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viernes, 24 de junio de 2022

El contrato

- Abrí la puerta y la vi. Era una señora de altísima edad con ojos blancos y apariencia tétrica. Los cabellos cortos y blancos, las grietas en la cara parecían cicatrices en lugar de arrugas; vestía de blanco con calzado negro, era enana y escondía las manos por detrás como si fuera a darme un obsequio.

Nunca la había visto en mi vida, razón más que suficiente para preguntar: Disculpe, ¿Quién es?

Ella pronunció mi nombre y apellido en voz lenta y cruda denotando su escasez de dentadura para enseguida sacar el brazo derecho de su espalda señalándome con el índice en una frase que difícilmente he logrado olvidar: Tú y yo nos veremos en el infierno.

Recuerdo que el dedo carcomido como si de tocarlo se hiciera cenizas fue acercándose a mi pecho logrando que sintiera inmovilidad de mi cuerpo, quizá, por el estado en shock donde me encontraba por obra de su frase o puede que por alguna fuerza hipnótica proveniente de su ser.

No llegó a tocarme. Se deshizo poco antes como humo negro siendo reemplazado por una risa horrenda con boca abierta como si los labios untados se hubieran despegado con brutalidad y se notara destrozos en sus cartílagos.

Al apagar la risa, comprendí la situación –o de repente, resolví asimilarla de otro modo- respondiendo a su acusación con una duda irónica: ¿Satán tiene ron para este especial invitado? A lo que, ante dicha pregunta totalmente bromista, ella contestó: Nadie es especial en los vagones del infierno. Todos se queman por igual.

Volvió a reír como si se tratara de un chiste luciendo un fétido aliento y desquebrajando las grietas en la cara como si tratara de una momia.

¿Por qué? Le dije con rotunda seriedad.

Ella silenció. Sabía que iba a acotar algo más.

¿Por qué me han invitado al más allá?

Me di cuenta que el otro brazo empezó a salir de atrás con la misma intención que el derecho, el cual, curiosamente, había dejado de existir; pero no me daba la impresión de estar ante alguien sin una extremidad, sino que, era como si, simplemente, de nuevo, lo hubiera ocultado.

Al instante, la anciana contestó a mi duda con seriedad: ¿Recuerdas el vagón treinta y tres de las seis de la tarde en noviembre hace ocho años?

La miré asombrado, porque juro, no lo recordaba.

Allí comenzó a escribirse tu nombre en este recordatorio.

Abrió la palma de su mano izquierda débilmente estirada como si pesara y pude notar una hoja muy pequeña capaz de caber en aquel vejestorio.

Inevitablemente, la recogí.

Abrí la hoja con la punta de los dedos ante su espera nada ansiosa y al notar la numeración minúscula del uno al diez de frases que no leí con atención, salvo la inicial, me clavó un dejavú.

Sentado en el vagón de un tren de la capital rumbo a un destino en entonces conocido; pero en el presente tan olvidado como un pasado nunca habitado, me hallaba con la cabeza agacha secando la ansiedad con frotes de palma en el rostro ignorando la música en los oídos por parte de los audífonos y el resto de personas que me acompañaron dicha tarde de un mes alejado de los recuerdos contemporáneos, pensando en hechos angustiosos que hoy son meramente monumentos a la experiencia que he dejado de usar y que en algún momento rompí; desaforado en un frenesí interno por descubrir las razones que afectaron un camino y que dolieron mucho en tal época, me hallaba indispuesto a luchar por el sendero que vi venir y de pronto se oscureció como si fuerzas de otro mundo obstaculizaran una buenaventura; opacado en sonrisas y aguantando decibeles que querían estallar, sentía como el vagón avanzaba hacia la respuesta inevitable de una verdad que no quería que pasara porque añoraba el contexto opuesto a la tragedia.

Allí, al borde de un colapso emocional, me di cuenta que la existencia de un Dios protector parecía estar nula como si su nombramiento fuese tan solo una fantasía de seguidores ciegos; y alguien, de pronto, asumió un rol ubicándose a mi lado a pesar de las sillas dispuestas, preguntándome una trivia que no dejé de repetir; aunque al cabo de los años olvidé.

¿De qué lado quieres estar?, ¿De quién abandona o de quien concede?

No fue difícil asimilar el contexto si con ira y coraje me sentía como si estuviera indefenso y a la vez pusilánime buscando indirectamente algo o alguien que pudiera darme una solución contraria a la situación; y, justo al rato, una presencia particular, de traje, rostro sobrio, conocido como cualquiera, habitante de la misma tierra y sin singularidad para no olvidar, apareció para consultar sin saludar como si conociera mi sentir sin conocerme.

Del lado de quien concede, le dije automatizado.

Entonces, ¿Por qué el agobio? Si de buscarlo, tendrás lo que quieres.

¿Cómo?, ¿A quién? Le dije confuso.

La parada se acercaba.

Búscalo, él recluta sin prejuicios, me dijo el hombre común y corriente.

¿A quién? Le dije al borde de la llegada.

Pronuncia el nombre que más le gusta y te dará lo que buscas.

Araziel, lo oí cuando me levanté para acercarme a la puerta y presionar el botón verde de arriba.

Nunca lo dije.

Nunca dije su nombre, le dije a la anciana frente a mí, quien parecía estar levitando. Lo curioso era que nadie de mi casa salía preocupado a curiosear por la inesperada visita o preguntaba por detrás de quien se trataba.

Al parecer, estaba solo y aquello le gustaba. Lo intuía, porque me esperaba mientras que yo pensaba en tales recuerdos leyendo atento. Tras el viaje al ayer, cada oración en enlistado que a mi criterio era como si me hubieran incriminado por hechos nunca antes realizados; aunque, en efecto, dicen que las fuerzas oscuras conocen mejor tus secretos que nadie porque ellos se aprovechan de la maldad que raras veces concierne a personas que viven humanamente en una faceta superficial de bondad mientras que los seres angelicales ignoran tu dolor y agonía que se fermenta en repudio para eventualmente transformarte en quien cometió tales atrocidades que no cuenta a nadie.

Es una ironía. Es como cuando Dios arrojó a Lucifer por querer ser como él. Porque en el fondo, Dios no quiere que nadie sea como él. Y por eso, los deja ser como el otro disfrutando de ese vaivén entre ser del bien o del mal.

¿Por qué vino si nunca dije su nombre? Le dije a la anciana a pesar de leer las frases en la numeración con mayor atención.

Siempre creí que se trató de mí, pensé antes que la vieja dijera algo.

Cuando quieres algo con el corazón no tienes que gritarlo, dijo la longeva con suavidad en su voz.

Satán entiende a las personas desesperadas, ellos vienen a él cuando Dios los abandona, les concede lo que buscan y piden y después se los lleva a su reino, dijo estirando una malévola y asquerosa sonrisa sin dentadura.

Pero… todo lo que he leído no ha ocurrido al pie de la letra, traté de engañarla.

Por ejemplo, le dije, el dinero me costó la muerte de un amigo, comenté mostrándole el punto cuatro. En ningún momento dije que debía de morir alguien para que yo tuviera tanto en los bolsillos, le recriminé olvidando que trataba con alguien con la fuerza suficiente para ahorcarme.

Por cada acción, alguien debe morir.

¿Qué hizo Dios para que creyeran en él?

La inquisición, comentó segura.

Pero…

Pero… ¿acaso te duele? Te hemos visto reír con el dinero en tus manos al punto que olvidaste su funeral, dijo de nuevo con una carcajada diabólica.

Las personas solo piensan en su bienestar. En su propio beneficio. Ellos son el núcleo de sí mismos, filosofaba la anciana.

Bueno, tienes razón, no me importa, de hecho, estoy satisfecho con el trabajo del inciso cuatro. Quería dinero, lo tuve, lo disfruto y soy feliz; pero… todavía hay tiempo para contar sobre los otros puntos, ¿verdad?

Por ejemplo, el sexto, ¿Por qué no soy inmortal como se lo exigí?

¿Y quién dice que no lo eres? Recriminó la vieja.

Irás a construir palacios al infierno por el resto de la eternidad, añadió solemne.

Me gusta la idea, le dije. Este mundo me aburre. Ya no puedo comprar nada con tanto dinero, tenerlo todo es un martirio voluntario porque no puedo; aunque quisiera, colgar a la luna en mi sala, le dije simpático.

Ella no se mostró así.

Quisiste tener hijos, añadió la vieja.

Sí; pero cuando se volvieron mayores se fueron por sus propios caminos usando el dinero que les doy para sus goces nocturnos. Fue divertido durante la niñez, le dije con otra risa que no soportó mirar.

¿Qué tipo de ron toma Satán? O es un hombre de whisky. Yo lo he visto en pinturas bebiendo sangre, a mí no me gusta eso. Prefiero la cerveza antes que la sangre, le dije en broma.

La vieja se mostraba cada vez menos comprensiva y más furiosa luciendo una vena en la frente en señal de rabia.

¿Te resulta divertido morir en el infierno? Me dijo irónica.

¿Acaso voy a morir?, ¿No es que iba a estar quemándome por el resto de la eternidad? No me cambien el trato, eh, le dije imitando su actitud.

Bueno, dijo serena, ¿a qué hora nos vamos? Preguntó como si se tratara de una invitación cordial.

Supongo que ahora mismo, porque despedirme de todo lo que me han regalado, no me resulta apetecible; e incluso, ¿sabes? Dije en un gesto de pensar, ella me miraba asombrada, me agrada mucho la idea de salir de aquí e ir a las flamas del Hades, porque estoy aburrido en este lugar, le dije en un ademán por cerrar la puerta adelantándome un par de pasos de ella, quien, efectivamente, no tenía brazos y tampoco pies; levitaba, tal cual, un fantasma endemoniado.

Me pregunto, ¿Quién se quedará con tu yate de tres pisos y veinte habitaciones? Dijo de nuevo con ironía.

¿Cuál yate? Le repetí la duda.

El yate que pediste, dijo viéndome de reojo. Yo encendía un pucho.

Ah, se hundió. Vino jodido, le dije fastidiado. Creo que a tu jefe lo estafaron, añadí displicente en una piteada que cayó en su cara.

Pediste el yate de un actor de cine famoso con quien te encontrarás en el mismo infierno, dijo con su horrenda sonrisa.

¿En serio? Y yo que amo sus películas de vaqueros. Dime algo, ¿Sabes si también está la Srta. Monroe? Porque me encantaría conocerla. No pedí una máquina del tiempo para tenerla por el resto de la eternidad, ¿notas lo inteligente que soy? Le dije sonriente, ella no compartió ninguna gracia de mi argumento ignorando responder a mi segunda duda.

Podía notar que la señora, la empleada del Diablo, se sentía acorralada e irritable con mis argumentos, tal vez en anteriores ocasiones tuvo que recibir oraciones, ruegos y demás para que no se llevaran a alguien. Sin embargo, yo estaba feliz de irme al mismísimo averno.

Nunca conocí a nadie que quisiera irse para abajo, me dijo, todavía caminábamos con rumbo desconocido por unas calles silenciosas como si se tratara de una pesadilla que disfrutaba.

La gente se aferra a lo material, a lo absurdo, a lo que dura poco, en cambio yo, quiero tenerlo todo mientras estoy abajo. ¿Sabes? He leído mucho sobre el Hades, allí te encuentras con los sujetos más locos de la historia.

Ella asintió viéndome de reojo con la cara confusa.

Ellos están ahí por asesinos, criminales y desgraciados, mientras que tú, pobre angelito, irás por un contrato con mi rey, dijo tratando de darme temor.

Qué suerte la mía, ¿no? Invitación sin asesinato. Un golazo, le dije sonriente y nos adentramos en un bosque oscuro que apareció de pronto.

La idea es que no lo disfrutes, me dijo irritada.

¿Por qué? Quise saber.

Porque es un lugar horrendo donde nadie quiere ir y quienes están no la pasan bien a pesar de sus tragedias.

Pero, a mí me gustaría estar ahí y tal vez entablar amistades honestas, le dije.

No se trata de eso, debes de sentir miedo, pavor y rogar por quedarte, me indicó encarecidamente logrando abrir una especie de hoyo frente a nosotros.

Creí que habría una compuerta rumbo al sótano, no un agujero de mago, le dije y fue la última frase que soportó.

Entonces, ¿tu vida en la Tierra es miserable? Me dijo parándose frente al hoyo negro.

Asentí con un puchero. Más o menos. El único problema es que odio a la gente, le dije con una risa.

Ella sonrió, sacó el contrato de alguna parte de su interior como quien mete una mano renovada a su cuerpo y me dijo: Voy a destruir esto y te quedarás a vivir noventa años aquí.

¿En serio? No, que tragedia, le dije sobreactuado.

Ella me hizo un gesto de dedo medio elevado y se adentró en el hoyo.

No volví a verla. De repente, el bosque se volvió la calle de mi zona con luces y gente, caminé a la casa, abrí la puerta, me recosté en el sofá y tras una palmada, dije: Ya se fue la visita, salgan todos.

Sentí el sonido del zapateo en la escalera, adentré la mano por debajo del sofá y sentí el filo de un cuchillo.

De alguna manera u otra, quiero irme para allá.

 

 


Fin

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Hasta las escrituras del mismisimo Bryan Barreto me ponen la piel de gallina ♡.

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