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viernes, 16 de octubre de 2020

Pa, ¿Quién es Karol Yi?

- Dos tipos llegaron a mi casa como si el Covi hubiera abordado su viaje de regreso al infierno. La princesa Circe los recibió con alcohol y desinfectante, paranoica desde que su abuela materna en toda la buena onda posible le dijo una y cien veces que nadie está a salvo del apocalipsis (y no zombi). Razón por la cual prácticamente los bañó con alcohol cuyo chisguete parece manguera de bombero.
Dio un grito desde su posición aclamando mi presencia. Yo estaba escribiendo un nuevo episodio de un libro que pienso vender en Amazon a un precio altamente reducido para que los codos puedan comprarlo en lugar de adquirir una cajetilla de caramelos. Por tal motivo, desistí al primer llamado sabiendo que mi hermano, el tío favorito de la pequeña, estaría haciendo acto de presencia ante el dúo de inoportunos amigos que vino a visitar.
Cuando estoy altamente concentrado prefiero escribir sin música, debido a que hasta el mínimo sonido me llega a interrumpir. Tenía la puerta cerrada con llave e ignoré, por estar metido en la historia, el segundo llamado de la princesa.
Mi amor, espera un rato, conversa con tu tío mientras que atienden a los dos bobos, pensé a medida que escribía como si me estuvieran pagando por adelantado por cada manuscrito.
La pasión no tiene precio, dicen por ahí.

Circe acababa de llegar con mi hermano de una excursión que empezó en la mañana y culminó a dichas horas de la tarde, fue por eso que de repente la casa estuvo repleta de ruidos y yo, a pesar de ello, seguí escribiendo como un autor atado a su obra.
Supuse que un par de sujetos vinieron a buscarme porque los vi desde la cámara que da al frontis de la casa y no tuve ninguna intención de recibirlos usando la justificación del Covi: sin embargo, para mala suerte, la pequeña y el tío, llegaron en ese preciso momento para adentrarse en la casa junto a Ernesto y Luisa, una pareja de amigos evangélicos que siempre proponen hablarme del señor y sus milagros cada vez que ellos quieren sin consultar mi tiempo, el cual, afortunadamente, es reducido. Esto no lo sabía mi hermano, es porque eso que los dejó entrar.
De pronto, desde la sala se empezó a escuchar una canción extraña, de esas que jamás pondría en mi casa, mucho menos en el celular con audífonos y supuse que, por el volumen en alto, buscaban la forma de hacerme bajar.
Para entonces había culminado el capítulo y mis ganas de abrazar a la niña de mis ojos aumentaron en fuertes decibeles.

Podía tragarme el argumento de los dos por saludar a la princesa y luego pedirle al tío favorito que no dejara entrar a extraños a mi casa en plena pandemia.
Descendí oyendo cada vez más esa horrorosa canción lo cual me sacaba de onda porque supuestamente mi hermano escucha rock, la pequeña baladas, electrónica o también rock y yo nunca pondría algo así en mi aposento.
Al llegar a la sala vi a los dos religiosos que incansablemente me buscan para darme sermones que no necesito porque tengo mi vida esclarecida y soy un ateo en todo el sentido de la palabra; aunque, y sin embargo, me sorprendió para bien, que tuvieran a la princesa Circe al lado haciéndola oír la canción del demonio y hablándole en lenguaje raro sobre los defectos de la letra de la canción de una tal Karol Yi y su pareja un reggaetonero de cuarta.
¿Te das cuenta, preciosa? Nunca escuches ese tipo de canciones que incitan al pecado, decía la muchacha de amplia falda. El joven al lado cuya corbata parecía la de mi abuelo asentía con concordancia lanzando frases: Nunca debes agacharte tanto para bailar. Tampoco mostrar tu contorno en la danza.
Y bueno, ¿todo bien? Quise saber apareciendo por las escaleras sintiendo como nunca antes la agradable presencia de ambos.

Ambos me miraron y dijeron: Queríamos enseñarle a tu hija a no escuchar esas canciones.
¿Y por qué no hablaron de eso las doscientas veces que me buscaron? Yo pensé que vendrían con sus sermones raros acerca de inframundos, si supiera que venían por sanos consejos, les invitaba hasta una tacita de café, les dije con una sonrisa.
Al momento en que se fueron con el mensaje en claro, Circe me hizo una pregunta clásica: Pa, ¿le puedo decir a la tía Helga que escuchar a Maluma es como ponerse caca en los oídos?

Vi a mi hermano, me sonrió, le devolví la sonrisa y respondí: Sí, mi amor. Diles que los padres de la iglesia te dijeron que lo dijeras.


Fin


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