- ¿Qué es más placentero que un café cargado a puertas de la noche?
Preparé de manera artesanal el elíxir para los días pesados
y atareados, necesario para abrir los ojos y alumbrar a la mente. Regenerador de
ánimos y placer solo concebido para quienes tienen dicho gusto.
Dicta la frase de un autor peruano que, existe un
lugar en el infierno para quienes no saben apreciar un buen café.
Alrededor de las seis, con las galletas recién horneadas
para acompañar al brebaje de dioses, recibí una inesperada llamada de un número
no registrado, que, más por curiosidad que voluntad, resolví contestar.
Una voz femenina me habló cándida y segura: Hola,
¿podemos vernos en media hora? Estaré en la estación Angamos.
¿Cuántas veces a la semana te llama una mujer con una
propuesta similar?
Detrás de la estación que mencionó habitan hoteles
mediamente caros y por ende decentes en los que el cuerpo se funde y arroja toda
la maldad como el veneno luego que la diversidad de sensaciones impuestas en el
tratado amatorio haya infectado a dos entes en pasión y lujuria.
No soy un asiduo conocer de tales habitaciones; aunque
confieso haber asistido a alguna que otra en mis tiempos universitarios.
Enseguida, cuando aquella mujer puso su nombre en
escena recordé cuatro ocasiones específicas –aunque imagino que debieron ser más-
en las que nos comimos a besos dentro de hoteles ubicados en los confines
cercanos a las estaciones de tren de manera poco romántica y nada ortodoxa por
los gustos particulares de tal persona (hablo de los dos para no ser injustos)
causa, favorable de contar, que, su real casa se ubica muy alejada a la mía y
en consecuencia el tren es una especie de puente para las pieles.
Como detalle, que no tuviera grabado su celular,
presiento que es parte de su personalidad, ella suele cambiar de número como de
calzón, poco me importa, a veces no registro a la gente, contesto todo tipo de llamada
y mensaje, siempre pensando y a veces por robotizado, que algo atrapante me
pueden informar.
No obstante, andaba a puertas de un proceso creativo,
llevo semanas sin escribir un cuento, el café se veía negro y reluciente, las galletas
horneadas con cannabis como ingrediente me harían volar en imaginación y la
noche entrante me llenaría de magia; pero la voz de una mujer seduciéndome en
una descripción precisa y con afanes por inventar un futuro me hipnotizaba
logrando que poco a poco cayera en su red de palabreo sensual.
Acordamos, casi inevitablemente, en vernos dentro del
tiempo estimado, las causas fueron razonables: Su cuerpo y mis ansias por su
cuerpo.
Y el café, las galletas y la literatura debían de
esperar a que volviera anhelando su sorbo y bocado tras una importante jornada
sexual que omitía el protocolo literario.
Asumí el rol de amante como tantas otras veces
invirtiendo el tiempo en la conducción de la anatomía rumbo a la estación más próxima
para abordar el vagón y aparecer en dicha estación, todo tan rápido como nunca
lo imaginé, e incluso, llegando a pensar que, aquel café y tales galletas todavía
podían seguir calientas para cuando volviera.
Denis, la voy a llamar, me esperaba descollante a la
salida de la estación, hermosa, obvio; deseosa, también; pero amistosa y alegre
como si aquella salida únicamente sexual fuera el trasfondo para mostrarse
amigable y simpática cuando en realidad es una leona voraz e insaciable. La conozco,
no desde hace mucho, sino más bien poco, y puedo decir que, durante las
jornadas amatorias que tuvimos pudimos desarrollar cierta conexión, y en
consecuencia, se inventan estos espacios de placer, en donde algunas veces,
tristemente, debo dejar el café por la vagina.
¿Qué hombre no lo haría? ¡Qué levante la mano quien
inclusive ha perdido a su familia por un coño! Yo, mi café. Y mis galletas.
La literatura puede esperar, las letras y las musas también.
Pero; Denis, nunca. Esa mujer es una bomba nuclear en la cama. Me vio, cogió de
la mano tal cual novia y nos adelantamos, primero al centro comercial de la
avenida, para distraer la mente de los confines diarios, de lo absurdo y de lo
simple, ella hablándome acerca de su rutina, de su trabajo de aeromoza; aunque
nunca de los viajes ni de las ciudades, era como si se divertía más siendo ella
que yendo, y me acordé de Séneca hablando sobre adonde quiera que vayas siempre
debes de llevar tu alma, y queriendo ser pulcro, solté la frase, y ella estiró
una sonrisa, y después otra, entonces, me dio un halago: Nunca es solo tu físico.
Me encanta tu cerebro.
Y yo que solo quería ser elegante. Y de repente, me acordé
de la última vez que fui al centro comercial, caminaba en busca de nada, o tal
vez, de algo que me gustara, no tenía mucho sentido mi andar en entonces, quería
distraerme y en el presente camino junto a Denis; aunque ambos sabemos que no
iremos a ningún café, tampoco a hacer las compras del hogar y mucho menos
esperaremos aburridos mientras uno de los dos realiza las compras. Solo cruzábamos
el sitio con distinción para salir del otro sector y hallar la oscuridad y los
caminos de Las Torres, allí donde ocultos por la luna entraríamos a un hotel,
cualquiera, realmente, no había favoritos y nunca recordaba nombres. Ella iba
adelante y yo por detrás. A veces yo dejaba el documento y otras veces ella. La
cuestión es que nos besamos al ingresar, desnudamos las prendas e hicimos el
amor –no, el amor no- tuvimos sexo. Sexo duro. No suave. Nadie quiere suave
cuando te acuestas con la amante. Es duro y veloz. Frenético y locuaz. Atrevido
y punzante.
Es clavar y clavar como si fueras un taladro y ella
estar arriba y moverse alocadamente como si no existiera el mañana. Todo durante
un tiempo determinado debido a los matices aparte de lo que somos, los cuales,
a nadie le importa; pero ambos sabemos que existen y no nos podemos separar de
ellos.
Acabamos en un oral. Primero fue ella y luego yo. Se disfruta
más con la sesenta y nueve. No quiero dar detalles, ¿has tenido o no sexo? Sabes
a lo que me refiero. Sabes a lo que refiero en todo el relato. Cogimos, nos reímos
y nos bañamos. Después salimos del hotel, nos acompañamos hacia el paradero,
ella subió a un taxi de aplicativo y le di un beso como si fuera su novio. ¿Olvidé
mencionar que tiene unos lindos ojos verdes? Me cuesta creer que fuera tan
promiscua. O no lo es y estoy juzgando. Nunca le he preguntado si tiene
familia, pareja o alguien a quien darle explicaciones de sus repentinas
ausencias. Jamás quise saber más allá de lo que hacemos, o más a fondo de lo
que nos contamos. Es mejor así, no lo pienso, solo lo desarrollo.
Lo curioso de esta historia viene al final.
Volví a la estación y por mala suerte, hubo cola. Una horrenda
y larga como serpiente cola. Gente vendiendo pasajes, otros dulces y algunos
canchita. Felizmente, nada se puede comer adentro, eso me alegra. No me imagino
los olores si fuera al revés. Recuerdo que antes, hace unos años atrás, solía
ir muchas veces en tren a la casa de mi novia, una anterior, de hace varios
años, y por eso, conozco las rutas y los esquemas del tren. Sin embargo, suele
pasar desapercibido, es la rutina, ¿entiendes? Tantas veces haces algo que
resulta menos especial. Y de pronto, vuelves al tren y te sientes como niño en
un parque de diversiones. Pero; yo estaba cansado.
El sexo agota. Me hubiera gustado dormir con Denis,
abrazarla, ver sus tatuajes en los muslos, preguntarle sobre ellos, darle
caricias, meter mi dedo a su vagina, besarla y coger toda la noche; pero no
puedo. Vivo solo y debo cuidar la casa. Además, ella, parece no ser alguien que
quiera quedarse. O, no lo sé. Nunca le pregunté.
Qué diferente se siente el cuerpo después del sexo,
¿no? Aliviado. Tranquilo. Inspirado. Con ganas de estar en las nubes. Es mejor
que la marihuana, de hecho. Que todas las drogas juntas, me atrevo a decir.
De buen humor, desciendo del tren y camino a casita
pensando en comer algo, causa del apetito que también produce el sexo, y me doy
cuenta que debí ofrecerle una cena a Denis. No romántica, tampoco en mi casa,
mucho menos en la suya, solo ir a una hamburguesería y comer como dos amigos.
Al llegar a casa, ya había dejado de acordarme de
Denis, me distrajeron una tonelada de mensajes de WhatsApp que tuve que
responder mientras caminaba sintiendo la fortuna de vivir en un barrio donde la
delincuencia no suele transcurrir; atrás quedaron las ganas de echarme a dormir
porque debía de trabajar y deseaba cambiarme de ropa por el aroma a fuego que yacía
en mi ropa interior.
Pero… recordé el café y las galletas acomodadas en la
sala a la espera de mí. Así que me emocioné y aceleré el paso para poder llegar
y atenderlas.
Aquí quiero reiterar que vivo solo, la casa tiene
llave y generalmente los vecinos duermen temprano; por eso, me sorprendió que
mi taza con café estuviera por la mitad y mis galletas con mordida.
Y yo que no tengo perros.
Y aquel poeta que tuvo razón. Hoy vinieron por mí.
Fin
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