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miércoles, 4 de noviembre de 2020

Una cita

- Una chica como ella es difícil de no identificar con la mirada si solo te encuentras de paso, tal vez haya sido esa la diferencia entre el resto de mortales con sus parejas atadas a la mano y yo, que andaba solitario con música a medio volumen en audífonos oscuros como la noche, caminando a paso lento como si nadie esperara y cruzando la intersección entre la acera y la entrada de un parque público cuyo nombre ahora no importa pero que empezó a tomar forma cuando de pronto, ella, la mujer de los pantalones rasgados al punto de ser desechos, lanzó un nombre al azar, tal vez, señalando entre la multitud al único ser solitario en un parque adonde únicamente asisten enamorados por las atracciones instauradas, evidente razón para solo pasar y no estar, como aquella chica, quien seguramente esperaba a alguien y justamente estaría llegando; aunque con otro rostro y nombre ese alguien era yo, pues su mirada fija como faro y sus gestos de manos como vaquera atrajeron notablemente mi atención sintiéndome partícipe de un encuentro acordado, casual o romántico con una persona a las siete con diez de la noche de un viernes cualquiera en el Parque Cupido.
Hola, ¿todo bien? Se me ocurrió decir con inocencia. Todavía no sacaba los auriculares, tan solo estaban en alto.
¿Manu sos vos? Respondió con una pregunta haciendo un gesto de duda.
No, de hecho, me llamo Adrián, contesté junto a una tímida sonrisa.
¿En serio no sos Manuel? Quiso saber intrigada bajándose de a poco los lentes a medida como una vaga ironía.
Disculpa, yo solo me acerqué porque creí que me estabas llamando. Realmente... Estaba de pasada.
Ella sonrió.
Manuel, no te hagas el boludo. Te saco por la foto que subiste, me dijo con otra sonrisa distendida.
No soy Manuel, me llamo Adrián, te lo acabo de decir, le repetí de la misma forma.
Tenía ojos claros, creo que eran marrones caramelo o marrones barniz. Me gustaron como iban en sintonía junto a su sonrisa.
Y dime, ¿hace cuánto que llegaste? Preguntó suponiéndolo todo de una vez.
Pues... como te dije, andaba de paso y te vi.
¿Me reconociste de inmediato?
Hizo ademanes con la mano como quien se acomoda los cabellos cortos a la altura de sus hombros.
¿Qué foto?... Disculpa, yo... solo pasaba por aquí, y ya.
¿No sos Manuel el chico de Tinder? Dijo con bastante seriedad.
Empecé a reír.
No, ni siquiera uso esa aplicación.
No te hagas el bobo, la mayoría de hombres solteros la tienen activa como si estuvieran buscando pokemones.
No me pareció acertada la analogía; pero sí graciosa.
Sí, este, bueno... Me llevé las manos a la cabeza como quien juguetea para sacarse los nervios.
¿Ves? Entonces si sos Manuel. En ese caso, yo soy Sara, un gusto conocerte al fin.
Se quitó la bufanda y la puso dentro de su cartera. Todo en cuestión de segundos, tiempo en el cual comencé a pensar en diversas situaciones.
Sara... ¿entonces nos conocimos en... Tinder, no?
Sí, ¿Cuál es el problema? Es solo una App para citar, cualquier persona la tiene.
Yo la tenía desactivada. Mis tres últimos encuentros en Tinder resultaron nefastos.
Primero, me tocó una mujer con miembro viril. Tuve que escaparme del hotel y vomitar en la primera parada de buses. Después, me buscaron obsesivamente para una relación amorosa cuando únicamente acordamos un tópico sexual de una noche. Y finalmente, ella no asistió a la cita.
Resolví deshacerme de esas aplicaciones para citas y dedicarme a disfrutar de la soledad hasta que, curiosamente, me vine a topar con Sara, quien ahora, distendidamente preguntaba, ¿y, adónde vamos?
Abrí los ojos confundido y se me ocurrió mirar el parque detrás.
¿Al parque Cupido? No pensé que fueras tan romántico, Manuel.
Que no me llamo Manuel, le volví a decir.
Entonces, ¿Qué es? ¿Una especie de Nick?
Soy Adrián. Adrián Gonzales, para servirte.
No, no me gusta ser quien manda. Prefiero ser la sumisa.
Por alguna razón escondida esa palabrita hizo que sintiera cierta efervescencia en el cuerpo.
Tal como lo acordamos, añadió.
La vi morderse los labios.
Soy Manuel. Manuel Gonzales o Manuel Artiaga, no me decido por el apellido, dije con una sonrisa por mi boba broma.
Ella no supo que acotar.
¿Entramos?
¿Adónde?
Al parque.
Pensé que era una broma.
Entonces, ¿realmente iremos a...?
A menos que seas de quienes prefieren hacerse los románticos invitando a cenar, charlar durante un periodo de tiempo y luego, finalmente, llevarme al hotel para saciar toda necesidad de una mujer, dijo con seriedad.
Se veía segura, aunque no era tan alta, pues me llevaba a la quijada, y no tenía tacones, sino zapatillas parte de un estilo casual y rockero, como si hubiera salido de un concierto.
Encendió un cigarrillo tras su comentario.
En ese caso... ¿Qué te parece si caminamos? Conozco un sitio cuatro estrellas por estos lares, le dije entrando en el personaje.
Así me gusta, Manuel, respondió arrojando una bocanada de humo.
Caminamos a paso lento, la miraba de reojo a medida que hablaba acerca de su música favorita, pregunta que realicé para amenizar el robótico andar.
Se veía bonita, con el trasero bien moldeado, un detalle morado en el cuello, tan ligero y poco esclarecido que no era necesario llevar chalina, la facha de una mujer fresca y la voz como si fuéramos amigos soltando muletillas sin cuidar el vocabulario, pues sabía que únicamente nos veríamos para esta noche.
Llegamos a un hotel. Pensé, de manera muy inocente, que no entraríamos. Diría que estaba bromeando, habría una cámara escondida y saldría en un canal de bromas como el más lujurioso del mundo; no obstante, nos adentramos y cogimos, así de simple y fácil, sin apegos amorosos, ni palabreo romántico, simplemente tuvimos sexo duro e intenso por un prolongado tiempo hasta que nos vestimos y salimos en direcciones opuestas como si nada hubiera sucedido entre ambos.
En casa, abrí el ordenador y la primera página en frente fue Tinder cuyo Nick era Manuel. Sara, cuyo nombre real desconozco, me había puesto la máxima puntuación.
Fin

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