- No
hubo curiosos, ni entes andantes por las calles, solo nosotros y la soledad de
un sitio lleno de paz, una cuestión extraña para mi vida diaria, porque suelo
vivir en abundante edificio y gente saliendo y caminando con prisa sin saber
realmente para donde se dirigen.
En
Gualeguay ese efecto queda inerte, puesto que únicamente nosotros somos los
dueños de las calles; aunque cuando hice la pregunta acerca de la falta de
personas, ella hizo el mención al día y la hora, entonces pensé que tal vez en
otra ocasión vería habitantes. Cosa curiosa que un lunes por la mañana no viera
a nadie, a diferencia de mi país, en donde aparece una estampida cada mañana.
Olvidando
a terceros, logramos avanzar un cierto camino, nos detuvimos en una catedral y
como armados con esas ganas tremendas por tenernos cerca, nos abrazamos
fuertemente dejando que una instantánea nos inmortalizara para el mundo;
aunque, en definitiva, la imagen mental de estar abrazados y bien pegados
teniendo su aroma en mis entrañas y no solo en la piel iría a quedarse en mi más
allá de la mortalidad humana, pues imagino que en cientos de millones de años todavía
tendrán en recuerdos y hechos literarios las memorias de ese abrazo que intento
ahora y voy a recrear otras muchas veces y ocasiones en relatos y textos
grandes o minúsculos como cortos que van directamente a los ojos en un
encuentro efímero o también esos monumentales libros que describen encuentros mágicos
de novios de otros países, por ello el legado y la historia, por eso, la
inmortalidad de nosotros.
Pregunta
inevitable se interpone en mi cabeza, ¿es posible nunca morir? Claro que lo es,
ama con locura y desenfreno, pasión y delirio, satisfacción completa y vas a
caer en letras. Entonces serás inmortal.
Lo
supimos en ese abrazo cerca de la catedral, en ese lapso de tiempo que pareció
o fue eterno, nuestras pieles juntas, los aromas y los latidos confundiéndose, ¿Cómo
puedes describir tanto a un abrazo? No es mi capacidad de escritor ni mi
facilidad para las letras, es solo abrir el recuerdo y mostrarlo, volverlo físico,
atraerlo y atraparlo aquí, por eso escribo ese abrazo frente a la iglesia y el
momento de una foto con una sonrisa que queda en mis redes y la memoria y el
mundo, pero ese sentir del momento en que nos cobijamos mutuamente y sentimos
que logramos tenernos, ese instante únicamente nuestro valdrá la pena, puesto
que inicia así, la historia de nuestra existencia.
Todavía
tengo su aroma en mi mente, impregnado en la piel, en un recipiente dentro de
la alma, en los confines de mi corazón y cada vez que puedo, porque debo
concentrarme, logro liberar ese aroma exquisito y sabiendo que produce
sensaciones optimistas y mágicas en mi ser. ¿Cómo eres capaz de recrear tanto
placer en mi vida, preciosa? Pues solo tu aroma me deleita de esa manera, tu
cabello precioso soltando espasmos de cariño bañado en fragancia perfecta de un
sabor incomparable que yace en mis sentidos clavados por siempre. Pues, amarte
y el te amo se dijeron en ese abrazo, en ese tacto primordial, en ese instante
en que nos abrazamos como dos enamorados de la vida y de nosotros que supieron
y saben cómo ser felices con tan poco.
Que
fácil se nos hace ser felices, preciosa.
Tras la foto y el
abrazo o el abrazo y la foto, con su suave mentón en mi hombro y mi mano
enroscando su cadera, tan cerca como nunca antes, tan juntos como jamás se
estuvimos y a la vez tan alegres y enamorados como nadie ni en cuentos, seguimos
el trayecto como dos enamorados en una ciudad preciosa y desolada que únicamente
se mostraba junto al sol y el camino para nosotros dos. Y sí, sabíamos cómo
disfrutarla.
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