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lunes, 6 de noviembre de 2017

Amanda (Quinta parte)

- Volvimos al baño, entre besos y caricias desaforadas, sintiendo su lengua en la garganta, sus manos dibujar mis piernas y detenerse en mi vagina húmeda; la dimensión de su miembro impactar por momentos con mi intimidad, haciendo que sienta esa calentura del infierno; lo oigo decir ‘es el destino’ y me excita la seguridad en sus palabras, ahora uno de sus dedos está en mi vagina y yo que estoy arrinconada en la pared blanca, su otra mano detiene mi brazo y maneja la situación a su antojo.
Es imposible pensar que el chico tímido que subió al auto fuera este animal sexual que me somete.
La tuve contra la pared, le besaba el cuello y tocaba su humedad, fui quitando sus pantis dejándola en tacones, elevé de la cintura sobre la barra de los caños para quitarle el saco, la blusa y el brasier tan rápido como pude sin dejar de ser sensual. Sus senos libres fueron besados de manera pasional, mordí sus pezones y volví a besar sus labios, era mía y se lo hacía saber con mis intensos besos.
Ando perdida, ya soy suya y lo sabe; me ha cazado, me tiene a su antojo y lo disfruto como si todo el tiempo intentando saber de él fuese tiempo para enamorarme de él.
Tiene fetiche con los tacones, por eso me los deja puestos, me recuesta sobre la barra y quita la ropa interior, me besa la vagina e introduce otro dedo bien adentro. Lo quiero a él, lo quiero ya, dentro de mí.
Arrastré su cuerpo hasta el filo de la barra, saqué mi miembro totalmente erecto, mucho más que al inicio y la penetré tan duro como pude. Veloz, lento, veloz y lento. Cogiendo sus senos y besándolos por momentos, diciendo que es mía y con la calentura de imaginar que alguien puede entrar y vernos hacer el amor. Eso me encendía, soy un voyerista aparte de fetichista. Bien adentro, preciosa, bien duro te estoy dando, se lo repetí en mi mente y en voz alta, a sus oídos y con intensidad.
De repente, coloco mis manos en el sólido, apoyándome y abriendo las piernas con su ayuda, le encanta sentir los zapatos, los mueve con sus piernas y eleva la falda para darme una nalgada que dice que merezco.
Sin avisar, introduce su pene muy dentro. Me inclina todavía más y me penetra tan duro que me mantiene muy encendida, quiero gritar, gemir más fuerte que ahora y por eso cubre mi boca con su mano. Evita que grite, no lo hace por eso, lo hace porque le gusta mantener el control.
Lo siento todo bien al fondo, sus nalgadas y la forma como coge mis senos para mayor fricción, el sonido de mi vagina impactar con su pene, el sonido de sus caderas con mi ano, el sonido de mis intentos por gemir, todo apoya para llenarme de placer.
Incluyendo ese extraño y diabólico acto de querer ahorcarme.
Alguien interrumpió, algún cretino que tomó demasiado vino quiso entrar a arruinar mi momento de lujuria, el proceso de liberación de mi demonio, justo cuando sujetaba su cola con rudeza. Recordé que estaba en el baño de mujeres, me pareció gracioso. Detuve la marcha, ambos vimos la puerta, seguimos en la misma posición y viendo el pomo moverse, era como si deseáramos que alguien entrara y nos viera de ese modo.
Me llena de calentura sentir que me están viendo.
Cuando escuchamos las llaves nos acomodos de inmediato, yo me metí a un baño y ella se miraba al espejo, como despreocupada, como arreglándose.
— ¿Por qué no abrió la puerta, señorita? Quiso saber el conserje.
— ¡Estoy cuarenta minutos aquí! Esperando que alguien abra porque esa maldita puerta se quedó trabada. ¿Qué clase de hotel cinco estrellas tiene seguros tan malos?
—Muévase, iré al libro de reclamaciones.
La chica, añadió: Mejor dejo la puerta semi abierta, no quiero quedarme encerrada.
Yo estaba en el baño, escondido, erecto y matándome de la risa. Pensé en una paja para eyacular; pero no quise terminar en el inodoro, prefiero pechos.
Al salir vi a Amanda acomodándose la blusa, sentada y enseguida vertiendo vino en su copa.
— ¿Todo bien, Amanda? Dijo con confianza.
—Sí, todo bien, pervertido.
Antes de sentarme, me acerqué y le di un beso, quería sellar lo que teníamos, que no pensara que podría ser una aventura.
—Pervertido y romántico, me encanta, me dijo con una sonrisa.
— ¿Qué mas puedes pedir? Te invito a cenar como un caballero y luego te cojo como un sádico.
Ella sonrió.
— ¿Ahora tus labios van a decir lo que tu mirada evidencia? Pregunte y bebí el vino luego de reclinarme en el espaldar y cruzar las piernas.
Contarle todo tras nuestro encuentro fortuito fue razonable.
Cuando mencioné las vacaciones en un apartamento cerca a su casa, dijo: Sabía que te había visto en alguna parte. Hubiera sido triste que solo estés en mis sueños.
Fue lindo que lo dijera, de esa forma y con toda la frescura y seguridad del mundo.
Sentado de otra posición, de repente la habitual, confiado y viendo mis ojos mientras sonríe.
Quise saber ¿Por qué va siempre a ese lugar? Y responde: Te voy a mostrar, es mejor verlo que contarlo.
Al final, el lugar donde lo vi, donde me vio, pienso antes de pararnos con rapidez.
Salimos del hotel en dirección a dicho apartado visto únicamente en un libro que leí hace mucho, de hecho, el tercero de su lista, donde junto a la protagonista vivieron sus momentos más memorables, empiezo a recordarlo mientras habla sobre la novela basada en una promesa.
Ya no es tímido, habla sobre las vivencias del libro, algunas no menciona en la novela, me cuenta sobre Daniela y el hecho que su hija tenga como segundo nombre el de su eterna princesa. Llegamos al lugar, es tal cual lo describe, la gente pasa y nadie lo contempla, nadie sabe que existe, nadie se percata de lo que sucedió allí, hace, según dijo, más de veinte años.
Daniela y yo, menciona y añade tras una pausa melancólica, estuvimos aquí. Vuelve a silenciar, después de un momento, acota: Hace tanto tiempo que parece como si fuera ayer.
Te mostraré, la inspiración.
Le hago un ademán.
Entramos por la arboleda, recorremos un camino sinuoso, sacamos las ramas y olemos las flores, llegamos al último peldaño y nos detenemos.
Comprendo como nadie logra ingresar y tampoco visualizar, es un sendero oculto por la naturaleza de manera que nadie se percata de su encanto. O tal vez, sean solo ambos quienes lo conocen.
Él está al frente, yo detrás, entonces, se da la vuelta y sonríe; enseguida comenta: Te voy a mostrar algo que nunca le he enseñado a nadie.
No tengo un argumento exacto para describir lo que me veo en ese momento. No soy escritora profesional, tampoco tengo el talento para construir oraciones armónicas; pero diré, con mis palabras lo que todavía ocasiona mi asombro. Allí estaba: La eternidad, el infinito, el sol y las estrellas, la vida misma, los astros y todos los planetas; el cosmos y lo maravilloso de toda la existencia vista y no, se encontraba allí. Al frente de mí y ante mi actitud anonadada. Era más hermoso que el fin de un arco iris y más tenebroso que el último aro del infierno. Como entrar en el Tártaro y quedarse por siempre en el Olimpo. Su secreto, ahora ante la mirada de mi alma.
Tras haberle enseñado mi fuente de inspiración le dije para volver al hotel, que en un transcurso de tiempo, había logrado rentar una habitación en el último piso ansiando pasar la noche a su lado.
Accedió de inmediato. Retomamos lo realizado en los servicios, esta vez pedimos dos vinos y los dejamos en la mesa sin abrir, los besos empezaron cuando entramos, era como si la pasión se desbordara con facilidad y potencia, la tiré sobre la cama y caí encima, como una bestia salvaje en busca de carne humana.
Le besé el cuello, los senos, el abdomen y me detuve en su vagina mojada, saboreé su humedad, sus muslos y sus piernas, sus pies y después su espalda y trasero, su ser en su totalidad.
Elevé sus piernas para tener la mayor dimensión de su vagina, la besé durante un tiempo importante, me trasladé a sus muslos y luego a su abdomen, escucharla gemir me calentaba más y mientras tocaba sus senos la miraba con ojos desorbitados. Enseguida, la penetré teniendo sus piernas en mis hombros y después haciendo fricción con sus senos y ella inclinada. Cuando quiso estar arriba se lo permití y cuando quise una felación la obligué, tuve su cabello en mis manos y vi su boca tragarse mi miembro hasta terminar.
Debo admitir que dormir sobre sus pectorales tatuados es una sensación confortable, sentir que el amo de tus sueños está ahí para cuidarte mientras habitas otro mundo.
Su respiración, mi adicción; sus caricias, mi debilidad; su cariño, me derrite y estar junto a él es lo mejor que ocurrió.
Duermo plácidamente hasta el amanecer, me sorprende con el desayuno en la cama, parece haber despertado muy temprano, pues tiene su portátil encendida, seguramente escribiendo, debe haber estado desde madrugada, es curioso; siento como si no se hubiera alejado de mí para ir a escribí, pues, me dejó su aroma.
— Es un bonito relato, querido. Cuentas con detalle todo lo que vivimos aquella primera noche.
—Estoy recreando ese momento porque hoy es nuestro aniversario y que mejor que escribirlo para volver a vivirlo.
—Ahora comprendo. Mismo hotel, misma habitación y mismos personajes, eres todo un romántico.
—Y tú, mi musa, Amanda.
—Bryan, tengo un mal presentimiento.
— ¿Qué ocurre?
Continuará…

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