- Abrí
los ojos, cogí los lentes sobre la pila de libros de mi mesa de noche y pude
diferenciar al monstruo de la cima de ropa sintiéndome menos ansioso. Después
di una mirada a los alrededores de la habitación que es grande y profunda,
entonces me di cuenta que la cortina se estaba moviendo, pero me asustó que
tuviera la ventana cerrada. Incliné el cuerpo de tal manera que podría ver
mejor, es decir; mirar el piso y lo que vi me llevó al susto; uno fuerte que te
agita el corazón, pero no quise actuar con desespero cuando miré las patas
extrañas y enormes de este individuo infiltrado.
No
tuve tiempo de pensar, me sentí paralizado, como si correr hacia la puerta fuese
una utopía o una empresa arriesgada, pero sentarse y quedarse a ver fuese
también peligroso puesto que bastarían algunos minutos o segundos en ser
identificado -él y yo- y no sabría con exactitud que reacción tendría el
habitante extraño.
Resolví
pensar. Una vez resoluto, listo para actuar, supe que debía correr a la puerta
o enfrentar con mis armas, una almohada y un séquito de libros a este sujeto
raro cuyas intenciones seguían inertes.
Me
di cuenta que el estar oculto lo haría indefenso, lo pensé recién por mi estado
de calma absoluta, pero esa sensación no me daba certeza, porque tal vez al
igual que yo, no quería ser visto o encontrado infraganti, pues de lo contrario
tendría que acabar con la evidencia. ¡Yo!
Eso
me aterró y confieso que mucho, entonces volvió la sudoración, ansias y ganas
de huir.
Fui
levantándome de la cama viendo su presencia estática. Logré descender, sentirme
descalzo ante el frío piso me hizo sentir indefenso e inútil, pero miré con
mayor resolución la puerta y supe que estaba cerca.
En
ese instante el sujeto desapareció del sitio y vi unos dedos largos y flácidos tocar
mi hombro izquierdo junto a un hedor que pude imaginar cómo aliento fétido en
forma de vapor. El temor se adueñó de la situación y salí corriendo y sin poder
gritar llegando hasta la puerta, pero en mi desesperación y agonía no pude
abrirla, el pomo se había atorado o estaba con el maldito seguro, fueron
trágicos segundos de eterna angustia y desespero.
Volteé
para ver si estaba pero ya no se encontraba, la ventana se había abierto muy
ligeramente como si solo alguien muy delgado podría atravesar y la cortina se movía
por causa del viento actual.
Abrí
la puerta con tenacidad y escapé de la habitación dirigiéndome a la sala sin
pensar que cualquier tropiezo en la escalera podría ser letal.
Busqué
desesperadamente a mis padres y hermanos, pero nos lo encontré.
Salí
de casa y me sorprendió para bien ver una multitud en frente como si estuvieran
reunidos por algo o alguien, entonces me sentí afortunado. Me acerqué a un
grupo de señores y les dije: Pueden ayudarme, hay alguien en mi casa y parece
que quiere hacerme daño. Mis padres han salido y no sé a quién recurrir.
Agitado,
sudoroso, en pijama, angustiado, pero ligeramente calmado me hallaba cerca a
ese conato de hombres que antes había visto junto a mi padre charlar
divertidamente como buenos amigos.
Ellos
no contestaron. Estaban como estatuadas petrificadas mirando hacia arriba, con
los brazos pegados al cuerpo en posición firme, la boca abierta en asombro
absoluto y las pupilas pálidas.
Elevé
la mirada más allá de sus rostros y vi una nave tan enorme como un parque
apareciendo por el horizonte adentrándose por las nubes y haciendo que nuestros
cuerpos se escondan en la sombra que produjo.
Se
detuvo exactamente arriba de mí, una intensa luz amarilla alumbró de golpe todo
un panorama circular abduciendo a las personas que captaba.
Rápidamente
me di cuenta que pronto sería mi turno, insistí moviendo los brazos de los
señores para que salieran del trance, les dije que debíamos correr para huir,
pero seguían atentos como esperando la luz en una posición de estatua.
Uno
de ellos, quien llevaba camisa de rayas, hizo caso a mi desesperada petición,
fue como si recobrara la conciencia, cogió mi mano ante el peligro y comenzamos
a correr a toda velocidad, pero la luz logró captarlo debido a su avanzada edad
y el repentino lento andar. Dejé de sentir su tacto para verlo ascender primero
sintiendo asombro y desespero como si estuviera notablemente confundido,
pidiendo ayuda en gestos o alertando mi huida y luego dejándose llevar con un
rostro serio e hipnotizado.
Seguí
corriendo, volví a mi casa y a la habitación, me cubrí con todas las sábanas y
edredones y recé a los dioses de mi madre y abuela para que no me sucediera
algo.
La
casa comenzó a desmembrarse, el techo y las paredes volaron y la cama donde
estaba oculto se vio expuesta. La luz brillante atravesó el edredón y en lo
único que pensé fue: ¿Adónde me van a llevar?
Enseguida,
como última esperanza, empecé a gritar por ayuda.
Mi
madre entró por la puerta de un golpazo, ¿Qué sucede? ¿Todo está bien, hijo? La
oí decir y salí del escondite para darle un abrazo.
Me
quieren llevar, me quieren secuestrar, dije con temor.
¿Quiénes?
Los
extraterrestres con su luz.
Tranquilo,
no pasa nada, seguro viste una película hasta muy tarde o leíste una de esas
novelas de ciencia ficción, dijo con parsimonia y frotando mi espalda.
Me
llevó a la cama, volví a recostarme boca arriba viendo el techo intacto y la
ventana cerrada con la cortina sin moverse.
Descansa,
cariño, mañana tienes escuela, dijo con ternura y dio un beso en la frente.
Muy
temprano vi a mi padre mirar las noticias y me asomé para compartir la tele
mientras desayunamos.
Mira
lo que ha pasado en Rusia, dijo al tiempo que bebía café.
La
editorial decía: ‘Niño despierta de madrugada sin el techo de su casa y culpa a
extraterrestres que intentaron llevarlo al espacio’.
El
muy extraño caso de una casa que amaneció sin techo llama la atención del país
y el mundo, decía la reportera.
Algunas
personas argumentan que encontraron mascotas perdidas con correa en el cuello
como si sus dueños simplemente hubieran desaparecido.
La
evidencia de vida alienígena no es tan certera, pero estos casos aumentan la
hipótesis de posibles visitantes que vienen a secuestrar.
Este
mundo cada vez está más loco, mencionó mi padre y se dirigió hacia la cocina.
En
ese momento, la pantalla se apagó y detrás de mí sentí el mismo aliento de la
noche.
Fin
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