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sábado, 17 de agosto de 2019

Deseos nocturnos

- Durante la madrugada algunos seres nos convertimos en verdaderos hombres lobo.
Abro los ojos repentinamente olvidando el sueño que me atrapó hace poco, la silueta exacta y a la medida de mi chica se encuentra al lado luciendo el trasero a la altura de mi obelisco, los cabellos regados por la almohada y ligeramente encorvada por el frío. Yo estoy de lado, casi en la misma posición observando su nuca e imaginando su trasero oculto debajo del edredón. Hemos tenido relaciones sexuales durante un largo periodo de tiempo terminando como acto final con una pose de tal magnitud y como sujetos embestidos por polvo volcánico quedamos quietos para siempre en dicha postura; sin embargo, naturalmente, durante parte de la noche estuvimos pegados tanto que mi brazo tuvo calambre al cobijar su cabeza y mi bandera de debajo tuvo un breve descenso por el asunto del entre tiempo.
La madrugada me revive como fiera salvaje salida de cuentos mitológicos, los aires de grandeza, rudeza y sobre todo apetito sexual se reanudan automáticamente haciéndome sentir una antorcha que anhela consumir carne humana.
Mi novia no se percata de la situación, ella descansa plácidamente tras haber sido víctima de mis momentos más lujuriosos, ha gritado y gemido en placer y devoción por su amo, por su rey y creador, que ha mencionado y dicho en palabras entrecortadas con deseo y honestidad al tiempo que introducía mi prominente y absoluto miembro en su santidad saciando todo deseo libidinoso que su cuerpo exacto y perfecto sentía hacia su hombre.
Muy ingenua, no se da cuenta todavía, que durante las noches que comparte la habitación conmigo, me vuelvo una fiera de tiempo completo que logra descansar unas horas para reanimar a los decibeles monstruos y lujuriosos que habitan en las pieles.
Tierna como una oveja de un jardín divino, dulce como una rosa emergiendo entre espinas, sabrosa como una ternera, la estoy mirando desde mi posición, con los ojos cada vez más capaces de mirar con deseo y la yema de los dedos esculpiendo de a poco cada partitura de su piel.
Susurro, ‘todavía no he terminado contigo’ haciendo que sus piernas se estremezcan tímidas y temblorosas como esas liebres a punto de ser devoradas por un lobo insaciable.
La oscuridad de la noche ya no me detiene, planto un beso a la altura de los hombros moviendo el edredón con la mandíbula y emulando a un vampiro hambriento dejo una huella en el cuello.
En ese entonces la mano ya se encuentra dibujando su trasero y un dedo, el travieso, recorriendo ligeramente el centro en busca de un resquicio de deseo.
Me acerco para completarme con su cuerpo colocándome a la medida de su ser y haciéndole sentir como poco a poco, allá abajo, una bandera toma vuelo.
Todavía sigue dormida o tal vez solo con los ojos cerrados y yo dibujo los hombros con los labios mordisqueando de a poco provocando, tal vez inconscientemente, algún que otro suspiro.
Muevo los cabellos con delicadeza y le hago una cola con la mano tan suave que ni lo siente, enseguida logro besar la parte frontera del cuello y esta vez la mano siente el placer por debajo. Una línea de humedad recorre los dedos y aquello que señala mi poder sobre su cuerpo enciende todavía más las vértebras de mi ser y el obelisco toma forma escalofriante.
Directo y sobrio se apega a su santidad al tiempo que los besos aumentan en intención, incrementan en deseo e impactan en los hombros y luego en la espalda y bajen hasta llegar al trasero, el cual muerden y suben con rapidez para seguir con el cuello. Ella los siente, imagino que abre los ojos dándose cuenta de su inevitable destino, estoy seguro que teme y a la vez desea, siento que quiere y a la vez se sorprende, piensa, ¿Cómo alguien puede tener tanto deseo? Imagina, ¿Cómo es posible calmar a esta bestia? Y entonces, como manejado de forma independiente el señor de las mitades del cuerpo arremete y se introduce en el santo grial provocando de inmediato un gemido tan fuerte y de golpe que ahuyenta a los seres nocturnos.
Sujeto su cuello con presión como si la estuviera ahorcando haciéndola totalmente mía y comienzo a penetrar su cuerpo con movimientos lentos y bruscos a la medida de mis deseos y por supuesto, de acuerdo a sus gemidos.
Callo su boca con una mano y le susurro: Eres mía. Me perteneces. Yo soy tu dueño. Ella lo sabe, lo entiende y por eso asiente con la cabeza.
La libero de la voz para que pueda gemir en paz y sentir esos sonidos de alegría que dicta a cabalidad como si estuviéramos en un lugar desierto sin que nadie nos oiga.
Yo sujeto sus caderas para tener quietud, doy nalgadas para demostrar mi nivel de pertenencia y estiro el cuerpo inclinando un poco para que se ajuste a tal punto que la conexión de intimidades sea exacta e ideal y en ese momento, durante ese tiempo, en ese trascurso de deseos sumamente libidinosos, nos sentimos totalmente juntos.
Termino. El reloj en la pared dicta las 5.40am. Despertamos para el trabajo a las 7am.
Ahora yo estoy agotado y ya quiero descansar; pero le he contagiado mi mal libidinoso y eso me genera una sonrisa, entonces como gata salvaje se adueña de mí, sienta encima y baila sobre mi cuerpo hasta que nos sorprende el despertador despiertos y cogiendo como dos fieras de la noche.
Sabemos que no termina aquí, que lo continuamos en la ducha antes de partir; pero ese es otro relato de intimidad.

Fin

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