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viernes, 14 de junio de 2024

Sofi

Dos policías ingresaron al apartamento de Gerardo tras oír las quejas de los vecinos acerca de un hedor nauseabundo proveniente de su interior. Preguntaron por alguien antes de derribar la puerta con vehemencia observando cuidadosos cada uno de los objetos olvidados por el tiempo hallando al filo de una escalera un cadáver en descomposición.

Gerardo es un abogado poco exitoso, algunos de sus casos tuvieron fallos negativos debido a su intensa forma de ser, peleándose airadamente con jueces, fiscales e incluso clientes, desafiando al jurado en ocasiones y terminando sus jornadas sobre un escritorio debido a su nula cordura.

Vive en un apartamento de una zona empobrecida por el paso de los años en donde el edificio suele estar rentado por gente que llega y se marcha, aplica su vida nocturna a la televisión y la lectura tratando de sobrellevar la perdición de su carrera con programas de talk show y libros de autoayuda que no asimila por ese déficit neurológico que lo lleva a actuar de forma desenfrenada, furiosa y en ocasiones egoísta. La tele ha sufrido daños en las esquinas, la antena tuvo que ser reparada y sus obras en volúmenes grotescos los reventó en la cabeza en unos de sus arrebatos. Cuentan que lo han acusado de feminicidio cuando invitó a una prostituta a su casa y no volvió a salir siendo hallada muerta en un basural con contusiones en la nuca causa de un artefacto duro. La fiscalía no pudo armar un caso sólido motivo de una simple razón, a nadie le importan las putas; sin embargo, su mala racha lo condujo a culminar sus mañanas y tardes en un desván de la oficina donde trabaja solo porque su colega así lo intenta respaldar.

Gerardo llega a casa y lo primero que realiza es quitarse la sofocante corbata, arroja el saco al piso y se dirige a la nevera, recoge una cerveza y se deja caer en el sofá. Enciende la televisión o abre un libro, es relativo, dependiente siempre de lo que quiera hacer. A veces los programas de talk show renuevan la creencia de que su vida no es tan trágica y los asesinatos y perfiles de monstruos en documentales lo escandalizan saboteando así una conciencia maltrecha. Además, acumula frituras en la mesa que devora como toma latas de cerveza barata y en su nevera abundan cereales del mes anterior junto a carnes podridas que no tiene intenciones de arrojar. Tiene un ventilador que a veces parece querer degollarlo y un mueble desteñido y polvoriento que su trasero grande afloja. Nunca nadie lo ve salir y tampoco volver, a nadie le importan los abogados de poco éxito, dijo el encargado del edificio cuando preguntaron por él a la llegada tras la telefoneada.

Lo único que sé es que tuvo un perro, un tierno animal que se ha cobijado en mi escritorio y he tenido que adoptar para evitar que los vecinos me discriminen por la cicatriz, añadió el gerente mostrando su acribillada mejilla.

Y de repente, aquel dulce sabueso, lejos de ser como lo describe, apareció en escena luciendo tímidamente su hocico para derramar afecto con la lengua a la mujer oficial que se acercó para saludarlo.

Se llama Sofi, admite el gerente.

¿Cómo conoce su nombre? Quiso conocer la señora.

Tenía una correa en la que decía Sofi. Imagino que ese es su nombre.

¿Cómo es que un rufián como Gerardo Zavala fue capaz de ponerle un nombre y comprarle una correa a un perro? Cuestionó el hombre. Parece que lo ha secuestrado o lo encontró como usted, reflexionó ante el asombro del gerente.

¿Ha oído usted que los animales enternecen a pesar de su fealdad? Comentó el encargado.

Señor, no vamos a quitarle al perro. Puede quedárselo, no está implicado, arropó un comentario amistoso, la señora oficial.

Entonces, confieso que me he encariñado, añadió el hombre abrazando al pequeño sabueso, quien lamía su rostro cortado.

Parece ser que tiene un gusto extraño por los amigos, ironizó el policía.

Una noche de borrachera, alguien tocaba la puerta, Gerardo, sin playera y con los pies descalzos, luciendo su gran barriga, se acercó para preguntar de quien se trataba deseando insultar al gerente o cualquier otro ser para así remediar en algo su cólera. Al abrir la puerta vio a la mascota perdida, llevaba un collar fino con el nombre Sofi. El perro le dio un saludo de lengua que Gerardo ignoró por tratarse de sus pies a pesar de estar oliendo fétido. Quiso recoger al sabueso por si alguna recompensa por parte de un vecino despistado vendría enseguida; pero el can avanzó veloz entrando a su apartamento perdiéndose entre la cochinada. El abogado ebrio lo buscó y buscó, mas no encontró, incluso, trató de hallarlo a la orilla de la nevera. Sofi no se hallaba por ningún lado, y Gerardo recordaba su placa, una fina, quizá de afuera, de la ciudad, de un sitio exclusivo, de una mujer con cartera de lujo, que de repente pasó de casualidad, andando perdida, desapercibida, y preocupada por su mascota; aunque con miedo por volver a la zona. Él podría recoger al can, arroparlo y devolverlo por una suma importante debido a que conoce que la gente da mucho dinero por las mascotas extraviadas.

Pudo sostener al perro que lamía sus botas, lo recogió abruptamente de las piernas y trató de callarlo a gritos. Se recompuso feliz y volvió a su asiento para observarlo deteniéndolo con fuerza para que el inquieto animal no se moviera hablándole acerca de la recompensa por su piel entre risas alocadas e imágenes mentales de fortuna. De pronto, Sofi pudo escabullirse, salir corriendo rumbo a la puerta para rasguñarla como queriendo zafar y Gerardo corrió para detenerlo; aunque la perra lo esquivó y se adelantó a otro sector, la puerta del desván, quería empujarla a rasguños, deseaba alejarse del abogado malévolo, no deseaba estar de nuevo entre sus fauces; pero Zavala era grande y no iba a impedir que se le escurriera hasta ser pagada la recompensa. Sin embargo, la puerta se abrió, una de esas bisagras viejas que fallan, Sofi logró eludir al abogado y algo ocurrió, porque Gerardo, ebrio y gritando en lamentos, cayó por las escaleras.

¿Cómo alguien tiene una caída tan aparatosa? Parece como si lo hubieran empujado. Nadie se viene abajo con tanta fuerza, meditaba el policía en el auto. Tranquilo, seguro fue solo un accidente, despreocúpate y cerremos el paso, comentaba la mujer.

 La siguiente noche, dos oficiales volvieron. El gerente había muerto.

 

Fin