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martes, 27 de marzo de 2018

Las claves

- Tengo memoria selectiva para sucesos de mi historia.
No recuerdo números telefónicos, tampoco cumpleaños y mucho menos claves de correos electrónicos; pero por suerte para eso existe el celular, las notificaciones de Facebook y una base de datos en mi computadora con todas mis claves. ¡Esas mismas que una vez una acosadora hurtó! Dada la ironía, era una persona que entraba a mi habitación.
Las claves de mis tarjetas están basadas en hechos que difícilmente voy a olvidar, por eso se me hace sencillo recordarlas y eso que tengo muchas tarjetas, es una cuestión interesante, ¿sabes? Pues, cuando abro la billetera se ve bonito y brilloso; pero cuando pago las cuentas, salgo como Don Ramón.
Lejos de tener que recordar fechas de aniversarios, una vez la olvidé por completo y mi chica de entonces, una resentida de nacimiento se enojó, naturalmente con motivos; pero una debe entender que uno de mis defectos es la falta de memoria (no el desinterés). Puede que suene a justificación pero es la verdad. Lejos de tener que acordarme del cumpleaños de mis primitos (treinta y tantos años cada uno y todavía piden libros de regalo) uno tiene que acordarse de otro tipo de claves, llamase ‘innecesarias’ como por ejemplo, la maldita contraseña del candado del locker del gimnasio, lo cual, muy aparte de haberme jodido la mañana, me inspiró a esta historia.
Yo estaba escuchando ‘Vive la vida’ de Coldplay, motivado y entusiasta con volver al entrenamiento luego de la masacre del fin de semana, curiosamente, previo a ello, fui al banco a sacar dinero para comprar figuritas, y al entrar, mientras saludaba a los tigrillos que usan camisetas sumamente apretadas que bueno fuera los hicieran ver macetas o nalgones; pero todavía dejan mucho que desear, me vi envuelto en una extraña situación, la cual voy a llamar de esta simple manera: Distracción.
Es complicado que me ocurra, a menos que la mujer maravilla se atravesara en mi camino; pero si puedo dar crédito a algo, es que llevaba conmigo una resaca del demonio, la cual con las pesas y el sauna podía hacer desaparecer.
No me di cuenta hasta dos horas más tarde cuando volví para sacar mis cosas, apurado, por cierto, porque debía de dejar unos libros y luego ir a recoger a mi esposa y enseguida darle de comer a mi perrita y por si fuera poco saldar cuentas con un tipo que me debe dinero hace quinientos años y para luego envolverme en una situación carnal que adoro realizar y enseguida lidiar con la literatura, previo a una rica comida saludable (mentira, iba a comer KFC) y para terminar la hazaña con un viaje en tren a mi lugar predilecto; pero todo lo cronometrado que yo estaba se fue al mismísimo demonio cuando no empecé a recordar la clave de chiquito como un ratón cuida la casa como un león.
No era mi cumpleaños, tampoco el de mi chica, mucho menos el de JLaw, ni siquiera el de Gal Gadot, por si fuera poco, tampoco el de Dolly, menos el de mi vieja, que iba a ser el número de mi celular y desesperado lo intenté al azar como si fuese a funcionar como en las películas y yo fuera a decir ‘bingo’. ¡La putamadre! Dije molesto y sabiendo que el tiempo apremiaba y mi celular estaba adentro tuve que resolver llamar al asistente (un venezolano gracioso) y pedirle que hiciera pedazos el candado; pero, pero, pero, poco antes de hacerlo, muy poco antes, ya teniendo el martillo en sus manos y apuntando, lo pude recordar: La clave era tan simple como preparar gelatina.
Uno, dos, tres, cuatro y cinco, dije y todos voltearon sorprendidos para decir en coro: ¿Esa contraseña no recordabas?
Solo atiné a sonreír.

Fin

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