- Estamos llenos de histeria y menos información, es
la frase con la que comienzo este relato.
Fui
a la casa de la madre de mi hija para recogerla e ir a tomar helados, dar un
paseo y volver a mi casa para ver una serie sobre Los Templarios que dejamos
pendiente.
Llegué
puntual como de costumbre para aprovechar al máximo el día y parte de la noche,
toqué el timbre de la casa mostaza con rejas negras y tres pisos con una cámara
instalada tras un robo al vecino y por sugerencia mía. Esperé paciente a que
alguien hablara por el intercomunicador sonriéndole a la cámara de vigilancia imaginando
que la ex suegra, quien me agrada y no estoy siendo irónico, me observa y
comenta al resto de la casa que estoy afuera.
Ella
abrió la puerta, nos saludamos con un abrazo cuando debimos hacerlo con los
codos por el virus que se propaga, propuso invitarme a almorzar; pero desistí,
no porque no quiera compartir la mesa donde estuve sentado y charlando
infinitas veces, sino porque acababa de desayunar dos panes con tamal, una
importante taza con café y un par de huevos duros poco antes de venir.
—Siéntete
como en casa— me dijo haciéndose a un lado para que pudiera ingresar.
La
señora es muy amable y carismática, siempre he tenido muy buena relación con
ella.
Adentro
me encontré con la sorpresa de que la sala estaba copada de mujeres a quienes desconocía
porque cuando uno termina la relación suele alejarse y en ese tramo de tiempo
la ex pareja hace su vida, entre todo ese asunto, acumula nuevas amistades,
tales como Flor, Martha, Flavia, Emilia y Luciana, quienes saludaron al tiempo
que eran presentadas por la ex suegra y llevaban mascarillas.
—Toma
asiento, la niña se está vistiendo, ya sabes cómo son las chicas— dijo sonriendo
y tomó dirección hacia el segundo piso.
Me
percaté que en la mesa de centro, cerca de los refrescos color verde que
estaban tomando, se hallaban un par de pomos con gel desinfectante, los cuales,
-no miento ni exagero- usaran doce veces durante los diez minutos que estuve
sentado allí.
La
princesa descendió luciendo preciosa como costumbre con una sonrisa divina y
brillante abriendo los brazos mientras aceleraba el paso para saludar a su
padre cuando fuimos intervenidos por el coro de mujeres, a quienes hasta
entonces solo les había dirigido la palabra para saludar porque ambos grupos
estuvimos enfocados en nuestros asuntos, ellas en su charla y yo con el
celular.
—
¿No vas proteger tus manos con guantes? —
—Al
menos échate un poco de gel antes de abrazarla—.
—No
se toquen mucho, el virus está en todos lados y es peor para los niños—.
Oí
al tiempo que, lógicamente, la abrazaba importándome poco sus sugerencias.
Incluso, la elevé por el aire para que pudiera tocar la araña que alguna vez
trajeron de España y la princesa siempre quiso sentir de cerca.
—Bueno,
ha sido un gusto— dije después y a punto de retirarme.
La
ex suegra junto a Mariana bajaron enseguida como si estuvieran discutiendo, entre
las frases oí: Ma, ¿Por qué no le dijiste que se rociera un poco de gel? Le
hubieras dado una mascarilla, tenemos muchas. Hay que tener cuidado, él suele
estar rodeado de mucha gente y uno nunca sabe quién puede contener el virus.
Para
ser honesto, quise reírme desaforadamente, pero no tampoco iba a ser
maleducado.
—Hoy
me bañé dos veces. Una después de hacer ejercicio en mi casa porque el gimnasio
está cerrado y otra poco antes de venir— dije con una sonrisa.
La
princesa, como un acto espontáneo, comentó: Mi papi huele delicioso como
siempre.
Lanzó
un suspiro como enamorada.
—
¿No crees que estas siendo algo irresponsable? — dijo una de las chicas.
Se
veían muy serias, parecían señoras del club de divorciadas de mi tía y
comentaban como si fuera asunto suyo.
—Mariana,
¿iremos hoy a hacer las compras para el año? — dijo otra mujer.
—Sí,
sí, tenemos que arrasar con el supermercado— respondió mi ex.
—Hay
que comprar mucho papel higiénico y sobre todo atún. Mucha comida enlatada—
dijo otra persona.
—Guácala,
no me gusta el atún— dijo la pequeña y le susurré: Hoy comeremos Mc Donalds.
Se
llenó de emoción.
—Disculpen,
señoras…
—Señoritas,
aclaró otra.
—Bueno,
según he leído, el Coronavirus no produce diarrea. Además, únicamente hay que
lavarnos bien las manos para prevenir.
—Dos
‘feliz cumpleaños’ es el tiempo que debemos lavarnos— dijo la princesa con
noble sabiduría.
—Exactamente,
mi amor. Tú serás una gran doctora, le dije y di un beso.
—Y
no tienen que crear una anarquía en los supermercados. Recuerden que más gente
muere por la histeria colectiva que por el temblor, dije con sensatez.
—Pero,
en la Biblia dice…
—No.
Este no es un asunto religioso, tampoco será como la Edad Media…
—Eso
fue terrible, ¿verdad, papi?
—Sí,
corazón, pereció la cuarta parte del mundo.
—
¿Y tú cómo lo sabes, pequeña? Quiso saber una chica.
—Lo
vimos en History.
Se
quedó muda.
—Ahora
la ciencia está mucho más avanzada que esa época y la solución estará próxima.
No debemos volvernos locos, es más contagia la histeria que la enfermedad, concluí.
Asintieron
con la cabeza.
—Mi
yerno, digo, él, tiene razón. No hay que perder la cabeza. Está bien que hayan
cerrado escuelas y universidades, poco a poco todo va a ir mejorando. Volvernos
loco no ayudará en nada— dijo mi ex suegra. Un encanto, por cierto.
Todas
volvieron a asentir con la cabeza.
—Y
las mascarillas son para los infectados, no para sacarse fotos y subirlas a
Instagram— dije y de inmediato añadí: Bueno, señoritas, me retiro.
Le
di un abrazo a la señora, una despedida a lo chino mandarín a Mariana y
cogiendo de la mano a mi princesa salí de la casa.
El
resto del día nos divertimos con la precaución del caso.
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