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miércoles, 8 de noviembre de 2017

Las matemáticas y yo

- ¿Saben que soy malísimo para las matemáticas, verdad? Pues, dejen que les añada algo, soy peor de lo que creen.
Yo llamo a esta época de mi vida como ‘los tiempos raros’, pues llevaba estudios de Administración de empresas en la U de Lima y muy aparte de lo que mis ojos puedan ver cuando perdía el tiempo en los pasadizos del lugar, lejos de esos encuentros carnales con la típica, ¿Qué estudias?, Ah, yo tal cosa, ¿Vamos a tomar algo el viernes? Realmente sufría en demasía con los benditos números. Era como si me encontrara ante un monstruo de decenas de cabezas y arrojando fuego de su boca y yo sin tener la espada de Perseo ni el hacha de Atila, era completamente vulnerable y el profesor debía devolverme el examen doblado, el cual, tras notar el enorme cero iba a caer en el primer tacho que viese.
¿Qué me motivaba? Lo confieso como el humano que alguna vez fui, el derrier y los tacones. Pero no sería para siempre, no todo se basa en encuentro corporal, sudor y fusión de especies, también existen metas intrínsecas, cuestiones como, ¿Qué carajos estoy haciendo aquí? Y me fui dando cuenta que las reflexiones aumentaban en mis noches de fiesta y diversión al frente del Jockey Plaza y luego en la alameda cerca a mi casa, peor aún, sobre mi cama y mirando el techo borracho y un poquito drogado. Pensaba, ¿Qué mierda estoy haciendo? Volvía el lunes, armaba el armazón, salía de casa tras un café, fingía ser feliz ante una chica con quien llevaba un romance, quien no entendía un bledo cuando le hablaba de mis interrogantes mentales, claro, la comprendo, ¿Qué mujer quiere escuchar a un hombre adolescente hablarle de sueños literarios? Afirmaba, quiero ser escritor; pero no lo estoy encontrando aquí, no lidiando con números en ecuaciones y figuras, fucking, geométricas. Recuerdo que ella decía: Cariño, relax, fuma un poco y volvamos a hacerlo.
Era un cuarto de hotel, ella había pagado, porque según dijo, ‘se levantaba caliente’ y yo dejaba de lado mis cuestiones para concretar el acto; pero luego volvían y cuando volvían necesitaba de alguien que no encontraba a mi lado.
La dejé con esa excusa junto con el primer y único ciclo de esa carrera.
Cambiando el contexto; pero siguiendo con mis enemigos de todos los tiempos, a quienes debo entender y aceptar porque de hecho, mi carrera de escritor, muy aparte de dedicarme netamente al placer de escribir, también debe lidiar con números.
Esto me recuerda a mi primera experiencia como escritor profesional, fui a recoger mi cheque con mí entonces novia/socia a la oficina principal de una cadena de librerías, el plan era el siguiente: Yo la esperaría en un café -adoro los cafés- y ella iría como representante o algún galardón similar.
Al salir fuimos al banco, me acuerdo que me dieron el dinero por una importante cantidad de libros vendidos -para mi asombro- y conté el dinero un par de veces. Ella me vio confundida cuando le dije la cantidad y enseguida arremetió: Oye, ¿Estás seguro de lo que dices?
Ella estudió finanzas y cada vez que hablaba de dinero se emocionaba como yo en un partido de fútbol. Le dije, sí, estoy seguro. Cogió el dinero y lo contó con rapidez dándome otra cifra. Yo volví a contarlo y le di otra cifra, entonces lo volvió a contar, esta vez con lentitud y me di cuenta lo mal que había sumado el dinero.
Desde entonces no llevo plata en los bolsillos, uso tarjetas de crédito, porque la pregunta, ¿Cuántas veces me habré confundido? Me hizo sentir algo incómodo.
Ella se dio el lujo de lanzar algunas bromas y me defendí hablando de los lóbulos del cerebro y sus funciones.
Además, soy literato, no me vengas con números, para eso te traje, le dije, cansado de sus burlas.
Esa noche no tuve sexo.
Otra anécdota, más rutinaria, ocurre cuando debo de pagarle al cobrador o algunos comerciantes ambulantes que venden golosinas y dan el vuelto con rapidez. Ya suelo tardarme en contar; pero debo hacerlo sin importar lo que ocurra.
Una vez le dije a una señora que no me había dado el vuelto completo, ella insistió que sí, yo que no, ella que sí, yo que no, hasta que contó las monedas en mi mano y me dijo: ¿Has fumado algo? Le pedí disculpas con cara de tonto.
Si llego a volverme un escritor súper famoso voy a tener que necesitar de un contador porque realmente y aunque muchas veces haya luchado contra los números nunca he podido establecer una conexión.
Esto me conduce a un recuerdo muy lejano, fui a una academia, yo era el mayor de todos en el salón y quería saber matemática; pero terminé saliendo con una chica, a quien le pedí que me enseñara, o sea, diera clases particulares como compañeros y nunca culminamos el tema de Factorización.
En ese instante me di cuenta que todo lo terrible que puedo llegar a ser en números se contrarresta en otros cantares, pues, le dije al tiempo que jabonaba su espalda: Hemos empezado a las nueve de la noche y ya son las diez y cuarenta, buen tiempo eh. Una hora y cuarenta minutos bien hechos
Una anécdota de antaño, todos los veranos en mi etapa escolar, la cual fue bisagra, porque me divertí jugando pelota y haciendo otros temas que olvidé por completo el hecho de aprender matemática y tuve que ir a dar examen en enero.
-Me estoy riendo- acabo de recordar que ese examen, el de enero, tuve que darlo de nuevo porque el primero lo desaprobé y me dijeron que vuelva en marzo. Por dios, que desgracia.
Para finalizar, ya con mis años dedicado a la literatura, plenamente establecido en el camino de las letras, me doy cuenta que amo lo que hago y soy feliz; pero me gustaría alguna vez poder vencer a las matemáticas, a quien engaño, estoy bromeando. Las odio.

Fin

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