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viernes, 28 de abril de 2017

Clarita

- Me dijeron que estaba errado, que debía de pensarlo bien y sin embargo, fiel a mi actitud testaruda, quise intentarlo.
Yo tenía 25 años, salía de una larga relación de tres años y como no me gusta andar descansando -y si, por andar en busca de historias- quise relacionarme con Clarita, una chica que acababa de ingresar a la universidad, cachimba, como le dicen en Lima, de 17 años con dos meses, según especificó cuando la conocí, con una cándida y noble sonrisa, como si no fuese capaz de matar a una mosca. Cabello rubio y ondulado, como me fascinan las mujeres y ojos marrones que brillaban con el sol. Era linda si quiero definir el conjunto de características que me mostró las tres veces que salimos, una vez a caminar y dos películas en el cine (Rápidos y Graciosos 5 y Los pitufos).
“Me aburrí; pero como había pagado no me quedó otra que quedarme” le dije a mi mejor amiga tiempo después. Ella respondió con una pregunta, ¿tuviste una buena recompensa? Tras una sonrisa, le dije: Un par de besos apasionados, nada más allá de eso, lamentablemente.
Ella salió contenta, emocionada por los autos volando y viendo al susodicho actor “Quiendice” cayendo encima de un tanque y yo pensando ¿Por qué no entramos a ver Hostal 2? Pues, le teme a la sangre, tal cual me dijo una vez denotando absoluta seriedad: Mi padre es médico; pero yo estudio Psicología porque no me gusta ver sangre.
Vas a lidiar con dementes, le dije con humor. Ella respondió, ¿fascinante, no? Estudiar la mente y eso, me encanta.
Y pensar que lo recuerdo con claridad, sus rostro sobrio y articulando las palabras mientras realizaba ademanes. Recta y segura de sus palabras. Lo tengo en mente porque fue la única vez que me habló en serio.
Clarita, estudiaba en la San Martin, cursaba el primer ciclo y empezaba a decirme que sus amigos eran unos borrachos, que les gustaba salir los viernes y sábados después de clase, que se iban a beber licor y fumar cigarrillos. Los acompañaba, a pesar que la idea no me gustaba y relataba sucesos tales como: Es la primera vez que tengo resaca, no vuelvo a combinar cerveza con vodka.
Yo, a una edad importante en la que he vivido y visto suficiente en dicho ámbito, siempre anduve meticuloso, como un sabio que observa al pupilo desenvolverse en un nuevo conflicto.
Ya me lo habían dicho: Bryan, ella no es para ti. Seguro anda de aquí para allá, con X y con Y. No es lo que buscas y te aburrirás pronto.
Antes de escribir una historia suelo vivirla. Los detalles, las emociones, los sentimientos y los pensamientos, no me salen de la cabeza, son reales y para escribir debo de vivir.
Me hice el sordo ante los comentarios de mi amiga, que sabía de mis intenciones; pero no quería que me siguiera involucrando por miedo a que pudieran herirme. Sabe, a que pesar de mi locura por querer meterme en situaciones bizarres, tengo un corazón sensible.
Hablábamos por WhatsApp, me relataba sobre la universidad, las fiestas de los fines de semana, los trabajos y exposiciones, y yo le escribía con la comprensión que me caracteriza y dosificando sus emociones con palabras de aliento y felicitaciones. Además, agregaba que no debía de salir tanto, esto no lo hice muchas veces, suelo ser alguien que deja al libre albedrío algunas decisiones; pues, no hago de padre de nadie. Sin embargo, si me piden un consejo, lo doy.
No de la clase de asesoría que me pidió después de la última vez que nos vimos -sí, esa vez que fuimos a ver Los pitufos-.
Amor, ¿Ron o vodka?
Por Dios, Clarita, solo tienes 17 años, ¿Qué rayos haces tomando hasta la madrugada? Quise decirle; pero resolví responder, deberías pensar en estudiar y no en tomar.
Contestó: Te pareces a mi Papá, él no es cool.
Me llevé las manos al rostro y enseguida me dieron ganas de reír. Por supuesto que la pregunta, ¿en qué rayos me he metido? Surgió en la cabeza. Pero no quise comentarle nada a mi mejor amiga, darle razón no es mi oficio. Me gusta contradecirla, hasta ahora lo hago.
Tras esa conversación vía WhatsApp empecé a meditar. ¿Termino la relación? Fue la pregunta inmediata.
Rato después me llenó la ventana de mensajes de amor.
“Amor, te quiero muchísimo, gracias por comprenderme. Eres el mejor, te adoro”. Escribió muchas frases preciosas; aunque algunas fuera de sí. Y no voy a especificar cuáles, solo diré que deseaba llegar a otro nivel de relación.
Entonces, me llamó y de igual modo habló sin parar, dijo un centenar de argumentos, entre cuanto me quiere hasta cuan loca esta por la vida.
Yo, condescendiente, le respondía con calma y por momentos con humor.
La seriedad para no caer en el juego y el humor para no parecer su padre.
Nos vimos una cuarta vez y fue la última. Cumplíamos 1 mes de enamorados y como sabrán todos los lectores habidos y por haber, soy un romántico empedernido, y no iba a dejar pasar la ocasión por no vernos seguido.
Quise sorprenderla, de cualquier forma o modo, había un sentimiento por ella, era -o al menos así lo creía, una chibola sin rumbo fijo; pero con nobles sentimientos- podría ajustarla y llevarla por un adecuado sendero, pensaba mientras caminaba rumbo a su universidad.
Sabía que salía a las 11am y que tenía un receso o como le llaman, hueco, de una hora. Podría andar en la tienda comprando cigarrillos o algo de comer y la sorprendería con un simpático peluche.
Lo voy a resumir: Llegué silbando una canción y la vi exactamente al lado de una sangucheria, sentada en las piernas de un sujeto con gorra y pantalón ancho, zapatillas gigantes y suéter talla XL.
Se besaban sacando la lengua para que sus amigas les sacaran fotos.
No sé porque no me sorprendió, quizá, lo esperaba, de repente, de manera inconsciente o tal vez, porque mi amiga me lo había repetido muchas veces: ¡Ella no es una buena chica! No vas a poder salvarla.
Era como si mi confidente tuviera un sentido que le diera el poder de intuir las acciones. Aún así, no iba a darle la razón. No por orgullo, sino porque es divertido.
Hola, le dije. Te traje esto, añadí dándole el peluche.
Buenas tardes, jóvenes, me presento, soy Bryan Barreto, el supuesto novio de Clarita; aunque ese puesto estaría dividido entre los dos, le dije al tipo con suma ironía y le estreché la mano. El tipo correspondió el saludo mecánicamente, estaba más sorprendido que yo.
Soy un tipo fuerte, de repente, al escuchar la frase, soy el novio, pudo pensar que algo terrible podría ocurrir; pero ando a años luz de esa actitud.
¿Me invitas un pucho? Me dio uno. Lo encendí y pensé, hubiera sacado un puro y hecho como Logan cuando intenta intimidar a alguien.
Clarita estaba avergonzaba, ya lejos del tipo, quien también estaba asombrado y pálido, entonces, terminé mi argumento: Bueno, Clarita, solo decirte que no deberías mentirle al amigo. El tipo la vio enojado. Y, cambiar en algo tu actitud. Me voy, suerte muchachos.
Me empecé a reír al tiempo que caminaba y escuché algunos reclamos por parte del fulano y preguntas del lado de sus amigas.
Antes de contarle esta experiencia a mi amiga, Clarita me envió un audio al WhatsApp, estaba llorando: Por favor, lo siento, estaba confundida, no sé que hice.
Deberías cambiar tu actitud, no por mí, sino por ti y no contagiar de malos hábitos a los demás. Chau.
La dejé en visto en resto de palabreo y a los minutos hice la llamada respectiva.
Ella lo imaginaba y quiso que yo le diera la razón. ¿Y qué sucedió? Pues, no lo hice. Al contrario, respondí: Ahora tengo algo que escribir. Entonces, empezó a reír.

Fin

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