- Una
vez tuve un sueño: me vi sentado en la banca donde sacó la fotografía que
muestra el nombre de la ciudad que habita.
Pasaba
tiempo, a veces en silencio y otras veces expresando, deleitándome con
historias imaginarias y supuestas; aunque muy arraigadas a la realidad, en
donde iba y me encontraba con ella en un abrazo imposible de separar y tras
sonrisas con risas nerviosas y de alegría fácil íbamos a deambular por los
confines de una ciudad, lejana para mis pies, pero muy cercana para la mente,
terminando o pausando el recorrido en un jardín enorme y tal vez infinito si la
ficción se suma en donde compartíamos el mate, la sonrisa, la alegría, el amor
y también el atardecer.
Un
lugar llamado Gualeguay.
Allí
estaba, abriendo los ojos en un departamento rentado de la calle San Lorenzo
431, cerca de una plaza, la principal, la plaza Constitución según me dijo una
vecina y aseguró con voz melódica en un audio de WhatsApp, la chica que todavía
no se asoma a mi historia, pero deambula en cada instante mientras escribo.
Recuerdo
con claridad su frase final poco antes de ese encuentro de ensueño, uno que no
iba a desaparecer a pesar de las constantes idas y venidas de un romance
virtual que dejó de ser llamado así desde que empezamos a sentir.
¿Cómo
son capaces de sentir dos personas si nunca han cruzado una mirada? Pues, yo diría
que se trata de una virtud, una dualidad única, específica y sobre todo mágica,
dos entes de ciudades distintas que se enamoran hablando y tan solo viéndose en
fotografías, es así como nace el amor real, puesto que solo muestran poco de lo
que son y aún así enamoran. Hay casos donde la gente muestra demasiado y solo
desencanta. Es que hay quienes enamoran con facilidad como destinados a estar
juntos, valga una redundancia muy romántica y cercana a la cursilería, que
dicta que el destino no une lo que ya está unido, solo se encarga de revelarlo.
Una
ducha de agua tibia que caía como manantial, la tele encendida en el canal
deportes para no perder la costumbre, el atuendo de siempre, sobrio y
ciertamente oscuro, gafas de sol y un peinado tal cual en las fotos para que me
reconozca. Salí de casa, porque me gusta llamar así a los lugares adónde voy y
el camino a la plaza, en donde ella ya estaba sentada, -esto lo supe porque envió
un mensaje al momento en que iba acomodando la correa al pantalón- y después llegó
otro: Ya estoy aquí. Y en ese momento, fiel a mi estilo de llegar tarde como
todo buen peruano, recién iba saliendo de casa.
Y
el camino a la plaza… Fue una especie de fantasía, pues, yo andaba nervioso y
emocionado, feliz y brincando por dentro, aunque podía haberlo hecho en las
calles desoladas porque las almas estaban guardadas debido a que el lunes a esa
hora de la mañana los agentes que yacen en las casas aledañas se hallan
escondidos en sus trabajos u ocultos en casas, pero no en calles, nadie en las
intersecciones, nadie, solo yo, mi mente, mi fantasía de sentirme andando en
nubes y mi emoción por estar cerca éramos errantes y cada vez cercanos.
Pero
no tan lejos de ese sentir personal, yo pensaba, ya casi antes de llegar, en ¿Cómo
se puede sentir ella? Fue demasiado tarde cuando empecé a maquinar esas
emociones y sentimientos, ya estaba cruzando la última esquina y viendo la
plaza totalmente desolada pero sin sentir ningún tipo de preocupación o
ausencia voluntaria, puesto que sabía consciente y muy seguro que ella estaría sentada
en alguna parte.
Un
lugar en el que podía observarlo todo, incluso, mi caminar perdido o en búsqueda,
mi silueta a lo lejos, mi forma de moverme, el cabello sujeto en moño, el
atuendo oscuro, las gafas y todo… Ella podía verlo desde su posición y según dijo,
alzaba las manos para contemplarla como si estuviéramos lejanos, como una embarcación
que encuentra náufragos, pero quienes eran quienes, tal vez ambos éramos
embarcaciones que nos encontramos en altamar o tal vez dos náufragos que hallan
juntos una isla de paz. De cualquier manera o analogía, nos vimos pero no
supimos que lo hicimos, es decir; yo la vi, ella me vio y nos acercamos
mutuamente, claro que ella únicamente se levantó sabiendo que venía y yo
contuve los latidos sabiendo que me acercaba.
La
vi y pensé con rapidez: Es más hermosa que en fotos. Los ojos grandes y marrones
como dos lunas a lo lejos, la nariz exacta y unos labios tentadores que
sonrieron por nerviosismo y también por alegría, un aroma cálido y el cabello
castaño y suelto cayendo detrás a la altura de su media espalda, vestida de
negro con un jeans clásico y unos zapatos grandes que la hacían ver como una
muñeca bien estructurada y vestida de tal modo para una cita con el hombre que
dicta amar en mensajes instantáneos y alguna que otra video llamada en
diferentes sitios de su casa.
El
amor surgió, no de forma repentina, sino como un acorde mutuo, como si ambos fuésemos
pianistas y tocáramos las partituras correctas de una historia grandiosa y con
sentidos divinos.
Lamento
si presumo, puesto que este romance resulta estupendo, yo no voy a decir que
hubo desgaste o rutina, quiero contar una vivencia real y pienso que la
realidad también puede ser bella.
Nuestro
amor nació de una forma linda, fuimos constructores de este romance, de la
historia que vivimos y de lo que sentimos porque nos llenamos de nosotros con
acciones loables y sublimes, palabras sacadas de contextos que creímos e
imaginamos, cuentos sobre encuentros y gustos simples que ocurren durante el día
a día y que se vuelven mágicos porque el encanto se halla en lo de siempre.
Y
allí estaba ella, Alicia con el mismo apellido, preciosa desde que cada lado
que fui observándola, divina como sacada de una realidad celestial, con una
melena brillosa y sedosa, una sonrisa honesta y los ojos más grandes y bellos
que un humano haya visto alguna vez.
Nos
abrazamos en un saludo y sentimos como el mundo paraba, como los acordes de la
historia que escribimos y compusimos sonaran con más vigorosidad ante un público
expectante. Afirmo que en ese momento sentimos que el amor que nos tenemos se expandió
como el universo tras su inicio.
Glorioso
y sublime, podrían ser los adjetivos puntuales. Yo quiero agregar más y me
atrevo a decir que fue maravilloso y mágico, aunque sí quiero terminar esta descripción,
voy a encerrarlo todo con un: Fue perfecto.
¿Sabes
por qué?
Porque
enseguida nos acercamos y le dije: Ven aquí, preciosa -cogí su mano en ese
instante- y añadí: Y bésame.
Cuando
nos besamos con delicadeza, una pasión que nos unió con frenesí silencioso y la
atmósfera llamada amor nos encerró, el adjetivo perfecto podría quedar corto,
pero ante los humanos y las letras, lo define bien.
Y
al rato ya andábamos por los confines de la plaza, cerca al lugar donde estaba
escrito Gualeguay y sujetos de la mano como dos enamorados.
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