Mi nuevo libro

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viernes, 4 de octubre de 2024

En el sauna

Alguien abrió y cerró la puerta para posar frente a mí. El vapor no me permitió saber de quien se trataba; pero acostumbrado a tales muslos y pantorrillas conocí el nombre de la persona erguida. Me mantuve quieto y en silencio esperando que pudiera hablar antes que yo. El humo se disipaba y los rostros de a poco se notaban; aunque mi mirada aún permanecía atorada en las piernas largas y blancas de aquella mujer anclada que alzaba vuelo a las manos para poder atarse los cabellos. Solo enseguida supo comunicarme su presencia: Debemos charlar. La oí imperiosa. Se sentó a mi lado en un movimiento rápido y dobló las piernas para que no pudiera visualizar más porque estaba seguro que en una siguiente acción, cuando el humo desaparezca, iba a intentar reconocerla a fondo con la vista en uno de los que fue, alguna vez, mi atractivo favorito. Con las manos cruzadas reposando en la rodilla, el cabello cayendo en cola hacia a un lado, creo que el izquierdo del hombro, me veía serena, crédula y quizá, desafiante. Yo todavía no contestaba, deseaba verla de pies a cabeza para reconocer al fin el completo de su presencia como si hubiera perdido la memoria de manera voluntaria causa de uno o dos, o de repente ninguno, de sus anteriores pormenores.

—Disculpa, ¿De qué quieres conversar? — Fui firme en mi ornamento.

—De lo que dejamos en pausa— respondió como si tuviera un guion.

—No sé a lo que te refieresme sentí desafiante, quizá, de manera innecesaria. Pues, me sentía incómodo, más allá del paraje de sus piernas, recordar ciertos hechos me resultaban tediosos.

Creo que por ello, prefería ignorar.

—Acerca de nosotros— capituló siempre serena, todavía con el mismo porte como si le hubieran recomendado mantenerlo.

—No existe un nosotros. Expiró— me planté seguro olvidando el camino de sus piernas al recordar el compilado de sus acciones.

—Bernardo— me dijo airosa. ¿Acaso olvidaste nuestras promesas? — Abrió las manos como queriendo sostener algo del cielo, aparte del agua por el vapor.

Ya no sentía al coraje invadirme el pecho, habían pasado cinco semanas de nuestra ruptura y los matices entre trabajo y estudios ignoraron a la pena e incertidumbre por el futuro que alguna vez juramos inventar.

Nada dura para siempre, lo han dicho desde cantantes hasta los poetas más cliché.

—Terminamos, Valentina. No existe vuelta atrás. Lo nuestro se acabó. No podemos remediarlo— le hablé con claridad y serenidad.

Ella, lejos de entender mi posición, pareció enfurecer como algo típico en una mujer que no logra atesorar lo que anhela o presiente que merece.

— ¿Por qué? ¡Tenemos dos años juntos! ¿Acaso piensas arrojar lo nuestro a la basura? ¿Tan fácil te olvidaste de mí? — Salidas de un guion de telenovela barata producida en el Perú fueron sus palabras hacia mí, más una actitud exagerada en la elocuencia de sus ademanes y el gesto de su rostro partido casi al borde del llanto cuestionando en el ambiente caluroso del sauna acerca de una inminente ruptura.

Sonreí. Y no me sentí un ser repudiable. Tampoco un corazón de hierro. Era solo un hombre manifestando honradez en la sencilla forma de su sonrisa.

—Por favor, ¿crees poder repetir lo que acabas de decir? — Fui irónico a apropósito, pues, no creía que, siquiera ella, podría tragarse sus propios ornamentos falsamente románticos. 

—Bernardo, amor…— recuerdo que estiró la mano para que pudiera converger con la mía observándome con el iris húmedo, tal cual laguna, los cabellos mojados, ya sueltos, cayendo por detrás y adelante, tal vez, queriendo lucir sensual, olvidando que, cualquier atractivo físico, se esfuma ante la mediocridad en el alma.

¿Acaso haz dejado de amarme?

La pregunta, en cualquier telenovela del canal 4 aquí en Lima, hubiera recaudado cierta audiencia; sin embargo, en aquel sauna, donde únicamente estábamos los dos por ser primerizas horas de la mañana o quizá, por fortuna, resultó ser tan patética como su teatrera actitud debido a que yo conocía el trasfondo real de los hechos.

No obstante, ella parecía no saberlo. Me di cuenta de aquel detalle en la siguiente cuestión que lanzó.

—Yo no dejo de pensar en ti. Sigo enamorada de ti. ¡Te amo, Bernardo! ¿Por qué no quieres volver conmigo? Dame una razón, por favor— imploró con dos hilos frecuentes en lágrima y las manos unidas a la cara para masajear la mitad.

—Escúchame con atención— recogí su mano para que no la mantuviera estirada y aunque sonrió ligeramente tuvo un gesto de asombro cuando le dije: Yo sé lo que hiciste la semana pasada. Y sé lo que haces en el presente. Pero; no es la principal razón por la cual no vuelvo contigo, sino es porque ya he dejado de amarte por otro montón de razones que pudieron ser esquivas si no hubiera acontecido el primer motivo.

Ilusamente, a pesar de la sorpresa, preguntó, ¿Qué es lo que sabes?

— ¿Tengo que decirlo? — Sentí que insultó mi inteligencia.

Nos miramos fríamente. De pronto, ya no lloraba. Y yo, intentaba resguardar a cualquier acto de coraje.

Asintió.

—Te acostaste con Efraín. Es más, presiento que tienen una relación— no pensé hablar de manera tan simple algo tan nefasto.

No creo que haya empezado durante lo que tuvimos; pero me resulta embarazoso que iniciaras un romance tras una semana de ruptura.

Lo que me hace preguntar, ¿acaso tenían algo detrás de mí? Quizá, no físico, tampoco creo que emocional; pero supongo que, ¿algo, no?

Seamos honestos. Porque si mientes, me iré. O no hablaré más.

Evidentemente, su silencio fue condena.

— ¿La verdad? No me interesaba; yo estoy enfocado en mis cosas. Sin embargo, -de nuevo estiré una sonrisa, en modo burlesca- ya que pones en órbita al tema, siento lastima por Efraín. Me cae bien, es un buen muchacho, ha sufrido bastante los últimos años; pero no deja de ser alguien agradable.

Quien me cae mal eres tú. Porque le estás mintiendo a él, que te abrió su corazón, y luego pretendes mentirme como si yo fuera un tonto que anda desprendido del mundo. -Sonreí y reí- y, es algo que me resulta absurdo, es decir; ¿Qué tienes en la cabeza para querer embaucar a dos tipos a la misma vez?, ¿Es acaso que no puedes estar sola? Te sugeriría un psicólogo; pero –volví a reír-  parece que más necesitas de un abrazo. Me apenas, Valentina. Eres un ser triste que no puede permanecer consigo misma y por eso deambula en busca de otros cuerpos.

Cuando la vi llorar a cántaros sin poner detener el grifo en los ojos creí haber sido duro en mis palabras; pero a la vez tuve la impresión de ser justo y sincero al punto en que alguien debió serlo con ella para que pudiera detener su habilidad absurda por timar a los demás.

De repente, como noches anteriores, tal cual flashback, pasaron por mi mente situaciones similares en las que, simplemente, decidí no creer. Pues, no me convencía la voraz imagen de mi novia queriendo inmiscuirse en otras cuestiones; de hecho, hubo un tiempo en el que quiso el compromiso conmigo –y, durante ese tramo de charla en el sauna, tuve optimistas sensaciones por haberla rechazado en su momento- y unos aleluya por mantenerme firme en la decisión de no retomar la relación.

—No, no es del todo verdad lo que afirmas— se defendió.

No me acosté con él. Solo nos besamos. Pero; ese no es el punto sino que…

— ¿Qué ocurre contigo? Debes reformar tu vida. No puedes vivir buscando tu sitio en otros cuerpos. Tómalo como gustes— apliqué ya harto de la conversación.

—Puedo dejarlo si me lo pides. Cortar de raíz. Volver contigo es lo que necesito. ¿Entiendes? — Habló con una mano en el pecho como si estuviera ofreciendo una verdad del corazón.

Te lo juro, añadió. Lo dejo enseguida. Le escribo y le termino. Es más, le digo que no quiero saber nunca de él. Pídemelo y lo hago porque quiero regresar contigo, amplió el argumento de forma segura; aunque errática.

—Valentina, ¿Qué pretendes?, ¿Crees que voy a arrinconarme a ti después de que tuviste como prueba a un conejillo de indias?, ¿son acaso las relaciones de pareja un juego? Es patética la forma como actúas. Deberías de madurar, saber lo que quieres y para dónde vas. Pobre de Efraín, no de mí, porque yo, por suerte, me di cuenta pronto— compartí junto a un suspiro exagerado.

Ella me miraba con un rostro molesto, lo supuse por el ceño fruncido.

¿Imaginas que hubiera pasado si existiera un compromiso? ¡Dios me libre! Actué en oración ante su enfado.

Antes que pudiera decir algo, me anticipé: ¿Por qué no, simplemente, hablaste antes? Oye, Bernardo, voy a empezar una relación con Efraín. Te lo comento por respeto.

— ¿Qué te voy a decir?, ¿Acaso voy a enloquecer? Si ya hemos terminado. Imagino que a lo mucho diría una sugerencia, tal como, ¿Por qué cambias de pareja como de ropa interior? Y listo. El resto sería un asunto netamente tuyo— manifesté tranquilamente.

—Escúchame— dijo tras frotarse la cara.

—No hay nada que pueda remediar mi decisión— fui sincero.

—Me equivoqué. Me sentí sola. Creí que el mundo me comía. Pensé que no volvería a tener novio. ¿Quién se enamoraría de mí? Me sentí abrumada, estúpida y alocada. Creo que por eso elegí a Efraín— se mostró humana.

— ¿Escoges a tipos para reemplazar tu soledad? — Cuestioné.

—No, solo que… no lo sé. Me descontrolé. Llámalo despecho, que sé yo; pero soy una estúpida— habló proyectando una idea distinta a la que empezó.

Ni siquiera me gusta Efraín.

Es buen muchacho; pero no mi tipo.

Pienso que si lo conozco bien, difícilmente llegaría a gustarme. Él fue solo un puente.

— ¿Un puente? — Dudé confuso.

— ¿Qué quieres que te diga? Ya dije que fui una tonta. Pero; lo estoy remediando, ¿no?, ¿No es acaso lo que querías? — Abrió las manos enfática, su rostro parecía estar entre enojado y dolido.

—No me interesan tus acciones desde que terminamos, yo solo te di una sugerencia. Lo que me importa es tu actitud burlesca hacia mí, porque pretendes volver después de haber intentado algo con Efraín. Aquello es ridículo, y pareces no darte cuenta— sonreí al terminar.

—Te acabo de decir que no quiero estar más con él, sino contigo— direccionó su argumento.

—Y yo te estoy diciendo que no quiero volver contigo. Así de simple. Es más, siento lastima por él. Deberías prolongar la oportunidad. De hecho, si tanto te sientes sola, quédate con ese sujeto. Yo no me opongo— me sentí totalmente libre de hablar.

— ¿Por qué?, ¿Acaso tienes a alguien contigo y por eso no te interesa oponerte? — jamás oí algo tan descarado.

—No, y no tengo que darte más explicaciones— afirmé.

—Esta será nuestra última charla— dramatizó.

—Entonces, adiós— le estreché la mano; pero ella no la cogió, se apalancó y me besó.

—Eres un desgraciado. Si no querías nada con ella, ¿Por qué la obligas a besarte? — Un hombre en el umbral de la puerta habló como un demonio.

Maldije.

—Efraín, estás demente si te enamoras de esta mujer— le dije alejándola.

Ella se victimizaba. El hombre quería atacarme. Yo lo contuve con las manos abiertas y la frase: Los dejo a ustedes hablar. Entre locos se entienden. Me largo de este sauna y no pienso volver.

 

Al cabo de unos días, ambos colocaron en una relación en sus redes sociales; y, sin embargo, a veces ella todavía me escribe.

 

 

Fin

 

 

lunes, 23 de septiembre de 2024

Fui por un café

¿Qué es más placentero que un café cargado a puertas de la noche?

Preparé de manera artesanal el elíxir para los días pesados y atareados, necesario para abrir los ojos y alumbrar a la mente. Regenerador de ánimos y placer solo concebido para quienes tienen dicho gusto.

Dicta la frase de un autor peruano que, existe un lugar en el infierno para quienes no saben apreciar un buen café.

Alrededor de las seis, con las galletas recién horneadas para acompañar al brebaje de dioses, recibí una inesperada llamada de un número no registrado, que, más por curiosidad que voluntad, resolví contestar.

Una voz femenina me habló cándida y segura: Hola, ¿podemos vernos en media hora? Estaré en la estación Angamos.

¿Cuántas veces a la semana te llama una mujer con una propuesta similar?

Detrás de la estación que mencionó habitan hoteles mediamente caros y por ende decentes en los que el cuerpo se funde y arroja toda la maldad como el veneno luego que la diversidad de sensaciones impuestas en el tratado amatorio haya infectado a dos entes en pasión y lujuria.

No soy un asiduo conocer de tales habitaciones; aunque confieso haber asistido a alguna que otra en mis tiempos universitarios.

Enseguida, cuando aquella mujer puso su nombre en escena recordé cuatro ocasiones específicas –aunque imagino que debieron ser más- en las que nos comimos a besos dentro de hoteles ubicados en los confines cercanos a las estaciones de tren de manera poco romántica y nada ortodoxa por los gustos particulares de tal persona (hablo de los dos para no ser injustos) causa, favorable de contar, que, su real casa se ubica muy alejada a la mía y en consecuencia el tren es una especie de puente para las pieles.

Como detalle, que no tuviera grabado su celular, presiento que es parte de su personalidad, ella suele cambiar de número como de calzón, poco me importa, a veces no registro a la gente, contesto todo tipo de llamada y mensaje, siempre pensando y a veces por robotizado, que algo atrapante me pueden informar.

No obstante, andaba a puertas de un proceso creativo, llevo semanas sin escribir un cuento, el café se veía negro y reluciente, las galletas horneadas con cannabis como ingrediente me harían volar en imaginación y la noche entrante me llenaría de magia; pero la voz de una mujer seduciéndome en una descripción precisa y con afanes por inventar un futuro me hipnotizaba logrando que poco a poco cayera en su red de palabreo sensual.

Acordamos, casi inevitablemente, en vernos dentro del tiempo estimado, las causas fueron razonables: Su cuerpo y mis ansias por su cuerpo.

Y el café, las galletas y la literatura debían de esperar a que volviera anhelando su sorbo y bocado tras una importante jornada sexual que omitía el protocolo literario.

Asumí el rol de amante como tantas otras veces invirtiendo el tiempo en la conducción de la anatomía rumbo a la estación más próxima para abordar el vagón y aparecer en dicha estación, todo tan rápido como nunca lo imaginé, e incluso, llegando a pensar que, aquel café y tales galletas todavía podían seguir calientas para cuando volviera.

Denis, la voy a llamar, me esperaba descollante a la salida de la estación, hermosa, obvio; deseosa, también; pero amistosa y alegre como si aquella salida únicamente sexual fuera el trasfondo para mostrarse amigable y simpática cuando en realidad es una leona voraz e insaciable. La conozco, no desde hace mucho, sino más bien poco, y puedo decir que, durante las jornadas amatorias que tuvimos pudimos desarrollar cierta conexión, y en consecuencia, se inventan estos espacios de placer, en donde algunas veces, tristemente, debo dejar el café por la vagina.

¿Qué hombre no lo haría? ¡Qué levante la mano quien inclusive ha perdido a su familia por un coño! Yo, mi café. Y mis galletas.

La literatura puede esperar, las letras y las musas también. Pero; Denis, nunca. Esa mujer es una bomba nuclear en la cama. Me vio, cogió de la mano tal cual novia y nos adelantamos, primero al centro comercial de la avenida, para distraer la mente de los confines diarios, de lo absurdo y de lo simple, ella hablándome acerca de su rutina, de su trabajo de aeromoza; aunque nunca de los viajes ni de las ciudades, era como si se divertía más siendo ella que yendo, y me acordé de Séneca hablando sobre adonde quiera que vayas siempre debes de llevar tu alma, y queriendo ser pulcro, solté la frase, y ella estiró una sonrisa, y después otra, entonces, me dio un halago: Nunca es solo tu físico. Me encanta tu cerebro.

Y yo que solo quería ser elegante. Y de repente, me acordé de la última vez que fui al centro comercial, caminaba en busca de nada, o tal vez, de algo que me gustara, no tenía mucho sentido mi andar en entonces, quería distraerme y en el presente camino junto a Denis; aunque ambos sabemos que no iremos a ningún café, tampoco a hacer las compras del hogar y mucho menos esperaremos aburridos mientras uno de los dos realiza las compras. Solo cruzábamos el sitio con distinción para salir del otro sector y hallar la oscuridad y los caminos de Las Torres, allí donde ocultos por la luna entraríamos a un hotel, cualquiera, realmente, no había favoritos y nunca recordaba nombres. Ella iba adelante y yo por detrás. A veces yo dejaba el documento y otras veces ella. La cuestión es que nos besamos al ingresar, desnudamos las prendas e hicimos el amor –no, el amor no- tuvimos sexo. Sexo duro. No suave. Nadie quiere suave cuando te acuestas con la amante. Es duro y veloz. Frenético y locuaz. Atrevido y punzante.

Es clavar y clavar como si fueras un taladro y ella estar arriba y moverse alocadamente como si no existiera el mañana. Todo durante un tiempo determinado debido a los matices aparte de lo que somos, los cuales, a nadie le importa; pero ambos sabemos que existen y no nos podemos separar de ellos.

Acabamos en un oral. Primero fue ella y luego yo. Se disfruta más con la sesenta y nueve. No quiero dar detalles, ¿has tenido o no sexo? Sabes a lo que me refiero. Sabes a lo que refiero en todo el relato. Cogimos, nos reímos y nos bañamos. Después salimos del hotel, nos acompañamos hacia el paradero, ella subió a un taxi de aplicativo y le di un beso como si fuera su novio. ¿Olvidé mencionar que tiene unos lindos ojos verdes? Me cuesta creer que fuera tan promiscua. O no lo es y estoy juzgando. Nunca le he preguntado si tiene familia, pareja o alguien a quien darle explicaciones de sus repentinas ausencias. Jamás quise saber más allá de lo que hacemos, o más a fondo de lo que nos contamos. Es mejor así, no lo pienso, solo lo desarrollo.

Lo curioso de esta historia viene al final.

Volví a la estación y por mala suerte, hubo cola. Una horrenda y larga como serpiente cola. Gente vendiendo pasajes, otros dulces y algunos canchita. Felizmente, nada se puede comer adentro, eso me alegra. No me imagino los olores si fuera al revés. Recuerdo que antes, hace unos años atrás, solía ir muchas veces en tren a la casa de mi novia, una anterior, de hace varios años, y por eso, conozco las rutas y los esquemas del tren. Sin embargo, suele pasar desapercibido, es la rutina, ¿entiendes? Tantas veces haces algo que resulta menos especial. Y de pronto, vuelves al tren y te sientes como niño en un parque de diversiones. Pero; yo estaba cansado.

El sexo agota. Me hubiera gustado dormir con Denis, abrazarla, ver sus tatuajes en los muslos, preguntarle sobre ellos, darle caricias, meter mi dedo a su vagina, besarla y coger toda la noche; pero no puedo. Vivo solo y debo cuidar la casa. Además, ella, parece no ser alguien que quiera quedarse. O, no lo sé. Nunca le pregunté.

Qué diferente se siente el cuerpo después del sexo, ¿no? Aliviado. Tranquilo. Inspirado. Con ganas de estar en las nubes. Es mejor que la marihuana, de hecho. Que todas las drogas juntas, me atrevo a decir.

De buen humor, desciendo del tren y camino a casita pensando en comer algo, causa del apetito que también produce el sexo, y me doy cuenta que debí ofrecerle una cena a Denis. No romántica, tampoco en mi casa, mucho menos en la suya, solo ir a una hamburguesería y comer como dos amigos.

Al llegar a casa, ya había dejado de acordarme de Denis, me distrajeron una tonelada de mensajes de WhatsApp que tuve que responder mientras caminaba sintiendo la fortuna de vivir en un barrio donde la delincuencia no suele transcurrir; atrás quedaron las ganas de echarme a dormir porque debía de trabajar y deseaba cambiarme de ropa por el aroma a fuego que yacía en mi ropa interior.

Pero… recordé el café y las galletas acomodadas en la sala a la espera de mí. Así que me emocioné y aceleré el paso para poder llegar y atenderlas.

Aquí quiero reiterar que vivo solo, la casa tiene llave y generalmente los vecinos duermen temprano; por eso, me sorprendió que mi taza con café estuviera por la mitad y mis galletas con mordida.

Y yo que no tengo perros.

Y aquel poeta que tuvo razón. Hoy vinieron por mí.

 

 

Fin

 

 

 

 

jueves, 1 de agosto de 2024

Se te olvidó

Se te olvidó tatuarte los poemas.

Las palabras que salieron del corazón,

se esfumaron cuando el coraje habló.

Olvidaste pintarte en el pecho las promesas.

Los abrazos que entregaste fueron efímeros

como brisa de un verano que se esfuma.

Se te olvidó que yo te amaba.

Y dinamitaste nuestro amor.

Construiste un muro entre tú y yo.

Y abandonaste la ilusión.

Se te olvidó que éramos tú y yo.

Romeo y Julieta de una eterna historia de amor.

Tristán e Isolda de una brillante obra de amor.

Las canciones que dedicaste las copiaste y pegaste

en conversaciones con distinto nombre y apellido.

Los versos de un Neruda enamorado volvieron a caer en tus estados

sin que nuestra imagen estuviera pegada.

Y me ausentaste de tu vida tan fácil como quien sopla

la vela de un amor que alguna vez encendió

como si se tratara de un fulgor

de elocuente pasión.

Se te olvidó pensar en mí.

Actuaste corajuda cuando solo faltaba paciencia.

Desataste la ira de tu huracán cuando solo debías de escuchar.

Hundiste en pena nuestro amor cuando solo me tenías que abrazar.

Cuando solo me tenías de besar.

Se te olvidó que yo te amaba.

Y dinamitaste nuestro amor.

Construiste un muro entre tú y yo.

Y abandonaste la ilusión.

Olvidaste que nacimos para ser tú y yo.

E ignoraste al destino que un poema nos escribió.

Y huiste de quien te amó

para comprobar que solo fue tu perdición.

Se te olvidó que yo te amaba.

Y dinamitaste nuestro amor.

Construiste un muro entre tú y yo.

Y abandonaste la ilusión.

Se te olvidó que soñamos con el mañana.

Se te olvidó que unidos éramos el espacio.

Se te olvidó que de la mano alcanzábamos el horizonte.

Y que juntos éramos el espacio.

El mar y su encanto.

El sol y su fuego.

El viento y sus versos.

Se te olvidó que yo te amaba.

Y dinamitaste nuestro amor.

Construiste un muro entre tú y yo.

Y abandonaste la ilusión.

Se te olvidó quien eras tú…

 

 

 

 

 

 

viernes, 19 de julio de 2024

Tiempo

Nunca he pensado en el tiempo.

Ni siquiera en los ayeres o los atardeceres.

Jamás me importó detenerlos.

Eran efímeros como los días y las madrugadas.

Adonde quiera yo fuera, o con quien sea que me encuentre,

siempre existía mi vocación por huir.

Y, de repente, conocí al amor.

Y no un amor de mujer.

Tampoco de hombre.

Sino, un amor de padre.

Me di cuenta que comencé a detener el tiempo…

Aunque aquel no tenga misericordia.

Me di cuenta que debía de parar los días.

Aunque aquellos solo anhelen la noche.

Y entendí que debo plasmar cada instante en la retina;

a pesar que la memoria falle.

Resolví inventar un diario.

Allí podría recrear las aventuras con mi hijo.

Retomar los días que creí inadvertidos.

Las risas primerizas.

Las diabluras espontáneas.

Y la magia inherente.

Comencé a convertirme en el autor de una vida prístina.

Comencé a ser el escritor fantasma de unos días maravillosos.

Comencé a ser el poeta de versos inspirados en una sonrisa.

En poemas transcritos desde un suspiro.

En cuentos creados por un primer andar.

En sucesos curiosos que recreo de manera mágicamente realista.

En ocurrencias diarias que podrían ser olvidadas; pero perforan a la memoria quedándose por siempre.

En los hechos más maravillosos que he vivido.

Y, de pronto, me di cuenta que puedo detener al tiempo.

Que los meses se convirtieron en episodios.

Que los días se volvieron unos versos.

Que las noches se transforman en leyendas.

Me di cuenta que escribir acerca de la vida diaria de mi hijo es un regalo hacia mí mismo.

Un obsequio para no olvidar.

Un detalle que nunca se irá.

Y yo, rendido ante tanto amor, quiero hacer todo inmortal.

Quiero que los instantes duren horas.

Que los días se vuelvan perpetuos.

Que la noche dure un siglo.

Que los juegos sean la montaña rusa.

Que las risas se repitan.

Que los bailes tarden mil canciones.

Que las palabras exploren mis oídos.

Que su voz cautive al alma.

Que sus pasos inunden la planicie de mi casa.

Que su alma se confunda con la mía.

Que volvamos de este mundo nuestro planeta.

Que aprendamos a conocernos siempre.

Y que juntos seamos el universo rendido ante un espejo.

Yo, solo espero, tener tiempo.

Para vivir… esta fabulosa nueva vida.


Fin

sábado, 13 de julio de 2024

Vivo al otro lado de la luna

Me tienes enamorado desde que coincidimos en la órbita de esta vida.

Aprecio cada plática que mantenemos emergiendo de ahí algunas aficiones que vamos sabiendo.

Lamento si estoy lejos; pero es que nací en otro sitio para que pueda buscar al amor en otra frontera.

Allí donde te encuentras tú.

Con esa energía saludable que me ilumina.

Con esa dulzura natural que me ilusiona.

Con esa magia auténtica que me inunda.

Con tus ganas por estar aquí para seguir coincidiendo porque no podríamos sentir si no fuéramos a seguir, porque no podemos cuajar si no tuviéramos la intención de engendrar.

Crear un amor prístino y fantástico como aquellos que sueñan los autores.

Inventar un amor espléndido y de luces como los que alguna vez soñaste despierta.

Escribir una novela basada en nosotros dos en donde el amor reine en un imperio como siempre lo he imaginado.

Debemos seguir en este camino, preciosa de los viernes a la noche, de los domingos a la mañana y de los lunes cuando no quiero saber del mundo; pero lo conozco en gracia por ti, y lo aprecio en sonrisas por causa de tu aura.

Debemos continuar forjando vitrinas donde lo nuevo resalte y podamos seguir maquillando quienes somos, así viéndonos en ventanas donde podemos saber el uno del otro. Donde podemos construir charlas en onda amistosa y pasional para que los matices de nosotros se puedan ir conservando y también avanzando.

Quisiera seguir sabiendo de ti.

Sin prisa ni apremios.

Solo sabiendo de ti desde la óptica de mi posición.

Saber de ti desde tus verdades.

Desde lo que quieras decirme.

Y desde lo que puedas sentir en base a quien puedo ser.

viernes, 14 de junio de 2024

Sofi

Dos policías ingresaron al apartamento de Gerardo tras oír las quejas de los vecinos acerca de un hedor nauseabundo proveniente de su interior. Preguntaron por alguien antes de derribar la puerta con vehemencia observando cuidadosos cada uno de los objetos olvidados por el tiempo hallando al filo de una escalera un cadáver en descomposición.

Gerardo es un abogado poco exitoso, algunos de sus casos tuvieron fallos negativos debido a su intensa forma de ser, peleándose airadamente con jueces, fiscales e incluso clientes, desafiando al jurado en ocasiones y terminando sus jornadas sobre un escritorio debido a su nula cordura.

Vive en un apartamento de una zona empobrecida por el paso de los años en donde el edificio suele estar rentado por gente que llega y se marcha, aplica su vida nocturna a la televisión y la lectura tratando de sobrellevar la perdición de su carrera con programas de talk show y libros de autoayuda que no asimila por ese déficit neurológico que lo lleva a actuar de forma desenfrenada, furiosa y en ocasiones egoísta. La tele ha sufrido daños en las esquinas, la antena tuvo que ser reparada y sus obras en volúmenes grotescos los reventó en la cabeza en unos de sus arrebatos. Cuentan que lo han acusado de feminicidio cuando invitó a una prostituta a su casa y no volvió a salir siendo hallada muerta en un basural con contusiones en la nuca causa de un artefacto duro. La fiscalía no pudo armar un caso sólido motivo de una simple razón, a nadie le importan las putas; sin embargo, su mala racha lo condujo a culminar sus mañanas y tardes en un desván de la oficina donde trabaja solo porque su colega así lo intenta respaldar.

Gerardo llega a casa y lo primero que realiza es quitarse la sofocante corbata, arroja el saco al piso y se dirige a la nevera, recoge una cerveza y se deja caer en el sofá. Enciende la televisión o abre un libro, es relativo, dependiente siempre de lo que quiera hacer. A veces los programas de talk show renuevan la creencia de que su vida no es tan trágica y los asesinatos y perfiles de monstruos en documentales lo escandalizan saboteando así una conciencia maltrecha. Además, acumula frituras en la mesa que devora como toma latas de cerveza barata y en su nevera abundan cereales del mes anterior junto a carnes podridas que no tiene intenciones de arrojar. Tiene un ventilador que a veces parece querer degollarlo y un mueble desteñido y polvoriento que su trasero grande afloja. Nunca nadie lo ve salir y tampoco volver, a nadie le importan los abogados de poco éxito, dijo el encargado del edificio cuando preguntaron por él a la llegada tras la telefoneada.

Lo único que sé es que tuvo un perro, un tierno animal que se ha cobijado en mi escritorio y he tenido que adoptar para evitar que los vecinos me discriminen por la cicatriz, añadió el gerente mostrando su acribillada mejilla.

Y de repente, aquel dulce sabueso, lejos de ser como lo describe, apareció en escena luciendo tímidamente su hocico para derramar afecto con la lengua a la mujer oficial que se acercó para saludarlo.

Se llama Sofi, admite el gerente.

¿Cómo conoce su nombre? Quiso conocer la señora.

Tenía una correa en la que decía Sofi. Imagino que ese es su nombre.

¿Cómo es que un rufián como Gerardo Zavala fue capaz de ponerle un nombre y comprarle una correa a un perro? Cuestionó el hombre. Parece que lo ha secuestrado o lo encontró como usted, reflexionó ante el asombro del gerente.

¿Ha oído usted que los animales enternecen a pesar de su fealdad? Comentó el encargado.

Señor, no vamos a quitarle al perro. Puede quedárselo, no está implicado, arropó un comentario amistoso, la señora oficial.

Entonces, confieso que me he encariñado, añadió el hombre abrazando al pequeño sabueso, quien lamía su rostro cortado.

Parece ser que tiene un gusto extraño por los amigos, ironizó el policía.

Una noche de borrachera, alguien tocaba la puerta, Gerardo, sin playera y con los pies descalzos, luciendo su gran barriga, se acercó para preguntar de quien se trataba deseando insultar al gerente o cualquier otro ser para así remediar en algo su cólera. Al abrir la puerta vio a la mascota perdida, llevaba un collar fino con el nombre Sofi. El perro le dio un saludo de lengua que Gerardo ignoró por tratarse de sus pies a pesar de estar oliendo fétido. Quiso recoger al sabueso por si alguna recompensa por parte de un vecino despistado vendría enseguida; pero el can avanzó veloz entrando a su apartamento perdiéndose entre la cochinada. El abogado ebrio lo buscó y buscó, mas no encontró, incluso, trató de hallarlo a la orilla de la nevera. Sofi no se hallaba por ningún lado, y Gerardo recordaba su placa, una fina, quizá de afuera, de la ciudad, de un sitio exclusivo, de una mujer con cartera de lujo, que de repente pasó de casualidad, andando perdida, desapercibida, y preocupada por su mascota; aunque con miedo por volver a la zona. Él podría recoger al can, arroparlo y devolverlo por una suma importante debido a que conoce que la gente da mucho dinero por las mascotas extraviadas.

Pudo sostener al perro que lamía sus botas, lo recogió abruptamente de las piernas y trató de callarlo a gritos. Se recompuso feliz y volvió a su asiento para observarlo deteniéndolo con fuerza para que el inquieto animal no se moviera hablándole acerca de la recompensa por su piel entre risas alocadas e imágenes mentales de fortuna. De pronto, Sofi pudo escabullirse, salir corriendo rumbo a la puerta para rasguñarla como queriendo zafar y Gerardo corrió para detenerlo; aunque la perra lo esquivó y se adelantó a otro sector, la puerta del desván, quería empujarla a rasguños, deseaba alejarse del abogado malévolo, no deseaba estar de nuevo entre sus fauces; pero Zavala era grande y no iba a impedir que se le escurriera hasta ser pagada la recompensa. Sin embargo, la puerta se abrió, una de esas bisagras viejas que fallan, Sofi logró eludir al abogado y algo ocurrió, porque Gerardo, ebrio y gritando en lamentos, cayó por las escaleras.

¿Cómo alguien tiene una caída tan aparatosa? Parece como si lo hubieran empujado. Nadie se viene abajo con tanta fuerza, meditaba el policía en el auto. Tranquilo, seguro fue solo un accidente, despreocúpate y cerremos el paso, comentaba la mujer.

 La siguiente noche, dos oficiales volvieron. El gerente había muerto.

 

Fin

 

 

sábado, 18 de mayo de 2024

¿Por qué?

Me hubiera gustado que tuviéramos un final muy diferente al presente, le hablé convencido de poder cambiar el rumbo si cerráramos los ojos.

Ella estiró una sonrisa incómoda.

¿Por qué? Salió una duda.

Yo la seguía mirando encajando en mi mente los recuerdos acerca de su rostro.

¿Por qué? Repitió seriamente.

Sonreí estúpidamente.

Dime, ¿Por qué? Insistió ante mi ingenuo asombro.

Me sentía un novato enamorado de un ayer contemplándola vigoroso por tener un contacto más allá de la mirada con la mujer en frente.

Quiero saber, ¿Por qué? Le añadió una intensidad.

¿Por qué, qué? La pregunta fue lerda.

¿Por qué siempre haces lo mismo? Abrió las manos para darle un gráfico a su cuestión.

Desapareces.

Apareces.

Quieres, o intentas, cambiar el rumbo de mi vida con tu sola presencia.

Pretendes hacerme creer, sutilmente, que eres un hombre distinto cuando yo sé perfectamente que no es así.

La vi idiotizado, siempre sonriente, actuando asombrado y pecaminosamente ingenuo para con su habladuría.

¿Sabes?

Se llevó la mano al rostro trazando el cabello.

Fue una mala idea venir aquí.

Es mi culpa.

No sé porque siempre termino volviendo contigo.

Yo seguía sonriendo como si tuviera atorada la sonrisa.

Ella, rendida, tras un gesto y un respiro, también sonrió. Pero no fue por alegría, sino por una especie de resignación.

Cruzó los brazos y enseguida de recostó sobre el espaldar de la silla.

Y, entonces, ¿Por qué?

Abrió de nuevo su gran duda.

Amanda, yo te amo.

No, no me vengas con ese mismo relato.

Quiero algo distinto, señor distinto.

Chaqueta negra. Remera blanca. El mismo peinado de hace años y esa estrecha y desfachatada sonrisa que tanto odio. ¿Acaso no puedes ser otro? Me da coraje el solo hecho de pensar que estoy aquí por culpa mía como si algo en el interior me convenciera para volver.

Maldijo.

Y otra vez se removió los cabellos; aunque ahora miraba hacia un lado dejándome visualizar su perfil como para una fotografía.

Amanda…

Estiré las manos por sobre la mesa tocando tibiamente su antebrazo.

¿Puedo empezar diciendo que lo siento?

De los ojos le cayeron dos gotas resbalosas que no se atrevió a ocultar.

Eres cruel, ¿lo sabes?

Conoces mi vida. Sabes que estoy en crisis. Que asisto a terapia y me siento sola. Sabes que este lugar es mi favorito. Este maldito sitio me encanta. Y yo tan… tontamente anclada a ti, no puedo escapar.

Me vio a la cara. Se veía maltrecha. Llorosa. Dolida. Frustrada.

No, Franco, no puedes decir que lo sientes, porque no es lo que verdaderamente sientes. Es una mentira para venir aquí. Es un gancho para rodearme de ti. De tu encanto. De esa postura segura. De tus ojos. De tu mirada. De tu perfume. E incluso de tu léxico.

Amanda, escúchame, verdaderamente, lo siento.

Lo he repetido una, dos o tres veces; pero de corazón, lo afirmo –me puse la mano al pecho melodramáticamente- estoy arrepentido.

¿Crees que cogerte al sindicato de mujeres se disuelve con una disculpa?

Yo te creí una vez. Y lo volviste a hacer. Es una quimera creer en ti.

No puedo. Y no quiero, habló en voz elevada.

Amanda…

Dime, ¿Por qué tienes esa fantasía de querer volver a llamarme para citarme y decirme este porcelanato de cosas?, ¿es que acaso eres una especie de sociópata? Aparte de egoísta, ególatra y patán.

Su miraba indicó rabia.

Hubo fuego en su iris.

Franco, yo ya no soy la misma débil mujer. Estoy llorando, sí. Lloro porque estoy furiosa, jodidamente molesta, contigo y conmigo; pero, ¿sabes? Tú desconoces algo. Quizá, crees que volveremos a revolcarnos en la cama como las últimas veces; pero te equivocas.

¡Esta vez soy yo quien no regresa!

Vete a la mierda, Franco.

Se levantó imperiosa, cogió la cartera y se apalancó hacia la puerta mostrando una, curiosamente, muy reluciente sonrisa.

No pude detenerla.

Y al salir ya no estaba.

Subió a un taxi y se marchó.

Nunca antes había huido.

Jamás volví a verla.

Un corazón roto solo es capaz de curarse siendo tan valiente como para decir adiós.