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miércoles, 1 de noviembre de 2017

Amanda (Cuarta parte)

— ¿Sabes? Siento que te conozco de alguna parte.
Jamás pensé que podríamos llegar a esto, es de las circunstancias más agradables que he venido en mi vida. Encontrar el amor y fichar por una editorial internacional. Mi libro se volvió viral, estoy en todo el mundo y mis obras aparecen en los más vendidos.
Estoy jodidamente feliz. ‘Vengan esos cinco, Bryan Barreto’. Es hora de desatar toda esa adrenalina que tenemos dentro, a la tres, un grito de guerra como los putos espartanos.
No se ha visto un rostro tan feliz reflejado en el espejo y nunca se sabe que locuras uno realiza desnudo antes de bañarse.
En la habitación, ya sobre la cama, yace el cuerpo inerte de una preciosa mujer de cabello rizado, a quien acabo de devorar en cuerpo y alma luego de mostrarle mi fuente de inspiración, lo hice porque supe que la amaba desde que la vi por primera vez. Estoy en el baño de dicho hotel, como el bravo me trajo al mundo, a quien no voy a felicitar porque esto es causa de mi esfuerzo y no quiero quitarme créditos. Es posible que hable un ego timorato y hoy reluciente; pero a veces debes darte valor por tus éxitos.
Tras el grito, puños apretados y sonrisa de oreja a oreja, soy terriblemente feliz, me meto a la ducha y refresco el cuerpo inmaculado de placer, de esos que no son efímeros, pues, me pienso quedar con ella el resto de mis días.
Dibujo a besos su silueta, fresca como un ángel sobre una nube.
Y pensar que creí haberla visto antes y no fue en sueños como creí, sino en el aquel instante en que me despedía de alguien, especial en todos los sentidos; pero dado el tiempo y en base a la vida, había de dejar ir para reinventarme. Sucedió de pronto, tras salir de mi lugar predilecto, una figura borrosa por culpa de una arboleda sacaba fotografías de mi presencia y enseguida del ambiente. No intercambiamos saludos, me obvió notablemente; pero supe que no olvidaría ese mar en sus ojos.
Duerme, niña de ojos bellos, que para mí todavía es pronto para descansar, debo seguir construyendo la obra que no te he mencionado.
El sonido de las teclas me despierta, satisfecho y recostado en el espaldar de una silla se encuentra el hombre que amo. Es posible que lo haya amado siempre. No, no pienso ir a molestar, es su momento de compleja alegría, cuando termina un texto, un capítulo y se deja caer en el espaldar, con los brazos cruzados para amortiguar la cabeza y la mirada en la pantalla, analizando, ya sin tanto énfasis, su trabajo terminado.
De madrugada el tiempo avanza sin que te des cuenta, la oscuridad de la habitación es peor que la de afuera, es el último piso como siempre lo solicita desde aquella vez que nos conocimos. Escribo de madrugada porque el día está hecho para hacer el amor y como dice él, algunas veces para ser mortal.
No soporto tenerlo lejos, ya ha despojado de mis prendas y besado hasta el alma, ahora voy a cogerlo por detrás y abrazarlo.
Me acerco con lentitud como una gata, planeo una estrategia, cubrirle los ojos y luego besarlo, es posible que hagamos el amor enseguida porque anda caliente todo el santo tiempo, eso me gusta y mucho; entonces, ya cerca, ya a punto de cubrir sus ojos con mis manos contemplo el texto, mi nombre en él y una circunstancia lejana que me detiene, que me transporta, que me recuerda.
— ¿Sabes? Siento que te conozco de alguna parte.
— ¿De dónde?
—Es lo que trato de acordarme.
—Supongo que has visto a alguien como yo por alguna parte.
—No. Dudo mucho que una mirada como la tuya pueda tener duplicado. Y un cabello tan fino solo pudo ser otorgado a una persona. Ni que decir de tus labios y tu acento, fascinante el segundo, tentador el primero.
¿Qué se supone que estas intentando? Pero, ¿Por qué me gusta tanto que me lo diga de ese modo? Tan fresco, natural, sin movimientos corporales, simplemente como si dijera algo normal.
—Qué lindo, gracias; pero no sé de donde nos podemos haber visto.
—Ya recuerdo.
Demonios. ¿Y ahora?
—En un sueño del que no me hubiera gustado despertar.
—Qué bonito.
—Presiento algo, Amanda.
— ¿A qué te refieres?
—No vaya a ser que el vino se te suba a la cabeza.
—Solo he tomado una copa y tú vas como cuatro. Si yo digo algo y tú lo imaginas, no es mi culpa, sino tu condición.
No de borracha.
—No de borracha, sino de ganas de querer enamorarte.
Leíste mi mente. No, leíste mi corazón.
Mi mirada le indica que continúe.
—No puede ser que seas tú quien me de esta noticia, es decir; pudo haber sido un aburrido empresario de traje cuadrado y voz gruesa, hablaría de los proyectos, daría algunos consejos, haría que firme y después charlaríamos de mujeres o fútbol; pero fuiste tú, una chica bonita, elegante, sofisticada y si el adjetivo es válido y sin hacer mencionar a algo personal, estas soltera. Entonces, o es el destino o yo estoy totalmente loco y estoy divagando y podrías decirme que sí, estoy diciendo algo completamente descabellado; sin embargo y si puedo ser perspicaz, te diré algo: Esa mirada tiene algo que decir que todavía no se conecta con tu voz, aunque ya lo hayan hecho tus gestos.
Esta haciendo muchos ademanes, moviendo las manos para explicar su argumento, no deja de sonreír y me gusta, ahora soy yo quien le devuelve la sonrisa, bebo porque estoy nerviosa y quiero que tome para que deje de mirarme fijamente a los ojos.
—En síntesis, una de las mejores noticias de mi vida me la entrega una mujer increíble. Debo de tener mucha suerte.
Sonríe y le sonrío.
— ¿Estás bien, Amanda? Te veo ruborizada.
—Perdona, debo ir al baño.
Y así, sin más, se levantó de golpe y fue a los servicios. ¿Hablé de más? Me pregunté entre risas. Dije lo que sentía y pensaba en ese momento, es una chica hermosa e inteligente, me atrae más de lo necesario y ya estoy olvidando porque estoy aquí por andar contemplando sus ojos y por instantes muy breves, sus piernas.
Bebí la copa con rapidez, levanté de la silla y fui a buscarla. Una empresa totalmente desadaptada.
Salgo del baño y lo veo, parado y viéndome directamente a las piernas, su mirada sube y se queda en mis ojos. Sonríe, se acerca con una seguridad impresionante, esa que no he visto antes, pero supuse que tendría. Me coge de la cintura, con su mano quita el cabello del rostro, ese mechón que cae de la cola y tras una vista impactante me besa con una pasión desenfrenada. Me dejó perpleja con el beso, al punto de sentirme levitar, de creer que estoy cayendo en un abismo eterno, de imaginarme en las nubes. Un beso de esa magnitud solo logra traer consecuencias. Y él lo sabe.

Continuará...

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