- Alguien abrió y cerró la puerta para posar frente a mí. El vapor no me permitió saber de quien se trataba; pero acostumbrado a tales muslos y pantorrillas conocí el nombre de la persona erguida. Me mantuve quieto y en silencio esperando que pudiera hablar antes que yo. El humo se disipaba y los rostros de a poco se notaban; aunque mi mirada aún permanecía atorada en las piernas largas y blancas de aquella mujer anclada que alzaba vuelo a las manos para poder atarse los cabellos. Solo enseguida supo comunicarme su presencia: Debemos charlar. La oí imperiosa. Se sentó a mi lado en un movimiento rápido y dobló las piernas para que no pudiera visualizar más porque estaba seguro que en una siguiente acción, cuando el humo desaparezca, iba a intentar reconocerla a fondo con la vista en uno de los que fue, alguna vez, mi atractivo favorito. Con las manos cruzadas reposando en la rodilla, el cabello cayendo en cola hacia a un lado, creo que el izquierdo del hombro, me veía serena, crédula y quizá, desafiante. Yo todavía no contestaba, deseaba verla de pies a cabeza para reconocer al fin el completo de su presencia como si hubiera perdido la memoria de manera voluntaria causa de uno o dos, o de repente ninguno, de sus anteriores pormenores.
—Disculpa,
¿De qué quieres conversar? — Fui firme en mi ornamento.
—De
lo que dejamos en pausa— respondió como si tuviera un guion.
—No
sé a lo que te refieres—
me
sentí desafiante, quizá, de manera innecesaria. Pues, me sentía incómodo, más
allá del paraje de sus piernas, recordar ciertos hechos me resultaban tediosos.
Creo
que por ello, prefería ignorar.
—Acerca
de nosotros— capituló siempre serena, todavía con el mismo porte como si le
hubieran recomendado mantenerlo.
—No
existe un nosotros. Expiró— me planté seguro olvidando el camino de sus piernas
al recordar el compilado de sus acciones.
—Bernardo—
me dijo airosa. ¿Acaso olvidaste nuestras promesas? — Abrió las manos como
queriendo sostener algo del cielo, aparte del agua por el vapor.
Ya
no sentía al coraje invadirme el pecho, habían pasado cinco semanas de nuestra
ruptura y los matices entre trabajo y estudios ignoraron a la pena e
incertidumbre por el futuro que alguna vez juramos inventar.
Nada
dura para siempre, lo han dicho desde cantantes hasta los poetas más cliché.
—Terminamos,
Valentina. No existe vuelta atrás. Lo nuestro se acabó. No podemos remediarlo—
le hablé con claridad y serenidad.
Ella,
lejos de entender mi posición, pareció enfurecer como algo típico en una mujer
que no logra atesorar lo que anhela o presiente que merece.
—
¿Por qué? ¡Tenemos dos años juntos! ¿Acaso piensas arrojar lo nuestro a la
basura? ¿Tan fácil te olvidaste de mí? — Salidas de un guion de telenovela
barata producida en el Perú fueron sus palabras hacia mí, más una actitud
exagerada en la elocuencia de sus ademanes y el gesto de su rostro partido casi
al borde del llanto cuestionando en el ambiente caluroso del sauna acerca de
una inminente ruptura.
Sonreí.
Y no me sentí un ser repudiable. Tampoco un corazón de hierro. Era solo un
hombre manifestando honradez en la sencilla forma de su sonrisa.
—Por
favor, ¿crees poder repetir lo que acabas de decir? — Fui irónico a apropósito,
pues, no creía que, siquiera ella, podría tragarse sus propios ornamentos
falsamente románticos.
—Bernardo,
amor…— recuerdo que estiró la mano para que pudiera converger con la mía
observándome con el iris húmedo, tal cual laguna, los cabellos mojados, ya
sueltos, cayendo por detrás y adelante, tal vez, queriendo lucir sensual,
olvidando que, cualquier atractivo físico, se esfuma ante la mediocridad en el
alma.
¿Acaso
haz dejado de amarme?
La
pregunta, en cualquier telenovela del canal 4 aquí en Lima, hubiera recaudado
cierta audiencia; sin embargo, en aquel sauna, donde únicamente estábamos los
dos por ser primerizas horas de la mañana o quizá, por fortuna, resultó ser tan
patética como su teatrera actitud debido a que yo conocía el trasfondo real de
los hechos.
No
obstante, ella parecía no saberlo. Me di cuenta de aquel detalle en la
siguiente cuestión que lanzó.
—Yo
no dejo de pensar en ti. Sigo enamorada de ti. ¡Te amo, Bernardo! ¿Por qué no
quieres volver conmigo? Dame una razón, por favor— imploró con dos hilos
frecuentes en lágrima y las manos unidas a la cara para masajear la mitad.
—Escúchame
con atención— recogí su mano para que no la mantuviera estirada y aunque sonrió
ligeramente tuvo un gesto de asombro cuando le dije: Yo sé lo que hiciste la
semana pasada. Y sé lo que haces en el presente. Pero; no es la principal razón
por la cual no vuelvo contigo, sino es porque ya he dejado de amarte por otro
montón de razones que pudieron ser esquivas si no hubiera acontecido el primer
motivo.
Ilusamente,
a pesar de la sorpresa, preguntó, ¿Qué es lo que sabes?
—
¿Tengo que decirlo? — Sentí que insultó mi inteligencia.
Nos
miramos fríamente. De pronto, ya no lloraba. Y yo, intentaba resguardar a
cualquier acto de coraje.
Asintió.
—Te
acostaste con Efraín. Es más, presiento que tienen una relación— no pensé
hablar de manera tan simple algo tan nefasto.
No
creo que haya empezado durante lo que tuvimos; pero me resulta embarazoso que
iniciaras un romance tras una semana de ruptura.
Lo
que me hace preguntar, ¿acaso tenían algo detrás de mí? Quizá, no físico,
tampoco creo que emocional; pero supongo que, ¿algo, no?
Seamos
honestos. Porque si mientes, me iré. O no hablaré más.
Evidentemente,
su silencio fue condena.
—
¿La verdad? No me interesaba; yo estoy enfocado en mis cosas. Sin embargo, -de
nuevo estiré una sonrisa, en modo burlesca- ya que pones en órbita al tema,
siento lastima por Efraín. Me cae bien, es un buen muchacho, ha sufrido
bastante los últimos años; pero no deja de ser alguien agradable.
Quien
me cae mal eres tú. Porque le estás mintiendo a él, que te abrió su corazón, y
luego pretendes mentirme como si yo fuera un tonto que anda desprendido del
mundo. -Sonreí y reí- y, es algo que me resulta absurdo, es decir; ¿Qué tienes
en la cabeza para querer embaucar a dos tipos a la misma vez?, ¿Es acaso que no
puedes estar sola? Te sugeriría un psicólogo; pero –volví a reír- parece que más necesitas de un abrazo. Me
apenas, Valentina. Eres un ser triste que no puede permanecer consigo misma y
por eso deambula en busca de otros cuerpos.
Cuando
la vi llorar a cántaros sin poner detener el grifo en los ojos creí haber sido
duro en mis palabras; pero a la vez tuve la impresión de ser justo y sincero al
punto en que alguien debió serlo con ella para que pudiera detener su habilidad
absurda por timar a los demás.
De
repente, como noches anteriores, tal cual flashback, pasaron por mi mente
situaciones similares en las que, simplemente, decidí no creer. Pues, no me
convencía la voraz imagen de mi novia queriendo inmiscuirse en otras
cuestiones; de hecho, hubo un tiempo en el que quiso el compromiso conmigo –y,
durante ese tramo de charla en el sauna, tuve optimistas sensaciones por
haberla rechazado en su momento- y unos aleluya por mantenerme firme en la
decisión de no retomar la relación.
—No,
no es del todo verdad lo que afirmas— se defendió.
No
me acosté con él. Solo nos besamos. Pero; ese no es el punto sino que…
—
¿Qué ocurre contigo? Debes reformar tu vida. No puedes vivir buscando tu sitio
en otros cuerpos. Tómalo como gustes— apliqué ya harto de la conversación.
—Puedo
dejarlo si me lo pides. Cortar de raíz. Volver contigo es lo que necesito.
¿Entiendes? — Habló con una mano en el pecho como si estuviera ofreciendo una
verdad del corazón.
Te
lo juro, añadió. Lo dejo enseguida. Le escribo y le termino. Es más, le digo
que no quiero saber nunca de él. Pídemelo y lo hago porque quiero regresar
contigo, amplió el argumento de forma segura; aunque errática.
—Valentina,
¿Qué pretendes?, ¿Crees que voy a arrinconarme a ti después de que tuviste como
prueba a un conejillo de indias?, ¿son acaso las relaciones de pareja un juego?
Es patética la forma como actúas. Deberías de madurar, saber lo que quieres y
para dónde vas. Pobre de Efraín, no de mí, porque yo, por suerte, me di cuenta
pronto— compartí junto a un suspiro exagerado.
Ella
me miraba con un rostro molesto, lo supuse por el ceño fruncido.
¿Imaginas
que hubiera pasado si existiera un compromiso? ¡Dios me libre! Actué en oración
ante su enfado.
Antes
que pudiera decir algo, me anticipé: ¿Por qué no, simplemente, hablaste antes?
Oye, Bernardo, voy a empezar una relación con Efraín. Te lo comento por respeto.
—
¿Qué te voy a decir?, ¿Acaso voy a enloquecer? Si ya hemos terminado. Imagino
que a lo mucho diría una sugerencia, tal como, ¿Por qué cambias de pareja como
de ropa interior? Y listo. El resto sería un asunto netamente tuyo— manifesté
tranquilamente.
—Escúchame—
dijo tras frotarse la cara.
—No
hay nada que pueda remediar mi decisión— fui sincero.
—Me
equivoqué. Me sentí sola. Creí que el mundo me comía. Pensé que no volvería a
tener novio. ¿Quién se enamoraría de mí? Me sentí abrumada, estúpida y alocada.
Creo que por eso elegí a Efraín— se mostró humana.
—
¿Escoges a tipos para reemplazar tu soledad? — Cuestioné.
—No,
solo que… no lo sé. Me descontrolé. Llámalo despecho, que sé yo; pero soy una
estúpida— habló proyectando una idea distinta a la que empezó.
Ni
siquiera me gusta Efraín.
Es
buen muchacho; pero no mi tipo.
Pienso
que si lo conozco bien, difícilmente llegaría a gustarme. Él fue solo un
puente.
—
¿Un puente? — Dudé confuso.
—
¿Qué quieres que te diga? Ya dije que fui una tonta. Pero; lo estoy remediando,
¿no?, ¿No es acaso lo que querías? — Abrió las manos enfática, su rostro
parecía estar entre enojado y dolido.
—No
me interesan tus acciones desde que terminamos, yo solo te di una sugerencia. Lo
que me importa es tu actitud burlesca hacia mí, porque pretendes volver después
de haber intentado algo con Efraín. Aquello es ridículo, y pareces no darte
cuenta— sonreí al terminar.
—Te
acabo de decir que no quiero estar más con él, sino contigo— direccionó su
argumento.
—Y
yo te estoy diciendo que no quiero volver contigo. Así de simple. Es más, siento
lastima por él. Deberías prolongar la oportunidad. De hecho, si tanto te
sientes sola, quédate con ese sujeto. Yo no me opongo— me sentí totalmente
libre de hablar.
—
¿Por qué?, ¿Acaso tienes a alguien contigo y por eso no te interesa oponerte? —
jamás oí algo tan descarado.
—No,
y no tengo que darte más explicaciones— afirmé.
—Esta
será nuestra última charla— dramatizó.
—Entonces,
adiós— le estreché la mano; pero ella no la cogió, se apalancó y me besó.
—Eres
un desgraciado. Si no querías nada con ella, ¿Por qué la obligas a besarte? —
Un hombre en el umbral de la puerta habló como un demonio.
Maldije.
—Efraín,
estás demente si te enamoras de esta mujer— le dije alejándola.
Ella
se victimizaba. El hombre quería atacarme. Yo lo contuve con las manos abiertas
y la frase: Los dejo a ustedes hablar. Entre locos se entienden. Me largo de
este sauna y no pienso volver.
Al
cabo de unos días, ambos colocaron en una relación en sus redes sociales; y,
sin embargo, a veces ella todavía me escribe.
Fin