- Lo
primero que hago al despertar es realizar una seguidilla de ejercicios para que
el conato de postres que preparo junto a la princesa no desfigure mi aspecto físico
únicamente importante para estar bien de salud; aunque imagino que con esto de
la cuarentena tendré un kilito más.
Al
momento de coger mi zapatilla no me di cuenta, -de repente son pocos quienes
observan el interior, tal vez los que viven en bosques- que un inquilino arácnido
pasó la noche en su cavidad.
No
soy de quienes saltan horrorizados al ver a una araña o insecto, de hecho, les
tengo un enorme respeto por hacer su parte del ecosistema y asesinar a esos
rufianes voladores que no me dejan dormir con tranquilidad hasta que son
capturados en las poderosas y artísticas telas para luego ser devorados de a
poco.
Me
gustan las arañas, de niño solía tener juguetes de araña con los cuales me divertía
y los hacia vencer dinosaurios de igual tamaño lúdico. Una de mis favoritas,
aunque nunca la encontré en casa ni en campos, es la araña violinista, dicen
que es terrible; pero no letal.
A
la princesa no le gustan, le aterran; aunque a veces nos informamos al respecto
para saber más de la biología arácnida, tema por más interesante.
Lo
único que voy a acotar es que existen desde el periodo Devónico hace 350
millones de años.
Volviendo
a la araña dentro del zapato. Tenía enormes patas, abdomen esférico y era de
color marrón. Se veía inofensiva, quizá había hallado el calzado y disfrutado
de una grata siesta o de repente, según dijo la princesa, quien no se quería acercar,
estuvo cenando a la mosca fastidiosa de la vez anterior y supuso que el premio
era rentar mi zapatilla favorita por una noche. De cualquier manera u otra, sea
fantasiosa o inherente a su proceder, no iba a matarla porque soy incapaz de quitarle
la vida a cualquier ser. Entonces resolví coger una hoja de la impresora y
recogerla para dirigirla al parque en frente porque dicen que las arañas se
amoldan a cualquier ambiente a excepción de la Antártida o un volcán.
La
princesa no estuvo de acuerdo, quería asesinarla de un golpazo con la zapatilla
para que no volviera a verla nunca en su vida aunque esto fuera una utopía
porque bien dije que existen mucho antes que nosotros y lo seguirán haciendo; además,
le enseñé en un acto rápido y casual que uno debe respetar la vida de los otros
seres así sean físicamente desagradables o les tengamos miedo. Por eso, juntos
fuimos al parque y dejamos libre a Larry (así terminó por llamarle en un acto cariñoso
tras entender el mensaje).
Nos
quedamos viéndola un rato. Quería que observara sus movimientos post libertad o
mudanza obligatoria hasta que se perdió entre las plantas. Eso me recordó a la película
sobre un tipo que es científico, quien construye una máquina para encoger objetos
y termina por achicar a sus hijos haciéndolos vivir una aventura simpática,
intensa y graciosa dentro de su jardín. Apunté la película en la mente para
verla más tarde.
Cuando
perdimos de vista a Larry quiso saber más acerca de los arácnidos, entonces le
dije: Si te pican, te conviertes en una chica araña. Ella me miró como suele
mirarme su madre cada vez que hago un chiste bobo. Sonreí y le conté una anécdota
que nació de un sueño que tuve.
Cuando
era pequeño vivía en una granja, allí mi padre cuidaba sus vacas y comíamos lo
que salía de ellas, ya sabes, el queso y la leche, que tu abuela prepara de
forma muy exquisita.
Una
mañana mi padre se percató que una de sus vacas desapareció. Él sabía que no
pudo escapar y tampoco pudieron robarla debido a que el cerco de alambres
estaba intacto. Entonces supuso que había contado mal.
Sin
embargo, al día siguiente se dio cuenta que dos de sus vacas habían
desaparecido de la misma extraña manera. Esto alarmó a tu abuelo que decidió
pasar la noche en vela cuidando a sus queridas vacas.
Yo
tenía insomnio y estaba en la ventana viéndolo descansar sobre una silla cuando
de pronto una sombra se manifestó en la luna. Era una araña gigante que
comenzaba su descenso utilizando su larga telaraña para llegar al campo. Grité
asustado y desperté a tu abuelo, quien se quedó tan anonadado como yo. Cuando volvió
a casa planeamos en familia la estrategia adecuada para evitar que se siga
comiendo a las vacas.
¿Sabes
qué hicimos? Le pregunté al final del relato.
‘La
aplastaron con un zapato gigante’ respondió.
Y
nos echamos a reír como locos.
Nota:
No maten arañas. Son geniales.
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