- Este 17 de Septiembre se presenta mi nuevo libro.
Lugar: La Tostadora de Barranco (por el Puente de los suspiros)
Hora: 7.30pm
Precio del libro: 35 soles.
¡Los invito a todos!
¡Espero que vayan!
Mi nuevo libro

Puedes pedirlo al WhatsApp +51 987774365
jueves, 25 de agosto de 2016
Ese parque
- Cada vez que voy a ese parque -confieso que son pocas, ¿la razón? Hay que tener valentía para cruzarlo- me encuentro nervioso, es una sensación extraña, es como si después de años volviera a ver a alguien, como si tanto tiempo distanciados, sin vernos los rostros ni escuchar nuestras voces, afectara como lo hace en ese momento, mientras camino por la acera que divide el parque.
Cuando me detengo al frente de su casa, tengo la fantasía de verla arrimando la cortina de la habitación del segundo piso, tímida, mostrando parte del rostro y sus dedos con uñas mordidas. Imagino que al verme se muestra en su totalidad, con una sonrisa que refleja emoción y pienso que desaparece para descender enseguida y atravesar la puerta principal. Sueño que me acerco, que nos abrazamos en un abrazo detenido en el tiempo, como si el creador, por fin, decidiera continuar esta historia. Besos, palabreo, afecto, todo suma en ese instante.
Pero me veo aquí, solitario, distinto en todo sentido, escuchando al nuevo inquilino preguntar un tanto alarmado: Disculpe, joven, ¿A quien busca? Y cuando enfoco mis sentidos en aquel desconocido señor, le digo sin ocultar mi dolor: A alguien que alguna vez vivió aquí; pero que hoy solo yace en recuerdos.
A veces, joven, ese es un gran lugar para vivir, responde y me voy.
Cuando me detengo al frente de su casa, tengo la fantasía de verla arrimando la cortina de la habitación del segundo piso, tímida, mostrando parte del rostro y sus dedos con uñas mordidas. Imagino que al verme se muestra en su totalidad, con una sonrisa que refleja emoción y pienso que desaparece para descender enseguida y atravesar la puerta principal. Sueño que me acerco, que nos abrazamos en un abrazo detenido en el tiempo, como si el creador, por fin, decidiera continuar esta historia. Besos, palabreo, afecto, todo suma en ese instante.
Pero me veo aquí, solitario, distinto en todo sentido, escuchando al nuevo inquilino preguntar un tanto alarmado: Disculpe, joven, ¿A quien busca? Y cuando enfoco mis sentidos en aquel desconocido señor, le digo sin ocultar mi dolor: A alguien que alguna vez vivió aquí; pero que hoy solo yace en recuerdos.
A veces, joven, ese es un gran lugar para vivir, responde y me voy.
Fin
domingo, 14 de agosto de 2016
¡Mi nuevo libro!
- ¡Ya está la portada y contraportada de mi nuevo libro! Me siento completamente feliz y muy emocionado. Los espero a todos en la futura presentación.
Que lo decía todo
- Le dijo: Vámonos. Podemos vivir juntos; tu dedicada a los quehaceres y yo dispuesto a traer el dinero. No quiero seguir lejos de ti, separados por kilómetros que parecen universos, por tiempo que se vuelve eterno y estoy cansado de anhelar tus besos y tus abrazos. ¡Vamos a vivir juntos! ¿Qué te parece, mi vida?
Ella lo amaba más que a su vida, su vida llevaba su nombre. Era su hombre ideal, era el amor de su vida y por él estaría dispuesto a la locura que le estaba proponiendo. Entonces, aceptó con una sonrisa perplejamente enamorada.
Quedaron en encontrarse en el aeropuerto. Él alistaba sus cosas en la habitación del hotel donde se hospedó, emocionado, entusiasmado por la idea de poder gozar de su presencia diariamente, imaginando que sus padres le darían el apoyo necesario, creyendo que serian muy felices hasta el fin de los tiempos y aferrado a su amor, tan sincero como fuerte, tan grande como honesto, y tan real como lo que andaba viviendo.
Se despidió de todos los empleados del hotel en donde estuvo durante cinco semanas, durante un año y medio que anduvo visitando su localidad y prometió volver algún día.
Por su parte, ella alistaba su maleta, pensativa. Demoraba en acomodar las prendas, miraba su habitación y sentía que no volvería a verla, era una nostalgia confusa, entre pena y alegría, que ironía.
Miraba a su hermanito jugando, distraído de las responsabilidades de la vida y no sabía cómo decirle que no iba a volver a verlo.
Su madre llegaba del mercado, siempre estresada, renegando y en busca de alguien que la ayude a cargar las bolsas. Pensó en ella, ¿en quién iba a ayudarla?, si su padre estaba en el cielo y era ella la mayor de sus tres hermanos. No podía ser egoísta, reflexionaba. Pero su felicidad estaba en juego, meditaba.
Él se encontraba en el aeropuerto, con boletos en mano y maletas esperando. Ella todavía no salía de casa; tenía la maleta hecha pero no sabía cómo despedirse, tal vez, debía no hacerlo porque podrían impedirle la huida, que era lo más probable.
En el aeropuerto hicieron el último llamado al viaje rumbo a Lima desde el D.F. y él la vio venir -nunca perdió la fe, siempre supo que vendría- pero no llevaba equipaje.
Convergieron en un abrazo y antes de que le susurrara algo al oído, vio caer de sus ojos una lágrima que lo decía todo.
Ella lo amaba más que a su vida, su vida llevaba su nombre. Era su hombre ideal, era el amor de su vida y por él estaría dispuesto a la locura que le estaba proponiendo. Entonces, aceptó con una sonrisa perplejamente enamorada.
Quedaron en encontrarse en el aeropuerto. Él alistaba sus cosas en la habitación del hotel donde se hospedó, emocionado, entusiasmado por la idea de poder gozar de su presencia diariamente, imaginando que sus padres le darían el apoyo necesario, creyendo que serian muy felices hasta el fin de los tiempos y aferrado a su amor, tan sincero como fuerte, tan grande como honesto, y tan real como lo que andaba viviendo.
Se despidió de todos los empleados del hotel en donde estuvo durante cinco semanas, durante un año y medio que anduvo visitando su localidad y prometió volver algún día.
Por su parte, ella alistaba su maleta, pensativa. Demoraba en acomodar las prendas, miraba su habitación y sentía que no volvería a verla, era una nostalgia confusa, entre pena y alegría, que ironía.
Miraba a su hermanito jugando, distraído de las responsabilidades de la vida y no sabía cómo decirle que no iba a volver a verlo.
Su madre llegaba del mercado, siempre estresada, renegando y en busca de alguien que la ayude a cargar las bolsas. Pensó en ella, ¿en quién iba a ayudarla?, si su padre estaba en el cielo y era ella la mayor de sus tres hermanos. No podía ser egoísta, reflexionaba. Pero su felicidad estaba en juego, meditaba.
Él se encontraba en el aeropuerto, con boletos en mano y maletas esperando. Ella todavía no salía de casa; tenía la maleta hecha pero no sabía cómo despedirse, tal vez, debía no hacerlo porque podrían impedirle la huida, que era lo más probable.
En el aeropuerto hicieron el último llamado al viaje rumbo a Lima desde el D.F. y él la vio venir -nunca perdió la fe, siempre supo que vendría- pero no llevaba equipaje.
Convergieron en un abrazo y antes de que le susurrara algo al oído, vio caer de sus ojos una lágrima que lo decía todo.
Fin
El casamiento
- Sus padres sentados en el mueble de al frente, bien vestidos, extrañamente sonrientes y viéndonos con peculiar ternura. Ella cogiendo mi mano con dulzura, sus dedos se entrelazas con los míos, yo veo al frente; pero no a sus viejos, sino a un cuadro con un navío dibujado. Dicen que te enfocas en algo específico para olvidar el alrededor. Ella habla con el resto de los familiares, su voz es cándida y hasta diría que por momentos desata una gran algarabía, más que todo, cuando sus amigas sueltan datos sobre los futuros planes. Una boda se aproxima, yo estoy en el mueble central de una vivienda lejana, tan lejana como lo es esta ciudad ante la mía, tengo 19 años, ¿estoy enamorado? No estoy seguro, he conocido a alguien en mi ciudad en el trascurso de las idas y venidas, de esos viajes largos para ir a verla y de ese tiempo importante en el que nos ausentamos. No se lo he dicho, ni siquiera me lo dije a mí mismo; pero ese alguien ya aparece desde días en mi cabeza. No obstante, me voy a casar, se termina la fiesta, como dictan vulgarmente los amigos, y aunque todo pinte realmente precioso y nuestra foto comprometidos reemplace al cuadro de navío, estoy dubitativo, contradictoriamente a lo que sienten todos esta noche, en especial, Mariana, que lleva una sonrisa deslumbrante, el vestido confeccionado exclusivamente para esta noche, esperando, quizá ansiosa, de repente, nerviosa; pero muy contenta y emocionada, mi argumento, el que creen que se basa en lo que siento y el anillo, el mismo que imaginan todos, voy a tener que entregar…
Su padre se levanta de la silla, su madre lo mira admirada, llevan veinticinco años de casados, los mismos que tiene Mariana, quien tiene una mentalidad altísima. Acaba de terminar Derecho el mes pasado, hice maravillas para llegar a la graduación. No recordaba la promesa que me hizo aceptar, esa de casarnos cuando termine la carrera. De hecho, nos conocemos desde que estuvo en tercer ciclo. Pero, tantas cosas han pasado, ella vive lejos, a un día de distancia en bus, dos horas en avión y su casa es lejana, incluso, cuando llego a la ciudad. Es enorme y grandiosa; pero lejana.
Es el brindis, ahora todos están de pie, incluyéndome. Tíos, sobrinos y amigas, todos están reunidos esta noche. ¿Mis padres? Ellos no tienen idea de lo que estoy haciendo, saben que viajo constantemente para ver a mi novia en la tierra lejana; pero desconocen lo que hago en este momento, la forma como visto, con este traje ficho, la copa de champagne en mi mano, los cigarrillos en el bolsillo del saco, muero por fumar; pero su madre asmática no lo permite. Es querer fumar o querer zafar, a veces pienso que lo segundo. Pues, mis padres desconocen que están próximos a ser suegros de esta gran chica, a quien, no estoy seguro si amo, entonces, ¿Por qué he dicho que es gran chica? De repente porque intento ser el típico muchacho confundido que desprecia a una gran mujer por andar enamorado de otra, sí, otra gran mujer. La vida y sus ironías.
Me alegra que al fin puedan comprometerse, siempre es bueno hacer las cosas como Dios las manda, dicta su padre, no es pastor ni miembro de ninguna iglesia, es un tipo muy conservador, por eso me agrada. Me señala, ¿debo hablar? Pero, no hablo en público desde la última exposición en la universidad -a la cual fui solo dos ciclos-. ¿Qué voy a decir? Quizá, la verdad.
Cuando veo a Mariana me doy cuenta que no puedo hacerle eso. Puede que sea muy estúpido al hacer algo que no quiero, que de repente, quise; pero ya no. Sin embargo, destrozarle las ilusiones resultaría peor que vivir algo que ya no anhelo. Medito tan rápido como puedo sin darme cuenta que todos observan al chico mudo, pálido, con gotas de sudor cayendo de ambas sienes. Parece que el ratón le comió la lengua, dice alguien y todos ríen. Bebo el trago por completo y argumento palabrería pura. No sé cómo pude ser tan falso. Tan hipócrita, tan indigno de ese lugar. Enseguida, ella se levanta haciendo lucir el vestido, me observa y añade ante mi asombro: Parece que habrá alguien que el día de la boda alzará la voz de protesta. He olvidado que me conoce de pies a cabeza, que no siempre me quedo sin palabras porque siempre, más cuando estoy enamorado, tengo mucho que decir. La gente murmura, yo me siento, ella también, el músico sintoniza una canción, el resto baila y ella se acerca a mi oído para decir, ¿Salimos a conversar? De pasada que te fumas unos puchos.
Afuera, en el campo trasero de su vivienda, me siento en una banca, enciendo un pucho de inmediato y tras la primera piteada recibo una bofetada que me arrebata el cigarrillo de la boca.
¿Qué sucede contigo? Dime, ¿Qué mierda sucede contigo? Su voz de autoridad me asusta en lugar de excitarme como antes. Pienso que lo sabe; pero es difícil que yo se lo diga. Ella asiste: Dime, ¿Qué tienes? Pues, ante ello, solo queda ser honesto.
Mariana, lo siento; pero no puedo casarme contigo. Sé que hicimos una promesa; pero ha pasado tiempo, nos vemos poco o nada, en el MSN hablamos y no es lo mismo. Nosotros tuvimos algo especial; aunque ahora ya no se que sienta.
Ella enmudece. Sujeta el vestido para acomodarse en el césped. Entonces, tras una mueca, dice: ¿Por qué me lo dices ahora?
Por eso te pido perdón, no sabía cómo explicarlo, era algo que sentía hace semanas; pero no hallaba la forma de seguir enamorándome de ti. No te veo seguido, Mariana. Yo viajo siempre a Arica y tú nunca a Lima. Si, los estudios y toda la vaina; pero, eso ha hecho que se desgaste la relación. Ella piensa, observa mis ojos y pregunta, ¿Ya no me amas? Es una pregunta cursi; pero muy real, entonces, me doy cuenta que es momento de ser completamente franco y le digo: La verdad es que no lo sé. Esto es presuroso, no es lo que quiero, yo quiero tener tranquilidad, pues, pensar bien, de repente podemos casarnos más adelante.
Claro, que fácil, ¿No? Decirme todo esto a días de la boda, cuando todo se ha organizado. No solo eres un cobarde, eres también un imbécil. No sé qué carajos ando contigo, que ni siquiera sabes lo que sientes. Te estoy siendo sincero, Mariana. Entiende, podemos empezar de nuevo sin tener que lidiar con casamientos. Ella me mira, furiosa y decepcionada, para decir enseguida: Este es mí sueño, tú lo sabías bien. Pero, comprende, tengo 19 años, quiero seguir viviendo, a tu lado si se puede y de repente más adelante realizarlo. Casarme a esta edad no es lo que quiero.
Su madre aparece en escena para complicarlo todo. Mariana le cuenta lo ocurrido con lujo de detalles y naturalmente se va contra mí. El conato de insultos que recibo no voy a relatarlo.
Lo que recuerdo es que salgo de la casa y todos me miran desde el umbral de la puerta, enojados, señalándome, murmurando, protestando, entre tantas otras acciones.
No me arrepentí de la determinación. Andaba jodidamente confundido, no era que no la amase, era que no deseaba hacerlo, no en ese momento; pero pues, a veces la vida te muestra esta clase de situaciones.
Ni siquiera recogí mis cosas, compré un vuelo y me vine esa misma noche.
Once años después lo recuerdo, ¿Qué hubiera sucedido si aceptaba? Tal vez viviría una vida distinta, errada, quizá.
Tras esa noche, tiempo después, no pude entrar en ningún tipo de relación amorosa con la chica que andaba en mi cabeza. Sencillamente no quería nada. Es mejor darle descanso al corazón antes de iniciar algo. De ella no se mucho, tal vez, realizó su sueño. Quizá, no. Pero si algo nunca voy a olvidar es lo vivido en esa espectacular locación.
Su padre se levanta de la silla, su madre lo mira admirada, llevan veinticinco años de casados, los mismos que tiene Mariana, quien tiene una mentalidad altísima. Acaba de terminar Derecho el mes pasado, hice maravillas para llegar a la graduación. No recordaba la promesa que me hizo aceptar, esa de casarnos cuando termine la carrera. De hecho, nos conocemos desde que estuvo en tercer ciclo. Pero, tantas cosas han pasado, ella vive lejos, a un día de distancia en bus, dos horas en avión y su casa es lejana, incluso, cuando llego a la ciudad. Es enorme y grandiosa; pero lejana.
Es el brindis, ahora todos están de pie, incluyéndome. Tíos, sobrinos y amigas, todos están reunidos esta noche. ¿Mis padres? Ellos no tienen idea de lo que estoy haciendo, saben que viajo constantemente para ver a mi novia en la tierra lejana; pero desconocen lo que hago en este momento, la forma como visto, con este traje ficho, la copa de champagne en mi mano, los cigarrillos en el bolsillo del saco, muero por fumar; pero su madre asmática no lo permite. Es querer fumar o querer zafar, a veces pienso que lo segundo. Pues, mis padres desconocen que están próximos a ser suegros de esta gran chica, a quien, no estoy seguro si amo, entonces, ¿Por qué he dicho que es gran chica? De repente porque intento ser el típico muchacho confundido que desprecia a una gran mujer por andar enamorado de otra, sí, otra gran mujer. La vida y sus ironías.
Me alegra que al fin puedan comprometerse, siempre es bueno hacer las cosas como Dios las manda, dicta su padre, no es pastor ni miembro de ninguna iglesia, es un tipo muy conservador, por eso me agrada. Me señala, ¿debo hablar? Pero, no hablo en público desde la última exposición en la universidad -a la cual fui solo dos ciclos-. ¿Qué voy a decir? Quizá, la verdad.
Cuando veo a Mariana me doy cuenta que no puedo hacerle eso. Puede que sea muy estúpido al hacer algo que no quiero, que de repente, quise; pero ya no. Sin embargo, destrozarle las ilusiones resultaría peor que vivir algo que ya no anhelo. Medito tan rápido como puedo sin darme cuenta que todos observan al chico mudo, pálido, con gotas de sudor cayendo de ambas sienes. Parece que el ratón le comió la lengua, dice alguien y todos ríen. Bebo el trago por completo y argumento palabrería pura. No sé cómo pude ser tan falso. Tan hipócrita, tan indigno de ese lugar. Enseguida, ella se levanta haciendo lucir el vestido, me observa y añade ante mi asombro: Parece que habrá alguien que el día de la boda alzará la voz de protesta. He olvidado que me conoce de pies a cabeza, que no siempre me quedo sin palabras porque siempre, más cuando estoy enamorado, tengo mucho que decir. La gente murmura, yo me siento, ella también, el músico sintoniza una canción, el resto baila y ella se acerca a mi oído para decir, ¿Salimos a conversar? De pasada que te fumas unos puchos.
Afuera, en el campo trasero de su vivienda, me siento en una banca, enciendo un pucho de inmediato y tras la primera piteada recibo una bofetada que me arrebata el cigarrillo de la boca.
¿Qué sucede contigo? Dime, ¿Qué mierda sucede contigo? Su voz de autoridad me asusta en lugar de excitarme como antes. Pienso que lo sabe; pero es difícil que yo se lo diga. Ella asiste: Dime, ¿Qué tienes? Pues, ante ello, solo queda ser honesto.
Mariana, lo siento; pero no puedo casarme contigo. Sé que hicimos una promesa; pero ha pasado tiempo, nos vemos poco o nada, en el MSN hablamos y no es lo mismo. Nosotros tuvimos algo especial; aunque ahora ya no se que sienta.
Ella enmudece. Sujeta el vestido para acomodarse en el césped. Entonces, tras una mueca, dice: ¿Por qué me lo dices ahora?
Por eso te pido perdón, no sabía cómo explicarlo, era algo que sentía hace semanas; pero no hallaba la forma de seguir enamorándome de ti. No te veo seguido, Mariana. Yo viajo siempre a Arica y tú nunca a Lima. Si, los estudios y toda la vaina; pero, eso ha hecho que se desgaste la relación. Ella piensa, observa mis ojos y pregunta, ¿Ya no me amas? Es una pregunta cursi; pero muy real, entonces, me doy cuenta que es momento de ser completamente franco y le digo: La verdad es que no lo sé. Esto es presuroso, no es lo que quiero, yo quiero tener tranquilidad, pues, pensar bien, de repente podemos casarnos más adelante.
Claro, que fácil, ¿No? Decirme todo esto a días de la boda, cuando todo se ha organizado. No solo eres un cobarde, eres también un imbécil. No sé qué carajos ando contigo, que ni siquiera sabes lo que sientes. Te estoy siendo sincero, Mariana. Entiende, podemos empezar de nuevo sin tener que lidiar con casamientos. Ella me mira, furiosa y decepcionada, para decir enseguida: Este es mí sueño, tú lo sabías bien. Pero, comprende, tengo 19 años, quiero seguir viviendo, a tu lado si se puede y de repente más adelante realizarlo. Casarme a esta edad no es lo que quiero.
Su madre aparece en escena para complicarlo todo. Mariana le cuenta lo ocurrido con lujo de detalles y naturalmente se va contra mí. El conato de insultos que recibo no voy a relatarlo.
Lo que recuerdo es que salgo de la casa y todos me miran desde el umbral de la puerta, enojados, señalándome, murmurando, protestando, entre tantas otras acciones.
No me arrepentí de la determinación. Andaba jodidamente confundido, no era que no la amase, era que no deseaba hacerlo, no en ese momento; pero pues, a veces la vida te muestra esta clase de situaciones.
Ni siquiera recogí mis cosas, compré un vuelo y me vine esa misma noche.
Once años después lo recuerdo, ¿Qué hubiera sucedido si aceptaba? Tal vez viviría una vida distinta, errada, quizá.
Tras esa noche, tiempo después, no pude entrar en ningún tipo de relación amorosa con la chica que andaba en mi cabeza. Sencillamente no quería nada. Es mejor darle descanso al corazón antes de iniciar algo. De ella no se mucho, tal vez, realizó su sueño. Quizá, no. Pero si algo nunca voy a olvidar es lo vivido en esa espectacular locación.
Fin
miércoles, 10 de agosto de 2016
Ir solo al cine
- Una vez fui al cine solo. No es lo más triste que alguien puede hacer, de hecho, resulta ser un grato encuentro con uno mismo.
Yo estaba mal del dedo gordo por haber pateado -sí, estúpidamente- una piedra enorme que confundí con la pelota mientras jugábamos de noche. No es que haya habido una piedra en la cancha o estuviéramos jugando en la pista, la razón es todavía más estúpida, porque yo andaba lleno de coraje y quería lanzar la pelota directamente al rostro del arquero que andaba desconcentrado ya que nos había ganado el primer partido. En un ataque de ira descontrolada quise coger la pelota que se encontraba fuera de la cancha y patear al rostro; pero por idiota fui el enteramente afectado.
Por eso, andaba de para y no podía volver a las canchas. Peor que no salir a jugar es quedarse a ver el juego, por eso resolví ir al cine. Era el año 2009, mi entonces pareja no podía ir por un asunto del trabajo o de repente porque le dije que veríamos Dragon Ball Evolution. Sí, lo sé, luego quise asesinar al guionista. Ahora que lo pienso, quizá por eso, inconscientemente, me vuelva guionista, de repente para hacer una mejor película de mi anime predilecto.
Pues, compré la entrada y la gaseosa más grande. No me gustaba mucho la canchita -ahora la adoro- y para hacer más divertido el momento, fui con mi polo de Goku. Ahora no lo uso mucho porque voy a tener 30 años y pareceré un gil.
Volviendo a la sala del cine, un grupo de chicas se hallaba detrás, siempre quise saber, ¿Qué habrán pensado? Porque en un momento una de ellas hizo que me cayera algo en la espalda, volteé y entre risas y la chacota no sé quien pidió disculpas. Yo sonreí, siempre lo hago y volví a mirar la pantalla. Esa pregunta nace por el siguiente motivo, ¿Quién carajos va solo al cine? Causa gracia pensar que ellas imaginaron: Seguramente llegará su chica o su marido; pero nadie vino. Al final, luego de una desastrosa película llegué a mi casa tras haber fumado algunos cigarrillos mientras anduve caminando por los exteriores de Plaza San Miguel.
Claro que el asunto del dedo no me impidió la juerga que ocurrió después y no voy a negar que volví al cine a ver la misma espantosa película.
Fui con un amigo, quien a pesar de mis comentarios negativos quiso verla. Nos volvimos a pelar.
Fin
Yo estaba mal del dedo gordo por haber pateado -sí, estúpidamente- una piedra enorme que confundí con la pelota mientras jugábamos de noche. No es que haya habido una piedra en la cancha o estuviéramos jugando en la pista, la razón es todavía más estúpida, porque yo andaba lleno de coraje y quería lanzar la pelota directamente al rostro del arquero que andaba desconcentrado ya que nos había ganado el primer partido. En un ataque de ira descontrolada quise coger la pelota que se encontraba fuera de la cancha y patear al rostro; pero por idiota fui el enteramente afectado.
Por eso, andaba de para y no podía volver a las canchas. Peor que no salir a jugar es quedarse a ver el juego, por eso resolví ir al cine. Era el año 2009, mi entonces pareja no podía ir por un asunto del trabajo o de repente porque le dije que veríamos Dragon Ball Evolution. Sí, lo sé, luego quise asesinar al guionista. Ahora que lo pienso, quizá por eso, inconscientemente, me vuelva guionista, de repente para hacer una mejor película de mi anime predilecto.
Pues, compré la entrada y la gaseosa más grande. No me gustaba mucho la canchita -ahora la adoro- y para hacer más divertido el momento, fui con mi polo de Goku. Ahora no lo uso mucho porque voy a tener 30 años y pareceré un gil.
Volviendo a la sala del cine, un grupo de chicas se hallaba detrás, siempre quise saber, ¿Qué habrán pensado? Porque en un momento una de ellas hizo que me cayera algo en la espalda, volteé y entre risas y la chacota no sé quien pidió disculpas. Yo sonreí, siempre lo hago y volví a mirar la pantalla. Esa pregunta nace por el siguiente motivo, ¿Quién carajos va solo al cine? Causa gracia pensar que ellas imaginaron: Seguramente llegará su chica o su marido; pero nadie vino. Al final, luego de una desastrosa película llegué a mi casa tras haber fumado algunos cigarrillos mientras anduve caminando por los exteriores de Plaza San Miguel.
Claro que el asunto del dedo no me impidió la juerga que ocurrió después y no voy a negar que volví al cine a ver la misma espantosa película.
Fui con un amigo, quien a pesar de mis comentarios negativos quiso verla. Nos volvimos a pelar.
Fin
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