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miércoles, 19 de agosto de 2020

Nos vemos, vaquera

El lunes se llevaron a la princesa, vino su madre vestida de astronauta bajando del Volvo gris que conduce a lo meteoro; aunque ahora parece una tortuga en carrera de postas.

Me dio un saludo afectuoso con los codos (íbamos a implementar el saludo mandarín pero nos vimos patéticos las dos primeras veces) y aunque sentí que quiso darme un beso en la mejilla, su paranoia la detuvo, entonces, fiel a mi estilo burlesco le dije: El virus está muerto, vive en los cuerpos, no en los ambientes, lo acabo de oír en la BBC. Puede besarme apasionadamente si eso prefieres.

Adjunté un guiño de ojo seductor que conoce muy bien logrando que se estremezca en nervios a pesar del traje sideral.

La dulce Circe apareció detrás con mochila en la espalda, sonriente, reluciente, divina y con el estómago lleno tras un desayuno importante. Llevaba consigo los libros que quiso llevarse para leer y dejó en mi escaparate libros que ya ojeó más de una vez. Es un trueque tácito que implementamos. Ella viene, deja libros y escoge otros. Yo voy a su casa, recojo libros y dejo otros. Tenemos una sana costumbre que incluso, la abuelita entra en sintonía porque es ella quien le regala libros cada fin de semana. A mi ex novia, su madre, le resulta estupendo; pues ambos sabemos que los libros son un viaje mejor que cualquier canal televisivo.

Sin embargo, en casa también mira dibujos, generalmente a Bob Sponja, personaje al cual llegamos a la entretenida y graciosa conclusión de que es homosexual y aquello nos resulta completamente sano y sensato.

De vuelta al pórtico de mi casa, ella no quiere pasar a pesar que le dije que podríamos tomar un café; se siente apurada por el trabajo y la junta que se aproxima, propone un almuerzo familiar al que siempre digo asistir pero nunca voy, pienso que cuando uno termina una relación amorosa de casi diez años y a pesar que la otra familia te adore como parte de la misma, no puedes ir y venir como si siguieras formando parte de ese conjunto grandioso porque no lo soy y además, prefiero tomarme mis ratos libres para escribir; no obstante, he asistido a lonches o cumpleaños de Circe por devoción total y porque la pequeña insiste en que allá quieren verme. Le caigo tan bien al señor Raulito que es inevitable tenerme lejos, pues sus otros yernos o nueros (no sé cómo exactamente se dice) son unos ñoños que no tienen los temas de conversación que resaltan de mí como sudor de los poros y tampoco, según me dijo una vez, tienen mi cultura bebedora.

Y sí, todo escritor es borracho, le digo al señor y este se empieza a reír haciéndome un salud desde la comodidad de un sofá en el patio al fondo de la casa y cerca de la piscina.

Me despido de la hermosa madre de mi hija con otro símbolo de codo, es gracioso como lo ve como única manera de saludar; sin embargo, se respeta.

Quien no lo hace es Circe, ella me abraza frenéticamente y llena de besos el rostro sabiendo que nos volveremos a ver en unos días, quizá dos o tres, tal vez el fin de semana o de repente mañana mismo pase a recogerla por unos helados en mi casa porque salir a la calle en momentos como estos es complicado y jodido; por eso, en ese caso, mantener la compostura de su madre.

De hecho, es una gran madre, tal vez, la mejor que conozca y yo… Yo soy como diría el señor Raulito: Un escritor necesita tiempo para lo suyo y luego compartir ratitos con el mundo.

Aunque, también soy como dice ella: Bryan lleva más de treinta años en la misma fiesta.

Y como diría mi madre: Haces lo que se te ocurra, lo que te dé la gana, lo que quieras y si así eres feliz, genial.

O como dice Circe: Eres el mejor sin intentarlo, solo siéndolo.

Y bueno… ya extraño a la pequeña princesa de ojos divinos y sonrisa cálida. 

Espero verla en unos días.

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