- La
rutina tiene caminos que en el infierno se ausentan.
Para
quien se despide de los suyos al salir de casa a veces resulta agobiante el
desconocido hecho de saber si volverá a abrazarlos a pesar que las
responsabilidades intenten matizar los pormenores de una vida incierta aunque
las idas y vueltas sean francamente concretas.
Caso
contrario ocurre para quien vive en el aire sin la espera de nadie.
Sale
a la rutina dispuesto a volver dentro de su propia cápsula sin besos en pausa ni
llamadas martirizantes que involucran emociones. Nadie ladra su venida; pero
invoca anhelos por volver a la cama.
El
mundo está infectado de personas a quienes no conocemos aunque hayamos visto
sus rostros en portadas de revista.
Una
vez me contaron que este planeta es el manicomio de los seres de la galaxia.
Existen
más desconocidos que seres a quienes saludamos y mucha de esa gente ni siquiera
conoce el sabor del viento de una calle, ¿Qué nos hace creer que intuimos lo
que son en base a sus perfiles en redes? Si la llegada de un paquete puede ser
un detonante, una perdición o una fortuna.
Dicen
que las personas nunca han evolucionado a pesar que el mundo avance porque la
raíz de quienes somos está en qué hacemos cuando estamos solos dentro de
nuestros pisos o habitaciones.
La
historia a continuación intenta darle un sentido a los rostros que no vemos
cuando saludamos a quienes conocemos.
¿Tuviste
un avance con la hija? Oyó a Javier hablarle desde su posición con una sonrisa
burlesca, la barba hecha añicos con residuos de refresco naranja y el brazo
velludo apoyado en la ventana.
Raziel
retornaba sonriente, el paquete había sido correctamente enviado, el padre de
Luciana, un empresario de videojuegos había ayudado con la carga, sugirió una
cerveza; pero él prefirió el agua con hielo. Hablaron un poco de temas que
Raziel desconocía; pero oía como si supiera. Se estrecharon la mano como dos
viejos amigos y separaron sabiendo que volverían a toparse por otras entregas.
Cuando
volvió recorriendo la acera de la enorme casa con jardín en los lados, viendo a
su bufón compañero reír con una pregunta, pensó que debía continuar con los
envíos para poder acabar antes que el resto de la manada y seguir asombrando al
jefe, el judío que aparece en celebraciones, para que pudiera otorgarle el
ansiado puesto detrás de un escritorio.
—Cuéntame,
¿Llevaba su minifalda de porrista? La he visto de lejos y está rebuena
Lucianita— mencionaba Javier con aires perversos a pesar de su risa grotesca
viéndolo de reojo y dándole golpes en la pierna para que se animara a contar.
—Yo
voy a dejar las cajas. Les pido que firmen y a veces ayudo a cargar al segundo
piso. No socializo ni veo a las hijas de quienes acogen los pedidos. Además,
tengo novia, Javier, no seas irrespetuoso—.
—Ahora
comprendo porque hablan tanto de ti— respondió Javier cambiando el tono de la
voz a uno más sobrio y menos burlón.
—Sé
que dicen de mí; pero no me importa. Estoy aquí para crecer no para hacer
amigos— contestó Raziel visualizando un chat especial en su celular.
—Dicen
que eres el favorito del judío avaro; pero también dicen que eres su marioneta—
añadió Javier interesado en molestar.
Raziel
le sonreía a la pantalla ignorando las palabras y las miradas de Javier que
conducía doblando una siguiente esquina de manera intempestiva para que el
celular se cayera y su copiloto lo viera con ojos de coraje ante la vista
irónica de su insoportable compañero.
—Hola
amor, me quedan dos entregas y termino mi día, ¿a ti cómo te va? —escribió en
un chat que tenía un corazón lado del nombre.
Dentro
de uno de los tantos módulos del centro comercial, una chica de cabellos
castaños y lacios, delgada como una pluma, luciendo un vestido absolutamente
negro a excepción del nombre de la empresa en blanco, ubicado a la altura del
pecho derecho, escribía mensajes sonriente teniendo a una señora que le podía
duplicar la edad mandándole a cada instante para que moviera accesorios de un
lado a otro y atendiera a clientes preguntones que vienen y nunca vuelven.
—Mi
amor, me alegra. Dame unos minutos, atiendo a la gente y te respondo— le respondía
a velocidad.
La
siguiente casa se ubicaba en una amplia esquina, Javier contaba un mito acerca
de un encuentro casual con una muchacha que conoció en una web y se empataron
en un hotel cercano a dicha calle. A Raziel no le importaba lo que hablaba, se
enfocaba en la siguiente intervención, en descender, acomodar la corbata, el
peinado y verse al espejo poco antes de asomarse a la casa para la entrega de
una caja en especial cuya diferencia a la anterior era que el contenido no iba
acorde al tamaño del paquete.
La
cargó como si tuviera una fuerza descomunal adentrándose en una reja a paso
parsimonioso por si los perros estuvieran atentos a cualquier individuo.
Una
anciana de altísima edad apareció en frente, se veía tan longeva que podía
haber presentado todas las guerras de la humanidad, Raziel lo reflexionó con
rapidez, aceleró el ritmo de su andar para que no tuviera que caminar más, le
realizó un gesto de manos para que se detenga; pero la señora seguía caminando
hacia adelante intentando converger con el sujeto que traía su pedido.
Los
perros corpulentos que cuidaban la casa empezaron a tomar posición y el joven
cartero temió por su salud hasta que la dama de blanco por los cabellos con
canas que caminaba despacio por bastón ahuyentó al par de sabuesos con un
chasquido de dedos haciéndolos retornar a sus moradas como fieles súbditos.
Raziel aprovechó el momento para aumentar el paso de su andar y entregarle el
paquete a la damisela de larga edad, quien sonriente a pesar de la escases de
dientes, le dijo: Muchas gracias, te pondré cinco estrellas.
Cuando
volvió sudoroso, cansino y preocupado por lo que podría pasar si los perros no
fueran tan domésticos y oyó a su compañero darle buenas noticias tras comentar
burlesco sobre la ceguera de la anciana.
—Parece
que es todo por hoy, estimado. Mañana continuamos, acaba de confirmar el judío—
informó.
A
Raziel le pareció extraño porque todavía quedaba una caja; pero se sentía tan
agotado mental y físicamente que accedió sin recelos.
—Además—
mencionó Javier prendiendo la furgoneta: Quiere hablar contigo cuando lleguemos
a la oficina.
Asintió
con la cabeza entendiendo el mensaje y revisó su celular con la calma que se le
adjudicaba.
—No
te ha llamado ni escrito— dijo Javier con serenidad.
Parece
que fui el elegido en darte la noticia, añadió distinto en actitud.
Verificando
los mensajes se percató que Soraya, su novia, le había enviado varios en
diferentes espacios de tiempo, comenzó a divisarlos con lentitud para asimilar
su palabreo romántico, estirar sonrisas y contestar acorde a lo que acontece en
pantalla.
Amor,
la clientela solo viene a preguntar. No importa. Aunque debería, porque
mientras más sale mi producto, obtengo ganancias y no me grita esta vieja del
lado que dice ser la jefa.
Te
extraño, ¿nos vemos para la cena o tienes mucho trabajo?
¿Amor,
llegas a las seis? Te cuento que me distraje viendo vuelos, tours y demás.
Ojalá podamos estar en Roma. Es el sueño mío tanto como de Enrique.
La
sonrisa del cartero fue más grande aun cuando descargó la imagen de su novia
mostrándole su vientre encantado.
Te
amo, espero verte lo más pronto posible, decía después enviándole una nueva
imagen.
A
primera impresión, el maquillaje barato no le favorecía ante las ojeras, la
barriga todavía no crecía, el vestido aun le quedaba, hace poco habían charlado
acerca de las posibilidades, de cambiar de trabajo por un inminente despido o
aplazamiento por causa de su embarazo inesperado al cual le agregarían su pobre
desempeño. La idea la entristecía porque había gastado los ahorros en
inversiones de negocio que no tuvieron fortuna, trabajó para la empresa de
cosméticos nacionales que no le entrega productos de regalo, dentro de poco se
ancharia el vestido, los tacones incomodarían, la sonrisa se desquebrajaría a
pesar que en la foto estuvo feliz, y las opciones se acortarían si Raziel no
alcanzaba el ascenso.
Ambos
sabían que el piso donde viven es rentado, que el abuelo que renta cobra cada
mes más de la cuenta, que no tienen adonde ir si no pueden pagar, que los
sueldos no llegan a quincena y los sueños de una velada en Roma con mesa para
tres puede que acaben en un nosocomio olvidado con enfermeras parecidas al
diablo.
La
oficina del judío se encontraba al fin del pasillo, nadie asistía a menos que
tuviera cita, generalmente solía llegar para las celebraciones; pero vino un
viernes casi a la altura de las seis de la tarde, horario en que finaliza la
jornada laboral y las personas como Javier y el séquito de camaradas zafa hacia
su hogar, el bar que se encuentra en la otra esquina o hoteles dos estrellas
con mujeres a quienes conocen en páginas dudosas.
Parece
que hoy me darán el ascenso, le escribo a Soraya caminando el pasadizo rumbo a
la oficina de puerta marrón.
Disculpa
la demora, preciosa; estoy a punto de hablar con el jefe.
Conversamos
en casa, mi amor, añadió rápidamente.
Casi
enseguida, mientras se hondaba en el pasadizo con murales llenos de
explicaciones de como formular los envíos, calibrar las cajas, ubicar las
direcciones y demás, respondió su novia, emocionada por los emoticones usados
en el chat.
Amor,
felicitaciones. Me encanta la idea, entonces seremos tres y estaremos
contentos. ¿Ves que todo se resolvería?
Raziel
miró la oración por encima de la ventana, estiró la mano para tocar; pero
escuchó a alguien por dentro decir: Pasa. No tenemos mucho tiempo.
No
fue como aquellas películas que solía mirar de niño en donde el antagonista
fuma un habano de espaldas sobre una silla giratoria.
El
judío, tal cual le hacían mención en la empresa, era un hombre delgado, de cabello
negro y escaso, sin gesto y vestido de blanco como si estuviera en una
ceremonia espiritual. Le ofreció asiento y lo tomó. Se habían conocido hace dos
años, Raziel era un pequeño postulante a trabajo de medio tiempo para poder
alcanzar el horario de la escuela nocturna, tuvieron una conexión padre e hijo
que se fue diluyendo a medida que el jefe se perdía por largos periodos y
aparecía solo para celebraciones siempre vestido de blanco cambiando la
chaqueta y los zapatos como si fuera una forma de hacerse sentir en un mar de
trabajadores con atuendos negros.
Sus
ojos jalados y el apellido en una frase lo hicieron acreedor a un primer
apelativo que al paso de los años se convirtió en el que Javier denomina
argumentado en el retraso de varios salarios; aunque para Raziel, frente a él,
todavía era: Mr Ed White.
¿Qué
es la vida sin sus ironías? Reflexionó algunas veces recostado en un viejo
mueble individual con vaso de ron en mano, con la radio en silencio para no
despertar a Adriana acostada casi al filo de una cama desordenada con las
bragas en alto y los cabellos desparramados como una flor de loto.
Salió
de la meditación para responder mensajes de casa. Las preguntas, ¿Dónde estás?,
¿ya vienes?, ¿te apresuras? Rellenaban el chat como si estuvieran gritándole
por el frente.
No
olvides que acaba de salir positivo. Necesito de ti, quiero pasar tiempo contigo.
Nosotros requerimos de ti, leía después con más parsimonia.
Vas
a ser padre, no lo ignores, por favor, añadían luego con intenciones de querer
hacerle entrar en reflexión, una que ya tenía ambientada en su cabeza al
terminar la sesión amatoria de la semana.
Recogió
la chaqueta distribuida por el piso, le dio una mirada gélida e indiferente a
la mujer desnuda sobre la cama y salió de la habitación encendiendo un
cigarrillo al sentir el aire frío de la calle y caminar unos pasos para
continuar con el pensamiento el tiempo que dure el humo saliendo de su boca.
Detuvo un siguiente bus, lo abordó con la cabeza recostada en la luna y no
cogió el celular bombardeado de mensajes hasta su esquina. La oscuridad de una
calle olvidada por el Intendente con calzada averiada, faros que no se prenden
y susodichos amantes de lo ajeno ocultos por la bruma a la espera de
desconocidos.
Abrió
la puerta del piso que renta junto a Soraya, quien lo esperaba sentada y
dormida sobre un mueble individual, vaso de leche sobre la mesa de noche, la
televisión con una novela encendida, un beso en la frente la despertó y la
amargura que tenía desapareció con el sueño o su presencia, intentó pararse
exagerando el embarazo, le preguntó ¿Cómo estaba? Aparte del ¿Dónde estaba? Y
le sugirió la cena que no quiso comer. En cambio, bebió una cerveza caliente
culpa del refrigerador oxidado, le dio giros al cable encima de la tele para
sintonizar otro canal y su fallido intento por acomodarse en una silla lo llevó
a la inminente furia.
Desató
coraje en palabras soeces, arrebatos en gestos acerca de la mala convivencia de
los suyos con los objetos miserables, quiso llorar de impotencia porque el
dinero no alcanzaba y aunque Soraya propuso volver al trabajo, sabía que un
dilema tomaba forma en su mente, ¿ser padre sería prudente? La sola idea de
pecar lo aterraba, su madre que en paz descanse lo había criado a buena
voluntad; pero no pudo seguir con sus consejos porque murió en un accidente. Se
cuidó prácticamente en soledad junto a un hermano que no ha vuelto a mirar, las
cuentas por la renta acumuladas, los sortilegios de amores que no van a ninguna
parte lo tienen a veces curado, la mujer que piensa amar embarazada y el
trabajo pantanoso y complejo a pesar que se trate de recibo y envíos con un
contrato bajo firma de no ofrecer seguros por mordeduras de canes o ira de
clientes acabó por darle un giro la tarde del último día laboral cuando asistió
a la oficina del jefe.
Raziel
pensó, después de aquella charla, que de no haber consolidado un afines hubiera
desistido de los sueños de su mujer y de quien alguna vez fue él mismo.
—Eres
uno de los mejores empleados que he tenido, empezó a hablar Mr. White, llamado
así por la inscripción en la puerta y una barra sobre el escritorio; aunque
ante la respuesta de agradecimiento por parte de Raziel, el judío,
amigablemente sugirió que le dijera Tom.
—Tom,
dime Tom, así me llaman mis amigos— comentó estirando una sonrisa que
posiblemente fue lo más brilloso que vio Raziel en el último mes.
Se
frotó las manos como quien prepara un siguiente discurso, lo miró a los ojos
tan directo que pudo hacerlo intimidar y le dijo: Tengo un trabajo especial
para ti.
En
un veloz pensamiento, el joven cartero se hizo una cuestión, ¿Qué tendría de
especial dejarles cajas a la personas? Y a sabiendas de la espera, de repente,
de un comentario asertivo, respondió: Para mí trabajar aquí ya es un hecho
especial.
Tom
esbozó una sonrisa carismática, por ahí se le salió una risa y con el mismo
sentido amigable le dijo: Este siguiente envió es especial, no por el
contenido, sino por la persona.
Raziel
se sintió emocionado, había escuchado en los pasillos que las personas famosas
suelen pedir envíos exclusivos y quienes van suelen recibir un trato distinto
subiendo en ponderado. El objetivo no era solo para aquellos que logran
realizar un buen trabajo, sino para la gente de pura confianza.
El
señor abrió el cuello de su camisa japonesa y dejó contemplar un collar de
llave el cual quitó con destreza hincando el cuerpo para abrir una caja fuerte
debajo del escritorio ante la atenta mirada de su empleado estrella, de ahí
elevó una caja común y corriente, marrón claro, con sello de la empresa,
cerrada y destinada, la posó con solemne fuerza sobre la mesa dirigiéndose en
palabras al chico en frente.
—Esta
caja es especial, se la vas a entregar a mi madre—.
En
primera instancia se nublaron las ilusiones de Raziel por tener como
destinatario a artistas o gente importante; sin embargo, se dio cuenta de la
confianza que tendría Tom para otorgarle dicha misión. Recogió la caja
cargándola con sorprendente facilidad a pesar de su impresionante tamaño capaz
de ocultarle parte de la cara de sola elevarla y pidió la dirección de la
destinataria suponiendo que el plan por alcanzar la cima profesional estaría en
las líneas de un mapa virtual que llegó al instante en mensaje al celular.
Poco
antes de salir, Tom le dio una recomendación: Ten cuidado, ella suele ser una
persona un tanto especial durante estos días del año.
Raziel
que había visitado a una centena de personas, ancianas con perros rabiosos,
señoras longevas que olvidaron la forma de su firma, tomó la sugerencia como un
saludo a la bandera, recogió las llaves de la mejor camioneta, para uso
exclusivo de clientes importantes y mostrando una amplia sonrisa en señal de
satisfacción y ganas por realizar la última labor, salió de la oficina
olvidando avisarle a Soraya sobre su tardanza, agradeciendo a Tom por la
oportunidad y recibiendo de su parte un gesto de despedida con sonrisa en línea
sin mostrar los dientes. Cerró la puerta y tomó rienda suelta a su trabajo.
Abordó
la furgoneta tras colocar a la caja como copiloto, sintonizó una canción que lo
trasladó a algún momento especial con su amada y avanzó sin preocupaciones
convencido que haría un trabajo excepcional con la experiencia obtenida
logrando de esa manera acelerar el ascenso.
Llegó
a un barrio exclusivo de Lima, un portero le abrió la reja e invitó a pasar
luego de pedirle cierta documentación y estacionó el auto próximo a aventurarse
a un camino pedregoso que conectaba con una de las pocas casas ubicadas en la
zona. Resolvió recoger el paquete cargándolo con una sola mano, en la otra
llevaba un portafolio, el lapicero ubicado exacto en el bolsillo de su pulcra
camisa, la corbata con un nudo impresionante y la chaqueta con los botones
impuestos, caminando a paso sigiloso para no tropezar, oyendo el silbido de los
grillos y sintiendo la brisa de la libertad lejos del tránsito y la gente; se
detuvo al mirar el número de la puerta concierne al mismo que le otorgaron y se
asomó para tocar el timbre una sola vez como indicaron.
Al
cabo de un minuto salió un empleado, era viejo, vestía de atuendo formal, le
abrió la puerta para que entrara y le pidió que dejara el paquete sobre una
enorme mesa de madera ubicada cerca a la entrada.
Raziel
sabía que debía de ser una entrega personal, algo que no había detallado el
judío; pero beneficiaba a su meta.
Debo
entregarle esta caja a la señora White, le dijo. El empleado hizo caso omiso a
su petición repitiéndole que lo dejara y se fuera. Raziel insistió: Su hijo
quiere que se lo entregue en la mano.
El
mayordomo abrió los ojos bien amplios como sorprendido, entonces, estiró una
mano mostrándole el camino que debía seguir para encontrar a la dama.
Avanzó
viendo como el viejo se quedaba en su lugar, oyó un sonido de puerta cerrarse
con llave que lo sorprendió por un instante, mas no le dio otra importancia que
continuar con su labor. Se asomó por un sendero decorado por marcos con
retratos de señores longevos a quienes no reconocía; pero veía en similar
apellido armando supuestos. Cargaba el paquete con solvencia manteniendo a la
vista en frente para no remover ningún artículo que podría valer una fortuna,
se estableció en un umbral que conectaba con un jardín. Paró para contemplar lo
extraño que era el sitio por encima de su vista, pues rejas como jaula impedían
el paso inclusive de las aves y aunque las flores relucían como tulipanes y
margaritas, parecía ser una cárcel a un lugar descansar. A la derecha se dio
cuenta que se hallaba una anciana de cabellos blancos como la nieve ubicada
sobre una silla de madera con los brazos sobre el pasamanos y manteniéndose
quieta como quien contempla algo en la arboleda en frente a pesar de la caída de
la tarde.
Dio
la vuelta para mirar al desaparecido mayordomo y sin dudarlo se introdujo en el
jardín a paso parsimonioso sosteniendo la caja con la seguridad y satisfacción
que la entregaría en manos de la persona correcta. Se dio cuenta enseguida que
nuevamente oyó el sonido de una puerta cerrarse, dio un giro veloz
comprendiendo que el empleado había asegurado la mampara que divide la casa con
el jardín y fue entonces que al voltear se percató del rostro de la anciana.
Tenía
el ceño fruncido como si el odio la invadiera, los ojos llenos de coraje e ira
capaces de lanzar fuego y los dientes afilados aplastando los labios al punto
que salía sangre; para tener el cuerpo estático había girado la cabeza noventa
grados logrando que las venas del cuello se vean rojizas, casi lilas fervientes
a una piel blanca como su melena pastosa y desabrida que podía caerse como
pelos en el barro. Se dio un susto de aquellos como un golpazo repentino que lo
tumbó emocionalmente; pero se mantuvo de pie como laborioso y apasionado
trabajador a sabiendas que en frente había una especie rara de ser humano
completamente enfermo.
—Señora
White, esto es para usted— le dijo timorato.
Ella
soltó ladridos de can rabioso estirando el cuello venoso como si pudiera
alargarlo con facilidad, Raziel vio hacia atrás con ganas de zafar, olvidando
el envió y el ascenso, la doña esbozó una sonrisa con baba hirviendo que cayó
al césped pulcro y se echó a reír como poseída.
Giró
la cabeza para acomodarla al cuerpo, salió reptando de la silla oyéndose el
crujido de los huesos desechos asomándose como gusano burlesco, horrendo y con
las prendas manchadas de verde dando giros de cabeza que espantaron al
muchacho, quien decidió correr hacia la puerta cerrada ofreciendo golpes y
gritos que el empleado no quiso oír, ignoró haciéndose el indiferente hasta
apareciendo en frente como una especie de fantasma viendo como la señora se
levantaba irguiendo el cuerpo como una mutación horrorosa estallando en
crujidos que se confundían con su diabólica risa.
Raziel
pensó que se trataba de una pesadilla, volvió a rogarle al empleado que abriera
la puerta, dejó al fin la caja sobre el piso para golpear la mampara que
parecía de un vidrio como el acero, vio al mayordomo no emitir ningún gesto
como exhibicionista de algo grotesco y sabiendo que estaba perdido dio un último
giro para contemplar a la vieja demoniaca contemplarlo en su forma humanoide
con los cabellos casi a la cara, los dientes afilados, las manos en señal de
ahorcamiento con destruidas uñas y los pies descalzos que parecían mutantes más
una bata ensuciada con barro y planta demasiado próximo a él, quien únicamente
atinó a pegar gritos de susto y desesperación ante la continua vista
indiferente del mayordomo cuya frente sudaba víctima de lo que miraba con
macabra morbosidad hasta que el pie asqueroso del monstruo madre de su jefe impactó
con la caja en el suelo dándole un instante de esperanza a un joven cartero
perdido y atención a un extraño y horripilante ser.
Raziel
vio como la señora hizo resonar la caja cerca de su rostro estirando una rara
sonrisa al tiempo que se percataba de lo encontrado dentro, llevó consigo la
caja hacia el asiento, se acomodó plácidamente y abrió las compuertas de par en
par mirando hacia abajo. El cartero se dio cuenta como la forma de sus cabellos
cambiaban a un tenue color negro, su piel a primera impresión mutaba como si
las arrugas grotescas estuvieran estirándose y desapareciendo; de repente, al
tiempo que se asomaba sigilosamente para curiosear el contenido, se percató de
un cambio radical en su aspecto, el monstruo se volvía una señora de cincuenta
y tantos vistiendo trapos asquerosos, con una sonrisa esclarecida, los ojos
iluminados que pudieron verlo cuando apareció e incluso desafiándolo a sonreír
por causa de su nuevo semblante. Fue entonces que la mampara se abrió, el
mayordomo lo invitó a salir, Raziel corrió gritándole un conato de insultos,
que no respondió, se dirigió a la puerta de salida y subió al coche a velocidad
víctima de una notable confusión.
Sin
embargo, en una reflexión a medida que avanzaba rumbo a la oficina para encarar
molesto al jefe, pensó en el contenido de la caja con una pregunta que divagó
en su mente hasta llegar a la empresa.
¿Qué
rayos había adentro?
Con
la camisa abierta, la corbata desajustada, absolutamente desabrido con el
evento vivido, sudoroso, molesto, confuso y altamente intrigado se adentró en
los confines del laberinto que lo condujo a la oficina, no tocó la puerta, la
abrió de un golpazo y vio al judío hablar al teléfono.
Me
alegra que te haya gustado el regalo, mamá, lo oyó decir.
Raziel
estaba ofuscado, despeinado, desecho emocionalmente, buscaba respuestas y las
quería de inmediato; sin embargo, White se hallaba tranquilo, de hecho,
contento, colgó la llamada y le agradeció por el trabajo con absoluta
parsimonia, le estiró la mano que convergió con la suya hipnotizado, lo atrapó
en un abrazo dejándolo paralizado y al oí le dijo: Excelente labor, Raziel. A
partir de mañana tendrás tu propia oficina. Te encargarás de la logística, no irás
más a dejar las cajas, mandarás a otros para que lo que hagan y serás el jefe
de muchos.
Anonadado
no supo que decir. El judío recogió unos artículos de su escritorio tales como
llaves y unas gomas de mascas que puso en su boca y salió del lugar
despidiéndose de su empleado con un cariñoso golpe en los hombros.
—Señor
White— dijo Raziel casi al momento de sentir a su jefe salir.
—
¿Qué fue lo que entregué? —
Con
gesto apacible y comprensivo se acercó donde su empleado y lo tomó de los
hombros con una vista que fue elevándose hasta topar con la suya.
—Vivimos
en un mundo en donde las personas están infectadas de veneno rutinario que
requieren de una salvación— le respondió en calma.
—Señor…
no lo logro entender— le dijo confundido.
—Estoy
más que agradecido contigo por darle a mi madre su salvación—.
—Pero…
¿Qué le di? — dijo Raziel exhausto y confuso.
—Ella
es mujer muy trabajadora, de hecho, fundó esta empresa. Sin embargo, enfermó,
dejaron de funcionarle las piernas por un tumor en la columna y tuvo que dejar
el trabajo para dárselo a su mayor hijo; desde entonces se pasa la vida sentada
en el jardín— relató.
—Encerrada,
dirá—.
White
elevó el índice como advertencia.
—Cada
año— le dijo después. Recibe una caja con un objeto capaz de sacarla del mundo
real otorgándole de esa manera un salvoconducto y una nueva perspectiva de
vida.
Por
eso la viste sonreír y yo te lo agradezco.
Volvió
a irse; pero se detuvo para decir una última cosa.
—
¿Qué es lo que más te apasiona aparte del trabajo y el ascenso que acabas de
lograr? — le preguntó reflexivo.
Raziel
no tuvo una respuesta.
—Debes
encontrarlo, porque cuando te sumerjas en la nada, alguien irá a entregarte una
caja que te salvará—.
Fin
Fantástico relato, intrigante y misterioso.
ResponderEliminarEn una palabra maravillosa y en dos me encantó
ResponderEliminarMuy bueno , como siempre
ResponderEliminar