- Tengo
una gama de fetiches y obsesiones que únicamente revelo entre cuatro paredes.
Me gusta ser sorprendido, que me asalten con una bienvenida en cueros al
momento en que abra la puerta o que cierren mis ojos y me lleven a un sitio de
esposas, látigo y demás, todo lo que tenga que ver con sexo me gusta. No tengo tabúes,
soy un hombre abierto a todo lo que me atrae.
La
navidad no fue la excepción, pues a mi edad los regalos han caducado y las
figuras de acción están dentro de una caja en el armario. Todo andaba como un día
cualquiera, esperaba la medianoche para cenar y saludar a los presentes, quería
que el tiempo pasara veloz y de una vez me viera frente al pavo; pero mi noche
buena cambiaría por completo cuando mi novia que vive a distancia me asombró
con una llamada: Amor, adivina donde estoy.
Pensé
que en bragas sobre su cama, hemos hecho tantas videollamada sexuales que
conozco cada lugar donde le gusta llamar; sin embargo, andaba vestida, de
hecho, con un casual y lindo vestido veraniego, aquello me sorprendió para mal,
pues no me gustan las videollamadas con ropa, aunque poco antes de mostrar mi
enojo, añadió: ¡Estoy en Lima!
Me
emocioné demasiado, diría que a niveles muy elevados, enseguida le pedí que me
esperara en el aeropuerto porque saldría de inmediato a recogerla ya que andaba
a medio camino postrado en la cola de un centro comercial con unas compras de último
momento en mano, las cuales dejé de lado y fui corriendo hacia la terminal de
aviones.
A
medio camino me detuve porque dijo: Deja que yo vaya a tu casa. Entonces aproveché
para pagar y retornar con pasividad.
Llegué
a casa pensando que estaría en el mueble, tal vez conversando con mi madre y la
mascota, a punto de recibirme en un abrazo y darnos muchos besos previos a lo
que sería un encuentro fantástico entre cuatro paredes; pero no estaba, nadie
habitaba en la casa en ese tramo de tiempo, por eso resolví ir a mi habitación y
dedicarme a escribir mientras la espero.
Andaba
ligeramente fastidiado, imaginé que llegaría y la vería corriendo hacia mis
brazos o en el mejor de los sucesos en ropa interior sobre el mueble con una
pose sensual.
Pero
no había nadie.
Empecé
a escribir continuando un texto cuando de pronto oí el rico sonido de los
tacones, que me fascinan por cierto, y el giro de mi cuerpo fue detenido por
una corbata que me cegó.
¿Creíste
que estabas solo? Su voz sensual y exquisita.
Moví
mis manos para sentir sus muslos y caderas pero no alcanzaba, quería tenerla
con la yema de los dedos, coger su cuerpo; pero no llegaba y se burlaba con esa
risa malévola hartamente sexy.
Deshizo
la ceguedad en mis ojos y pude voltear con una velocidad absoluta para verla en
toda su dimensión luciendo un atuendo navideño sumamente ardiente incluyendo un
gorrito rojo con blanco que le daba un look sincronizado y divino. Me levanté
de la silla como un felino y nos besamos apasionadamente sin pronunciar
palabras previa, como dos fieras salvajes que únicamente desean comerse y
aunque soltamos gemidos al son del deseo no dejamos de besarnos y tocarnos
porque al fin podía tener sus muslos, senos y cuello apretado luego de tanto
tiempo de ausencia.
Quise…
Voltearla, inclinar su cuerpo frente a la cama y bajar la braga maldita para
penetrar tu tesoro; pero a su vez sabía que era muy rápido y anhelaba incansablemente
saborear todo el cuerpo, entonces resolví tirarla a la cama, la vi preciosa
desde todos los ángulos, exquisita y deliciosa, como un manjar de los dioses,
una conejita vestida de mamá noela a punto de ser devorada por este insaciable
lobo feroz que la miraba con ojos de lujuria que fui desencadenando tras cada beso
que le daba. Primero en los labios, luego en el cuello, siempre sujetando su
mano para que sienta el poder, bajando por sus senos ya descubiertos en un santiamén,
dándole mordidas a los pezones intactos y punzantes, ricos y sabrosos
ocasionando leves gemidos y convulsiones en su cuerpo e imaginando a su vez
cuan húmeda podría estar su intimidad.
Todavía
no quería llegar a ese sitio, mi lugar favorito en el mundo, por eso le besaba
los senos con suavidad y ternura, moldeaba su figura usando las manos como un
exacto artesano, toda esa belleza tallada por la mano de Dios era totalmente mía
esta y muchas otras miles de tardes y noches; la veía de reojo cada vez que
plantaba besos en sus senos, llevaba los ojos cerrados y la cabeza inquieta, moviéndose
por el deseo y por el calor interior, disfrutando del momento a solas con su
amor.
Con
sutileza desprendí la ropa interior oliendo ese sabor indescriptible que tanto
me fascina, diría que deberían crear un perfume en base a ese aroma. Fantástico.
Di
mordiscos y besos en los muslos abriendo ligeramente las piernas de tal manera
que tuviera acceso directo a la eternidad, a ese punto ideal dejándome caer
exactamente en su tesoro para comenzar a besarlo con delicadeza y ternura.
Me
sumergí en su intimidad dándole explosiones de placer y gloria, por ratos veía como
movía la cabeza en señal de libido, de lujuria y sabiendo que cada beso brindaba
destellos al dar en los puntos exactos, pues su anatomía fue siempre mi adicción,
yo soy obsesivo de su cuerpo, tenerla me ha hecho conocerla, gozar de su
humanidad es mi deseo y mi victoria infinita.
No
pudiendo resistir tanto placer, quiso de inmediato satisfacer la necesidad
final, el monumento de la entrepierna debería clavar su humanidad. Apresurado
me vi envuelto en la situación más compleja si se trata de una bendita correa,
pero quiso ayudar, lo hizo lento, con paciencia, sonriente, de rodillas, con un
plan a escondidas, pues la demora la hizo acreedora a su dote de complacer a su
hombre y yo que andaba presuroso, ya estaba en bóxer y ella seguía queriendo
quitarlo todo, entonces su petición fue concebida y como recompensa tuve una felación
que me condujo al infierno.
Soy
de quienes gimen, expreso notablemente todo mi placer, quiero disfrutar, pedir
por ratitos que tuviera todo dentro y por momentos que fuera lento; de allí me
mantengo mudo, ella se encarga de todo, me conoce, sabe esos movimientos y yo
los gozo con locura y delirio.
Entonces
me recuesto, ella quiere seguir manejando la situación y yo gustoso de tenerla abajo.
Ambos
no resistíamos al dominio del deliro y la lujuria, debido a ello se aventuró a
sentarse sobre mi ser cayendo perfectamente como dos moldes que se juntan con
exactitud y los movimientos rítmicos de ambos fueron conexiones llenas de efervescencia
exquisita que nunca debió tener fin.
Recuerdo
claramente su rostro de satisfacción completa, los cabellos regados y luego cogiéndolos
con una mano al tiempo que mantuvo la otra en mi pectoral y yo cogiendo sus
caderas y luego sus senos, viéndola con una sonrisa repleta de deseo
endemoniado y vicioso por sus pieles. Gemidos y gemidos se confundieron durante
un rato importante porque resolvimos cambiar la posición, ahora era yo quien debía
de manejar el ambiente.
La
puse de perrito, aunque me gusta no pronunciar la pose, solo mover su cuerpo de
tal modo que quiero que ande, incline un poco mi ser para caber a la altura de
su ano y volver a introducir mi obelisco en su tesoro volviendo al momento dócil
un infinito cantar de delirios majestuosos a los compas de los gemidos y el
sonido que produce el impacto entre mi ingle y su tesoro.
Cada
vez más rápido, cada vez más brusco, cogiendo los cabellos y sujetando los
senos. ¡Rápido! ¡Rápido! Así, así, así.
Dime
que soy tu rey, dime que soy tu Dios. ¡Eres mi rey! ¡Eres mi dueño! Oh, eres mi
Dios.
Penetración
veloz y eficaz, cabellos sujetos o senos cogidos, todo en rápidos movimientos
bruscos y luego lentos, muy suaves y tenues, dulces y tiernos y repentinamente
vuelven a ser locuaces y muy toscos que gustan.
Nos
echamos sobre la cama al cabo de muchos minutos de ese modo sin limitaciones, estiré
la mano para abrir un cajón de la mesa de noche, saqué una esposas y se las
puse sin pedir permiso, el sonido del broche me lleno de excitación, la puse de
lado, de costado, dándome la espalda y con las manos elevadas, comencé a besar
su espalda y hombros, hombros y espalda, toda la médula y el trasero fueron míos,
incluida una mordida en el glúteo para que sepa a quien pertenece.
Acentué
el miembro a la altura de su intimidad, lo introduje con delicadeza y fui moviéndome
lentamente mientras apretaba su cuello y le dictaba al oído: Me perteneces,
eres totalmente mía, yo soy tu dueño y te cojo cuando quiero.
Movimientos
bruscos y lentos, de golpe, rápidos, veloces y nuevamente lentos, que delicioso
lo que sentíamos.
Enseguida,
la puse totalmente de espalda y teniendo la cabeza en la almohada, yo encima y
sin sacar el miembro, pues seguíamos así en el movimiento, en el cambio de
pose, en ese habitad de cambiar de posición que tanto me gusta. Entonces empecé
a penetrarla de ese modo viendo como entraba, como perforaba su intimidad y jalándole
los cabellos a placer.
Al
rato le pedí otra felación, una felación con esposas, que rico. Esta vez ella
estaba regada sobre la cama y yo encima, de rodillas direccionando mi miembro a
su boca y abriéndola para que quepa. Delicioso. A veces no lo sacaba y veía como
se atoraba, lo disfrutaba. Luego resolví quitarle las esposas para que pueda
tocar el miembro y masturbarlo a su gusto hasta acabar en sus senos.
Glorioso
momento al final de la epopeya sexual que tuvimos. Claro que después descansamos
y sugerimos una ducha antes de involucrarnos de nuevo en una aventura sexual,
esta vez usando el látigo pero previo a ese sometimiento le haría el amor en la
ducha. Ya lo tenía en la cabeza, descansar unos minutos, ir a bañarnos,
someterla en la bañera, tenerla de espaldas y penetrarla al tiempo que nos
mojamos, su cuerpo cerca al vidrio que protege, yo detrás dándole duro y con
los cabellos en mi mano, el solo hecho de pensarlo me puso caliente de nuevo y
no quise dormir; pero ella andaba agotada y requería un descanso, entonces nos
pusimos de cucharita y disfrutamos una siesta antes de volver a meternos en la
burbuja sexual que tanto nos gusta.
Es
obvio mencionar que pasamos la navidad entre cuatro paredes, pues aquella tarde
solo se trató de la bienvenida.
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