—Buenas
tardes, perdone la demora, el tráfico limeño es terrible—.
—Hola,
joven escritor, no se preocupe por la tardanza, todavía estamos a tiempo—
respondió con una sonrisa mientras estiraba la mano por sobre el escritorio.
—
¿No me va a descontar la hora, verdad? — Dije y me senté.
—Por
esta vez, no; pero procure salir antes de casa u organice bien sus horarios—
dijo con voz amical.
Asentí
por el sutil escarmiento.
—Y,
dígame, ¿Cómo le ha ido este último fin de semana? — hizo la primera pregunta
colocando ambas manos sobre el escritorio y entrelazando los dedos.
—Para
ser honesto, no puedo resistir más. Lo intenté pero no puedo asociar con
alergias mis fetiches. Siento que quiero tener a alguien enfrente para poder
amordazarla y después… Ya sabe, penetrarla.
Se
fue para atrás llevándose una mano al mentón y de golpe se acercó.
—
¿Qué le parece si intentamos los ejercicios de relajación? Así podría olvidar
las tentaciones y calmar su lujuria.
—Espero,
porque de lo contrario, voy a tener que compadecer en el segundo círculo del
infierno.
Se
levantó de la silla giratoria tapizada en cuero y dio un giro hasta llegar a
mí, a quien con suma confianza recogió con la mano para poner a su altura por
los tacones que llevaba.
—A
ver, estire las manos igual que yo— dijo sonriendo e intenté copiarla.
—Espere,
también voy a ponerme cómoda— dijo y se quitó el saco para también hacerse una
cola en el cabello, lo cual, de manera timorata me hizo desearla en algo.
—Ahora
sí, venga conmigo— dijo y yo fielmente hice caso.
—Eleve
los brazos como yo— propuso y nuevamente quise imitarla.
—No,
así no. A ver, te ayudo— dijo colocándose en frente y elevando mis brazos.
—Que
brazos tan musculosos tiene— dijo como una amiga curiosa.
—Usted
hace ejercicio, me sorprende que desconozca estos movimientos— dijo como si por
un instante no leyera mi mente.
Era
obvio, me estaba haciendo el ingenuo, la quería cerca y de esa manera podía
olerla. El aroma de su blusa blanca abierta casi a la medida de los senos
estaba tan próxima que podía, en cualquier momento, desprender un botón con la
mirada y gozar de esos senos tan sabrosos según mi mente.
—Muy
bien, eso está mejor— dijo después.
—Ahora,
inhale y exhale. Hagámoselo juntos—.
Lo
fuimos haciendo esta que no pude resistir la tentación, pasé de tenerla en
sueños a encontrarme a centímetros de distancia saboreando el aroma a Carolina
Herrera proveniente de su blusa y su cuerpo que no pude contenerme, entonces,
inevitablemente y en un acto irresponsable pero auténtico le planté un beso en
los labios.
—Señor
escritor, eso no viene en el ejercicio— dijo de forma intencional.
—Ahora
seré yo quien te diga cuales son los siguientes ejercicios— le dije con voz
distinta y empoderada tomando por completo el control de la situación.
La
sujeté de la cintura y fui besando nuevamente sus labios con su incompleto
consentimiento, pues, por instantes quería zafar diciendo que era poco
profesional, pero los besos siguieron y cayeron en su cuello que sabía a
vainilla. Fue allí cuando resolvió dejarse llevar porque oí un gemido en señal
de deseo, pensé en la doctora como una especie de profesional dedicada al
estudio de la mente olvidando por completo el amorío con personas y el hecho
que un desadaptado paciente se atreviera a darle un beso impulsó un anhelo
íntimo por ser cautiva de una pasión repentina y desbordante, la cual estaba ambientaba
en el consultorio.
Los
besos cayeron abajo del cuello y su cuerpo impactó contra el escritorio, tenía
la mitad curvada para que los besos pudieran ser mejores y abrí su blusa con
una excelente facilidad para liberar a sus senos con igual rapidez, los cuales
fui besando y sintiendo, acariciando y mordisqueando en deseos que me dominaban
y ya no podía dejar, que nos conquistaron y no teníamos como escapar.
Enseguida
le di la vuelta y bajé la falda con una implacable sencillez, abrí sus piernas
usando las mías y le di unas nalgadas antes de romper su ropa interior oscura
porque la lujuria estaba en su límite y ella fue gimiendo mientras iba besando
su espalda, poniéndola de frente para besar los hombros y nuca y después
estirarla contra el escritorio en una posición noventa grados estando yo detrás
para únicamente abrir la maldita bragueta y ante su ‘cierra la puerta, por
favor’ la penetré con dureza y fiereza, con intervalos de pasividad para las
nalgadas y las preguntas, ¿te gusta? ¿Lo disfrutas? ¿Eso deseabas, no? Y la
escuchaba afirmar al tiempo que gemía, a veces siendo los gemidos más fuertes
que las palabras.
La
penetración fue reiterada, a veces poniendo una pierna sobre la silla para
comodidad y elevando su cadera para mayor ángulo y proyección.
Al
rato, me quité la correa y la até de manos llevándola detrás como si estuviera
esposada y mientras detenía la penetración volviéndola suave y lenta, le decía:
Te voy a leer tus derechos, doctora. En primer lugar, tiene derecho a ser
penetrada de forma muy dura. Lo hacía rápido en ese instante. En segundo lugar,
a un séquito de nalgadas. Le fui dando algunas repartiéndolas en sus nalgas. Y
por último, se le acredita un oral, el cual será al final.
Seguí
penetrándola tan fuerte como pude, sosteniendo sus manos sujetas y a veces
metiendo mi dedo a su boca, también jalaba sus cabellos en cola y luego los
soltaba para tirarlos por su espalda.
Tiempo
después, le di la vuelta, se veía extasiada. Delicadamente la puse encima del
escritorio moviendo algunas fotografías y papeles para abrir sus piernas y
darle un oral exquisito en su tesorito. Lo gocé por un tiempo importante y
volví a pararla para penetrarla de esa manera dirigiendo sus piernas en tacones
a los hombros desarrollando movimientos bruscos y rápidos, suaves y lentos,
luego veloces con intervalos de lentitud, todo gozando y oyéndola gritar en
placer.
Sentí
que me venía, que debía de acabar de una vez, entonces con voz de agitado, le
dije: Y ahora viene su último derecho.
Caí
sobre la silla y la vi como atada se esforzaba por arrodillarse y colocarse a
la altura de mi miembro para chuparlo hasta que sienta como termino.
Puse
mis manos sobre la nuca para sentirme realizado y ella se quedó un rato de
rodillas saboreando.
—Estuvo
delicioso, mi amor— le dije.
—
¿Lo hicimos bien, verdad? — añadió.
—Por
supuesto, preciosa. Vamos a la ducha— le dije y la levanté con la mano para
desatarla.
Alicia
Silver Stone no es doctora, sino fotógrafa, es mi novia y convivimos en un
apartamento amplio con cuartos para nuestras sesiones sexuales que van desde un
sitio para fetiches y sado hasta un consultorio que amoldamos para que sea
doctora, abogada o a veces simplemente una chica que viene a buscar trabajo
encontrándose con un jefe exigente y malvado.
Así
nos divertimos.
Fin
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