, sugerí. No voy a hacerlo, añadió. Entonces, dijo y prosiguió: Le dije para cenar, sabes bien que cuando uno hace el amor se siente vivo, lleno de energía y demás. Volví a asentir con la cabeza. Le dije que prepararía la cena, estoy en un curso intensivo de gastronomía vía Youtube. La mandé a Vivanda a comprar un buen vino argentino diciéndole que sería el chef para la ocasión. Fue gustosa. Claro que previo a ello le di su respectiva nalgadita. ¡Carajo! No quiero detalles, le dije y bebí.
Hice una exquisita ensalada y cuando volvió empezamos a comer como comen los árabes. Al cabo de unos minutos, comencé a sentir una importante aglomeración en el estómago, resolví ir al baño; pero no le dije lo que haría para no arruinar la cena. Al volver, casi de inmediato, me sucedió lo mismo y tuve que regresar.
Al retornar a la mesa pensé en, ¿Qué diablos he hecho mal? Ella comía y bebía con naturalidad, como si la comida le hubiera encantado y yo seguía sintiendo cólicos desagradables.
Terminamos de comer y volvimos a la cama, ella quiso que le hiciera ese baile egipcio que he aprendido. ¡Mierda! Ya te dije que no quiero detalles. Bueno, bueno, entonces, antes de iniciar nuestra travesía sexual, volví a sentirme jodido. La barriga era como una trituradora y lo raro es que ella estaba de maravilla.
En ese momento, tuve que retornar al Walter, digo, al wáter. Ya pues carajo, tampoco te burles de mi nombre, le dije, este sonrió y añadió, no salí durante horas.
Yo empecé a reír en ese momento y enseguida le pregunté, ¿Qué fue lo que comiste que te hizo pegarte al baño?
¿Recuerdas esa vez que fui a tu casa? Me dijo al tiempo que se llevaba las manos a la barriga. Si creo, le dije intentando recordar. Pues, tu tía trajo un pastel. Y yo me moría de hambre. Ah sí, sí, no lo comí porque prepara horrible, le dije y me llevé las manos a la boca para luego comenzar a reír de una manera desenfrenada.
¡Te comiste ese pastel del infierno! Le dije entre risas y lo vi dirigiéndose al baño para continuar con su peculiar encuentro cercano con el inodoro.
Se me fue el estrés, el mal humor y demás, todo fue demasiado gracioso. Claro que luego lo acompañé a la farmacia a que compre una pastilla y se le pase el asunto de una vez.
Sugerencia: No comas todo lo que ves.
Quiero hacer cosas grandes
- Quiero hacer cosas grandes; pero no el sentido del que la gran mayoría piensa, sino en el sentido del corazón; aunque a veces me aterro como si fuera a lanzarme a un abismo y morir mientras caigo -porque de caer, podría levantarme como lo he hecho siempre- lo trágico sería no hallar el suelo. Es como si atravesara la última puerta y me quedara deambulando para siempre en la nada.
Destreza, actitud, convicción y sentir, hay por montones; pero me falla, quizá, una espina impregnada en mí. Tal vez sea una duda venenosa que no logra encontrar el antídoto. No obstante y como siempre pienso y digo, adoro los retos, más cuando la consecuencia será literatura. Por eso, estoy dispuesto a lanzarme.
Destreza, actitud, convicción y sentir, hay por montones; pero me falla, quizá, una espina impregnada en mí. Tal vez sea una duda venenosa que no logra encontrar el antídoto. No obstante y como siempre pienso y digo, adoro los retos, más cuando la consecuencia será literatura. Por eso, estoy dispuesto a lanzarme.
Es así.
viernes, 28 de octubre de 2016
Halloween 2009
- Halloween 2009, lo recuerdo todos los días de resaca. Nos encontramos en la entrada de Plaza Vea del Ovalo Higuereta. Se veía preciosa con una casaca de cuero que le daba aire de rockera, jeans rasgados y botas negras. Todo el look rockero se iba con su risa similar a la de Bob Sponja pantalones cuadrados. La ternura era su característica primordial, reía casi por todo y manejaba las situaciones complicadas con sorprendente facilidad. Yo andaba vestido como de costumbre, bermuda a pesar del invierno, polera oscura con capucha, una mano dentro del bolsillo y una gorra. Andaba con una botella de chela helada y un pucho, dentro de unas horas me vería con mis demonios e iría a una fiesta luego de bañarme y alistarme. Al verme se acercaba y me daba un abrazo, luego un beso y otro beso, era muy amorosa y yo adoraba que lo fuera. Cogía mi mano y dictaba un plan para la noche, bien detallado y compuesto por situaciones que le gustaría compartir; pero lo arruinaba diciéndole que me quedaría por escaso tiempo debido a la fiesta que tendría más adelante. Lejos de enojarse, agachaba la mirada, realizaba un puchero y aceptaba con un movimiento de cabeza. Hacíamos poco de lo que decía; pero era bonito. Sin embargo, esa noche, tuvo una revelación. Me dijo: Eres un completo imbécil, me llegas al pincho que no tengo, siempre prefieres ir con tus huevones amigos a chupar hasta morir, meterte cocaína en la ñata, fumar esa basura y andar con zorras, ya me tienes harta de toda esa mierda. Ahora o nunca, ¿te quedas conmigo o te vas con tus putos amigos?
Perdona. He sido un tonto e irresponsable, me quedo contigo, olvida a los idiotas, vayamos a realizar tus planes. Me coge de la mano y vamos a pasear, cenamos y terminamos haciendo el amor.
Eso debió haber sucedido; pero yo era muy inmaduro e irresponsable, quería vivir la vida y esa idea, a mi edad, era válida. A pesar del daño que le ocasionaba yo quería continuar con mi etapa, debía de quemarlas todas como lo siento ahora. Esa noche de Halloween la recuerdo porque fue en ese momento cuando empecé a perderla. Ella me disculpó días después; pero la herida no se curó.
Ahora hubiera desarrollado gustoso todo lo que propuso; pero en ese entonces el cuerpo aclamaba otras situaciones. Es así, la vida es así.
Se me vino este recuerdo repentino, no solo porque se acerca Halloween, sino porque a veces lo recuerdo. Uno aprende de los errores y se vuelve mejor persona.
Se me vino este recuerdo repentino, no solo porque se acerca Halloween, sino porque a veces lo recuerdo. Uno aprende de los errores y se vuelve mejor persona.
Fin
martes, 25 de octubre de 2016
El asiento
- Subí al bus de siempre como todas las mañanas, llevaba los audífonos puestos escuchando The Killers y el morral lleno de apuntes junto a un cuaderno y lapiceros. Vi un asiento individual al lado de la ventana y me acerqué para acomodarme. Una vez sentado el bus siguió su trayecto; pasados dos minutos el cobrador empezó a andar por el pasillo haciendo un chasquido con las monedas. Resolví sacar unas monedas y pagar la cantidad justa. Este aseguró que aún faltaban otros 20 centavos y sin reclamo ni amargura se los di. Rápidamente siguió su rumbo y yo continué observando por la ventana a las distintas personas que andaban presurosas.
Pasadas cuatro canciones de The Killers, grupo que he comenzado a escuchar con bastante apego, vi que subió una chica bastante simpática con una serie de maletines, entre ellos, uno enorme en forma de rectángulo en donde imaginé que guardaba dibujos o diseños de arquitectura. Yo antes llevaba uno similar, allá por el 2007 cuando me aventuré en el Diseño de moda por mera curiosidad.
La chica se hallaba evidentemente fastidiada, su rostro así lo reflejaba, era codeada por los tripulantes que no querían moverse y llevaba consigo otro bolso, uno personal en donde seguramente estarían sus accesorios de belleza y demás.
Ella profundizaba en el bus mientras que yo pensaba, ¿Por qué nadie le da asiento? ¿Dónde andan esos disque caballeros? Entonces, cuando ella se encontró cerca a mí, automáticamente me paré del asiento diciendo con voz dócil: Señorita, puede sentarse aquí.
— ¿Crees que me haces un favor? — dijo la muchacha con voz agresiva. No esperaba esa respuesta, tampoco que dijera algo, imaginé que únicamente me haría a un lado y ella se sentaría haciendo un ademán de agradecimiento, como suele pasar.
—Disculpa; pero no le entiendo— le dije, de repente sin pensar tanto. Fue una respuesta honesta y natural.
Yo todavía seguía en el dilema de pararme o sentarme, estaba, de hecho, con las rodillas flexionadas y el cuerpo hincado.
— ¿Crees que por qué soy mujer no puedo cargar con mis cosas? — Dijo con la misma intensidad en la voz.
Volví a mi asiento. El resto de pasajeros giró para ver la situación; pero resolvieron no opinar. Quizá lo habrán hecho en sus mentes.
—Esto es lo que me jode de los hombres, que creen que pueden hacernos favores porque somos mujeres— dijo en voz alta, obviamente mandándome una indirecta bien directa.
—Señorita, disculpe; pero yo no quise hacerle ningún favor. Solo intenté ser amable. De repente no está acostumbrada a ello— le dije con calma, ya sentado y con los audífonos puestos; aunque en silencio.
—Eso dices. Luego están pidiéndote el número del celular e invitándote a salir decenas de veces. Te mienten, te dicen lo que quieres oír y actúan bien para que una caiga— dijo y esta vez, entre tanta amargura en sus palabras, noté un conato de rencor y decepción por el sexo opuesto.
—Bueno, eso no lo sé. Yo no tengo intenciones de pedirle el celular, solo fui cortes. Ahora, si me disculpa, voy a seguir escuchando música—.
Seguí en lo mío, ella se mantuvo al lado cargando sus maletas, incómoda y con el rostro cada vez mas fastidiado por el movimiento que realizaba el bus al girar, acelerar y avanzar.
Pasados unos minutos y al no soportar seguir viéndola tan mal posicionada, le dije: Al menos, ¿puedo llevarte las maletas? Estas incómoda y no me parece que yo esté sentado y tú con tantas cosas, andes de ese modo.
Ella me vio, no tan enojada como antes y accedió a darme sus cosas.
Las cogí colocándolas en mis piernas; pero, en ese momento, la oí decir de diferente manera: Oye, ¿normal si me cedes tu asiento? La vi y le dije, claro, no hay problema. Me levanté de inmediato y se acomodó con sus maletas.
Enseguida, me fui hacia el fondo, no quería estar frente a ella porque podría pensar que intento algo con mi amabilidad. Sin embargo, al estar lejos noté que por momentos volteaba para verme, yo me hacia el desentendido, me concentraba en el exterior desde la ventana y tararea la canción.
No sé donde descendió la chica, yo lo hice en el Trigal y ni siquiera vi si aún estaba en el bus.
En ese momento, mientras caminaba y antes de plantear la posibilidad de escribir sobre dicha anécdota, se me ocurrió una reflexión con dosis de humor: No confundas mi amabilidad con querer sacarte el número de celular.
Fin
Pasadas cuatro canciones de The Killers, grupo que he comenzado a escuchar con bastante apego, vi que subió una chica bastante simpática con una serie de maletines, entre ellos, uno enorme en forma de rectángulo en donde imaginé que guardaba dibujos o diseños de arquitectura. Yo antes llevaba uno similar, allá por el 2007 cuando me aventuré en el Diseño de moda por mera curiosidad.
La chica se hallaba evidentemente fastidiada, su rostro así lo reflejaba, era codeada por los tripulantes que no querían moverse y llevaba consigo otro bolso, uno personal en donde seguramente estarían sus accesorios de belleza y demás.
Ella profundizaba en el bus mientras que yo pensaba, ¿Por qué nadie le da asiento? ¿Dónde andan esos disque caballeros? Entonces, cuando ella se encontró cerca a mí, automáticamente me paré del asiento diciendo con voz dócil: Señorita, puede sentarse aquí.
— ¿Crees que me haces un favor? — dijo la muchacha con voz agresiva. No esperaba esa respuesta, tampoco que dijera algo, imaginé que únicamente me haría a un lado y ella se sentaría haciendo un ademán de agradecimiento, como suele pasar.
—Disculpa; pero no le entiendo— le dije, de repente sin pensar tanto. Fue una respuesta honesta y natural.
Yo todavía seguía en el dilema de pararme o sentarme, estaba, de hecho, con las rodillas flexionadas y el cuerpo hincado.
— ¿Crees que por qué soy mujer no puedo cargar con mis cosas? — Dijo con la misma intensidad en la voz.
Volví a mi asiento. El resto de pasajeros giró para ver la situación; pero resolvieron no opinar. Quizá lo habrán hecho en sus mentes.
—Esto es lo que me jode de los hombres, que creen que pueden hacernos favores porque somos mujeres— dijo en voz alta, obviamente mandándome una indirecta bien directa.
—Señorita, disculpe; pero yo no quise hacerle ningún favor. Solo intenté ser amable. De repente no está acostumbrada a ello— le dije con calma, ya sentado y con los audífonos puestos; aunque en silencio.
—Eso dices. Luego están pidiéndote el número del celular e invitándote a salir decenas de veces. Te mienten, te dicen lo que quieres oír y actúan bien para que una caiga— dijo y esta vez, entre tanta amargura en sus palabras, noté un conato de rencor y decepción por el sexo opuesto.
—Bueno, eso no lo sé. Yo no tengo intenciones de pedirle el celular, solo fui cortes. Ahora, si me disculpa, voy a seguir escuchando música—.
Seguí en lo mío, ella se mantuvo al lado cargando sus maletas, incómoda y con el rostro cada vez mas fastidiado por el movimiento que realizaba el bus al girar, acelerar y avanzar.
Pasados unos minutos y al no soportar seguir viéndola tan mal posicionada, le dije: Al menos, ¿puedo llevarte las maletas? Estas incómoda y no me parece que yo esté sentado y tú con tantas cosas, andes de ese modo.
Ella me vio, no tan enojada como antes y accedió a darme sus cosas.
Las cogí colocándolas en mis piernas; pero, en ese momento, la oí decir de diferente manera: Oye, ¿normal si me cedes tu asiento? La vi y le dije, claro, no hay problema. Me levanté de inmediato y se acomodó con sus maletas.
Enseguida, me fui hacia el fondo, no quería estar frente a ella porque podría pensar que intento algo con mi amabilidad. Sin embargo, al estar lejos noté que por momentos volteaba para verme, yo me hacia el desentendido, me concentraba en el exterior desde la ventana y tararea la canción.
No sé donde descendió la chica, yo lo hice en el Trigal y ni siquiera vi si aún estaba en el bus.
En ese momento, mientras caminaba y antes de plantear la posibilidad de escribir sobre dicha anécdota, se me ocurrió una reflexión con dosis de humor: No confundas mi amabilidad con querer sacarte el número de celular.
Fin
lunes, 24 de octubre de 2016
Suele pasar al entrar a una librería
- Entro a una librería a curiosear algún nuevo libro que leer, me detengo y cojo uno, el precio me asombra, el autor es reconocido y en la leyenda claramente afirman: “Con 25 millones de ejemplares vendidos, traducido a decenas de idiomas” y yo empiezo a reírme repentinamente; pero no es una risa burlona (no soy nadie para andar criticando libros) tampoco es una risotada alegre, es extraña esa risa, mi compañero se acerca y me pregunta, ¿Por qué te ríes? Y yo le digo: Observa, esto es una locura y yo contento con mis mil y pico de ventas y en un criterio leve; aunque muy honesto, no es un gran libro y tampoco un autor (bueno, de renombre, sí; pero en cuestiones de contenido, dudaría mucho darle un visto bueno). Es una disyuntiva la que me azota en ese instante, podría indignarme y preguntarme: ¿Por qué este huevón vende tanto? Y una avalancha de sugerencias llegarían a mi buzón y otra, y favorita, sería motivarme y aumentar mis ganas de crecer y ser mucho mejor escritor. Elijo, obviamente, esa.
Lo que trato de decir es que tienes que convertirte en una marca para romper el mercado, no eso no; lo que realmente quiero decir, no vayan a tergiversar, es que no quiero ser un tipo que saca un libro X (con contenido, por darle un adjetivo, simple) y llegan millones a mi cuenta, sino alguien que puedan hacer sentir a los lectores, no trato de decir que ese otro libro no los haga sentir; pero pienso que podría realizar un trabajo mejor que lograra trascender de una manera -no solo comercial- sino que llegue al alma.
Es mi honesto objetivo como escritor.
Al final, salí de la librería con otros libros y añorando ver pronto el mío.
*Esto sucedió meses antes que publicara mi novela.
Fin
sábado, 15 de octubre de 2016
Sábado - 15/10 de madrugada
- Estar solo en casa un sábado por la noche es tenebroso. Andaba escribiendo una nueva escena del guión en que trabajo cuando de repente empecé a escuchar unos malditos sonidos en el cuarto piso. Pensé, ¡Maldita sea, no debí ver El Aro! Pero ante tanto ruido tuve que subir a inspeccionar llevando conmigo un rosario que me regalaron, la biblia que estoy, sorprendentemente, leyendo y la poca valentía que tengo tratándose de esta clase de temas. Sin embargo, solo se trató de, posiblemente -y espero- el viento.
No obstante la madrugada es divina para escribir a pesar que algunos fantasmas anden rondando.
Fin
No obstante la madrugada es divina para escribir a pesar que algunos fantasmas anden rondando.
Fin
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