Mi nuevo libro

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domingo, 5 de marzo de 2017

En el 2010

- En el 2010, a punto de publicar “Una noche, una musa y un teclado” el editor, de quien recuerdo en sentido humorístico, su peculiar bigote, me dijo: Bryan, el libro estará en tales librerías.
Revisé la lista y dije, ¿Por qué no está en Plaza San Miguel?
Confundido, porque cualquier principiante estaría feliz de tener su primera obra en varios escaparates limeños, preguntó, ¿Por qué tanto énfasis con ese lugar? Entonces, añadió: Ah, ya entiendo. Quieres que ella lo lea.
El editor -además de un profesional a carta cabal- era mi amigo, había leído y releído la obra y sabía algunas de las situaciones reales de los cuentos del libro que fui contándole mientras editábamos juntos el tema de la portada y demás con bajísimo presupuesto.
Un par de días después, me dijo la noticia: Esta en Zeta de Plaza San Miguel. Fui a verlo, reposaba en el módulo de novedades y yo soñaba que ella entraba, recorría el lugar en busca de la lectura de invierno y veía el nombre del cretino, irresponsable, egoísta y testarudo, que ante su no tan asombro, había logrado publicar.
Recordaría las veces que le dijo: Para escribir, no tienes que aislarte. Para escribir, no tienes que perderme.
Compraría el libro por mera curiosidad, lo leería en un asiento del centro comercial, entendería la fascinación del autor con los lugares que recorrió junto a su persona, se preguntaría, ¿Cómo es que pudo archivar tan bien los recuerdos si andaba perdido en el tiempo cuando parábamos juntos? ¿Cómo puede ser que haya tanto amor a pesar de su constante ausencia? ¿Cómo supo tanto de mí sin escucharme? Comprendería que siempre estuvo allí, a su lado, a pesar que algunas veces le dijo que no podía ir al cine o a casa de sus padres a cenar por querer escribir, entendería que los sueños se logran con sacrificios, que el dolor de perderla fue el motor para culminar el libro, una completa ironía. Y al momento de leer el relato que adjunta el sentir actual en su totalidad, “La carta que el cartero perdió” posiblemente se daría cuenta que el amor sigue intacto.
Había una cita en el ejemplar, una firma de autógrafos en el mismo local, no es casualidad, él no cree en casualidad, porque le gusta producir eventos y luego se hace el tonto aludiendo a la casualidad.
¿Me lo firmas? Preguntó, reconocí su voz y le dije: ¿Después podemos tomar un café?

Fin

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