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sábado, 10 de junio de 2017

La chirimoya

- Ayer llegué a casa tras un ajetreado día en la universidad, eran alrededor de las once de noche y andaba hambriento. La cocina y refrigeradora estaban literalmente saqueadas por mis hambrientos hermanos, maldije al tipo de Tambo que dijo ‘no tener cambio para billete Santa Rosita’ y me odié por olvidar la billetera con las tarjetas y además, también por olvidar los audífonos. Tenía cinco soles en monedas los cuales utilicé para el pasaje, puesto que el carné de medio también estaba en la billetera. En fin, ya estaba en casa y debía de comer ya que no tengo esposa y mi novia esta a cientos de kilómetros de distancia y de estar cerca me prepararía lo que guste haciéndome feliz.
Tampoco podía ir a la única tienda cercana, pues, mi deuda con el tío supera los 900 soles.
Bryan, por favor, ¡Deja de comprar tanto ron! Lo bueno es que siempre me ‘salva’ y cada fin de mes le pago su topo.
En ese momento, recordé las palabras de mi padre por la mañana: ‘Chicas, un paciente tiene su chacra y me ha regalado una docena chirimoyas tamaño familiar, esperen un par de días a que maduren’.
Resolví buscarlas y las encontré con dificultad, pues, ¿Quién rayos coloca frutas en el horno?
Ya estaban maduras, lo supuse al tacto, entonces, tal vez, la hipótesis de que faltan maduran no había sido tan cierta.
No miento si digo que tuve que cargar una chirimoya con ambas manos -y eso que las tengo grandes y venosas-. Estaba deliciosa, pues, no dudé un instante en darle una mordida y luego otra y otra y otra. Escupía las pepas como obrero de chacra que cultiva semillas y en un santiamén ya estaba satisfecho y el plato lleno de pepas.
A la mañana siguiente me desperté con un terrible dolor de barriga, fui al baño y no querrán imaginar lo que ocurrió.
En ese instante, oí a mi viejo decir, ¿Quién fue el gil que se comió la chirimoya cruda, con cascara y sin lavar?
Lo supieron cuando entraron al baño.
Esta anécdota me lleva a una similar, ocurrió hace siete años, yo tenía mi novia que vivía por Plaza San Miguel, era un domingo de resaca en el que fui a verla, el día anterior por la noche, había bebido hasta morir junto a mis amigos –en la actualidad nobles padres de familia- y en esa tarde no dejé de ir al baño, pues, le comenté que por la noche, al llegar a casa, había comido un pescado -de esos que se usan para preparar sudado- totalmente frío. Lo había sacado de la refrigeradora y tragado con locura. Ella me dijo, ¿Por qué no te compraste una hamburguesa? Le dije, estaba borracho, no tenía uso de razón. Eres un idiota y te lo mereces, afirmó y empezó a reír.
Ahora que recuerdo, ocurrió algo similar; pero no se llegó a consumar el acto.
Yo llegaba de una fiesta, mi chica de ese entonces estaba en mi cama, ya descansando viendo la televisión, abrí la puerta e ingresé con un plato de comida -que de hecho, no era realmente algo preparado al instante, sino un combinado de comidas que encontré en la cocina- y ella, al notar mi presencia en el filo de la cama, abrió los ojos y dijo, ¿Qué estas comiendo? Huele y se ve feo. Yo le dije, es lo que había en la cocina. ¡Idiota, deja de comer eso! Tu ma’ subió y te dejó un pollo a la brasa. Yo estuve a punto de terminar el plato; aunque, por suerte, terminé devorando un rico pollo a la brasa y después, tuve mi postre; aunque esa, es otra historia.

Fin.

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